Conversando con un guardia de seguridad
privada
Por Adán Salgado Andrade
La inseguridad en
este golpeado, saqueado país, es ya una constante, debida al empobrecimiento y
la descomposición social que el capitalismo salvaje, en contubernio con la
corrupción de los poderes fácticos ejercidos por mafias empresariales y
políticas, está ocasionando y agravando aceleradamente.
Es obvio que, como en
todo, tal inseguridad es un excelente negocio para muchas empresas, que se
benefician del crecimiento de dicha inseguridad, tales como aquéllas llamadas
de “seguridad privada”, las que se encargan de realizar todos esos trabajos que
tengan que ver, por ejemplo, con el transporte de valores o la vigilancia de
oficinas, fábricas o unidades habitacionales.
Justamente sostengo
una conversación con un guardia de seguridad que se encarga de la vigilancia de
una de las nuevas unidades habitacionales que se están desarrollando anárquica
y rápidamente en el estado de Morelos, en donde tanto las corruptas mafias en
el poder locales, conjuntamente con corruptas inmobiliarias, están saturando
con ese tipo de desarrollos, lo que está poniendo en serios problemas la
sustentabilidad y recursos de dicho estado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/03/corrupcion-inmobiliaria-y-municipal.html).
En verdad sorprende
que en pleno siglo 21, con tantos supuestos “avances”, aun se den injusticias
laborales, como la que referiré.
Tomás es un guardia
de la compañía Sepocentrro, encargado de vigilar uno de tantos cuestionables
desarrollos habitacionales, no importa el nombre.
“Mire, yo quiero
enviar una carta al congreso de la unión, porque las garantías constitucionales
que tenemos todos los ciudadanos, a nosotros no se nos respetan, de verdad, no
tenemos prestaciones, no nos dan seguro las corporaciones… ¡nada!”, declara,
enfático.
Y comienza a platicar
de sus desventuras como guardia. “Yo, aquí, en el fraccionamiento, lo que hago
es vigilar que se cumpla el reglamento y si dice que la alberca se debe de usar
de las nueve de la mañana a las nueve y media de la noche, pues es lo que le
pido a la gente que respete. A veces, hay personas que están usando la alberca
en la noche. Ya si veo que se están comportando, pues les doy chance de otros
veinte minutos, ¿no?, pero cuando se les acaba, les pido que se salgan. Pero si
veo que están echando relajo y tomando, ni les doy chance y les digo que se
salgan y si se me ponen necios, les digo que voy a llamar a la policía… ¡y lo
hago... sí! La otra vez, un ejemplo, unos muchachos no se querían salir y que
me empiezan a decir, así, con malas palabras que no, que yo quién era, y que me
empiezan a amenazar con botellas, y entonces, que llamo a la policía y que
entran por ellos y con golpes se los llevaron a la cárcel”. Le digo que está
bien, que, por desgracia, a veces es como la gente, demasiada, entiende,
mediante la fuerza bruta. “Aquí, de 156 casas… tengo diez reportes, sólo porque
me gusta aplicar el reglamento… pues ni modo, no porque me reporten, no voy a
cumplir con el reglamento, ¿no?”, agrega, pensativo, quizá temiendo cómo le
puedan afectar esos reportes.
Platica las miserables
condiciones en cómo las “corporaciones”, refiriéndose a las empresas de
seguridad, los tratan. “Fíjese, aquí no nos dan hora de comida, no. Usted se
está echando un taco mientras está entrando la gente al fraccionamiento. Está
comiendo, y si alguien va a entrar, pues tiene que dejar su plato y atenderlo,
y así, porque ni eso nos dan”, se queja. Le pregunto que cuál es su salario.
“Gano mil novecientos”, responde. “¿A la semana?”, vuelvo a preguntar. “¡No,
cómo cree, a la quincena! Pero, fíjese, Sepocentro le cobra al fraccionamiento
ocho mil pesos mensuales por cada uno de nosotros y sólo nos paga tres mil
ochocientos pesos, ni la mitad. Y es todo, no tenemos prestaciones de nada, ni
horas extras, ni nada. El horario es de veinticuatro por veinticuatro y, un
ejemplo, si viene supervisión y lo agarran durmiendo, pues lo reportan y ya le
descuentan ¡doscientos pesos, imagínese, para la miseria que uno gana, y
todavía que le descuenten, es una injusticia!”, dice en tono reclamante. ”Y si
se enferma o le pasa algo, la corporación le hace que firme su renuncia.
Fíjese, hace como dos semanas, a unos compañeros que trabajaban en San Carlos,
por andar sacando a unos muchachos que estaban drogándose y tomando, les
pusieron una golpiza que los dejaron agonizando, en serio. Y la corporación, en
lugar de llevarlos al hospital y pagar sus curaciones, no, lo que hizo fue
obligarlos a firmar su renuncia, sí… ¡le digo que no nos dan nada!”. Realmente,
de no creerse lo que cuenta Tomás, que no sólo se les explote, sino que la
empresa no se haga responsable de los problemas que pudieran surgir al ser
agredidos sus empleados, y sólo los obligue a renunciar, como a cosas que ya no
sirvan. A ese grado de deshumanización y mezquindad hemos llegado, cortesía del
inhumano capitalismo salvaje. “Otra vez, hace como dos años, estaba trabajando
en Cocoyoc. Una noche, se me hizo fácil subir una barda por un tubo, para
descolgar una manta. No me di cuenta que el tubo estaba suelto y ¡que voy para
abajo! Y que me lastimo la columna, no me podía levantar. Eso fue como a las
tres de la mañana, y ahí me tiene, grite y grite, pidiendo ayuda, ¿no? Pero
como no había nadie, pues nada más yo estaba en el turno nocturno, fíjese que
hasta que llegaron los compañeros de en la mañana, que ya me ayudaron y, luego,
luego, que llega la supervisión y que le digo a mi jefe lo que había pasado y
que me dice que no era su culpa, que eran los riesgos de la chamba, y que me obliga a firmar mi
renuncia, así, como si nada, ¡nomás para que vea como son esos reee…canijos!”,
exclama, enfatizando lo de recanijos.
Quizá la palabra que hubiera querido emplear Tomás haya sido recabrones, pero debe de haberse
contenido de decirla por respeto a sus incrédulos escuchas.
“¿¡Entonces, así, nomás,
con la mano en la cintura, lo hicieron renunciar!?”, lo cuestiono. “¡Sí, así,
nada más, ni me llevaron al hospital, ni nada, y me dijo que ni reclamara,
porque eran las cláusulas que venían en el contrato, que en caso de accidente,
no se hacían responsables y debíamos de renunciar!, ¿cómo la ve?”. Pues tiene
razón en quererse quejar Tomás, quien a sus cincuenta años que declara tener,
ya no puede conseguir trabajo tan fácilmente en cualquier lugar. “Yo, en esto
tengo como cuatro años, pero por pura necesidad. Yo le sé manejar desde una
moto hasta un tráiler. Yo soy de Puebla, pero trabajé muchos años en el
distrito (federal), en una empresa de transportes. Se llamaba Autotransportes
del Sureste. Esa empresa le trabajaba a la CFE (Comisión Federal de Electricidad).
Le transportábamos todo, postes, cables, transformadores. A todos los choferes
nos iba muy bien, ganábamos nuestro buen dinero, pero, no sé por qué, la
empresa quebró, a lo mejor porque el patrón no se sabía administrar, y que la
embarga (la secretaría de) Hacienda. Y todo le recogió, camiones, equipo, todo,
y nos quedamos sin trabajo todos. Ya, luego, mi yerno, que me dice que me
viniera para Oaxtepec, que aquí había trabajo de chofer… ¡Ay, no, error,
error!... Me vine a trabajar a una empresa que se llamaba transportes Castillo.
Y que dije, ‘pues ya la hice aquí’, ¿no?, no me iba tan mal, estaba ganando
bien, pero ¡que se viene lo de la influenza, por a’i del dos mil… del dos mil…
¡no recuerdo!”… “Del dos mil nueve”, intervengo. “¡Ah… sí, sí… ándele, sí, dos
mil nueve, y todo se vino para abajo, nos cancelaron los pedidos, porque muchos
iban para el norte, así que la empresa nos despidió a muchos… y otra vez que me
quedo sin trabajo! Y así estuve, sin trabajar varios meses, y ya se me estaban
acabando mis ahorros. Entonces, que un amigo me dice que si no quería trabajar
como guardia de seguridad. Pues ya, en esos casos, sin trabajo, lo que sea es
bueno, ¿no? Y que le digo que sí, que trabajaría de lo que fuera. Y esa misma
noche, que me contratan en la corporación, porque les urgía un relevo para un
elemento que se había, accidentado, fíjese, y que lo hicieron renunciar. Así
que yo lo sustituí”, dice, con cierto remordimiento, quizá por la acción. Pero,
reflexiono, ¿qué le quedaba? Y ahora, Tomás mismo está sufriendo los inhumanos,
retrógradas tratos que, al haber ingresado allí, debe de aceptar sin
reclamaciones porque viene en las “cláusulas”. Cualquier parecido con la época
porfirista, no es coincidencia, pues este saqueado, dominado país, controlado
por sucesivos, mafiosos poderes fácticos durante décadas, va en fuerte
retroceso y la comparación con la cerrada dictadura porfirista no es lejana,
cuando el país fue saqueado por empresas y latifundistas extranjeros, cuando
las condiciones de miles de campesinos y trabajadores eran paupérrimas, cuando
la ley que privaba era la de la ley fuga
(asesinar por la espalda a cualquiera que fuera non grato al dictador), la de “¡Mátenlos en caliente!”, a todo
aquél que osara rebelarse…
Sí, estamos en una regresión
histórica, en la cual, la expropiación petrolera realizada por Lázaro Cárdenas,
ya no tiene sentido, la “independencia”, no significa nada, ante el control
neocolonial, ejercido sobre todo por Estados Unidos (EU), la así llamada
“Revolución”, por la que un millón de personas murieron, no es más que un hecho
histórico, las conquistas obreras han sido pulverizadas por una imposición
laboral que sólo favorece a las empresas, los campesinos cada vez están peor,
sobreviviendo millones mediante meras limosnas, sin que la mafia en el poder
implemente un verdadero apoyo al campo que mejore sus condiciones y que, sobre
todo, disminuyera nuestra creciente dependencia alimentaria de importaciones,
también muchas de EU, como el maíz transgénico – vergonzoso esto, siendo que
México es el país originario de ese cereal, considerado como sagrado por
nuestras antiguas culturas nativas.
Repito, al escuchar a
Tomás, no puede dejar de pensarse en aquel libro que escribiera en su momento
el periodista estadounidense John Kenneth Turner (1879-1948), “México Bárbaro”,
en el cual describía, perfectamente, las condiciones de los trabajadores
mexicanos, muchos de ellos enganchados por “deudas” o esclavizados, como aún
sucede actualmente. Niños campesinos esclavizados, obreras de maquiladoras que
laboran en condiciones insalubres, hasta diez horas o más al día, leoninos
créditos con tarjetas de crédito o con tiendas “departamentales”, que nos
endeudan (enganchan) por muchos años o por toda la vida, como las deudas con
que las tiendas de raya enganchaban a los trabajadores semiesclavos. Sí,
seguimos esclavizados, sufriendo explotación y tratos indignos, como los que
escucho en ese momento.
“Y, fíjese, tenemos
que pagar por el equipo, que las botas, las lámparas, los uniformes, las
gorras… que si nos tenemos que poner de gala, pues también tenemos que tener
saco, corbata, camisa… ¡nada nos dan, pero sí nos exigen todo! Y para pagarnos…
¡viera cómo la hacen cansada! Los compañeros que están trabajando, se deben de
esperar hasta las cuatro de la tarde para que les paguen. Fíjese, entran desde
las siete de la mañana del día anterior y se deben de esperar hasta el otro
día, a las cuatro de la tarde, para que les paguen. Y como nada más traen comida
para el día que les toca, y ni cenan, pues allí tienen que estar, pasando
hambre, para que les paguen. Yo, como ya sé eso, me traigo comida suficiente,
para comer y cenar y hasta desayunar y comer algo al otro día que nos pagan,
pero la mayoría, no, y como no podemos salir para comer, pues se tienen que
aguantar el hambre o encargar unas papas o algo a los que estamos francos (los
que no trabajan ese día) de la tienda… y es un gasto adicional, para lo poco
que ganamos. Yo mejor me quiero cambiar de trabajo. Incluso, fui a hacer mi
examen a Estrella Roja, como chofer de autobuses, pasé los exámenes y todo,
pero, como ya tengo cincuenta años, me dijeron que ya no podían contratarme,
que porque ya estaba grande para ese trabajo, a pesar de que yo todavía me siento
con muchas ganas… ya ni eso puede uno hacer, que por la edad, ¿cómo ve?… Por
eso, le repito, que yo quiero mandar una carta al congreso o al presidente,
para informarles de todo esto, y que nos respeten las corporaciones nuestras
garantías constitucionales, porque no podemos seguir así, no, es inhumano esto que nos hacen!”, exclama,
finalmente. Me despido de él, prometiéndole que escribiré un artículo
exponiendo todo lo que me acaba de platicar.
Espero que quien lea
esto, sepa, si lo desconoce, de las grandes injusticias que existen en este
depredado, explotado país, en donde, como ya he dicho antes, la única “ley”
imperante es la del dinero y de los materialistas intereses de los gánsteres
que nos controlan.
Y que, como Tomás,
millones de trabajadores sufren indignos tratos, falta de prestaciones y
sueldos de hambre que ni siquiera les permiten sobrevivir, sin que tengan que
realizar, forzosamente, otra actividad con la cual completen, por lo menos, una
magra dieta, pues dejaremos de comprar ropa, muebles, zapatos… pero no podemos
dejar de comer.
Sí, a eso se nos ha
reducido, a que nuestros magros sueldos, lo más que nos permitan, sea malcomer.
Ese es el “bienestar”
tantas veces prometido por las sucesivas mafias en el poder. Lindo “bienestar”.