martes, 6 de septiembre de 2016

Ecoturismo, pobreza y corrupción en la Huasteca Potosina



 Ecoturismo, pobreza y corrupción en la Huasteca Potosina
por Adán Salgado Andrade

Xilitla, San Luis Potosí. La complicada orografía del territorio nacional, tan montañosa, hace difícil llegar, desde el Distrito Federal, a Xilitla. Ya sea por la carretera federal 85, México-Laredo, o por Querétaro y, en seguida, atravesando la así llamada Sierra Gorda, no se hacen menos de siete horas y media de camino. Sin embargo, es un viaje que vale la pena hacer, tanto por los lugares relativamente naturales que se conocen – los que propician el ecoturismo –, como, también, para darnos una idea de las condiciones sociales y económicas que prevalecen, así como de la devastación que se sigue haciendo en este empobrecido, saqueado país.
Debido a los problemas del ineficiente transporte, decidimos alquilar una camioneta para el viaje. La agencia se llama Best Rent,  en donde nos rentaron una amplia camioneta Chrysler, Town and Country, para siete pasajeros, cómodamente sentados, además de la cajuela para el equipaje, con placas de Jalisco. Cuando pregunté por qué de ese estado, nos dijeron que “ah, es para que circule todos los días, pero ya está verificada, así que no los pueden detener”, dijo el empleado que la trajo. Fue una precaución adicional el preguntar, en vista de que en esta ciudad, cada vez más contaminada, ya parece un “crimen” circular en automóvil, sobre todo, que tenga placas de otro estado. El precio que pagaríamos, al entregarla, sería de siete mil cien pesos, claro, si no le dejáramos ni un rasguño, más un exorbitante “depósito” de cuarenta y cinco mil pesos, que cubriría algún daño, en caso de que así fuera. Se debe de “pagar” con una tarjeta de crédito, el que deberá ser mayor a ochenta mil pesos, indican las amables señoritas encargadas del papeleo.
Y así iniciamos el viaje. La mayor parte del recorrido es bastante sinuoso y pesado, debido a la accidentada orografía de la llamada Sierra Gorda. No se quebraron mucho la cabeza los diseñadores, los que hicieron el trazo siguiendo los irregulares perfiles de cerros y montañas, a la orilla de profundos barrancos. Por lo mismo, es una carretera de un solo carril con muy cerradas, peligrosas curvas, que si no se tiene la experiencia adecuada de manejo, podría resultar fatal.
Tras poco más de ocho horas de camino, llegamos a Xilitla.
Jardín en Las Pozas
Podría decirse que, en cuestión turística, cuando cierto lugar posee algún “atractivo”, ofrece ciertas posibilidades de desarrollo. Justamente eso fue lo que sucedió con Xilitla, lugar en donde, en 1962, el poeta y artista surrealista inglés Edward James (1907-1984), construyó lo que él mismo llamó un Edén. Tal Edén, consistió en realizar gigantescas esculturas de concreto armado, treinta y seis en total, de estilo surrealista, emulando plantas y árboles fantásticos, que ofrecen una visión extraña, a la vez que sorprendente. Sí, toda una experiencia de arte surrealista, sobre todo por encontrarse en medio de la exuberante vegetación propia de la huasteca (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Las_Pozas).
Ya me he referido antes a los problemas de depredación y destrucción severa que ha sufrido toda la región conocida como la Huasteca, la que abarca una pequeña parte de los estados de San Luis Potosí, Veracruz, Hidalgo y Tamaulipas. Y seguramente con la subasta que la mafia en el poder sigue haciendo del país, dicho ecocidio continuará (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2016/07/de-visita-y-conversando-en-la-huasteca.html).
Actualmente, ese sitio, conocido como las Pozas, está abierto al público, lo cual se hizo algún tiempo después de morir James, y es administrado por un fondo privado, en el que participan la fundación Pedro y Elena Hernández, la empresa Cemex, y el gobierno de San Luis Potosí.
Por ser sábado, temporada vacacional, la fila para entrar al espacio escultórico es larga, más de doscientas personas esperamos pacientemente el ingreso. Podría pensarse que por la importancia que tiene y con bastante apoyo, tanto privado, como público, se pondría más cuidado en ciertos detalles que, como me comentó una persona del lugar, dejan mucho qué desear de un sitio que es, incluso, muy famoso a nivel internacional y atrae turismo de otros países, justo como evidencian varios extranjeros, alemanes algunos, que esperan, igual que nosotros, pacientemente a que avance la enorme fila para entrar.
Uno de los detalles es que van y vienen “presidentes” municipales y ninguno ha tomado la iniciativa de pavimentar el camino que conduce a las pozas o de hacer un estacionamiento para los autos de los cientos de visitantes que, sobre todo en periodos vacacionales, acuden a ese emblemático sitio. “Yo le he dicho al presidente, que es mi amigo, que pavimente, pero me dice que no, que es obligación de los que administran las Pozas. Y los que administran las Pozas, dicen que no, que debe de ser el municipio el que lo haga, así que todos se echan la bolita”, refiere a quien llamaré Osvaldo.
Pero tampoco se han preocupado por cosas tan mínimas, como colocar depósitos de basura para toda la que generan envolturas, vasos desechables, servilletas, bolsas de plástico… que ocasiona la venta, por puestos callejeros, de helados, bocoles, chicharrones, elotes y más golosinas. Como está prohibida la entrada con alimentos, muchos de los que esperan dejan su basura sobre los mostradores de una caseta de madera que está previa a la taquilla o en donde se pueda, lo cual da un feo y muy descuidado aspecto al lugar. La entrada actual es de cincuenta pesos, así que no puede alegarse, como dije, falta de recursos, pues además también recibe el espacio donaciones, por lo que resulta absurdo que no se coloquen botes de basura. “Es por la corrupción que hay, que no hacen nada por mejorar las Pozas”, me dice Osvaldo. “Por eso, cuando me preguntan si recomiendo Xilitla, les digo que no, que mejor vayan a otro lugar, porque de pueblo mágico, no tiene nada! Fíjate, el presidente que está ahorita, Javier Pacheco Sánchez (panista), yo lo conozco, estuvo en Estados Unidos y tiene una empresa de construcción allá que le administra su hija… va mucho allá, tiene mucho dinero y todavía cobra ciento quince mil pesos al mes por no hacer realmente nada”. Abundando en la plática, explica que, según los “políticos”, hay dos tipos de presidentes, los que roban y no hacen nada y los que roban, pero, al menos, promueven el lugar que “gobiernan”. “Pacheco es de los que, al menos, promueven Xilitla. Por eso es que casi nunca está en donde debe de estar trabajando. Y él me lo ha dicho, que en tres años – es lo que dura el mandato aquí – o se mejora a Xilitla o se le promueve”.
Pienso en lo que me dijo Osvaldo sobre la clase de “políticos” tan mafiosos que controlan el país y, de acuerdo con la singular clasificación de ellos que acabo de escuchar, la mayoría simplemente roban y nada más.    
Le pregunto sobre lo que he leído acerca de asaltos a turistas extranjeros que ha habido en las pozas. “Como te digo, es porque hay mucho descuido, no hay suficiente vigilancia. Muchos dicen que porque los turistas andan solos y hasta de noche con sus cámaras y todo, pero no se justifica. Está mal y eso aleja al turismo. Y, por desgracia, es de lo que vive Xilitla, pues, si te fijas, es lo que sostiene al pueblo”. En efecto, han crecido negocios como hoteles, posadas, cabañas, restaurantes… y más, dirigidos justamente al turismo, que es el sector que puede pagar cabañas de tres mil pesos por dos noches o paquetes de ecoturismo de ochocientos cincuenta pesos por persona el día. Aunque dice Osvaldo que ya se detuvieron a algunos ladrones. Menos mal (ver: http://www.elexpres.com/2015/nota.php?story_id=105405).     
Por supuesto que también la clase de turistas que llegan al sitio, tiene mucho que ver para que mejore la imagen, pues no todos dejamos la basura sobre los mostradores. Y siempre habrá algunos que piensen que están entrando a una cantina y comiencen a hacer desmanes, como tres jóvenes, de unos veintitantos años, quienes estaban tomados y, por tal condición, se pusieron a agredir y golpear a uno de los vigilantes del lugar. Los tres tipos salieron precipitadamente, corriendo, pero fueron alcanzados por la policía y detenidos. Ese tipo de comportamiento tan deleznable es típico entre la gente que piensa que a todos los lugares a los que vaya, le soportarán que se alcoholice o que se drogue y que así, ebrio o drogado, se comporte como un verdadero imbécil. Es parte de la pérdida de valores que estamos viviendo.
Osvaldo platica también de la policía, la cual, de elementos fijos, son unos 40, pero que los eventuales, llegan a más de cien. “Es un problema con los policías, porque tampoco saben tratar al turista. La otra vez, por ejemplo, le quitaron la placa a un turista que porque se había estacionado en lugar prohibido. Y que llego, enojado, y que le pregunto que en dónde estaba el disco de prohibido estacionarse. Y me insistió en que allí estaba prohibido y yo le vuelvo a reclamar que si no había disco, que no estuviera chingando, que por qué no infraccionaba a los ricos, que ésos se estacionan en donde quieren y no les hacen nunca nada. Claro, pues son los que costean las campañas de los presidentes, así que son intocables”. Se refiere Osvaldo a las cinco familias que, según él, dominan Xilitla. “Mira, en Xilitla hay mucho dinero, pero está mal repartido, en unos cuantos. Lo que sí es que el gobierno dice que hace esto, que lo otro, pero la pobreza sigue en aumento, cada vez hay menos trabajo. La otra vez iba a venir una funcionaria, no recuerdo su nombre, y querían vestir a los niños con trajes típicos, que para que esa señora los viera, y el gastadero que hacen en esas cosas y que les digo que para qué gastaban tanto dinero, que mejor se los dieran para comer a tanta familia pobre que hay aquí”. Tiene razón, pues no debe un municipio desvivirse por la llegada de un mafioso funcionario, cuya obligación sea ayudar a la comunidad, ni se tienen que mostrar a los niños como curiosidades autóctonas para ablandarle el corazón. Pero así acostumbran a lisonjear, a adular las “autoridades” municipales, cada que un mafioso “funcionario” federal acude a verlos, como si les hiciera un gran favor.
Osvaldo tiene tres camionetas colectivas, que trasladan al pasaje desde Xilitla, hasta el crucero con la carretera que va para Tamazunchale, distante unos catorce kilómetros, y viceversa. El pasaje es de quince pesos, elevado, si, como me han dicho, la gente gana entre 120 y 150 pesos por día; es un gasto excesivo para su precaria economía. Sólo se encoge de hombros. “Pero cuando hay muchos tours, las rento en dos mil pesos a los que los organizan”. Dice que a veces también lo contratan como guía y, entonces, le pagan además por conducir y mostrar los sitios turísticos.
Cuenta que se fue a trabajar en el año 2005 a Estados Unidos (EU), a Nueva Orleans, no como ilegal, sino que fue una empresa al pueblo a ofrecerles trabajo, así que iba contratado. “Llegué un mes después de que el huracán Katrina golpeó Nueva Orleans. De verdad que daba tristeza ver todo arrasado, en serio, rebasó la capacidad de la ciudad para reconstruir. Yo trabajé en una empresa que estuvo llevando la madera para construir casas, iba de ayudante del chofer y, cuando llegábamos al lugar, descargaba la madera… pero, sí, estuvo muy feo eso”. Como ganaba doce dólares la hora, buscó Osvaldo cómo hacer para aumentar su salario, así que tomó un curso de seis meses que se ofrecía para aprender a soldar. Gracias a ello, pudo entrar a astilleros, soldando las estructuras de los barcos. Uno de ellos, Norteamérica y, el otro, Bollinger, en donde su salario saltó a veintidós dólares la hora. “Sí, ganaba muy bien, hasta mil quinientos, mil seiscientos dólares semanales. Pagada seiscientos de renta mensual, así que me quedaba buen dinero para ahorrar y mandar acá”. De hecho, fue gracias a su estancia allá, que reunió suficiente capital para dedicarse a lo de las camionetas. “Eran muy estrictos. Una vez, un supervisor me cachó que no traía puestas las gafas para soldar y que me corren de la empresa”, refiere Osvaldo, “tenías que usar careta, gafas y mascarilla, pero las gafas se nublaban con el aliento, y era más difícil soldar, por eso se me hizo fácil quitármelas, ¡pero que me corren! Y, también, si veían que no estaba bien hecha tu costura de soldadura, tenías que quitarla con el esmeril y volverla a hacer. Luego, hice la prueba para entrar a soldar a una empresa que hacía cruceros de lujo, pero allí son mucho más estrictas las normas. Ni lo pasé”, abunda. En el 2008 sufrió un grave accidente de moto, que le llevó más de seis meses recuperarse. “Aquí no respetan a los motociclistas, de verdad, un camión se me cerró y yo iba rapidísimo, en un arrancón, así que no pude frenar. Tengo quince puntadas en el abdomen, tornillos en las mandíbulas y no puedo hacer ejercicio durante diez años. Dice mi amigo que fue un milagro que sobreviviera”, agrega, serio, quizá recordando la gravedad del accidente. Por eso ya no regresó a EU. Ahora tiene la “espinita” de volver, pero ya no ha regresado a Xilitla la empresa que lo contrató en el 2005. “Dicen que fue por los agentes que mataron en la frontera, así que aquí tenemos que pagar las consecuencias”, declara, irónico. Se refiere a dos policías de inmigración estadounidenses, que fueron balaceados en una carretera de Monterrey en el 2011 (ver: http://www.univision.com/noticias/noticias-de-mexico/dos-agentes-de-inmigracion-de-estados-unidos-fueron-baleados-en-mexico).
Hay que ver cómo resaltan esas muertes los estadounidenses, mientras que ellos minimizan las de los cincuenta connacionales asesinados por agentes de inmigración allá desde el 2010 (ver: http://regeneracion.mx/van-50-mexicanos-muertos-por-la-migra-desde-2010/).
Escultura en las Pozas
Doy las gracias a Osvaldo por la conversación al entrar a las Pozas y disponernos a disfrutar del surrealismo artístico de Edward James, combinado con la exuberancia de la vegetación de la Huasteca. Hay que apreciar las maravillas naturales, digámoslo así, que aun tenemos en el país (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Las_Pozas).
Luego de esa visita, comemos-cenamos aceptablemente en un restaurante llamado “La casa vieja”, en donde ensaladas y enchiladas típicas del lugar son servidas.
La faena de ese día termina en una cabaña rústica, en medio de un cafetal, que hemos alquilado en la posada “La Pagua” por poco más de tres mil pesos el “paquete” de dos noches (como ya lo he dicho, aun el ecoturismo, por llamarlo de algún modo, es caro). Tiene tres camas, dos tapancos con colchonetas, baño, refrigerador, microondas y una cafetera. Es una alternativa adecuada si se quiere salir algo del tradicional cuarto de hotel… claro, si se está dispuesto a compartir colectivamente el baño y si se quiere renunciar en algo a la intimidad, tomando en cuenta que somos seis los que nos hospedamos en ese momento. Pero algo se debe de sacrificar si se desea vivir un turismo distinto al típico, ¿no?         
Al siguiente día, domingo, a las cinco y media de la mañana (la hora acordada era a las cinco en punto, pero, ya ven, es la típica puntualidad mexicana), iremos al que llaman Sótano de las Golondrinas, ubicado en el poblado Unión de Guadalupe, municipio de Aquismón, también en san Luis Potosí. Es parte de los recorridos organizados por MundoXtreme, una agencia de ecoturismo, la que por “módicos” ochocientos cincuenta pesos por persona y por tour, se encarga de todo lo relacionado con las actividades que realizaremos ese día, como traslados, entradas a los sitios y equipo necesario, menos la comida. “Antes, incluíamos el desayuno, pero la gente comenzó a quejarse de que les imponíamos comer sólo una cosa que no les gustaba y por eso, mejor, ya la comida es por cuenta de ustedes”, dice Guillermo, el encargado por ese día de trasladarnos a los lugares. Es evidente que también porque resulta caro comer en alguno de los sitios elegidos, pues, por ejemplo, un filete de pescado, muy austeramente servido, cuesta ochenta pesos (más del valor de una comida corrida en la ciudad de México, digamos). En fin, que hay que hacer ese consumo extra, para ayudar a los negocios locales, debe de pensarse.
Guillermo platica que nació en Xilitla y que desde hace unos diez años se dedica al ecoturismo y que le va muy bien. “La verdad es que sí me ha ido bien”, afirma. Tiene un socio y han ido creciendo poco a poco. La camioneta en la que nos transporta es nueva, una Nissan, modelo Urban, como la que emplean los taxis colectivos en varios lugares. “La compramos al contado. Nos costó cuatrocientos treinta mil pesos. Es que es mejor, pues los intereses te suben bastante el precio”, dice, Pues sí que debe de ser buen negocio el ecoturismo, pienso. “De verdad que me va bien… en serio, me gano entre treinta y cuarenta mil pesos al mes… bueno, cuando es temporada, porque, cuando no, pues hay que vivir de los ahorros, ¿no?”. O de otras actividades, como la que realiza su esposa, que es la encargada de la cooperativa de una escuela. “Sí, te va bien con la cooperativa, nada más le das a la escuela una cuota mensual y lo que quede es para ti”, dice. Por eso es que son tan peleadas las cooperativas escolares, vuelvo a reflexionar.
Curiosamente, todos los hombres con quienes platiqué, tienen su historia de trabajo en EU. La falta de oportunidades laborales en este país, pero sobre todo en las zonas rurales, es la causa de esa tradicional práctica. De hecho, las remesas que nos llegan de los paisanos que laboran allá, son la segunda entrada de divisas, lo cual, para nuestra maltrecha, cada vez peor economía, es un gran alivio (ver: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/02/economia/017n1eco).
“Yo iba de vacaciones, pero me quedé a trabajar allí, de pintor. No me iba tan mal, ganaba doce o trece dólares la hora. Pero, fíjate, los mexicanos que te dan trabajo allá, son más negreros que los mismos gringos, en serio. Yo estuve trabajando con unos, pero no les aguanté, te tratan muy mal y te pagan poco o ni te pagan. Con el que mejor me fue, fue con un negro. Con él, nada más me daba la pintura, me decía lo que había que hacer, y ya, no que con los mexicanos, todo te andaban cuidando, que no desperdiciaras pintura, que pintaras bien… ni porque era su paisano, me trataban bien”. Lo que platica Guillermo es algo que ya he escuchado antes, que el trato de los “pochos”, como les llaman a los mexicanos residentes allá, es muy discriminatorio, quizá porque sienten que les quieran quitar sus empleos. Pero es absurdo, producto de nuestra herencia colonial maldita, que acabó con la solidaridad entre nosotros, sembrando desconfianza y egoísmo.
Tres años se la pasó por allá, entre 1999 y el 2002, en Carolina del Sur. Su segundo hijo nació allí, en el 2001, de su segunda esposa, que fue con la que estuvo por allá. “Con la primera, tengo una hija de dieciocho años, que quiere estudiar educación especial”, agrega. Y su hijo, mejor se quiere ir a EU. “Pues si él quiere, le ayudo. Por mí, no hay problema”, afirma. Lo bueno es que Guillermo estaría en posición de ayudarlo. Pero, además, que tenga la ciudadanía, no le ocasionará ningún problema, como que deba de irse de ilegal o, como Guillermo, quien estuvo refrendando su visa como turista. “Es que cada que alguien venía, pues le pedía que me dejara en el buzón la visa vencida, y así parecía como si yo hubiera salido del país. Entonces, podía solicitar renovación… bueno, pero eso fue hasta lo de las torres gemelas, pues de allí, ya te pedían papeles por todo”. En efecto, luego de los muy sospechosos derribos de las torres gemelas, muchas cosas cambiaron, sobre todo hicieron que los estadounidenses se hayan vuelto mucho más paranoicos, además de que la lucrativa industria del miedo se ha beneficiado mucho de la así llamada “amenaza terrorista” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/la-amenaza-terrorista-el-nuevo-gran.html).  
Platica que una vez tuvo que pintar una casa para chinos. “La recámara era color peptobismól – dice, sonriendo, refiriéndose a ese singular color rosáceo de ese medicamento estomacal –, pero el resto de la casa la querían roja, así, chillante. No te miento, pero le dimos como seis capas y no quedaba, aparecían las resanadas. Entonces, vamos con el de las pinturas, y que le preguntamos qué podíamos hacer. Y ya que nos dice que pintáramos todo de negro, primero, y luego, el rojo. ¡Y fíjate que sí quedó y muy bien. Así que cuando quieras pintar algo bien rojo, primero píntalo de negro!”, dice, entre risas.
Ese evento, el 9/11, como lo nombran en EU, le cambió sus circunstancias. “Antes, me infraccionaban, y yo me hacía tonto, porque no me pedían papeles, ni nada, pero luego ya fue más difícil, ya no me pude zafar. Y si regreso, pues allí tienen esas infracciones, y hasta me pueden encarcelar”. En efecto, algo que tienen los estadounidenses es guardar todo, al menos de 1990 para acá. Platica que conoció a un israelí un día que fue de ecoturismo a Xilitla, quien le contó que hacía tiempo trabajaba en un barco mercante que ancló en Nueva York. Bajaron del barco de compras, pero por demorarse más de lo debido, él y otros marinos no pudieron llegar a tiempo cuando el barco zarpó. Tuvieron que dar aviso a su embajada, para que los repatriaran. Veinte años después, solicitó visa estadounidense ese israelí, pero le dijeron que no se la daban pues había cometido un serio delito. Como no recordara, el cónsul, que era japonés, se compadeció de él y le dijo cuál era la falta, no haberse embarcado a tiempo y haber permanecido como “ilegal” en EU. Tuvo que pedir perdón por su “fechoría”, y ya fue que le concedieron la visa. Lo peor es que los estadounidenses no recuerdan todo el daño que ellos han hecho al mundo con tantas invasiones militares que han perpetrado.
Ni tampoco les urge promulgar una ley que legalice a tantos indocumentados mexicanos que han contribuido con su trabajo a la mejoría de ese país y que, a la primera falla o captura, los regresan, sin importar que muchos hicieron patrimonio, vida y familia allá. Claro, es mejor tenerlos así, ilegales, pues les pagarán menos salario y los tendrán siempre asustados, a la sombra, sin que puedan reclamar malos tratos o bajos sueldos.
Llegamos a Unión de Guadalupe, por fin, tras unas dos horas de camino desde Xilitla. La entrada cuesta treinta pesos, que está incluida en nuestro paquete. De todos modos, es módica. Un letrero de “Oportunidades, gobierno federal”, se ostenta en la entrada, así, como dando a entender que es un gran logro lo que se ha hecho para desarrollar ese sitio, en donde está, como dije, El Sótano de las Golondrinas. Hay que descender varias decenas de escalones para llegar al sitio. En la entrada, lugareños ofrecen largos palos de madera para ayudarse al regreso. “Los van a necesitar, en serio, para subir”, dice un niño con manchas de anemia en su rostro serio. Dice que es “voluntario” lo que se le quiera dar. Por si las dudas, le alquilo uno y le doy diez pesos a cambio.
El Sótano de las Golondrinas
El “sótano” es una especie de gran caverna vertical natural, de unos 300 metros en la parte más ancha y de una profundidad de unos 333. Se le conoce desde tiempos antiguos. Además de ser natural, tiene la particularidad de que millones de vencejos de cuello blanco, parecidos a las golondrinas (de allí el nombre del sótano), anidan allí. Su nombre científico es Apus apus y se alimentan de miles de insectos cada uno, así que ayudan a controlar plagas (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Apus_apus).
Diariamente, con algo de paciencia, es posible verlos salir por miles. Según dicen los lugareños, viajan tan lejos como Tampico. Y regresan al anochecer, a meterse de nuevo en la cueva. “Pues según investigadores, nos han dicho que hay unos dos y medio o tres millones de esos pájaros. Pero, imagínate, cuando regresan, ¡cada uno sabe dónde está su nido!”, exclama Guillermo. Sí, para sorprender a todo mundo algo así (ver: https://www.youtube.com/watch?v=6zySyUWe5tc).
Según él, fue durante al calderonato que el sitio se dio a conocer más. “Sí, cuando Felipe Calderón era presidente, vino y hasta rapeleó. Sí, ya fue que construyeron las escaleras, porque antes de eso, estaba aquí todo resbaloso para bajar, lodoso, te caías a cada rato. Incluso ya se han filmado películas aquí, como la de Punto de quiebre”, agrega (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Point_Break_(2015_film).
Gracias a eso es que los lugareños se procuran un magro ingreso. Como ya señalé antes, las comunidades que son agraciadas con sitios “turísticos”, tienen una relativa, cuestionable ventaja sobre las que no tienen nada qué ofrecer. Aun así, su situación no es óptima, como constato cuando platico con Antonia, la chica que atiende los baños del sitio.
Estos baños son letrinas a las que se adaptan excusados y aunque pudieran parecer rústicos para los usuarios, estoy seguro que para los habitantes de Unión de Guadalupe son un verdadero lujo, que se ofrece de la mejor manera posible a los visitantes. El costo es de cinco pesos. “¿Entra mucha gente al baño?”, le pregunto a Antonia. “Ahorita, sí, porque es temporada de vacaciones, pero cuando no, pues ni me dan el trabajo”, responde, algo recelosa. Le pregunto que si nunca ha habido accidentes, de alguien que se haya caído al “sótano” y me responde que hace tiempo un hombre que “estaba rapeleando le dio un ataque al corazón y por eso se cayó”, pero, fuera de eso, no han tenido problemas. Alguien escucha la conversación y pregunta sorprendido “¿¡Qué, que le dio un ataque!?”, y ya le contesto que seguramente ese hombre tenía muy altos sus niveles de colesterol y triglicéridos y que pasa cuando pasa. Asiente, reflexionando, “¡Ándale, sí, mira – abre una bolsa de mano y me muestra un medicamento –, yo tengo elevados los triglicéridos y por eso tengo que tomar esto!”, exclama. Y ya le digo que coma menos carne, menos harinas, y más verduras, ensaladas, fruta y que haga ejercicio… lo que tendría que realizarse realmente para mejorar la salud. Pero en esta agitada existencia, lo que menos cuida la gente es la dieta, sobre todo, frente a tanta nefasta influencia de comida procesada chatarra y engordante, que es la que domina nuestros malos hábitos alimenticios (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2010/08/la-muy-lucrativa-adictiva-engordante-y_01.html).
El hombre se retira y sigo platicando con Antonia. Ya, en el transcurso de la conversación, es que la chica parece desahogarse de los problemas que padecen ella y los otros jóvenes, tanto mujeres, así como hombres de la comunidad. Me dice que tiene 19 años y que terminó la preparatoria en Aquismón. “Como no pagamos, pues podemos hacer la prepa y porque nos dan una beca de Oportunidades”, dice, refiriéndose a ese programa estatal que da sólo dádivas, para que la gente humilde sobreviva.
Salió con buen promedio, de 8.5, a pesar de sus limitaciones, pues me platica que son caros los libros y tenía que quedarse en la biblioteca de la escuela todos los días. Cobrando las entradas de los baños, le pagan de 120 a 150 pesos por día. “Es que depende de la gente que entre”. El dinero que junta, dice que es para la comunidad, que es “para lo que hace falta”, así como las entradas al sitio y la cuota que les cobran a aquéllos lugareños que venden alguna cosa, tales como artesanías o alimentos. Está con su hermana pequeña, Rosalba, quien dice tener nueve años, pero parece mucho más chica, de unos seis, quizá también por la mala alimentación. Le pregunto a Antonia si va a seguir estudiando y me dice que no puede, pues ya para una carrera no hay apoyos o becas. “Mi papá es jornalero y no tiene para pagarme la escuela. Fui a inscribirme a una particular, a estudiar pedagogía, pero como no tengo para la colegiatura, ya no voy, sólo fui una semana”, me dice, con desasosiego. Su papá es campesino, y tiene unas tierras, dice, en donde siembra café. “Pero hace dos años, cayó una helada y quemó el café y tarda en volver a reponerse”, declara. Dice que tiene seis hermanos, y que uno de ellos, de veintidós años, de chico lo picó algún insecto y no puede caminar bien desde entonces. “No puede hacer nada, ya lo llevamos a varios hospitales, pero dicen que no pueden curarlo”. Claro, si cuando le picó el insecto, su hermano hubiera tenido la atención adecuada, probablemente estuviera saludable, pero, ya ven, en este país la salud es para los que tienen recursos pues las instituciones públicas, tan carentes de recursos – excepto policías, ejército y marina, claro –, no ofrecen servicios médicos eficientes. Muchas “clínicas” no tienen medicamentos o, peor aún, personal médico. Ah, pero la mafia en el poder se jacta de tener un “sistema nacional de salud”.  
 Y agrega que la falta de oportunidades de estudio o trabajo es lo mismo para todas las muchachas y muchachos de allí, que una vez que concluyen la preparatoria, ya no hay más qué estudiar y se deben de poner a trabajar, claro, si es que hayan trabajo. “¿Pero, entonces, qué quieres hacer, Toñita?”, le pregunto, lo más amablemente posible. “No sé, no hay nada qué hacer, yo quisiera seguir estudiando, pero no hay nada qué hacer aquí, más que trabajar”, dice, pensativa, su rostro reflejando desesperanza. “¿O te quieres casar?”, insisto. “No… no… yo quisiera seguir estudiando”, responde, resignada. “Sí, muchas de mis amigas es lo que quieren, casarse y ya, pero yo no, yo quiero seguir estudiando”, dice, y se me parte el corazón. Porque ¿qué decirle, cómo hacer para que Antonia pudiera seguir estudiando? Y entonces, ¿de qué sirve que estudien el bachillerato, sólo porque es “obligatorio”? Más parece un simple distractor para millones de jóvenes, como Antonia, que una vez concluido, carecen de expectativas para seguir estudiando, ni siquiera para tener un trabajo adecuado. Antonia tiene suerte, digamos, de que le hayan dado el trabajo de cobrar la entrada a los baños, gracias a que por el Sótano de las Golondrinas, Unión de Guadalupe ofrece “atractivo” al turismo, como ya señalé, aunque tampoco sea una real solución para superar la marginación económica y social que se vive allí.
¿Y las comunidades que no tienen nada qué ofrecer? Pues seguirán marginadas y olvidadas. Y es cuando recuerdo el letrero tan pomposo que está a la entrada del lugar, lo de Oportunidades y pienso ¿oportunidades de qué, de que el turista deje una dádiva para que los lugareños sigan sobreviviendo, que vea las “maravillas naturales”, incluida la pobreza y que incluso ésta sea lo “pintoresco” del lugar?
No, de ninguna manera es una solución eso que veo, convertirse en una “atracción turística”, pero para la mafia en el poder, sí lo es, y es una manera de curarse en salud, sin que realmente se resuelva nada. Lo constato con la gente que está a lo largo del recorrido con sus pequeñas mesas sobre las que venden algo, como ropa, artesanías, alimentos. Me acerco a una mujer de unos sesenta años, la que vende agua de maracuyá. Se llama Matilde. “¿Vende mucho, señora?”, le pregunto. “Bueno, cuando viene gente, como ahorita, más o menos”, dice, mientras me sirve un vaso de agua de maracuyá en un vaso plástico, por el que le pagué diez pesos. “Es que esto lo vendo para ayudarme, pues aquí no hay trabajo, ni nada qué hacer”, declara. Dice que ella lo siembra, que crece como enredadera, alrededor de los árboles. Más adelante, otra mujer, más o menos de la misma edad, vende bolsas de café que ella cultiva, cosecha y muele. Son de unos doscientos cincuenta gramos, en treinta pesos. Se llama María. “Pues con esto me ayudo, porque no tenemos trabajo aquí, ni nada qué hacer”, me vuelve a repetir a mi pregunta de cómo le va con el café, cuando le pagó un par de bolsas, el que, por cierto, al probarlo, más tarde, en la cafetera de la cabaña en donde nos hospedamos, resulta muy bueno.
Esa pobreza, esa marginación, representan el contraste de lo turístico con la realidad social tan dura que se vive allí (y en casi todo este depredado, saqueado país). Y por eso se entiende que los lugareños no sonrían, mostrándose de alguna forma fríos con los visitantes, pues éstos los ven como parte del turístico espectáculo.
Eso que veo, sólo confirma los índices de pobreza y marginación tan altos que existen en las Huastecas, en donde, de acuerdo con cifras del 2014, para la potosina, se indica que 49.1% de la población sufre pobreza, 24.3% es población vulnerable por carencias sociales, 7.6%, es vulnerable por bajos ingresos y sólo 19% de la población no se considera pobre (ver: http://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Sanluispotosi/Paginas/pobreza-2014.aspx).
Esos índices fácilmente los podemos generalizar para todo este país, en donde ochenta millones de mexicanos son pobres. Ah, pero existe Oportunidades.
Salimos del lugar, devuelvo el bastón que, en efecto, me ayudó a subir, sobre todo en las partes aun resbalosas, y nos dirigimos a Aquismón para desayunar. Allí, los precios son razonables, pues por las enchiladas con cecina o huevos con tocino para seis personas, con café y refrescos, pagamos cuatrocientos cincuenta pesos. Más o menos lo que costarían en la ciudad de México.
Ya comidos y descansados, continuamos el tour. Varias de las calles de Aquismón están cerradas, pues como son las fiestas del lugar, irá a dar un concierto esa compositora de misándricas melodías, insultadoras de las “ratas de dos patas”, nada menos que Paquita la del Barrio, tan gustada no sólo por las damas, sino por los machos a los que dirige tan singulares reclamos. Y por espectáculo así es que los duros “representantes de la ley” tienen secuestrado Aquismón, para que por la tarde de ese domingo el circo fluya y la consecuente paz social.
No puede evitarse pensar en la situación de con qué poco distraen a la gente y la mantienen apaciguada. Circo, pero no pan.
Río Tampaón
Guillermo tiene que dar un rodeo para tomar de nuevo la carretera y dirigirse ahora a el Sauz, a casi 50 kilómetros de Aquismón, a una hora y cuarto. Muy cerca de esa localidad se halla un río aun bastante natural y limpio, el Tampaón, que se alimenta justamente de la cascada Tamul, la que, según la información turística, es la más alta de San Luis Potosí, con una altura de 105 metros (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Cascada_de_Tamul).
Ese río se alimenta del río Gallinas y supuestamente aguas abajo se une con el Pánuco y es posible llegar hasta Veracruz y al mar, como nos comenta más tarde Primo, el lanchero que nos lleva en su canoa a hacer el recorrido.
Salimos del embarcadero La Morena, a pleno sol, en una lancha que lleva a unas veinticinco personas, algunas de las cuales, si les apetece, se ponen a remar aguas arriba, en dirección a la cascada, distante a una hora y media.
Como dije, Primo es un simpático lanchero, de muy quemado rostro, pero bastante risueño y platicador. Nos anima a todos a remar, junto con él, para que lleguemos más rápido a donde se yergue la cascada Tamul, a unos cuatro kilómetros aguas arriba. El paseo es realmente divertido, pues, además de la experiencia de remar, de repente nos encontramos con otras lanchas que van de regreso y comienza la “guerra” de las mojadas. Por eso se nos advierte de llevar ropa para mojarse, así como tenis o zapatos adecuados para tal fin. Y nada de celulares o cámaras, a menos que sean realmente contra agua.
Mientras remamos y ocasionalmente recibimos unas buenas mojadas (respondiéndolas todas y todos los que vamos en la lancha), Primo platica que esas lanchas ellos las mandan a fabricar con un señor del pueblo, “que es el único que le sabe bien a eso”. Salen en algo así como treinta mil pesos, pero la suya, en particular, es de cedro blanco, que él mismo, Primo, va comprando, pues es más resistente que otras maderas. “Con cedro, te dura una lancha hasta cinco años, pero no más, pues se van desgastando, es lo más que duran, sí, porque se va pudriendo la madera, por mucho que la cuides. Yo la pinto dos veces al año y por eso la ves así, que no se le mete el agua, ni nada”, comenta, mientras sigue remando, incansable. Y vaya si es importante que no se les meta el agua a las lanchas, porque, si de por sí, con las mojadas, aquéllas hacen agua, si, encima, se cuela por las rendijas que tengan, puede significar un repentino hundimiento, como, en efecto, presenciamos más tarde, que una lancha se fue hundiendo rápidamente, por fortuna, sin consecuencias fatales que lamentar, gracias a los chalecos que todos, por fuerza, debemos de llevar, para que flotemos si caemos al agua, aun sin que se sepa nadar. Eso, sí, que todas las pertenencias, como bolsas o celulares, se les mojaron a esos que corrieron con la mala suerte. “¡Se llama Pancho Villa ese lanchero, como el de la revolución, para que no se vayan a subir en su lancha!”, exclama Primo, con cierta preocupación. Supongo que porque es algo negativo para su actividad.
También platica que cuidan mucho de que la gente no saque las manos, por los frecuentes choques con las otras lanchas. “El otro día, una señora iba con su niño, como de tres años, y ella iba aviente y aviente agua, y el niño iba sacando la cabeza y la señora ni cuenta se daba, hasta que la abuela del niño, que vio el peligro, que mete sus manos para jalarlo, pero no alcanzó a quitar una y que se lleva un machucón en sus dedos… ¡pobre señora!”, refiere Primo esa anécdota. Y es que, en efecto, un golpe como ése, tan duro, pudiera dejar inservibles los dedos, si no es que cercenarlos. Así que, como en todo, también el ecoturismo presenta sus riesgos. Platica que se gana unos dos mil pesos por viaje. “Sí, es que se cobran cuatrocientos por persona si son pocos y ya, cuando son más, que vamos llenos, pues doscientos, pero si ustedes regresan, pues les cobro doscientos, los que sean”, dice. Claro, esos dos mil pesos son duramente ganados, pues se la debe de pasar a pleno rayo del sol remando e, incluso, en una parte en donde el río es muy bajo, debe remolcar la pesada lancha, caminando sobre el rocoso fondo. Además, eso es sólo si tiene trabajo. “Es en vacaciones cuando tenemos trabajo los setenta cooperativistas que somos”, dice. Por eso, cuando no salen viajes, Primo platica que cría borregos y marranos y que los vende o los mata él mismo y vende la carne o hace barbacoa, pues “así, le sacas más”. Su esposa, vende gorditas y quesadillas en el embarcadero. “Pero hoy no pudo venir, porque tuvo que arreglar unas cosas, pero viene casi todos los días”. Tienen cuatro hijos, la mayor, de quince años, así que se deben de esforzar los dos para sacarlos adelante. “Pues está duro, porque cuando no sale, tus hijos de todos modos deben de comer, y ni modo que les digas que ‘hoy no hay dinero, hijos’, no, tú debes de cumplir con mantenerlos hasta que crezcan. Ya, si de plano no sale, me vengo en mi lancha chica a pescar en las noches y ya saco que los ocho, los diez kilos de pescado, para la semana y con eso comemos”. Dice que hay varias especies, como tilapa, mojarra, carpa, bagre… y que no hay, por fortuna, cocodrilos o alguna especie que pudiera atacar a alguien. Le pregunto que por qué y me responde que “es porque el fondo del río es rocoso, así como ves las orillas, todo es rocoso, no hay arena, ni fango y es lo que necesitan los cocodrilos, por ejemplo”. Así que el río es muy seguro, además de que, increíblemente, está muy natural y limpio aun, lo cual es sorprendente, sobre todo porque está relativamente cerca de la ciudad de México. Tampaón significa que “corta cerros” y asegura Primo que como están muy escabrosos los que rodean la río, por fortuna, no se puede vivir allí y que todavía hay mucha fauna salvaje, como jabalíes, jaguares, linces, monos… y otros más. Pues hay que agradecer que por tanta escabrosidad, el sitio se conserve bastante natural aun. Por eso se oponen a emplear motores para las lanchas, como algunos han sugerido. “No, imagínate, qué chiste tendría eso, además de que ensuciaríamos el río con el aceite y la gasolina de los motores. No, por eso, no hemos querido y no vamos a querer”, afirma, tajante, lo cual es bueno, pues realmente se interesan por proteger ese río, que, a fin de cuentas, es el patrimonio que les permite tener, de vez en cuando, un ingreso, aunque sea magro.
Cascada en Río Tampaón
Sin embargo, dice Primo que sí ha habido sequías tan severas, que hasta la cascada se ha secado. O sea que, en efecto, ya está afectando el cambio climático incluso a esa región, tan aparentemente natural.
Acompaña a Primo en ese momento su hermano. “Se llama Félix… pero le cuesta trabajo trabajar, porque hace tiempo se fracturó un pie y trae tornillos y placas, pero, ni modo, tiene que chambear en algo mi hermano”, dice. ¿Cuánta gente tiene que hacer lo mismo, que a pesar de que tenga limitaciones físicas, debe de seguir trabajando, pues, de lo contrario, no tendrá ningún sustento? Millones, seguramente.  
Y no me sorprende que también Primo platique de que estuvo en el 2005 en EU. “Sí, estuve en la Flórida – dice, acentuando la palabra en la “o”, como se pronuncia en EU – y en la Luisiana. Trabajé en la construcción, como tres años. Sí, y les mandé dinero a mi familia, y ya con eso fuimos construyendo la casita donde vivimos y otras cosas que hacían falta. Pero, como no tenía papeles, pues mejor que me regreso, porque estaba duro y estaban agarrando a mucha gente. Cuando llegué allá, acababa de pasar lo del Katrina… sí, estuvo muy feo, pero por eso había tanto trabajo, porque tenían que reconstruir tanta casa que se destruyó por el huracán”, comenta. Su historia, como ya he señalado antes, es la misma de tanto indocumentado, no sólo de México, sino de otros países, quienes a pesar de todo el tiempo que se la pasaron allá, no tuvieron la mínima oportunidad de ser legalizados o reconocidos, de alguna forma, para que, al menos, no los persiguieran policías o agentes migratorios, dándoles muchas veces trato de animales rabiosos, por la forma tan inhumana en que los encadenan (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/12/como-animales-rabiosos-se-trata-los.html).
Así que Primo es igualmente otro ejemplo de lo duro que es ganarse en esos lugares un precario sueldo, también gracias, insisto, a que en su comunidad existe ese río y esa cascada y son “atractivos turísticos”. Pero, en donde nada hay, sólo se ven unas cuantas casas, al lado de la carretera, con fantasmal gente de resignado, curioso mirar, viendo a los autos que pasan por allí.
De regreso, hacemos escala en lo que llaman La Gruta, que es una cueva natural, que contiene un lago de más de cuarenta y cinco metros de profundidad. “De seguro conecta con un río subterráneo, pues no le han visto el fondo”, dice Primo. Algunos, aprovechando la corriente río abajo, se dejan deslizar, flotando gracias a los chalecos, en la suave corriente. Y nos estamos una media hora nadando en la cueva, hasta que Guillermo nos dice que ya es hora de regresar.
Luego, vamos a comer los platillos que antes de embarcarnos, por recomendación de Guillermo, habíamos ordenado en una fonda que está a la entrada del sitio. Como ya dije, la comida en los restaurantes “turísticos” es cara. Lo peor es que, a la hora de las cuentas, la chica, no sé si mal intencionadamente, las hace mal, y de algo que había yo calculado que pagaría unos quinientos cincuenta pesos, de repente nos dice que eran casi novecientos pesos. “No puede ser”, reclamamos al unísono. Hace de nuevo la suma e insiste en que son casi novecientos pesos. Ya, entrados en la discusión, le multiplico lo de los cinco filetes, los que tuve la precaución de preguntar su precio y que eran a ochenta pesos, y un coctel chico de camarones a cien pesos, lo cual suma quinientos pesos. Los refrescos, le preguntamos el precio, y cuestan entre diez y quince pesos, así que la cuenta final es de quinientos cincuenta y cuatro. Bastante diferencia, como se ve. Y quiero pensar que no haya sido intencional, que no sea una generalizada práctica para cobrar de más a los cándidos turistas que no hacen cuentas, sino que, de plano, se haya debido a que la chica no sepa sumar (las cuentas las hizo a mano). Bueno, si fue eso, son deficiencias educativas, ¿no? Quizá por eso la mafia en el poder insiste en imponer una mal llamada “reforma educativa”, para que sepa la gente realizar cuentas, aunque pierdan toda sensibilidad y sentido común al hacerlo.
Dos horas más tarde, estamos  de regreso en Xilitla, habiendo todo el tiempo disfrutado del aire acondicionado de la Urban, muy aliviador en esos momentos de calor, con una temperatura exterior de treinta y seis grados. Y acomodándonos en la cabaña nuevamente, nos preparamos para el siguiente día, el último del recorrido ecoturístico (una noche más en la cabaña hubiera elevado la cuenta mil pesos, pero, también, el tiempo lo teníamos limitado).
De nuevo, a las cinco de la mañana, para que nos rinda el día, ahora es Osvaldo el que nos lleva a la presa de Micos, en donde efectuaremos desafiantes, excitantes saltos de cascada (ver: https://www.zonaturistica.com/atractivo-turistico/355/cascadas-de-micos-ciudad-valles.html).
Otra vez, por “módicos” ochocientos cincuenta pesos por cada uno, que pagamos justo antes de que comience la emoción extrema – ¡el precio pagado es también parte de lo extremo!, se podría pensar –, luego de unas dos horas de camino, enfilando hacia Ciudad Valles, experimentaremos nuevamente el ecoturismo.
Llegamos hasta un sitio en donde nos recibe un alto, moreno, sonriente hombre, llamado Lázaro, que será el avezado guía por esos hidráulicos intrincados. Nos da la mano, muy amable, y de su vehículo saca los chalecos que por fuerza debemos de llevar, para sobrevivir a los jaleos que vendrán. Es importante, indica, que queden bien ajustados, “para que no se les salgan”. Osvaldo nos proporciona los cascos, también necesarios para los desafiantes amateurs de salto de cascada que están por iniciar el ecoturístico desafío.
Ya, bien enchalecados y encascados, nos subimos al auto de Osvaldo de nuevo – una van Toyota – y avanzamos unos trescientos metros.
Llegamos hasta la entrada de lo que son unas instalaciones de la CFE, de donde nace el río Micos. Si eso alguna vez produjo electricidad, ahora, desde la privatización de la producción hecha durante el calderonato, se ha convertido en un no muy barato atractivo turístico.
Son las tristes consecuencias de la impuesta “apertura energética”, pienso.
“¡Este es el momento de que si se quieren deshacer de su novio o novia, lo hagan!”, bromea Osvaldo, lo que agrega más emoción a lo que vendrá. “Nada más le dicen a Lázaro, ¿verdad?, y con gusto los ayudará”, continúa, intercambiando una sonriente mitrada con el avezado guía.
No me sorprendería que Lázaro también tenga su historia de “mojado” en EU, pero justo cuando estoy por preguntarle sobre su pasado, comienza a hacernos las indicaciones de lo que viviremos las próximas dos horas, sobre todo que hagamos exactamente todo lo que él haga, no sea que, en efecto, seamos eliminados del orbe. Quita el candado a una reja, la abre y emprendemos la caminata hasta la orilla del caudaloso río. “Vamos a hacer tres saltos. El primero, de tres metros, el segundo de cinco metros, para que se vayan ambientando. Y vamos a terminar con el de nueve metros”, dice, como si nada. Sólo me pongo a pensar que a lo más que he saltado desde un trampolín son cinco metros… y eso ¡hace años!, y se me hace un nudo en la garganta. Pero todo sea por el ecoturismo extremo.
“¿Todos saben nadar, más o menos?”, pregunta con natural candidez, así, como que sea un mínimo requisito. Todos afirmamos, yo no muy seguro de si recordaré nadar “más o menos” en el momento requerido. “De todos modos, yo voy a estar en todo momento cuidándolos. Si se los lleva la corriente, no se preocupen, yo traigo esta cuerda – nos muestra una cuerda amarilla plástica, que se saca de una bolsa que trae sujetada a su chaleco –, y si se los empieza a llevar el agua, se las voy a aventar para sacarlos”. Luego, indica cómo tenemos que sujetarnos la cuerda, por atrás de la espalda, para que, en caso necesario, nos saque. “Porque si la toman con la mano, se me pueden ir, ¿oquei?, entonces, se la cruzan por detrás”, indica, con mucha confianza, evidenciando toda la experiencia que tiene realizando esa actividad. La verdad es que nos da mucha seguridad y por eso continuamos.
Como parte del equipo para realizar los saltos, debemos de emplear tenis o zapatos para agua, pues la mayor parte del recorrido se hace caminando por intrincados, resbalosos vericuetos, los que Lázaro evidencia conocer muy bien. Y pantalones cortos o traje de baño, para la hora de la nadada.
Y, en efecto, los próximos sesenta minutos, vamos siguiendo a Lázaro por acuosas, rocosas rutas, caminando con mucho cuidado, incluso, en alguna, sujetándonos todos de la mano. Podrán imaginar que a esas alturas del tour, el nerviosismo se acrecienta.
Preparándose para salto de cascada
Y ya es comenzar con el primer salto, que inicia la emoción. “Ya saben, ustedes no se van a hundir, porque los chalecos los van a sacar. Me van a ver cómo salto y ustedes lo hacen igual. Y luego, nadan hacia allá – indica un sitio a la orilla de la primera poza –, y allí se esperan, ¿oquei?”, dice y emprende el primer salto de tres metros…
Hay que decir que realmente se corren riesgos al realizar esas actividades, sobre todo porque se requiere de mediana condición física para llevarlas a cabo, además de saber “medio nadar”. Es impredecible si, por ejemplo, alguien pudiera sufrir un ataque cardiaco o algo por el estilo y recuerdo lo que Antonia me contó del hombre que murió rapeleando en el Sótano de las Golondrinas. Seguramente es algo que los organizadores de tales tours no consideran o, simplemente, pues si ya está la gente allí, que se proceda con las actividades extremas.
O sea, que los riesgos de todo tipo corren a cargo del intrépido turista, concluyo.
En el salto de cinco metros, también Lázaro nos muestra cómo hacerlo. Realmente es sólo cosa de decidirse a saltar, llevando adelante un pie y lanzándose al vacío… lo que aun  todos hacemos hasta ese punto.
Sin embargo, en la cascada de nueve metros, surge un poco la indecisión, pensando, más que nada, que nos pudiéramos pegar con la saliente rocosa de la orilla. Lázaro, en este caso, será el último en saltar. “Es que si salto, ya no puedo regresar… van a saltar y me esperan allí”, dice, señalando otra orilla de esa poza. “Y si no quieren saltar, entonces, nos bajamos por esa cuesta”, señala hacia una resbalosa, empinada bajada.
La verdad es que haber saltado de tres y cinco metros, nos prepara en algo para este último desafío, pero, de todos modos, al menos yo, titubeé al brincar… pero, a la indicación de “¡uno, dos, tres…”, de Lázaro, dos segundos más tarde, con la emoción hasta la garganta, caigo a la poza y de inmediato comienzo a mover brazos y piernas para salir del agua, aunque ya, el chaleco, va haciendo su parte de flotación, y salgo avante del desafío, al igual que mis otros acompañantes, excepto una de las chicas, quien prefiere bajar por la escabrosa, resbalosa cuesta, los nueve metros, acompañada de Lázaro.
Por hoy, Lázaro no compartió nuestra emoción de haber saltado esos nueve metros. Ni hablar.
La Gruta en Micos
Luego, atravesamos una pequeña gruta, entre submarina y superficial, que provoca cierta claustrofobia, pues en partes se reduce bastante, pero que también contribuye a la emoción. Por último, recorremos otro tramo de río y caminamos hasta la orilla. En seguida, ascendemos una cuesta por una resbalosa senda, que nos sacará a la carretera, hasta llegar justamente al sitio en donde poco más de una hora antes, nos pusimos cascos y chalecos.
Sí, todo un desafío, considero. Y bromeo con Osvaldo que nadie quiso deshacerse de parejas o amigos. “Es que nos quería cobrar muy caro Lázaro”, dice una de nosotros.
Por lo limitado del tiempo (la cabaña debemos de entregarla a las dos de la tarde), seguimos con el tour, sin pararnos a desayunar, pues todavía debemos ir a Tamasopo (ver: http://www.mexicodesconocido.com.mx/cascadas-de-tamasopo-en-la-huasteca-potosina.html).
En ese poblado, muy cerca de donde está el río del mismo nombre, también hay varias cascadas, la más alta de ellas, conocida como Puente de Dios.
Ahora, el que nos guiará es Toño, un hombre que viste pantalones cortos y playera, quien asegura tener 38 años, “pero por la vida tan dura que he llevado, me veo más viejo”, dice, sonriente.
Dejamos estacionada la Toyota en un área destinada a ello. Como es aun temprano, poco más de las diez de la mañana, no hay mucha gente todavía.
La vía del tren
Caminamos a lo largo de una vía de tren. “Aquí, el tren sólo pasa una vez en la mañana y otra, en la tarde, así que no hay problema”, dice Toño, de regular estatura, de piel morena, también muy quemado por el sol. “Yo me dedico a esto, así me gano la vida, pero, luego, mucha gente como te ve, así, pamillo – explica que es un despectivo que usan allí en su pueblo para referirse a los pobres, de aspecto indígena, como él –, pues ni se te acercan, pero yo me sé ganar unos centavos, no le pido nada a nadie”, afirma. “¡Uy, y es que así son los de mi pueblo, nada más se les sube y ni te conocen. La otra vez una muchacha vino, y que la reconozco, que era de allí, y que le digo ‘¡Ay, tú eres Rosa, ¿no?’, y que me responde que ‘¡Ay, yo a ti ni te conozco!’, y le digo, ‘¿Uy, pues ya se te olvidó que andabas de huaraches?’… pero, así son, como te digo, se les sube y no se acuerdan que andaban de huaraches”, se jacta. 
“Mira, como ya me conocen los de por aquí, pues nada más tenemos que pagar una sola entrada”, indica, refiriéndose al conflicto existente entre tres ejidos, por el control de la zona, pues ésta los cruza todos, y de los “beneficios” económicos que dejan las entradas, pero, como no se han puesto de acuerdo, han optado por establecer sitios de control y cobrar cada que se entre a su “territorio”, a los ávidos turistas de aventuras extremas.
Pues qué triste, reflexiono, que no haya solidaridad entre la propia gente que, privilegiadamente, tiene atractivos turísticos, como ya he referido arriba. Es una lástima que, si de por sí vivimos en una época de tanto egoísmo, tanto materialismo, con una mafia en el poder que nos controla y nos divide, nosotros mismos contribuyamos a agravar esos nefastos problemas. Pero así es, por desgracia, la individualista, mezquina naturaleza humana (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html).
Pasamos frente a un cañaveral en donde un hombre corta cañas con un machete. “¡Mira, eso es bien duro, pues tienes que cortar ocho filas, como de 200 metros, por día, para que te las paguen a ciento veinte pesos… y, eso, si completas la cuota, porque, si no, sólo te dan cien pesos!”, exclama Toño y explica que por eso ya no se dedica a esa labor, porque está muy mal pagada. No sorprende lo que acabo de ver, pues es el generalizado problema en el campo, con labores extenuantes, muy explotadas y muy mal pagadas. Por eso, mejor, muchos emigran a EU.
Y, como lo sospeché, también Toño tiene su historia de wet back. “Yo trabajé llevando gente desde Matamoros, hasta Brownsville. Les cobraba doscientos cincuenta dólares. Y a los que querían ir hasta Houston, pues les cobraba seiscientos dólares, pero los llevaba hasta allá, nada de dejarlos botados por a’i”. Le pregunto que cómo podía hacerlo. “Ah, pues es que te vas relacionando mucho, sí, pero cuando pierdes tus contactos, ya no puedes hacer nada… y yo, por menso, los perdí, y ya no pude dedicarme a eso”, es todo lo que platica, quizá para no revelar cómo era que operaba, digo, en caso de que sea cierto lo que dijo.
Luego, enumera todos los estados en donde ha trabajado como jornalero, desde Veracruz, Durango, Sinaloa, Sonora, Chihuahua…   
Se ve que padece los estragos de un notorio alcoholismo, que se reafirma cuando dice que “Pues con lo que me den, ya veo si le sigo o si ya me voy a mi casa y me compro una botellita.,.. así me la paso, todos los días”. Según él, ayudó a que sus dos hermanas tuvieran casa en EU. Y la casa en la que vive su madre, él la hizo también. “Yo, a mi jefecita, le hice su casa… tiene sesenta y dos años, pero enviudó a los cuarenta y dos. Pero como no quisimos que se volviera a casar, porque siempre hemos sido retecelosos, pues no se casó y vive sola, pero está bien”, dice. Le pregunto por qué no quisieron que se casara. “¿No tenía derecho ella a hacer su vida?”, le cuestiono, medio en broma. “Ah… pues es que si se hubiera juntado con alguien otra vez, yo le decía que me lo iba a chingar…¡yo creo que por eso no quiso!”, exclama. Lo que acaba de contar Toño es otro mal bastante generalizado de nuestros tiempos, el hecho de que una mujer que se divorcie o que enviude, desde el punto de vista de sus celosos hijos, no tenga derecho a tener de nuevo pareja. Pero, en cambio, en el caso de que sea el padre el que enviude o se divorcie, casi siempre puede hacerlo y no hay objeciones. Otro mal de la sociedad machista en que vivimos.
Dice que no tiene hijos, ni se ha casado nunca. “Es que me dicen que tomo mucho y por eso no me quieren”, afirma, irónico.
El Nacimiento en Tamasopo
A pesar de su condición, Toño resulta un excelente guía y nos lleva por rocosos, resbalosos senderos hasta el primer punto del recorrido, que es el Nacimiento. Todos cargamos los chalecos que Osvaldo nos proporcionó, para meternos con seguridad a las pozas, éstas, sí, construidas con muros de concreto. Nos enseña por dónde caminar y meternos al agua, algo fría a esa hora. Por la prisa, no estamos más de media hora en el lugar.

El Chorro en Tamasopo
Salimos del agua y caminamos hacia el siguiente punto, a lo largo de un camino de concreto hecho ex profeso, bordeado por un barandal metálico. Es el Chorro, en donde las cascadas van subiendo de altura. Nos muestra como aventarnos un clavado de una roca y nos dice que no nos preocupemos, que nada más nademos a la orilla. También es sorprendente la candidez con que nos pide eso, como si fuera implícito que todos sabemos nadar muy bien y que nada nos pasará, aunque no es tan extremo como lo que pasamos en Micos unas horas antes.
Nadamos otro rato y salimos de nuevo.
Puente de Dios
Ya, el último sitio del recorrido, es llegar hasta donde está la cascada llamada Puente de Dios, que tendrá unos veinte metros de altura, la cual contemplamos desde un pequeño mirador. Asegura Toño que la ha saltado varias veces. “¡Sí, muchos ni me creen, pero me he aventado de allí”, declara, con un viso de orgullo.
Por último, subimos varias escaleras y salimos justo en el lugar en donde se halla estacionada la Toyota y en donde nos espera Osvaldo.
Le doy cien pesos a Toño, despidiéndonos todos muy efusivamente de él, y partimos rápidamente de regreso a Xilitla.
Osvaldo, consciente de que la cabaña vence a las dos, hizo lo mejor que pudo para llevarnos lo antes posible. Pasamos a un Oxxo, esas tiendas de conveniencia que han invadido casi todo el país, a comprar engordantes alimentos chatarra, los únicos con que cuenta, para reponer tantas calorías que las actividades extremas nos demandaron y la voraz hambre que a esa hora, las doce y media, ya nos invade. Y continuamos el ¿martirizante tour?
Llegamos casi a las tres de la tarde, habiendo avisado y pedido a los administradores de la cabaña que nos concedieran la hora extra, ya nada más para recoger precipitadamente equipajes y todo lo demás, sin bañarnos, como así hacemos.
Subimos todo a la camioneta y decidimos regresar por Tamazunchale, pues la carretera está menos sinuosa que por la llamada Sierra Gorda y porque es algo tarde.
De nuevo, a lo largo de la sinuosa ruta por la sierra, nos encontramos con aisladas poblaciones, cuyos habitantes nos miran con curiosidad. Como dije, mientras no se cuente con un atractivo turístico o que no haya riquezas minerales – cuando eso pasa, hasta una súper autopista se construye, con tal de depredar lo más pronto posible el sitio –, languidecerán por su grandes carencias.
Y llegamos a eso de la una de la mañana, a la contaminada megaurbe que es el Distrito Federal, bastante cansados, ni siquiera con ánimo de cenar algo, pues es mayor la fatiga, que el hambre.
Al otro día, vamos hacia el aeropuerto, a entregar la camioneta, la que, por fortuna, salió intacta del ecoturistico recorrido.
La recibe un joven, quien la revisa minuciosamente, en apariencia. Se debe de entregar con “siete octavos” del tanque de gasolina, o sea, casi lleno. Tomamos la precaución de prácticamente llenarlo y así llegamos. Quizá la minucia de la revisión sea porque le parezca increíble a ese empleado que tenga el tanque lleno el vehículo. Se toma otros minutos y, por fin, da el visto bueno, o sea, vehículo sin daños, y lo hace saber a la empleada, la que sólo nos cobra los siete mil cien pesos, por la renta de viernes a martes. El “depósito” de cuarenta y cinco mil pesos, se regresa al banco, explica aquélla, en cuatro días hábiles, lo que implicará para el dueño de la tarjeta, que tendrá que pagar intereses, pues será luego de su fecha de corte. Ese adicional inconveniente es algo que a la agencia de renta de autos la tiene sin cuidado, claro, ¡pues no será ella la que pague los intereses que los agiotistas bancos cobran por sus enganchadores, usureros créditos!
Ya, luego, muy amablemente, el empleado nos conduce a una base de taxis, pues por allí no pasa ni uno, por ser zona federal. Le pregunto que si les llegan autos golpeados. “Sí, cómo no, uno de cada diez, llega con golpes. Lo peor es que luego la gente ni se da cuenta, pues los dejan estacionados y allí les pegan”. Y ya explica que para eso es el depósito que se deja, para pagar los daños y el seguro que requieren obligatoriamente tener los vehículos.
Bueno, pues hay que celebrar no haber estado entre ese diez por ciento y no sumar más gastos a los que ya hemos hecho de por sí.
En fin, que todo sea por la emoción ecoturística extrema, entremezclada con la pobreza y la marginación extremas.