Conversando con una madre soltera, estudiante y trabajadora
Por Adán Salgado Andrade
Verónica tiene 33 años. Es madre
soltera, estudia y trabaja y debe de cumplir con sus labores domésticas y
familiares. Su vida ha sido difícil, más ahora, que de ella dependen sus hijas,
una adolescente de 15 años y una niña de ocho.
Se divorció hace cinco años. “Mi
ex marido también parecía mi hijo, no me apoyaba, ni nada y nada más me
ocasionaba problemas, hablaba mal de mí con mi hija y tenía que mantenerlo.
Pero, deja de eso, ¡lo peor era que me golpeaba!”, me dice, enfatizando lo de que
la golpeaba.
De hecho, platica que ella
sacrificó sus propios estudios, con tal de que él terminara su carrera de
odontólogo. Ello muestra el grado al que muchas mujeres pueden llegar, con tal
de quedar bien con sus parejas o su familia. Es muy sonado el comentario entre
extranjeros, que dicen preferir a las mexicanas porque son muy “sumisas”. Sí,
la mayoría tienden a serlo.
Pero lo que más llevó a Verónica
a separarse, eran justamente las golpizas que le daba el ex marido, pues era el
clásico macho golpeador, que creen que así reafirman su “hombría” (muy
generalizado este problema, en donde la mayoría de las mujeres son hostigadas y
hasta asesinadas por sus parejas o familiares masculinos. Ver: http://www.animalpolitico.com/2016/04/en-nombre-del-amor-nos-estan-asesinando-44-de-las-mujeres-sufren-violencia-fisica-de-su-pareja/).
“Me daba unas golpizas… la última
vez, casi me mata a patadas y ya no aguanté, lo dejé. Fíjate, lo peor es que
fui a ver a mi hermana, menor que yo, y a mi madre. Yo esperaba que me dijeran,
‘¡ay, mira, que golpiza te dio, vienes toda hinchada de la cara, hay que
denunciarlo!’. Y, no, lo que me dijo, figúrate, fue ‘¿Pues qué le habrás hecho,
como para que te pegara así?, ¡de seguro tú le diste lugar!’…eso me dijo, ¿¡qué
te parece!?”, comenta, en tono de coraje y tristeza, los ojos comenzándose a humedecer
de las contenidas lágrimas.
Sí, es algo que me he preguntado
muchas veces, ¿cómo es que algunas mujeres se auto denigran, pues creen
merecerse el machista, misógino trato que un hombre les dé.
También los recuerdos familiares
la hacen entristecer un poco. Cuenta que un día su madre decidió irse a
trabajar a los Estados Unidos, así, de repente.
Las dejó a ella, a su hermana y a
su padre, que es abogado. Fue demasiado para todos. Verónica y su hermana
tuvieron que hacer las funciones de la esposa que se fue para su padre, como
realizar las labores domésticas, además de darle ánimos, pues el señor, se
deprimió tanto por la separación, que dejó de trabajar. “Llegó el momento en
que ya ni para comer teníamos. Entonces, le dije a mi padre ‘¡Papá, por favor,
ponte a trabajar, porque si no lo haces, nos morimos de hambre!’… y al otro
día, que se pone las pilas, y que se fue a buscar casos”. Dice que ella lloraba
de tristeza al ver cómo se consumía su padre, por la ausencia de su esposa.
Su madre estuvo más de ocho años
en Estados Unidos, así que buena parte de la adolescencia y juventud de
Verónica y su hermana transcurrieron sin ella. Ya, cuando regresó, como si
nada, la relación nunca volvió a ser la misma. Para comenzar, ya no quiso estar
con su padre. Además, hasta la fecha, su madre valora más a su hermana y la
considera como “triunfadora”. “Es que ella estudió administración, tiene un
buen trabajo, gana bien y su marido también gana muy bien. Así que ella sí es triunfadora y yo soy una perdedora, según mi madre”. Muchas
características de la personalidad que nos ha de distinguir en nuestra vida,
dependen del trato que los padres nos hayan dado, así que con esa madre,
entiendo varias de las cosas que me sigue platicando Verónica.
Por ejemplo, me cuenta que tiene
muchos problemas con su hija la mayor. La chica padece diabetes juvenil, pero,
además, como es clásico en esa edad, tiene problemas en la escuela y sus amigos
dejan mucho qué desear, pues justamente sus problemas escolares se deben a que
la han hecho irresponsable y ha dejado de interesarle la escuela y así. “Me
dice que yo tengo la culpa, porque no estoy con ella, ni con su hermana, que me
odia… la otra vez, hasta me pegó – me muestra Verónica una arañazo reciente
debajo del ojo izquierdo –, que yo le exijo y que no tengo por qué, que porque
yo voy mal en la escuela – Verónica estudia ingeniería –, que tengo un trabajo
en que ni me pagan – su empleo es como socia de su actual pareja en una empresa
de obras civiles – y que mejor se quiere regresar con su padre”. Ya las
lágrimas le ruedan a Verónica de recordar, seguramente, la rudeza con que su
hija la trata. “¿Qué hiciste de que te pegó?”, le pregunto. Se encoge de
hombros. “Nada… ¿qué puedo hacer, si me dice que yo tengo la culpa de lo que le
pasa”, me dice, con estoica actitud.
Como señalé, Verónica dice
“merecer” todo lo que le pasa, pues, según ella, nada “hace bien”. Le digo que
su problema es de auto-valoración, pues es evidente que padece de muy baja
estima, cosa común en muchas personas, que se denigran porque se consideran
inferiores a todo. Otra muestra de ello es que no come nada, sino hasta llegar
a su casa por la noche. Tampoco duerme mucho, sobre todo, últimamente, ya que
tienen el proyecto, en su pequeña empresa, de la modernización de un
estacionamiento de un centro comercial, que urge
que entreguen a tiempo.
Le digo que si valorara más su
persona, trataría de comer a sus horas y dormir lo suficiente, pues, de lo
contrario, podría enfermar. “Sí, lo sé… ¿pero qué puedo hacer?”, me dice,
pensativa. Le sugiero que, por ejemplo, se haga un almuerzo y se prepare
alimentos para comer y que trate de dormir mejor, pues denuncian su falta de
sueño, las profundas ojeras que trae. Sólo hace un gesto de “pues sí, pero no
puedo”. Por desgracia, vivimos en una sociedad tan demandante desde el punto de
vista material, producto de la competencia que el capitalismo salvaje nos ha
impuesto, que incluso nuestra salud está en riesgo constantemente de
colapsarse.
Otra cosa que también contribuye
a la baja estima de Verónica es que, me dice, de niña, fue abusada por el
conserje de la primaria a la que asistía. “Sí, esas cosas, te dejan muy marcada, que a esa edad te viole un
adulto”. Es un tema éste, que ha salido mucho a la luz últimamente, sobre todo
por los casos de pederastia cometidos nada menos que por “sacerdotes”
católicos, del tipo del depredador sexual Marcial Maciel, infame fundador de
los “legionarios de Cristo” (de los padres
depredadores sexuales, debió ser, más bien), cuyas víctimas quedan marcadas
de por vida (una cinta muy interesante que trata muy bien ese tema es la
estadounidense “En primera plana” – Spotlight
–, la que ganó, por fortuna, un Oscar en las pasadas entregas de dicho premio.
La recomiendo mucho ver).
Y, bueno, además de los problemas
con su hija, con su madre y hermana, Verónica debe de cumplir con la escuela.
Estudia ingeniería civil en la UNAM. “Mira, yo me metí a esa carrera porque,
hasta hace como un año, como estaba trabajando en CFE (Comisión federal de
Electricidad), mi jefe me dijo que era mejor que tuviera la carrera de
ingeniería civil, para que me respaldara, pues lo que yo sabía hasta ese
momento era por mi experiencia, porque tenía cuatro años trabajando allí. Estaba
en el departamento de proyectos. Es muy bueno, pues es considerado el más
productivo de todos. De hecho, se le encomendaban tareas muy difíciles, incluso
que no tenían que ver con la empresa directamente. Por ejemplo, tuvimos que
corregir deslizamientos que estaba teniendo la presa de Yesca (esta es una
polémica, hidroeléctrica, que, desde el principio, ha generado, tanto
conflictos sociales, pues los habitantes del lugar se oponían a ser
desplazados, así como problemas constructivos, que inflaron su presupuesto
original). Ése, pues sí tenía que ver con la empresa. Pero también nos encargamos
de reponer la arena de las playas de Cancún, cuando fueron barridas por el
huracán Manuel – sonríe, pues es claro que no tenía que ver directamente con
CFE, sino con alguna secretaría estatal, encargada de ese tipo de obras –. Pero
a pesar de que éramos muy productivos, le dijeron a mi jefe que se venía un
recorte en toda la empresa y que tenían que despedir personal de todos los
departamentos. Fueron más de mil doscientas personas que despidieron de la
empresa y corrieron a los que menos tiempo teníamos… y ¡pues me tocó!”. Así que
la razón principal de que ella esté estudiando ingeniería civil – carrera que
no le agrada del todo –, se esfumó con su despido.
Cabe aquí comentar cómo lo que
queda de empresas como CFE o Pemex, están siendo diezmadas, casi desaparecidas
por el entreguismo de la mafia en el poder, la que está privatizando
aceleradamente lo que queda de dichas empresas. Por eso se están dando esos
despidos masivos, incluso de personal altamente experimentado, aunque sea en demérito
de tareas clave (ver: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/28/economia/023n1eco).
“Pero, bueno, ya estoy aquí, así
que debo de terminar”, declara Verónica sobre su carrera, resignada. Está en
quinto semestre y tiene que hallar algún tiempo, a pesar de sus actividades,
para asistir a la escuela, al turno vespertino, y cumplir con sus tareas.
“Ahorita, por la obra que tenemos, me acuesto a las tres de la mañana y me
levanto a las cinco. Levanto a mis hijas, les preparo ropa, desayuno y lunch y las llevo a la escuela. De allí,
me voy a la oficina, para ver lo que se debe de hacer ese día en la obra y
también trato de hacer algo de tarea. Luego, me voy a la escuela y luego, a la
obra, pues estamos trabajando hasta en
las noches, porque les urge. Mi mamá recoge a mis hijas y como llego tan tarde,
no las vuelvo a ver sino hasta el otro día. Y eso es diario… por eso, protestan
de que no las veo y que no les pongo atención, pero, de verdad, no saben cómo
las quiero y me preocupo por ellas y por eso hago todo lo que hago”, me dice,
otra vez con el llanto en sus ojos.
Sin embargo, actualmente, halló
de nuevo la utilidad de seguir estudiando ingeniería civil, pues platica que
entre ella y su actual compañero de vida, fundaron una pequeña empresa,
encargada de proyectos civiles, como remodelaciones o adecuaciones. “Sí,
ahorita, por fortuna, tenemos una obra que nos ganamos por concurso. Es la
readecuación de un estacionamiento de un centro comercial. Tenemos que recablear y modernizar la iluminación,
lo de las máquinas que expiden boletos y las que cobran”. Explica que tuvieron
que abrir cepas para meter tubos de PVC de cinco centímetros de diámetro y,
debido a la premura de la obra, porque, como ya señalé, les urge a los dueños
de la plaza, emplearon concreto asfáltico. “Pero, ya sabes, de repente, cuando
ya casi habíamos terminado, un tipo nos dice que no, que ellos requerían asfalto
normal. Y entonces que le digo que no se podía usar normal, que porque el
tiempo de secado es mucho mayor al tiempo que nos dieron para entregar la obra..
y, ya sabes, me pregunta que yo qué era,
y que le digo que ingeniero civil, yo
creo que para ver si yo sabía, ¿no?, y también porque se ve que no aceptaban
que una mujer les dijera qué hacer ¿no?... con que no se les ocurra pedirme mi
cédula, ¿no?”, dice, sonriendo, por primera vez durante la charla.
Sí, es evidente que, como les
sucede a muchas mujeres que se desempeñan en puestos que tradicionalmente han
sido ocupados por hombres, persiste una actitud y trato machista hacia ellas,
pues se pone en duda tanto su capacidad, así como sus conocimientos
(particularmente, recuerdo, de mis años de estudiante, que alguna vez que
visitamos obras del drenaje profundo, a tres compañeras que iban en nuestro
grupo, no las dejaron entrar a los túneles por ser eso, mujeres, pues entre los trabajadores, secundados por los ingenieros
encargados de la obra, se decía que era de “mala suerte” que entraran mujeres a
las lumbreras. No sé si aun exista esa absurdo, machista prejuicio).
Por fortuna, dice que, al final,
les aceptaron los trabajos, quedaron satisfechos y, al parecer, les darán otros
estacionamientos en algunos estados.
Platica que su compañero estuvo a
punto de morir de cáncer hace cinco años. “Sí, es un milagro que esté vivo. Le
hicieron estudios y le dijeron que tenía leucemia y que no duraría tres meses.
Estaba delgadísimo. Pero se hizo el fuerte. Comenzó por levantarse, con muchos
trabajos, luego, a caminar, poco a poco, luego, a salir de la casa… y así. Y
pasaron los tres meses y allí seguía. Y ya le hicieron de nuevo estudios y los
doctores no podían creer que ya no tuviera cáncer, nada. Le preguntaban que qué había hecho y dijo que sólo había sido
fuerza de voluntad, sus ganas de vivir. Y allí sigue. Él no me da un sueldo,
digamos, pero se encarga de pagar las colegiaturas de mis hijas, la renta y
todo lo que haga falta. Ya, cuando nos pagan los trabajos, me da una
compensación. Y está bien, no me quejo, pues la empresa es de los dos, digamos,
y estamos saliendo juntos… pero, es milagroso que siga él aquí”.
Concuerdo con ella y le digo que
quizá también fue su apoyo el que ayudó a eso. Aunque, a veces, son cosas que
suceden, verdaderos milagros, que a
algo o a alguien habrá que atribuir, quizá a las energías de las que está lleno
el universo, cabría pensar.
Agradezco la plática a Verónica y
le deseo que siga adelante con sus proyectos de vida, sus estudios, su trabajo,
apoyando a sus hijas y a su compañero y que no desista, que sólo mujeres como
ella, así, tan luchonas, salen
adelante, en medio de esta caótica, materialista, individualista, machista
sociedad.