La tóxica, neurotizante y hasta mortal,
contaminación sonora
por Adán Salgado Andrade
¿Cuántas veces un
estresante ruido, sean martillazos, una podadora, la vibración o chillido de
una máquina trabajando, el insoportable zumbido de un esmeril desgastando
metal, una soldadora uniendo metales, el escape abierto de un camión, de un
auto, de una moto, la turbina de un avión, claxonazos, rechinidos de frenos, el
pregón por altavoz de vendedores, ladridos de perros por la noche, mucha gente
platicando en algún lugar público, un bebé llorando a todo lo que dan sus
pulmones, molesta música o pseudo música, a todo volumen, de una fiesta
callejera… repito, cuántas veces nos ha llevado a una situación, no sólo de
molestia, sino de verdadero estrés, deseando, en ese preciso instante, suprimir
de raíz la fuente sonora?
En el mundo actual, son
ya raros los lugares en los cuales, la ausencia de ruidos, sea total. Sobre
todo, es en las ciudades, en donde todo tipo de contaminación auditiva se da,
desde fuerte muy aguda, hasta muy grave. Y muchas veces un ruido incontrolable,
puede ser el origen hasta de una grave enfermedad, que puede comenzar con el
estrés de someterse a un muy molesto sonido, y que dicho estrés lleve, incluso,
hasta a la muerte, pues puede llegar a tal nivel, que provoque un infarto o un
derrame cerebral.
La publicación
estadounidense The Atlantic,
recientemente divulgó un artículo, firmado por Bianca Bosker, titulado “¿Por
qué todo se está volviendo más ruidoso?”, con el subtítulo “La industria
tecnológica está subiendo su zumbido. Nuestros cuerpos no pueden adaptarse”. En
ese trabajo, Bosker analiza los graves efectos sonoros que tantas empresas
tecnológicas, como las que establecen servidores para que el Internet exista, ocasionan
en poblaciones enteras, sin que la gente tenga posibilidades de protegerse ante
tanta sonora invasión (ver: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2019/11/the-end-of-silence/598366/).
Se centra en el caso de
Karthic Thallikar, inmigrante hindú, quien llegó con su esposa y dos hijos a
establecerse a un nuevo fraccionamiento, Brittany Heights, localizado en
Chandler, Arizona. A pesar del desértico calor del lugar, Thallikar estaba
encantado con la espaciosa casa que allí compró, de doble altura, muy aireada.
Por dos años, gozó de tranquilidad en ese lugar, semirural, hasta que, en uno
de sus vespertinos paseos por el contiguo desierto, comenzó a escuchar un
lejano, persistente zumbido.
Al principio, no le dio
importancia, pues pensó que se trataría de una bomba llenando una alberca o una
podadora. Pero pasaron los días y el molesto, estresante zumbido, allí seguía,
permanente, día y noche, no sólo en sus caminatas, sino ya hasta en su casa lo
escuchaba. Aunque su familia parecía no percibirlo, Thallikar les aseguraba que
allí siempre estaba, penetrador, estresante. Fue tan terrible el ruido para el
pobre hombre, que hasta le aterraba llegar a casa.
Podemos entender a
Thallikar, pues eso pasa cuando tenemos cerca una fuente sonora, tal como una
construcción contigua, con sus martillazos, ruidos de todo tipo, cosas cayendo,
hombres trabajando… y así por el estilo.
Cita Bosker casos de
violencia y hasta asesinatos, en los que la fuente de la disputa ha sido un
molesto ruido, como un hombre que asesinó a un vecino porque éste escuchaba
música a volumen alto a las dos de la mañana u otro, que asesinó al anfitrión
de una fiesta, porque no apagó su música, cuando el asesino le exigió que la
apagara. Otro hombre, aparentemente tranquilo, tuvo problemas con una pareja, porque
siempre estaban haciendo ruidos de todo tipo y los mató, suicidándose él
después. Menciona muchos otros asesinatos, en donde la causa ha sido el ruido, molesto
para el perpetrador del crimen, todos sucedidos en el 2019.
Y aunque no se haga
mucho caso de la contaminación sonora, es una fuente de daño a la salud, frecuentemente
muy severo.
El periódico The New York Times, citó a la
contaminación sonora, como la siguiente crisis de salud pública. Los
científicos saben, desde hace décadas, que el ruido es malo para nosotros y
muchos estudios lo demuestran. Por ejemplo, aunque uno trate de dormir, si hay
demasiado ruido, de tráfico, por ejemplo, puede que conciliemos el sueño, pero
el ruido, allí se quedó, inconscientemente, y nos dañará. La adrenalina, la
hormona que nos estresa, aumentará, y la presión arterial y cardiaca, se
incrementarán, en tanto que la digestión, se alentará. A ruidos tan bajos como
33 decibeles, equivalentes al ronroneo de un gato, aun dormida una persona, la
presión sanguínea se disparará.
Y aunque aparentemente
nos acostumbremos, “expertos señalan que su cuerpo no se adapta al ruido.
Estudios de mucho tiempo, en miles de personas, muestran que si la intensidad
del ruido crece, durante días o meses, la exposición sonora incrementa el
riesgo de hipertensión, daño cardiaco, infartos, derrames cerebrales, diabetes,
demencia y depresión. Los niños sufren, no sólo físicamente – 18 meses después
de que un nuevo aeropuerto abriera en Múnich, la presión arterial y los niveles
de adrenalina subieron en niños que vivían cerca –, sino también en su
comportamiento y cognitivamente. Un famoso estudio de 1975, encontró que el
rendimiento de lectura de niños de sexto grado, cuyo salón quedaba frente a una
ruidosa vía del Metro, estaba un año atrás, con respecto al de niños en salones
más silenciosos. Esa diferencia desapareció, cuando materiales a prueba de
ruidos, fueron instalados en el salón. Incluso, el ruido vuelve violenta a la
gente, pues un estudio de 1969 sugirió que sujetos de estudio, expuestos a
ruido, incluso a uno muy leve, como el sonido blanco, se volvían más agresivos
y más tentados a aplicar choques eléctricos a compañeros que tuvieran cerca”,
comenta Bosker. Sólo recordemos que, por ejemplo, un goteo constante de una
llave de agua en mal estado, nos pone, ciertamente, tensos. Puede haber gente
más sensible que otra, pero, a la larga, siempre habrá un “molesto ruido”.
Ricardo Salgado, músico
y dueño de un estudio de grabación, nos comenta sobre el intervalo sonoro que
el oído humano puede captar: “El rango que podemos escuchar va de los 20
hertzios a los 20 mil o 20 kilohertzios. En los 20 hertzios, el sonido es muy
grave, casi como el producido por la nota más grave de un piano, pero más bajo.
Los 20 mil hertzios, los tienes en una turbina de avión, muy fuertes y agudos.
Es que entre más pequeña sea la onda de sonido, o sea, la cresta y el valle,
será más agudo y entre más grande esa onda, más grave será el sonido. Así que
un sonido no audible, se da en una ultrafrecuencia, de 40 mil hertzios, por
ejemplo. Y uno menor a 20 hertzios, que es el mínimo escuchado, quizá sólo
sientas la vibración que produce”. Abunda más sobre el tema, diciendo que
científicos han logrado determinar que el sonido producido por un agujero
negro, correspondería a una onda que tendría la longitud de un año luz. “Sería
un sonido tan, pero tan grave, que destruiría todo a su paso”, dice. Le
pregunto sobre los decibeles, otra forma de medir el sonido. “Si tienes 160
decibeles, son los que produce una turbina de avión, que si estás junto a una,
te puede reventar el tímpano, pues es un sonido agudo, de 18 mil hertzios o más.
Pero 160 decibeles, también te los produce un ruido repentino, muy fuerte, pero
muy grave, de unos 40 hertzios, como un cohete o una granada, pero te aturde,
no te deja sordo. Toleramos más los ruidos graves, que los agudos”. Y en cuanto
a los ruidos cotidianos, Ricardo dice que “están entre 1000 y 2000 mil
kilohertzios, que es el tráfico, el ruido más habitual, gente platicando,
bocinas tocando música o aviones. Y es al que nos acostumbramos, podría
decirse”. Sí, nos “acostumbramos”, pero a qué costo lo hacemos, al de nuestra
salud.
Y hasta ya se usa el
ruido como arma. Un ejemplo, son los cañones sónicos que usa el Pentágono, los
que pueden destruir los tímpanos de la persona atacada y causarle severa
desorientación, incluso, la muerte (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Sonic_weapon).
Y cuando soldados
estadounidenses han sitiado a enemigos, usan bafles muy potentes, que proyectan
ruidosa música, inaguantable para aquéllos, quienes terminan rindiéndose, como
sucedió cuando asediaron a Manuel Noriega en Panamá, con música del grupo de
rock Kiss, a brutal volumen, como cita Bosker.
Thallikar estuvo
investigando y dio con la fuente del ruido, un nuevo complejo de servidores
para conexiones a Internet, de decenas de empresas, de la compañía CyrusOne. El
fuerte zumbido, que Thallikar escuchó aumentado, una vez que se acercó a las
instalaciones donde operaba esa empresa, se debe a los gigantescos ventiladores
que enfrían a decenas de servidores. “Su servicio, para enfriarlos, es
crucial”, señala Bosker.
CyrusOne, como muchas
otras empresas tecnológicas, se ha instalado en Arizona, a pesar de ser uno de
los estados más calurosos de Estados Unidos, por los “incentivos fiscales” que
se les dan y la facilidad para adquirir terrenos, por baratos y extensos, justo
lo que dichas empresas requieren.
Thallikar hizo muchos
esfuerzos, primero, por su propia cuenta, para tratar de que la empresa dejara
de hacer ese “infernal ruido”, pero ni los directivos, ni el condado de
Chandler, le ofrecieron solución alguna. Recurrió a denuncias en estaciones de
radio y televisión locales, pero nada. La prepotencia de la empresa parecía
inmutable. Los efectos en la salud de Thallikar, como el permanente estrés y
dolores de cabeza, se estaban agravando.
Señala Bosker que ese
problema está creciendo, del, digamos, “ruido tecnológico”, al irse
incrementando las empresas tecnológicas, que se dedican a operaciones que
generan mucho calor y, en consecuencia, deben usar ruidosos enfriadores para
mantener una temperatura adecuada. No sólo eso, sino que muchas fábricas
también producen todo tipo de ruidos, muy molestos para las poblaciones aledañas.
Un video que acompaña al artículo, muestra el ruido que ocasionan las tuberías
de gas de las empresas que los surten, y que también es persistente y muy
molesto.
Thallikar fue escuchado
hasta que otros vecinos se percataron del persistente zumbido.
Formaron la Dobson Noise Coalition, con la que
organizaban frecuentes protestas contra CyrusOne, acudían a las autoridades
locales y hacían juntas informativas para todo el que quisiera escucharlos. Y lograron
que la empresa, finalmente, accediera a colocar aisladores de ruido alrededor
de sus enormes ventiladores.
Thallikar reconoce que
el ruido ha disminuido, pero no se ha suprimido totalmente.
Y por tantas,
contaminantes fuentes sonoras, es que existen organizaciones como Noise Free America, fundada por Ted
Rueter, encargada de reunir evidencias de los ruidos que más amenazan la salud
humana. Bosker lo acompañó a él y a sus compañeros, a un tour en Brooklyn, en
el que ruidos de autos, de lavanderías, del Metro, de claxonazos, de frenadas,
se combinan, dando origen a una muy molesta y dañina cacofonía sonora que, de
no controlarse, seguirá enfermando a la gente.
Thallikar, en un muy
desesperado punto, llegó, incluso, a anunciar su casa para venderla, “aunque
perdiera dinero”, como le dijo a Bosker, a la que llevó al lugar en donde opera
CyrusOne, para que ella misma se percatara del insensato ruido. “Allí está, ¿no
lo oyes? Es infernal, y me ha transformado miserablemente la vida”.
Aunque hay regulaciones
sonoras en Estados Unidos, no parecen aplicarse muy severamente. Bosker le
preguntó a un jefe policiaco, el comandante Edward Upshaw, del departamento de
policía de Chandler, si él pensaba que se citaría a CyrusOne y se suspendería
su actividad por el ruido y respondió, que “no, para nada, no va a pasar
absolutamente nada”. Así de impunes y prepotentes son esas empresas. En cambio,
a la gente que reporta quejas por ruidos a la policía, no le hacen caso y son
encerradas, si persisten en hacerlo. Vaya injusticias.
Ah, pero a los
poderosos, como al nefasto Trump, sí les hacen caso. Se dice que su campaña
presidencial fue motivada, principalmente, para evitar que su lujosa propiedad
de descanso, Mar-a-Lago´s, fuera sobrevolada por aviones comerciales. Una vez
que ganó la presidencia y la Administración Federal de Aviación, en
consecuencia, ordenó la considerable disminución del paso de aviones sobre tal
propiedad, los abogados de Trump, desistieron de la demanda que ya estaban
preparando. O sea, los poderosos sí
tienen derecho al relajante silencio.
Es ya casi un lujo
estar en lugares silenciosos. En Estados Unidos, se hacen excursiones por 6,450
dólares (unos 129,000 pesos), para visitar sitios sin ruidos, como un recorrido
a través del río Zabalo, ubicado en Ecuador, y que recientemente se nombró el
primer Parque Silencioso Selvático, a nivel mundial, por su quietud.
Por eso, mucha gente
busca atenuar, sobre todo en las noches, el ruido, escuchando grabaciones de
agua corriendo por una cascada o música relajante o un río corriendo, con tal
de que puedan conciliar algo el sueño.
Sí, el ruido es malo, y
van en aumento los decibeles producidos por distintas fuentes. Se ha reportado
que, incluso, las frecuencias no audibles para el ser humano, son perjudiciales.
Hace años, en una compañía de equipos médicos, una noche, un ingeniero sintió
una “presencia”, pero nadie había allí. El siguiente día, mientras ajustaba una
de las máquinas del laboratorio, volvió a sentir la “presencia”. Tras mucho
investigar, concluyó que un ventilador extractor de calor, vibraba y emitía
frecuencias muy bajas, que, aunque no eran escuchadas, sí producían fenómenos
parecidos a los poltergeist, o sea, que hasta “fantasmas sonoros” produce tanta
contaminación auditiva.
Por eso, no hay que
decir que “uno se acostumbra al ruido”, sino que, inconscientemente, nos
estamos resignando a morir lentamente por tanto “maldito sonido”.
Contacto: studillac@hotmail.com