Ecoturismo, pobreza y corrupción en la
Huasteca Potosina
por Adán
Salgado Andrade
Xilitla, San Luis
Potosí. La complicada orografía del territorio nacional, tan montañosa, hace
difícil llegar, desde el Distrito Federal, a Xilitla. Ya sea por la carretera
federal 85, México-Laredo, o por Querétaro y, en seguida, atravesando la así
llamada Sierra Gorda, no se hacen menos de siete horas y media de camino. Sin
embargo, es un viaje que vale la pena hacer, tanto por los lugares
relativamente naturales que se conocen – los que propician el ecoturismo –,
como, también, para darnos una idea de las condiciones sociales y económicas que
prevalecen, así como de la devastación que se sigue haciendo en este
empobrecido, saqueado país.
Debido a los problemas
del ineficiente transporte, decidimos alquilar una camioneta para el viaje. La
agencia se llama Best Rent, en donde nos
rentaron una amplia camioneta Chrysler, Town and Country, para siete pasajeros,
cómodamente sentados, además de la cajuela para el equipaje, con placas de
Jalisco. Cuando pregunté por qué de
ese estado, nos dijeron que “ah, es para que circule todos los días, pero ya
está verificada, así que no los pueden detener”, dijo el empleado que la trajo.
Fue una precaución adicional el preguntar, en vista de que en esta ciudad, cada
vez más contaminada, ya parece un “crimen” circular en automóvil, sobre todo,
que tenga placas de otro estado. El precio que pagaríamos, al entregarla, sería de siete mil cien pesos, claro, si no le
dejáramos ni un rasguño, más un exorbitante “depósito” de cuarenta y cinco mil
pesos, que cubriría algún daño, en caso de que así fuera. Se debe de “pagar”
con una tarjeta de crédito, el que deberá ser mayor a ochenta mil pesos,
indican las amables señoritas
encargadas del papeleo.
Y así iniciamos el
viaje. La mayor parte del recorrido es bastante sinuoso y pesado, debido a la
accidentada orografía de la llamada Sierra Gorda. No se quebraron mucho la
cabeza los diseñadores, los que hicieron el trazo siguiendo los irregulares
perfiles de cerros y montañas, a la orilla de profundos barrancos. Por lo
mismo, es una carretera de un solo carril con muy cerradas, peligrosas curvas,
que si no se tiene la experiencia adecuada de manejo, podría resultar fatal.
Tras poco más de ocho
horas de camino, llegamos a Xilitla.
Jardín en Las Pozas |
Ya me he referido antes
a los problemas de depredación y destrucción severa que ha sufrido toda la
región conocida como la Huasteca, la que abarca una pequeña parte de los
estados de San Luis Potosí, Veracruz, Hidalgo y Tamaulipas. Y seguramente con la
subasta que la mafia en el poder sigue haciendo del país, dicho ecocidio
continuará (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/07/de-visita-y-conversando-en-la-huasteca.html).
Actualmente, ese sitio,
conocido como las Pozas, está abierto al público, lo cual se hizo algún tiempo
después de morir James, y es administrado por un fondo privado, en el que
participan la fundación Pedro y Elena Hernández, la empresa Cemex, y el
gobierno de San Luis Potosí.
Por ser sábado,
temporada vacacional, la fila para entrar al espacio escultórico es larga, más
de doscientas personas esperamos pacientemente el ingreso. Podría pensarse que
por la importancia que tiene y con bastante apoyo, tanto privado, como público,
se pondría más cuidado en ciertos detalles que, como me comentó una persona del
lugar, dejan mucho qué desear de un sitio que es, incluso, muy famoso a nivel
internacional y atrae turismo de otros países, justo como evidencian varios
extranjeros, alemanes algunos, que esperan, igual que nosotros, pacientemente a
que avance la enorme fila para entrar.
Uno de los detalles es que van y vienen
“presidentes” municipales y ninguno ha tomado la iniciativa de pavimentar el
camino que conduce a las pozas o de hacer un estacionamiento para los autos de
los cientos de visitantes que, sobre todo en periodos vacacionales, acuden a
ese emblemático sitio. “Yo le he dicho al presidente, que es mi amigo, que
pavimente, pero me dice que no, que es obligación de los que administran las
Pozas. Y los que administran las Pozas, dicen que no, que debe de ser el municipio
el que lo haga, así que todos se echan la bolita”, refiere a quien llamaré
Osvaldo.
Pero tampoco se han
preocupado por cosas tan mínimas, como colocar depósitos de basura para toda la
que generan envolturas, vasos desechables, servilletas, bolsas de plástico… que
ocasiona la venta, por puestos callejeros, de helados, bocoles, chicharrones,
elotes y más golosinas. Como está prohibida la entrada con alimentos, muchos de
los que esperan dejan su basura sobre los mostradores de una caseta de madera
que está previa a la taquilla o en donde se pueda, lo cual da un feo y muy
descuidado aspecto al lugar. La entrada actual es de cincuenta pesos, así que
no puede alegarse, como dije, falta de recursos, pues además también recibe el
espacio donaciones, por lo que resulta absurdo que no se coloquen botes de
basura. “Es por la corrupción que hay, que no hacen nada por mejorar las Pozas”,
me dice Osvaldo. “Por eso, cuando me preguntan si recomiendo Xilitla, les digo
que no, que mejor vayan a otro lugar, porque de pueblo mágico, no tiene nada! Fíjate, el presidente que está
ahorita, Javier Pacheco Sánchez (panista), yo lo conozco, estuvo en Estados
Unidos y tiene una empresa de construcción allá que le administra su hija… va
mucho allá, tiene mucho dinero y todavía cobra ciento quince mil pesos al mes
por no hacer realmente nada”. Abundando en la plática, explica que, según los
“políticos”, hay dos tipos de presidentes, los que roban y no hacen nada y los
que roban, pero, al menos, promueven el lugar que “gobiernan”. “Pacheco es de
los que, al menos, promueven Xilitla. Por eso es que casi nunca está en donde
debe de estar trabajando. Y él me lo ha dicho, que en tres años – es lo que
dura el mandato aquí – o se mejora a Xilitla o se le promueve”.
Pienso en lo que me
dijo Osvaldo sobre la clase de “políticos” tan mafiosos que controlan el país
y, de acuerdo con la singular clasificación
de ellos que acabo de escuchar, la mayoría simplemente roban y nada más.
Le pregunto sobre lo
que he leído acerca de asaltos a turistas extranjeros que ha habido en las
pozas. “Como te digo, es porque hay mucho descuido, no hay suficiente
vigilancia. Muchos dicen que porque los turistas andan solos y hasta de noche
con sus cámaras y todo, pero no se justifica. Está mal y eso aleja al turismo.
Y, por desgracia, es de lo que vive Xilitla, pues, si te fijas, es lo que
sostiene al pueblo”. En efecto, han crecido negocios como hoteles, posadas,
cabañas, restaurantes… y más, dirigidos justamente al turismo, que es el sector
que puede pagar cabañas de tres mil pesos por dos noches o paquetes de
ecoturismo de ochocientos cincuenta pesos por persona el día. Aunque dice
Osvaldo que ya se detuvieron a algunos ladrones. Menos mal (ver: http://www.elexpres.com/2015/nota.php?story_id=105405).
Por supuesto que
también la clase de turistas que llegan al sitio, tiene mucho que ver para que
mejore la imagen, pues no todos dejamos la basura sobre los mostradores. Y
siempre habrá algunos que piensen que están entrando a una cantina y comiencen
a hacer desmanes, como tres jóvenes, de unos veintitantos años, quienes estaban
tomados y, por tal condición, se pusieron a agredir y golpear a uno de los
vigilantes del lugar. Los tres tipos salieron precipitadamente, corriendo, pero
fueron alcanzados por la policía y detenidos. Ese tipo de comportamiento tan
deleznable es típico entre la gente que piensa que a todos los lugares a los
que vaya, le soportarán que se alcoholice o que se drogue y que así, ebrio o
drogado, se comporte como un verdadero imbécil. Es parte de la pérdida de
valores que estamos viviendo.
Osvaldo platica también
de la policía, la cual, de elementos fijos, son unos 40, pero que los
eventuales, llegan a más de cien. “Es un problema con los policías, porque
tampoco saben tratar al turista. La otra vez, por ejemplo, le quitaron la placa
a un turista que porque se había estacionado en lugar prohibido. Y que llego,
enojado, y que le pregunto que en dónde estaba el disco de prohibido estacionarse. Y me insistió en que allí estaba prohibido
y yo le vuelvo a reclamar que si no había disco, que no estuviera chingando,
que por qué no infraccionaba a los ricos, que ésos se estacionan en donde
quieren y no les hacen nunca nada. Claro, pues son los que costean las campañas
de los presidentes, así que son intocables”. Se refiere Osvaldo a las cinco
familias que, según él, dominan Xilitla. “Mira, en Xilitla hay mucho dinero,
pero está mal repartido, en unos cuantos. Lo que sí es que el gobierno dice que
hace esto, que lo otro, pero la pobreza sigue en aumento, cada vez hay menos
trabajo. La otra vez iba a venir una funcionaria, no recuerdo su nombre, y
querían vestir a los niños con trajes típicos, que para que esa señora los
viera, y el gastadero que hacen en esas cosas y que les digo que para qué
gastaban tanto dinero, que mejor se los dieran para comer a tanta familia pobre
que hay aquí”. Tiene razón, pues no debe un municipio desvivirse por la llegada
de un mafioso funcionario, cuya obligación sea ayudar a la comunidad, ni se
tienen que mostrar a los niños como curiosidades
autóctonas para ablandarle el corazón. Pero así acostumbran a lisonjear, a
adular las “autoridades” municipales, cada que un mafioso “funcionario” federal
acude a verlos, como si les hiciera un gran favor.
Osvaldo tiene tres
camionetas colectivas, que trasladan al pasaje desde Xilitla, hasta el crucero
con la carretera que va para Tamazunchale, distante unos catorce kilómetros, y
viceversa. El pasaje es de quince pesos, elevado, si, como me han dicho, la
gente gana entre 120 y 150 pesos por día; es un gasto excesivo para su precaria
economía. Sólo se encoge de hombros. “Pero cuando hay muchos tours, las rento
en dos mil pesos a los que los organizan”. Dice que a veces también lo
contratan como guía y, entonces, le pagan además por conducir y mostrar los
sitios turísticos.
Cuenta que se fue a
trabajar en el año 2005 a Estados Unidos (EU), a Nueva Orleans, no como ilegal,
sino que fue una empresa al pueblo a ofrecerles trabajo, así que iba contratado.
“Llegué un mes después de que el huracán Katrina golpeó Nueva Orleans. De
verdad que daba tristeza ver todo arrasado, en serio, rebasó la capacidad de la
ciudad para reconstruir. Yo trabajé en una empresa que estuvo llevando la
madera para construir casas, iba de ayudante del chofer y, cuando llegábamos al
lugar, descargaba la madera… pero, sí, estuvo muy feo eso”. Como ganaba doce
dólares la hora, buscó Osvaldo cómo hacer para aumentar su salario, así que
tomó un curso de seis meses que se ofrecía para aprender a soldar. Gracias a
ello, pudo entrar a astilleros, soldando las estructuras de los barcos. Uno de
ellos, Norteamérica y, el otro, Bollinger, en donde su salario saltó a
veintidós dólares la hora. “Sí, ganaba muy bien, hasta mil quinientos, mil
seiscientos dólares semanales. Pagada seiscientos de renta mensual, así que me
quedaba buen dinero para ahorrar y mandar acá”. De hecho, fue gracias a su
estancia allá, que reunió suficiente capital para dedicarse a lo de las
camionetas. “Eran muy estrictos. Una vez, un supervisor me cachó que no traía
puestas las gafas para soldar y que me corren de la empresa”, refiere Osvaldo,
“tenías que usar careta, gafas y mascarilla, pero las gafas se nublaban con el
aliento, y era más difícil soldar, por eso se me hizo fácil quitármelas, ¡pero
que me corren! Y, también, si veían que no estaba bien hecha tu costura de
soldadura, tenías que quitarla con el esmeril y volverla a hacer. Luego, hice
la prueba para entrar a soldar a una empresa que hacía cruceros de lujo, pero
allí son mucho más estrictas las normas. Ni lo pasé”, abunda. En el 2008 sufrió
un grave accidente de moto, que le llevó más de seis meses recuperarse. “Aquí
no respetan a los motociclistas, de verdad, un camión se me cerró y yo iba
rapidísimo, en un arrancón, así que no pude frenar. Tengo quince puntadas en el
abdomen, tornillos en las mandíbulas y no puedo hacer ejercicio durante diez
años. Dice mi amigo que fue un milagro que sobreviviera”, agrega, serio, quizá
recordando la gravedad del accidente. Por eso ya no regresó a EU. Ahora tiene
la “espinita” de volver, pero ya no ha regresado a Xilitla la empresa que lo
contrató en el 2005. “Dicen que fue por los agentes que mataron en la frontera,
así que aquí tenemos que pagar las consecuencias”, declara, irónico. Se refiere
a dos policías de inmigración estadounidenses, que fueron balaceados en una
carretera de Monterrey en el 2011 (ver: http://www.univision.com/noticias/noticias-de-mexico/dos-agentes-de-inmigracion-de-estados-unidos-fueron-baleados-en-mexico).
Hay que ver cómo
resaltan esas muertes los estadounidenses, mientras que ellos minimizan las de
los cincuenta connacionales asesinados por agentes de inmigración allá desde el
2010 (ver: http://regeneracion.mx/van-50-mexicanos-muertos-por-la-migra-desde-2010/).
Escultura en las Pozas |
Luego de esa visita,
comemos-cenamos aceptablemente en un restaurante llamado “La casa vieja”, en
donde ensaladas y enchiladas típicas del lugar son servidas.
La faena de ese día
termina en una cabaña rústica, en medio de un cafetal, que hemos alquilado en
la posada “La Pagua” por poco más de tres mil pesos el “paquete” de dos noches
(como ya lo he dicho, aun el ecoturismo, por llamarlo de algún modo, es caro).
Tiene tres camas, dos tapancos con colchonetas, baño, refrigerador, microondas
y una cafetera. Es una alternativa adecuada si se quiere salir algo del
tradicional cuarto de hotel… claro, si se está dispuesto a compartir colectivamente
el baño y si se quiere renunciar en algo a la intimidad, tomando en cuenta que
somos seis los que nos hospedamos en ese momento. Pero algo se debe de
sacrificar si se desea vivir un turismo distinto al típico, ¿no?
Al siguiente día,
domingo, a las cinco y media de la mañana (la hora acordada era a las cinco en
punto, pero, ya ven, es la típica puntualidad mexicana), iremos al que llaman
Sótano de las Golondrinas, ubicado en el poblado Unión de Guadalupe, municipio
de Aquismón, también en san Luis Potosí. Es parte de los recorridos organizados
por MundoXtreme, una agencia de
ecoturismo, la que por “módicos” ochocientos cincuenta pesos por persona y por
tour, se encarga de todo lo relacionado con las actividades que realizaremos
ese día, como traslados, entradas a los sitios y equipo necesario, menos la
comida. “Antes, incluíamos el desayuno, pero la gente comenzó a quejarse de que
les imponíamos comer sólo una cosa que no les gustaba y por eso, mejor, ya la
comida es por cuenta de ustedes”, dice Guillermo, el encargado por ese día de
trasladarnos a los lugares. Es evidente que también porque resulta caro comer
en alguno de los sitios elegidos, pues, por ejemplo, un filete de pescado, muy
austeramente servido, cuesta ochenta pesos (más del valor de una comida corrida
en la ciudad de México, digamos). En fin, que hay que hacer ese consumo extra,
para ayudar a los negocios locales, debe de pensarse.
Guillermo platica que nació
en Xilitla y que desde hace unos diez años se dedica al ecoturismo y que le va
muy bien. “La verdad es que sí me ha ido bien”, afirma. Tiene un socio y han ido
creciendo poco a poco. La camioneta en la que nos transporta es nueva, una
Nissan, modelo Urban, como la que emplean los taxis colectivos en varios
lugares. “La compramos al contado. Nos costó cuatrocientos treinta mil pesos.
Es que es mejor, pues los intereses te suben bastante el precio”, dice, Pues sí
que debe de ser buen negocio el ecoturismo, pienso. “De verdad que me va bien…
en serio, me gano entre treinta y cuarenta mil pesos al mes… bueno, cuando es
temporada, porque, cuando no, pues hay que vivir de los ahorros, ¿no?”. O de otras
actividades, como la que realiza su esposa, que es la encargada de la
cooperativa de una escuela. “Sí, te va bien con la cooperativa, nada más le das
a la escuela una cuota mensual y lo que quede es para ti”, dice. Por eso es que
son tan peleadas las cooperativas escolares, vuelvo a reflexionar.
Curiosamente, todos los
hombres con quienes platiqué, tienen su historia de trabajo en EU. La falta de
oportunidades laborales en este país, pero sobre todo en las zonas rurales, es
la causa de esa tradicional práctica. De hecho, las remesas que nos llegan de
los paisanos que laboran allá, son la segunda entrada de divisas, lo cual, para
nuestra maltrecha, cada vez peor economía, es un gran alivio (ver: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/02/economia/017n1eco).
“Yo iba de vacaciones,
pero me quedé a trabajar allí, de pintor. No me iba tan mal, ganaba doce o
trece dólares la hora. Pero, fíjate, los mexicanos que te dan trabajo allá, son
más negreros que los mismos gringos, en serio. Yo estuve trabajando con unos,
pero no les aguanté, te tratan muy mal y te pagan poco o ni te pagan. Con el
que mejor me fue, fue con un negro. Con él, nada más me daba la pintura, me
decía lo que había que hacer, y ya, no que con los mexicanos, todo te andaban
cuidando, que no desperdiciaras pintura, que pintaras bien… ni porque era su
paisano, me trataban bien”. Lo que platica Guillermo es algo que ya he
escuchado antes, que el trato de los “pochos”, como les llaman a los mexicanos
residentes allá, es muy discriminatorio, quizá porque sienten que les quieran
quitar sus empleos. Pero es absurdo, producto de nuestra herencia colonial
maldita, que acabó con la solidaridad entre nosotros, sembrando desconfianza y
egoísmo.
Tres años se la pasó
por allá, entre 1999 y el 2002, en Carolina del Sur. Su segundo hijo nació
allí, en el 2001, de su segunda esposa, que fue con la que estuvo por allá.
“Con la primera, tengo una hija de dieciocho años, que quiere estudiar
educación especial”, agrega. Y su hijo, mejor se quiere ir a EU. “Pues si él
quiere, le ayudo. Por mí, no hay problema”, afirma. Lo bueno es que Guillermo
estaría en posición de ayudarlo. Pero, además, que tenga la ciudadanía, no le ocasionará
ningún problema, como que deba de irse de ilegal o, como Guillermo, quien
estuvo refrendando su visa como turista. “Es que cada que alguien venía, pues
le pedía que me dejara en el buzón la visa vencida, y así parecía como si yo
hubiera salido del país. Entonces, podía solicitar renovación… bueno, pero eso
fue hasta lo de las torres gemelas, pues de allí, ya te pedían papeles por
todo”. En efecto, luego de los muy sospechosos derribos de las torres gemelas,
muchas cosas cambiaron, sobre todo hicieron que los estadounidenses se hayan
vuelto mucho más paranoicos, además de que la lucrativa industria del miedo se
ha beneficiado mucho de la así llamada “amenaza terrorista” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/la-amenaza-terrorista-el-nuevo-gran.html).
Platica que una vez
tuvo que pintar una casa para chinos. “La recámara era color peptobismól – dice, sonriendo,
refiriéndose a ese singular color rosáceo de ese medicamento estomacal –, pero
el resto de la casa la querían roja, así, chillante. No te miento, pero le
dimos como seis capas y no quedaba, aparecían las resanadas. Entonces, vamos
con el de las pinturas, y que le preguntamos qué podíamos hacer. Y ya que nos
dice que pintáramos todo de negro, primero, y luego, el rojo. ¡Y fíjate que sí
quedó y muy bien. Así que cuando
quieras pintar algo bien rojo, primero píntalo de negro!”, dice, entre risas.
Ese evento, el 9/11,
como lo nombran en EU, le cambió sus circunstancias. “Antes, me infraccionaban,
y yo me hacía tonto, porque no me pedían papeles, ni nada, pero luego ya fue
más difícil, ya no me pude zafar. Y si regreso, pues allí tienen esas
infracciones, y hasta me pueden encarcelar”. En efecto, algo que tienen los
estadounidenses es guardar todo, al menos de 1990 para acá. Platica que conoció
a un israelí un día que fue de ecoturismo a Xilitla, quien le contó que hacía
tiempo trabajaba en un barco mercante que ancló en Nueva York. Bajaron del
barco de compras, pero por demorarse más de lo debido, él y otros marinos no
pudieron llegar a tiempo cuando el barco zarpó. Tuvieron que dar aviso a su
embajada, para que los repatriaran. Veinte años después, solicitó visa
estadounidense ese israelí, pero le dijeron que no se la daban pues había
cometido un serio delito. Como no
recordara, el cónsul, que era japonés, se compadeció de él y le dijo cuál era
la falta, no haberse embarcado a tiempo y haber permanecido como “ilegal” en
EU. Tuvo que pedir perdón por su “fechoría”, y ya fue que le concedieron la
visa. Lo peor es que los estadounidenses no recuerdan todo el daño que ellos
han hecho al mundo con tantas invasiones militares que han perpetrado.
Ni tampoco les urge
promulgar una ley que legalice a tantos indocumentados mexicanos que han
contribuido con su trabajo a la mejoría de ese país y que, a la primera falla o
captura, los regresan, sin importar que muchos hicieron patrimonio, vida y
familia allá. Claro, es mejor tenerlos así, ilegales, pues les pagarán menos
salario y los tendrán siempre asustados, a la sombra, sin que puedan reclamar
malos tratos o bajos sueldos.
Llegamos a Unión de
Guadalupe, por fin, tras unas dos horas de camino desde Xilitla. La entrada
cuesta treinta pesos, que está incluida en nuestro paquete. De todos modos, es
módica. Un letrero de “Oportunidades, gobierno federal”, se ostenta en la
entrada, así, como dando a entender que es un gran logro lo que se ha hecho
para desarrollar ese sitio, en donde está, como dije, El Sótano de las
Golondrinas. Hay que descender varias decenas de escalones para llegar al
sitio. En la entrada, lugareños ofrecen largos palos de madera para ayudarse al
regreso. “Los van a necesitar, en serio, para subir”, dice un niño con manchas
de anemia en su rostro serio. Dice que es “voluntario” lo que se le quiera dar.
Por si las dudas, le alquilo uno y le doy diez pesos a cambio.
El Sótano de las Golondrinas |
Diariamente, con algo
de paciencia, es posible verlos salir por miles. Según dicen los lugareños,
viajan tan lejos como Tampico. Y regresan al anochecer, a meterse de nuevo en
la cueva. “Pues según investigadores, nos han dicho que hay unos dos y medio o
tres millones de esos pájaros. Pero, imagínate, cuando regresan, ¡cada uno sabe
dónde está su nido!”, exclama Guillermo. Sí, para sorprender a todo mundo algo
así (ver: https://www.youtube.com/watch?v=6zySyUWe5tc).
Según él, fue durante al calderonato que el sitio se dio a conocer más.
“Sí, cuando Felipe Calderón era presidente, vino y hasta rapeleó. Sí, ya fue que construyeron las escaleras, porque antes de
eso, estaba aquí todo resbaloso para bajar, lodoso, te caías a cada rato.
Incluso ya se han filmado películas aquí, como la de Punto de quiebre”, agrega
(ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Point_Break_(2015_film).
Gracias a eso es que los lugareños se procuran un magro ingreso. Como
ya señalé antes, las comunidades que son agraciadas con sitios “turísticos”,
tienen una relativa, cuestionable ventaja sobre las que no tienen nada qué
ofrecer. Aun así, su situación no es óptima, como constato cuando platico con
Antonia, la chica que atiende los baños del sitio.
Estos baños son letrinas a las que se adaptan excusados y aunque
pudieran parecer rústicos para los usuarios, estoy seguro que para los
habitantes de Unión de Guadalupe son un verdadero lujo, que se ofrece de la
mejor manera posible a los visitantes. El costo es de cinco pesos. “¿Entra
mucha gente al baño?”, le pregunto a Antonia. “Ahorita, sí, porque es temporada
de vacaciones, pero cuando no, pues ni me dan el trabajo”, responde, algo
recelosa. Le pregunto que si nunca ha habido accidentes, de alguien que se haya
caído al “sótano” y me responde que hace tiempo un hombre que “estaba
rapeleando le dio un ataque al corazón y por eso se cayó”, pero, fuera de eso,
no han tenido problemas. Alguien escucha la conversación y pregunta sorprendido
“¿¡Qué, que le dio un ataque!?”, y ya le contesto que seguramente ese hombre
tenía muy altos sus niveles de colesterol y triglicéridos y que pasa cuando
pasa. Asiente, reflexionando, “¡Ándale, sí, mira – abre una bolsa de mano y me
muestra un medicamento –, yo tengo elevados los triglicéridos y por eso tengo
que tomar esto!”, exclama. Y ya le digo que coma menos carne, menos harinas, y
más verduras, ensaladas, fruta y que haga ejercicio… lo que tendría que realizarse
realmente para mejorar la salud. Pero en esta agitada existencia, lo que menos
cuida la gente es la dieta, sobre todo, frente a tanta nefasta influencia de
comida procesada chatarra y engordante, que es la que domina nuestros malos
hábitos alimenticios (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2010/08/la-muy-lucrativa-adictiva-engordante-y_01.html).
El hombre se retira y sigo platicando con Antonia. Ya, en el transcurso
de la conversación, es que la chica parece desahogarse de los problemas que
padecen ella y los otros jóvenes, tanto mujeres, así como hombres de la
comunidad. Me dice que tiene 19 años y que terminó la preparatoria en Aquismón.
“Como no pagamos, pues podemos hacer la prepa y porque nos dan una beca de Oportunidades”, dice, refiriéndose a ese
programa estatal que da sólo dádivas, para que la gente humilde sobreviva.
Salió con buen promedio, de 8.5, a pesar de sus limitaciones, pues me
platica que son caros los libros y tenía que quedarse en la biblioteca de la
escuela todos los días. Cobrando las entradas de los baños, le pagan de 120 a
150 pesos por día. “Es que depende de la gente que entre”. El dinero que junta,
dice que es para la comunidad, que es “para lo que hace falta”, así como las
entradas al sitio y la cuota que les cobran a aquéllos lugareños que venden
alguna cosa, tales como artesanías o alimentos. Está con su hermana pequeña,
Rosalba, quien dice tener nueve años, pero parece mucho más chica, de unos
seis, quizá también por la mala alimentación. Le pregunto a Antonia si va a
seguir estudiando y me dice que no puede, pues ya para una carrera no hay
apoyos o becas. “Mi papá es jornalero y no tiene para pagarme la escuela. Fui a
inscribirme a una particular, a estudiar pedagogía, pero como no tengo para la
colegiatura, ya no voy, sólo fui una semana”, me dice, con desasosiego. Su papá
es campesino, y tiene unas tierras, dice, en donde siembra café. “Pero hace dos
años, cayó una helada y quemó el café y tarda en volver a reponerse”, declara.
Dice que tiene seis hermanos, y que uno de ellos, de veintidós años, de chico
lo picó algún insecto y no puede caminar bien desde entonces. “No puede hacer
nada, ya lo llevamos a varios hospitales, pero dicen que no pueden curarlo”.
Claro, si cuando le picó el insecto, su hermano hubiera tenido la atención
adecuada, probablemente estuviera saludable, pero, ya ven, en este país la
salud es para los que tienen recursos pues las instituciones públicas, tan
carentes de recursos – excepto policías, ejército y marina, claro –, no ofrecen
servicios médicos eficientes. Muchas “clínicas” no tienen medicamentos o, peor
aún, personal médico. Ah, pero la mafia en el poder se jacta de tener un
“sistema nacional de salud”.
Y agrega que la falta de
oportunidades de estudio o trabajo es lo mismo para todas las muchachas y
muchachos de allí, que una vez que concluyen la preparatoria, ya no hay más qué
estudiar y se deben de poner a trabajar, claro, si es que hayan trabajo.
“¿Pero, entonces, qué quieres hacer, Toñita?”, le pregunto, lo más amablemente
posible. “No sé, no hay nada qué hacer, yo quisiera seguir estudiando, pero no
hay nada qué hacer aquí, más que trabajar”, dice, pensativa, su rostro
reflejando desesperanza. “¿O te quieres casar?”, insisto. “No… no… yo quisiera
seguir estudiando”, responde, resignada. “Sí, muchas de mis amigas es lo que
quieren, casarse y ya, pero yo no, yo quiero seguir estudiando”, dice, y se me
parte el corazón. Porque ¿qué decirle, cómo hacer para que Antonia pudiera
seguir estudiando? Y entonces, ¿de qué sirve que estudien el bachillerato, sólo
porque es “obligatorio”? Más parece un simple distractor para millones de
jóvenes, como Antonia, que una vez concluido, carecen de expectativas para
seguir estudiando, ni siquiera para tener un trabajo adecuado. Antonia tiene
suerte, digamos, de que le hayan dado el trabajo de cobrar la entrada a los
baños, gracias a que por el Sótano de las Golondrinas, Unión de Guadalupe
ofrece “atractivo” al turismo, como ya señalé, aunque tampoco sea una real
solución para superar la marginación económica y social que se vive allí.
¿Y las comunidades que no tienen nada qué ofrecer? Pues seguirán
marginadas y olvidadas. Y es cuando recuerdo el letrero tan pomposo que está a
la entrada del lugar, lo de Oportunidades
y pienso ¿oportunidades de qué, de
que el turista deje una dádiva para que los lugareños sigan sobreviviendo, que
vea las “maravillas naturales”, incluida la pobreza
y que incluso ésta sea lo “pintoresco” del lugar?
No, de ninguna manera es una solución eso que veo, convertirse en una
“atracción turística”, pero para la mafia en el poder, sí lo es, y es una
manera de curarse en salud, sin que
realmente se resuelva nada. Lo constato con la gente que está a lo largo del
recorrido con sus pequeñas mesas sobre las que venden algo, como ropa,
artesanías, alimentos. Me acerco a una mujer de unos sesenta años, la que vende
agua de maracuyá. Se llama Matilde. “¿Vende mucho, señora?”, le pregunto.
“Bueno, cuando viene gente, como ahorita, más o menos”, dice, mientras me sirve
un vaso de agua de maracuyá en un vaso plástico, por el que le pagué diez pesos.
“Es que esto lo vendo para ayudarme, pues aquí no hay trabajo, ni nada qué
hacer”, declara. Dice que ella lo siembra, que crece como enredadera, alrededor
de los árboles. Más adelante, otra mujer, más o menos de la misma edad, vende
bolsas de café que ella cultiva, cosecha y muele. Son de unos doscientos
cincuenta gramos, en treinta pesos. Se llama María. “Pues con esto me ayudo,
porque no tenemos trabajo aquí, ni nada qué hacer”, me vuelve a repetir a mi
pregunta de cómo le va con el café, cuando le pagó un par de bolsas, el que,
por cierto, al probarlo, más tarde, en la cafetera de la cabaña en donde nos
hospedamos, resulta muy bueno.
Esa pobreza, esa marginación, representan el contraste de lo turístico con la realidad social tan
dura que se vive allí (y en casi todo este depredado, saqueado país). Y por eso
se entiende que los lugareños no sonrían, mostrándose de alguna forma fríos con
los visitantes, pues éstos los ven como parte del turístico espectáculo.
Eso que veo, sólo confirma los índices de pobreza y marginación tan
altos que existen en las Huastecas, en donde, de acuerdo con cifras del 2014,
para la potosina, se indica que 49.1% de la población sufre pobreza, 24.3% es
población vulnerable por carencias sociales, 7.6%, es vulnerable por bajos
ingresos y sólo 19% de la población no se considera pobre (ver: http://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Sanluispotosi/Paginas/pobreza-2014.aspx).
Esos índices fácilmente los podemos generalizar para todo este país, en
donde ochenta millones de mexicanos son pobres. Ah, pero existe Oportunidades.
Salimos del lugar, devuelvo el bastón que, en efecto, me ayudó a subir,
sobre todo en las partes aun resbalosas, y nos dirigimos a Aquismón para
desayunar. Allí, los precios son razonables, pues por las enchiladas con cecina
o huevos con tocino para seis personas, con café y refrescos, pagamos
cuatrocientos cincuenta pesos. Más o menos lo que costarían en la ciudad de
México.
Ya comidos y descansados, continuamos el tour. Varias de las calles de
Aquismón están cerradas, pues como son las fiestas del lugar, irá a dar un
concierto esa compositora de misándricas melodías, insultadoras de las “ratas
de dos patas”, nada menos que Paquita la del Barrio, tan gustada no sólo por
las damas, sino por los machos a los
que dirige tan singulares reclamos. Y por espectáculo así es que los duros
“representantes de la ley” tienen secuestrado Aquismón, para que por la tarde
de ese domingo el circo fluya y la consecuente paz social.
No puede evitarse pensar en la situación de con qué poco distraen a la
gente y la mantienen apaciguada. Circo, pero no pan.
Río Tampaón |
Ese río se alimenta del río Gallinas y supuestamente aguas abajo se une
con el Pánuco y es posible llegar hasta Veracruz y al mar, como nos comenta más
tarde Primo, el lanchero que nos lleva en su canoa a hacer el recorrido.
Salimos del embarcadero La Morena, a pleno sol, en una lancha que lleva
a unas veinticinco personas, algunas de las cuales, si les apetece, se ponen a
remar aguas arriba, en dirección a la cascada, distante a una hora y media.
Como dije, Primo es un simpático lanchero, de muy quemado rostro, pero
bastante risueño y platicador. Nos anima a todos a remar, junto con él, para
que lleguemos más rápido a donde se yergue la cascada Tamul, a unos cuatro
kilómetros aguas arriba. El paseo es realmente divertido, pues, además de la
experiencia de remar, de repente nos encontramos con otras lanchas que van de
regreso y comienza la “guerra” de las mojadas. Por eso se nos advierte de
llevar ropa para mojarse, así como tenis o zapatos adecuados para tal fin. Y
nada de celulares o cámaras, a menos que sean realmente contra agua.
Mientras remamos y ocasionalmente recibimos unas buenas mojadas
(respondiéndolas todas y todos los que vamos en la lancha), Primo platica que
esas lanchas ellos las mandan a fabricar con un señor del pueblo, “que es el
único que le sabe bien a eso”. Salen en algo así como treinta mil pesos, pero la
suya, en particular, es de cedro blanco, que él mismo, Primo, va
comprando, pues es más resistente que otras maderas. “Con cedro, te dura una
lancha hasta cinco años, pero no más, pues se van desgastando, es lo más que
duran, sí, porque se va pudriendo la madera, por mucho que la cuides. Yo la
pinto dos veces al año y por eso la ves así, que no se le mete el agua, ni
nada”, comenta, mientras sigue remando, incansable. Y vaya si es importante que
no se les meta el agua a las lanchas, porque, si de por sí, con las mojadas, aquéllas
hacen agua, si, encima, se cuela por las rendijas que tengan, puede significar
un repentino hundimiento, como, en efecto, presenciamos más tarde, que una
lancha se fue hundiendo rápidamente, por fortuna, sin consecuencias fatales que
lamentar, gracias a los chalecos que todos, por fuerza, debemos de llevar, para
que flotemos si caemos al agua, aun sin que se sepa nadar. Eso, sí, que todas
las pertenencias, como bolsas o celulares, se les mojaron a esos que corrieron
con la mala suerte. “¡Se llama Pancho Villa ese lanchero, como el de la
revolución, para que no se vayan a subir en su lancha!”, exclama Primo, con
cierta preocupación. Supongo que porque es algo negativo para su actividad.
También platica que
cuidan mucho de que la gente no saque las manos, por los frecuentes choques con
las otras lanchas. “El otro día, una señora iba con su niño, como de tres años,
y ella iba aviente y aviente agua, y el niño iba sacando la cabeza y la señora
ni cuenta se daba, hasta que la abuela del niño, que vio el peligro, que mete
sus manos para jalarlo, pero no alcanzó a quitar una y que se lleva un machucón
en sus dedos… ¡pobre señora!”, refiere Primo esa anécdota. Y es que, en efecto,
un golpe como ése, tan duro, pudiera dejar inservibles los dedos, si no es que
cercenarlos. Así que, como en todo, también el ecoturismo presenta sus riesgos.
Platica que se gana unos dos mil pesos por viaje. “Sí, es que se cobran
cuatrocientos por persona si son pocos y ya, cuando son más, que vamos llenos,
pues doscientos, pero si ustedes regresan, pues les cobro doscientos, los que
sean”, dice. Claro, esos dos mil pesos son duramente ganados, pues se la debe
de pasar a pleno rayo del sol remando e, incluso, en una parte en donde el río
es muy bajo, debe remolcar la pesada lancha, caminando sobre el rocoso fondo.
Además, eso es sólo si tiene trabajo. “Es en vacaciones cuando tenemos trabajo
los setenta cooperativistas que somos”, dice. Por eso, cuando no salen viajes,
Primo platica que cría borregos y marranos y que los vende o los mata él mismo
y vende la carne o hace barbacoa, pues “así, le sacas más”. Su esposa, vende
gorditas y quesadillas en el embarcadero. “Pero hoy no pudo venir, porque tuvo
que arreglar unas cosas, pero viene casi todos los días”. Tienen cuatro hijos,
la mayor, de quince años, así que se deben de esforzar los dos para sacarlos
adelante. “Pues está duro, porque cuando no sale, tus hijos de todos modos deben
de comer, y ni modo que les digas que ‘hoy no hay dinero, hijos’, no, tú debes
de cumplir con mantenerlos hasta que crezcan. Ya, si de plano no sale, me vengo
en mi lancha chica a pescar en las noches y ya saco que los ocho, los diez
kilos de pescado, para la semana y con eso comemos”. Dice que hay varias
especies, como tilapa, mojarra, carpa, bagre… y que no hay, por fortuna,
cocodrilos o alguna especie que pudiera atacar a alguien. Le pregunto que por
qué y me responde que “es porque el fondo del río es rocoso, así como ves las
orillas, todo es rocoso, no hay arena, ni fango y es lo que necesitan los
cocodrilos, por ejemplo”. Así que el río es muy seguro, además de que,
increíblemente, está muy natural y limpio aun, lo cual es sorprendente, sobre
todo porque está relativamente cerca de la ciudad de México. Tampaón significa
que “corta cerros” y asegura Primo que como están muy escabrosos los que rodean
la río, por fortuna, no se puede vivir allí y que todavía hay mucha fauna
salvaje, como jabalíes, jaguares, linces, monos… y otros más. Pues hay que
agradecer que por tanta escabrosidad, el sitio se conserve bastante natural
aun. Por eso se oponen a emplear motores para las lanchas, como algunos han
sugerido. “No, imagínate, qué chiste tendría eso, además de que ensuciaríamos
el río con el aceite y la gasolina de los motores. No, por eso, no hemos
querido y no vamos a querer”, afirma, tajante, lo cual es bueno, pues realmente
se interesan por proteger ese río, que, a fin de cuentas, es el patrimonio que
les permite tener, de vez en cuando, un ingreso, aunque sea magro.
Cascada en Río Tampaón |
Acompaña a Primo en ese
momento su hermano. “Se llama Félix… pero le cuesta trabajo trabajar, porque
hace tiempo se fracturó un pie y trae tornillos y placas, pero, ni modo, tiene
que chambear en algo mi hermano”, dice. ¿Cuánta gente tiene que hacer lo mismo,
que a pesar de que tenga limitaciones físicas, debe de seguir trabajando, pues,
de lo contrario, no tendrá ningún sustento? Millones, seguramente.
Y no me sorprende que
también Primo platique de que estuvo en el 2005 en EU. “Sí, estuve en la
Flórida – dice, acentuando la palabra en la “o”, como se pronuncia en EU – y en
la Luisiana. Trabajé en la construcción, como tres años. Sí, y les mandé dinero
a mi familia, y ya con eso fuimos construyendo la casita donde vivimos y otras
cosas que hacían falta. Pero, como no tenía papeles, pues mejor que me regreso,
porque estaba duro y estaban agarrando a mucha gente. Cuando llegué allá,
acababa de pasar lo del Katrina… sí, estuvo muy feo, pero por eso había tanto
trabajo, porque tenían que reconstruir tanta casa que se destruyó por el
huracán”, comenta. Su historia, como ya he señalado antes, es la misma de tanto
indocumentado, no sólo de México, sino de otros países, quienes a pesar de todo
el tiempo que se la pasaron allá, no tuvieron la mínima oportunidad de ser
legalizados o reconocidos, de alguna forma, para que, al menos, no los
persiguieran policías o agentes migratorios, dándoles muchas veces trato de
animales rabiosos, por la forma tan inhumana en que los encadenan (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/12/como-animales-rabiosos-se-trata-los.html).
Así que Primo es igualmente otro ejemplo de lo duro que es ganarse en
esos lugares un precario sueldo, también gracias, insisto, a que en su
comunidad existe ese río y esa cascada y son “atractivos turísticos”. Pero, en
donde nada hay, sólo se ven unas cuantas casas, al lado de la carretera, con fantasmal
gente de resignado, curioso mirar, viendo a los autos que pasan por allí.
De regreso, hacemos escala en lo que llaman La Gruta, que es una cueva
natural, que contiene un lago de más de cuarenta y cinco metros de profundidad.
“De seguro conecta con un río subterráneo, pues no le han visto el fondo”, dice
Primo. Algunos, aprovechando la corriente río abajo, se dejan deslizar, flotando
gracias a los chalecos, en la suave corriente. Y nos estamos una media hora
nadando en la cueva, hasta que Guillermo nos dice que ya es hora de regresar.
Luego, vamos a comer los platillos que antes de embarcarnos, por
recomendación de Guillermo, habíamos ordenado en una fonda que está a la
entrada del sitio. Como ya dije, la comida en los restaurantes “turísticos” es
cara. Lo peor es que, a la hora de las cuentas, la chica, no sé si mal
intencionadamente, las hace mal, y de algo que había yo calculado que pagaría
unos quinientos cincuenta pesos, de repente nos dice que eran casi novecientos
pesos. “No puede ser”, reclamamos al unísono. Hace de nuevo la suma e insiste
en que son casi novecientos pesos. Ya, entrados en la discusión, le multiplico lo
de los cinco filetes, los que tuve la precaución de preguntar su precio y que
eran a ochenta pesos, y un coctel chico de camarones a cien pesos, lo cual suma
quinientos pesos. Los refrescos, le
preguntamos el precio, y cuestan entre diez y quince pesos, así que la cuenta
final es de quinientos cincuenta y cuatro. Bastante diferencia, como se ve. Y quiero
pensar que no haya sido intencional, que no sea una generalizada práctica para
cobrar de más a los cándidos turistas que no hacen cuentas, sino que, de plano,
se haya debido a que la chica no sepa sumar (las cuentas las hizo a mano).
Bueno, si fue eso, son deficiencias educativas, ¿no? Quizá por eso la mafia en
el poder insiste en imponer una mal llamada “reforma educativa”, para que sepa
la gente realizar cuentas, aunque pierdan toda sensibilidad y sentido común al
hacerlo.
Dos horas más tarde, estamos de
regreso en Xilitla, habiendo todo el tiempo disfrutado del aire acondicionado
de la Urban, muy aliviador en esos momentos de calor, con una temperatura
exterior de treinta y seis grados. Y acomodándonos en la cabaña nuevamente, nos
preparamos para el siguiente día, el último del recorrido ecoturístico (una
noche más en la cabaña hubiera elevado la cuenta mil pesos, pero, también, el
tiempo lo teníamos limitado).
De nuevo, a las cinco de la mañana, para que nos rinda el día, ahora es
Osvaldo el que nos lleva a la presa de Micos, en donde efectuaremos
desafiantes, excitantes saltos de cascada (ver: https://www.zonaturistica.com/atractivo-turistico/355/cascadas-de-micos-ciudad-valles.html).
Otra vez, por “módicos” ochocientos cincuenta pesos por cada uno, que
pagamos justo antes de que comience la emoción extrema – ¡el precio pagado es
también parte de lo extremo!, se
podría pensar –, luego de unas dos horas de camino, enfilando hacia Ciudad
Valles, experimentaremos nuevamente el ecoturismo.
Llegamos hasta un sitio en donde nos recibe un alto, moreno, sonriente
hombre, llamado Lázaro, que será el avezado guía por esos hidráulicos
intrincados. Nos da la mano, muy amable, y de su vehículo saca los chalecos que
por fuerza debemos de llevar, para sobrevivir a los jaleos que vendrán. Es
importante, indica, que queden bien ajustados, “para que no se les salgan”.
Osvaldo nos proporciona los cascos, también necesarios para los desafiantes amateurs de salto de cascada
que están por iniciar el ecoturístico desafío.
Ya, bien enchalecados y encascados, nos subimos al auto de Osvaldo de
nuevo – una van Toyota – y avanzamos unos trescientos metros.
Llegamos hasta la entrada de lo que son unas instalaciones de la CFE,
de donde nace el río Micos. Si eso alguna vez produjo electricidad, ahora,
desde la privatización de la producción hecha durante el calderonato, se ha
convertido en un no muy barato atractivo turístico.
Son las tristes consecuencias de la impuesta “apertura energética”,
pienso.
“¡Este es el momento de que si se quieren deshacer de su novio o novia,
lo hagan!”, bromea Osvaldo, lo que agrega más emoción a lo que vendrá. “Nada
más le dicen a Lázaro, ¿verdad?, y con gusto los ayudará”, continúa,
intercambiando una sonriente mitrada con el avezado guía.
No me sorprendería que Lázaro también tenga su historia de “mojado” en
EU, pero justo cuando estoy por preguntarle sobre su pasado, comienza a
hacernos las indicaciones de lo que viviremos las próximas dos horas, sobre
todo que hagamos exactamente todo lo que él haga, no sea que, en efecto, seamos
eliminados del orbe. Quita el candado a una reja, la abre y emprendemos la
caminata hasta la orilla del caudaloso río. “Vamos a hacer tres saltos. El
primero, de tres metros, el segundo de cinco metros, para que se vayan
ambientando. Y vamos a terminar con el de nueve metros”, dice, como si nada.
Sólo me pongo a pensar que a lo más que he saltado desde un trampolín son cinco
metros… y eso ¡hace años!, y se me hace un nudo en la garganta. Pero todo sea
por el ecoturismo extremo.
“¿Todos saben nadar, más o menos?”, pregunta con natural candidez, así,
como que sea un mínimo requisito. Todos afirmamos, yo no muy seguro de si
recordaré nadar “más o menos” en el momento requerido. “De todos modos, yo voy
a estar en todo momento cuidándolos. Si se los lleva la corriente, no se
preocupen, yo traigo esta cuerda – nos muestra una cuerda amarilla plástica,
que se saca de una bolsa que trae sujetada a su chaleco –, y si se los empieza
a llevar el agua, se las voy a aventar para sacarlos”. Luego, indica cómo
tenemos que sujetarnos la cuerda, por atrás de la espalda, para que, en caso
necesario, nos saque. “Porque si la toman con la mano, se me pueden ir, ¿oquei?, entonces, se la cruzan por
detrás”, indica, con mucha confianza, evidenciando toda la experiencia que
tiene realizando esa actividad. La verdad es que nos da mucha seguridad y por
eso continuamos.
Como parte del equipo para realizar los saltos, debemos de emplear
tenis o zapatos para agua, pues la mayor parte del recorrido se hace caminando
por intrincados, resbalosos vericuetos, los que Lázaro evidencia conocer muy
bien. Y pantalones cortos o traje de baño, para la hora de la nadada.
Y, en efecto, los próximos sesenta minutos, vamos siguiendo a Lázaro por
acuosas, rocosas rutas, caminando con mucho cuidado, incluso, en alguna,
sujetándonos todos de la mano. Podrán imaginar que a esas alturas del tour, el nerviosismo se acrecienta.
Preparándose para salto de cascada |
Hay que decir que realmente se corren riesgos al realizar esas
actividades, sobre todo porque se requiere de mediana condición física para
llevarlas a cabo, además de saber “medio nadar”. Es impredecible si, por
ejemplo, alguien pudiera sufrir un ataque cardiaco o algo por el estilo y
recuerdo lo que Antonia me contó del hombre que murió rapeleando en el Sótano
de las Golondrinas. Seguramente es algo que los organizadores de tales tours no consideran o, simplemente, pues
si ya está la gente allí, que se proceda con las actividades extremas.
O sea, que los riesgos de todo tipo corren
a cargo del intrépido turista, concluyo.
En el salto de cinco metros, también Lázaro nos muestra cómo hacerlo.
Realmente es sólo cosa de decidirse a
saltar, llevando adelante un pie y lanzándose al vacío… lo que aun todos hacemos hasta ese punto.
Sin embargo, en la cascada de nueve metros, surge un poco la
indecisión, pensando, más que nada, que nos pudiéramos pegar con la saliente
rocosa de la orilla. Lázaro, en este caso, será el último en saltar. “Es que si
salto, ya no puedo regresar… van a saltar y me esperan allí”, dice, señalando
otra orilla de esa poza. “Y si no quieren saltar, entonces, nos bajamos por esa
cuesta”, señala hacia una resbalosa, empinada bajada.
La verdad es que haber saltado de tres y cinco metros, nos prepara en
algo para este último desafío, pero, de todos modos, al menos yo, titubeé al
brincar… pero, a la indicación de “¡uno, dos, tres…”, de Lázaro, dos segundos
más tarde, con la emoción hasta la garganta, caigo a la poza y de inmediato
comienzo a mover brazos y piernas para salir del agua, aunque ya, el chaleco,
va haciendo su parte de flotación, y salgo avante del desafío, al igual que mis
otros acompañantes, excepto una de las chicas, quien prefiere bajar por la
escabrosa, resbalosa cuesta, los nueve metros, acompañada de Lázaro.
Por hoy, Lázaro no compartió nuestra emoción de haber saltado esos
nueve metros. Ni hablar.
La Gruta en Micos |
Sí, todo un desafío, considero. Y bromeo con Osvaldo que nadie quiso
deshacerse de parejas o amigos. “Es que nos quería cobrar muy caro Lázaro”,
dice una de nosotros.
Por lo limitado del tiempo (la cabaña debemos de entregarla a las dos
de la tarde), seguimos con el tour, sin pararnos a desayunar, pues todavía
debemos ir a Tamasopo (ver: http://www.mexicodesconocido.com.mx/cascadas-de-tamasopo-en-la-huasteca-potosina.html).
En ese poblado, muy cerca de donde está el río del mismo nombre, también
hay varias cascadas, la más alta de ellas, conocida como Puente de Dios.
Ahora, el que nos guiará es Toño, un hombre que viste pantalones cortos
y playera, quien asegura tener 38 años, “pero por la vida tan dura que he
llevado, me veo más viejo”, dice, sonriente.
Dejamos estacionada la Toyota en un área destinada a ello. Como es aun
temprano, poco más de las diez de la mañana, no hay mucha gente todavía.
La vía del tren |
“Mira, como ya me conocen los de por aquí, pues nada más tenemos que
pagar una sola entrada”, indica, refiriéndose al conflicto existente entre tres
ejidos, por el control de la zona, pues ésta los cruza todos, y de los
“beneficios” económicos que dejan las entradas, pero, como no se han puesto de
acuerdo, han optado por establecer sitios de control y cobrar cada que se entre
a su “territorio”, a los ávidos turistas de aventuras extremas.
Pues qué triste, reflexiono, que no haya solidaridad entre la propia gente
que, privilegiadamente, tiene atractivos
turísticos, como ya he referido arriba. Es una lástima que, si de por sí
vivimos en una época de tanto egoísmo, tanto materialismo, con una mafia en el
poder que nos controla y nos divide, nosotros mismos contribuyamos a agravar
esos nefastos problemas. Pero así es, por desgracia, la individualista,
mezquina naturaleza humana (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html).
Pasamos frente a un cañaveral en donde un hombre corta cañas con un
machete. “¡Mira, eso es bien duro, pues tienes que cortar ocho filas, como de
200 metros, por día, para que te las paguen a ciento veinte pesos… y, eso, si
completas la cuota, porque, si no, sólo te dan cien pesos!”, exclama Toño y
explica que por eso ya no se dedica a esa labor, porque está muy mal pagada. No
sorprende lo que acabo de ver, pues es el generalizado problema en el campo,
con labores extenuantes, muy explotadas y muy mal pagadas. Por eso, mejor,
muchos emigran a EU.
Y, como lo sospeché, también Toño tiene su historia de wet back. “Yo trabajé llevando gente
desde Matamoros, hasta Brownsville. Les cobraba doscientos cincuenta dólares. Y
a los que querían ir hasta Houston, pues les cobraba seiscientos dólares, pero
los llevaba hasta allá, nada de dejarlos botados por a’i”. Le pregunto que cómo
podía hacerlo. “Ah, pues es que te vas relacionando mucho, sí, pero cuando
pierdes tus contactos, ya no puedes hacer nada… y yo, por menso, los perdí, y
ya no pude dedicarme a eso”, es todo lo que platica, quizá para no revelar cómo
era que operaba, digo, en caso de que sea
cierto lo que dijo.
Luego, enumera todos los estados en donde ha trabajado como jornalero,
desde Veracruz, Durango, Sinaloa, Sonora, Chihuahua…
Se ve que padece los estragos de un notorio alcoholismo, que se
reafirma cuando dice que “Pues con lo que me den, ya veo si le sigo o si ya me voy
a mi casa y me compro una botellita.,..
así me la paso, todos los días”. Según él, ayudó a que sus dos hermanas
tuvieran casa en EU. Y la casa en la que vive su madre, él la hizo también. “Yo,
a mi jefecita, le hice su casa… tiene sesenta y dos años, pero enviudó a los
cuarenta y dos. Pero como no quisimos que se volviera a casar, porque siempre
hemos sido retecelosos, pues no se casó y vive sola, pero está bien”, dice. Le
pregunto por qué no quisieron que se casara. “¿No tenía derecho ella a hacer su
vida?”, le cuestiono, medio en broma. “Ah… pues es que si se hubiera juntado
con alguien otra vez, yo le decía que me lo iba a chingar…¡yo creo que por eso
no quiso!”, exclama. Lo que acaba de contar Toño es otro mal bastante
generalizado de nuestros tiempos, el hecho de que una mujer que se divorcie o
que enviude, desde el punto de vista de sus celosos hijos, no tenga derecho a
tener de nuevo pareja. Pero, en cambio, en el caso de que sea el padre el que
enviude o se divorcie, casi siempre puede hacerlo y no hay objeciones. Otro mal
de la sociedad machista en que vivimos.
Dice que no tiene hijos, ni se ha casado nunca. “Es que me dicen que
tomo mucho y por eso no me quieren”, afirma, irónico.
El Nacimiento en Tamasopo |
El Chorro en Tamasopo |
Nadamos otro rato y salimos de nuevo.
Puente de Dios |
Por último, subimos varias escaleras y salimos justo en el lugar en
donde se halla estacionada la Toyota y en donde nos espera Osvaldo.
Le doy cien pesos a Toño, despidiéndonos todos muy efusivamente de él,
y partimos rápidamente de regreso a Xilitla.
Osvaldo, consciente de que la cabaña vence a las dos, hizo lo mejor que
pudo para llevarnos lo antes posible. Pasamos a un Oxxo, esas tiendas de
conveniencia que han invadido casi todo el país, a comprar engordantes
alimentos chatarra, los únicos con que cuenta, para reponer tantas calorías que
las actividades extremas nos
demandaron y la voraz hambre que a esa hora, las doce y media, ya nos invade. Y
continuamos el ¿martirizante tour?
Llegamos casi a las tres de la tarde, habiendo avisado y pedido a los
administradores de la cabaña que nos concedieran la hora extra, ya nada más
para recoger precipitadamente equipajes y todo lo demás, sin bañarnos, como así
hacemos.
Subimos todo a la camioneta y decidimos regresar por Tamazunchale, pues
la carretera está menos sinuosa que por la llamada Sierra Gorda y porque es
algo tarde.
De nuevo, a lo largo de la sinuosa ruta por la sierra, nos encontramos
con aisladas poblaciones, cuyos habitantes nos miran con curiosidad. Como dije,
mientras no se cuente con un atractivo turístico o que no haya riquezas
minerales – cuando eso pasa, hasta una súper autopista se construye, con tal de
depredar lo más pronto posible el sitio –, languidecerán por su grandes
carencias.
Y llegamos a eso de la una de la mañana, a la contaminada megaurbe que
es el Distrito Federal, bastante cansados, ni siquiera con ánimo de cenar algo,
pues es mayor la fatiga, que el hambre.
Al otro día, vamos hacia el aeropuerto, a entregar la camioneta, la
que, por fortuna, salió intacta del ecoturistico recorrido.
La recibe un joven, quien la revisa minuciosamente, en apariencia. Se
debe de entregar con “siete octavos” del tanque de gasolina, o sea, casi lleno.
Tomamos la precaución de prácticamente llenarlo y así llegamos. Quizá la
minucia de la revisión sea porque le parezca increíble a ese empleado que tenga
el tanque lleno el vehículo. Se toma otros minutos y, por fin, da el visto
bueno, o sea, vehículo sin daños, y lo hace saber a la empleada, la que sólo
nos cobra los siete mil cien pesos, por la renta de viernes a martes. El
“depósito” de cuarenta y cinco mil pesos, se regresa al banco, explica aquélla,
en cuatro días hábiles, lo que implicará para el dueño de la tarjeta, que
tendrá que pagar intereses, pues será luego de su fecha de corte. Ese adicional
inconveniente es algo que a la
agencia de renta de autos la tiene sin cuidado, claro, ¡pues no será ella la
que pague los intereses que los agiotistas bancos cobran por sus enganchadores,
usureros créditos!
Ya, luego, muy amablemente, el empleado nos conduce a una base de
taxis, pues por allí no pasa ni uno, por ser zona federal. Le pregunto que si
les llegan autos golpeados. “Sí, cómo no, uno de cada diez, llega con golpes.
Lo peor es que luego la gente ni se da cuenta, pues los dejan estacionados y
allí les pegan”. Y ya explica que para eso es el depósito que se deja, para
pagar los daños y el seguro que requieren obligatoriamente tener los vehículos.
Bueno, pues hay que celebrar no haber estado entre ese diez por ciento
y no sumar más gastos a los que ya hemos hecho de por sí.
En fin, que todo sea por la emoción
ecoturística extrema, entremezclada con la pobreza y la marginación extremas.
Contacto:
studillac@hotmail.com