Conversando
con un transportista de autos nuevos
por Adán
Salgado Andrade
“Pues ésta es mi madrina”, me dice Víctor, señalándomela
orgulloso. Sin embargo, no se trata de una de las mujeres que lo hubiera amadrinado en alguna ceremonia
religiosa, ni tampoco de los golpeadores de la extinta DIP, a los que el decir
popular se refería con ese mote. No, la madrina
de Víctor es el tráiler doble remolque que sirve para transportar autos
nuevos desde una ensambladora, hasta la agencia que hubiera hecho el pedido de
tales unidades.
El transporte, un Freightliner 2015, blanco, jala dos
remolques amarillos. Es nuevo. “El gobierno nada más te los acepta hasta los
diez años y luego los debes de cambiar”, aclara. “Se acaban mucho estos
camiones… pues es que les metes como doscientos mil kilómetros por año o más”.
Los remolques, en ese
momento, están cargados con camionetas de las que cargan tres toneladas, sin
caja, marca Nissan.
Son ocho, más un auto
compacto, un Tsuru, que cupo hasta el final del larguísimo transporte. Con el
Tsuru, debe de medir unos 20 metros.
“Pues sí, ya te digo,
me dedico desde hace veinte años a esto”, refiere. Le digo que siempre me ha
parecido muy admirable el trabajo de los conductores de transporte pesado, en
especial, los de doble remolque. “Pues… no sé, es como todo, como lo que tú
haces, ¿no?, que pues agarras la práctica y ya, ¿no?”, comenta, pero, insisto,
en que sí me parece loable lo que hace, como una especie de héroe de la autopista. Sólo se ríe y
agrega “Bueno, lo que sí es que en muchos trabajos entras a una hora y sales a
la misma y aquí, no, aquí hasta que llegues a donde vayas, termina tu chamba”.
Tiene también Víctor
que cargar los autos en los remolques. “Sí, se bajan rampas y los vas
acomodando. Yo los manejo y hay amarradores, que son los que los sujetan”. “¿Es
muy tardado eso?”, le pregunto. “¡No… veinte minutos, cuando mucho… es
rápido!”, exclama. Claro, reflexiono, es igualmente el resultado de sus veinte
años de experiencia los que le hacen ver ya como algo sencillo cargar una madrina.
Tiene razón, pero no
subestimo ese trabajo, pues me parece que se requiere de una gran coordinación
para conducir un transporte tan largo y pesado. Y lo hace solo, sin chalán, como se le dice aquí a los
ayudantes de casi cualquier oficio.
Cabe mencionar que en
México, la legislación sigue permitiendo el empleo de los tráileres doble
remolque, a pesar de los graves accidentes que muchos de ellos, como las pipas
dobles de gas, han ocasionado (ver, por ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=6rVmIwqgXIs).
Sin embargo, dice
Víctor que no son frecuentes los accidentes de las madrinas y que cuando sufren uno, son volcaduras y los daños se limitan
casi siempre a los autos que transportan, los que, me dice Víctor, están
asegurados, así como el transporte y hasta ellos, con una póliza de vida.
Víctor dice que como
“fracasó” en el estudio, debió dedicarse al transporte de autos. “Mira, yo
entré a trabajar de intendencia en la empresa, pero un día, el jefe me jaló y
me dijo que yo estaba bueno para manejar. Entonces, que me encarga con uno de
los operadores a que me enseñara. Y que me voy con él, y en tres meses aprendí,
sí… y lo bueno que hasta me pagaron por aprender”, agrega, sonriente. Comenta
que se enseñó a meter las velocidades, las que explica que son dieciocho, diez normales y las otra ocho, con
convertidor. También, a usar los espejos, los cuales son cuatro, que le
permiten ver bien, en todo momento, a cualquier vehículo, incluso, en el
llamado punto ciego, para lo cual, el
transporte cuenta con espejos superiores, uno a cada lado, con los que puede
ver a los autos que vayan laterales al tráiler. Igualmente, Víctor se enseñó a
cambiar la velocidades en sincronía con las revoluciones de la máquina. “Sí, le
vas midiendo con el tacómetro, pues si no le das sus revoluciones a la máquina
para el cambio, no te entra la velocidad”, explica. Fácil dicho, pero… aun sigo
pensando que no podría manejar un vehículo de tales dimensiones y exigencias.
Dice que, en realidad,
esos transportes llevan volumen, más que peso. “Estas camionetas son ocho, y no
llegan a la tonelada cada una, así que, cuando mucho, llevaré ocho toneladas y
media. Pero de carros chicos, le caben hasta quince, que tampoco llegan ni a
las ocho toneladas”.
Según él, por eso las madrinas son más maniobrables que un
tráiler que cargue mucho peso, como material de construcción o combustible, por
ejemplo, lo que lo hace más peligroso.
“Sí, en donde se puede
hasta ciento cuarenta le meto”, me dice, jactancioso. “Una vez, me paró una
patrulla, porque iba muy rápido, pero es que me urgía llegar… ya andaba algo
retrasado esa vez”.
Le digo que es algo que
“odio” de los conductores de tráileres, que a veces van tan rápido, que hasta
parece que trajeran un auto deportivo. Sólo sonríe. “Pues sí… pero es que a
veces sí llevamos prisa”, dice, como justificando a los que así conducen.
Me platica que esa es
su vida. “Estoy tan acostumbrado a la manejada, que me aburro cuando estoy sin
viaje”, lo cual es raro, pues dos o tres veces a la semana debe de entregar
autos.
Le pagan por kilómetro
recorrido, me dice. Con carga, dos pesos con ochenta y cinco centavos y vacío,
un peso. “Ahorita voy hasta Oaxaca”, me dice, así que me voy a ganar casi
cuatro mil pesos. Me los aviento en dos días… eso, sí, casi sin dormir”. Es
algo que le pregunto, sobre lo que se dice de que toman medicamentos para no
dormir. “Sí, la verdad es que sí… y, bueno, eso te va acabando tu salud… pero, pues
no te queda de otra si quieres que te vaya bien en tu sueldo”, dice, resignado.
Una de las consecuencias es que, comenta Víctor, se vuelven muy violentos, pues
el no dormir, tiene efectos sobre la conducta. El matrimonio de él terminó
abruptamente debido a eso, su mal genio y los injustificados celos que llevaron
a su ex esposa a pedirle el divorcio.
Víctor se quedó con sus
hijos. Como les está pagando escuelas particulares, eso lo presiona para que
saque el mayor salario que pueda. “Mira, en promedio, al mes, gano más o menos
veinticinco mil pesos… y a veces más, pero así me friego, la verdad”.
Tiene cuarenta y ocho
años, pero perece mayor, de unos cincuenta y cinco o más. “No es fácil la
chamba”, dice, en el sentido de que debe de esforzarse mucho, hacer muchos
viajes, hacer pocas paradas, dormir poco o nada…
Me invita a que conozca
a su madrina por dentro. “Nada más no
te vayas a espantar”, me advierte, luego de subir los dos estribos para acceder
a la cabina. Ésta, realmente no es muy grande, casi como si estuviéramos dentro
de un auto familiar o una camioneta. Y veo el motivo de su aprehensión: dos
estatuillas de la Santa Muerte,
esotérica y hasta temida entidad, muy adorada por muchas personas, quizá
millones, en este país – y seguramente en muchos otros, a pesar de que la
iglesia católica se opone a tal “diabólica” adoración –, que la ven como su
“santa patrona”, y le piden que los proteja en sus diarias labores, justo como
hace Víctor, cada que sale a un nuevo viaje, encomendarse a la Santa Muerte. “Yo sí creo en Dios – me dice, como
tratando de justificarse –, pero, la verdad, es que la santita es bien milagrosa, deveras”.
Víctor dice que,
afortunadamente, jamás lo han asaltado. “No… cállate… no, nunca me han asaltado… como te digo, es porque ella me cuida”, dice. Quizá por eso, pienso, habrá que conceder
que, en efecto, la Santa Muerte
alguna cualidad tendrá.
O quizá sea la suerte,
de la que muchos dicen que tienen muy buena suerte, otros, muy mala suerte y
otros… regular.
En el caso de Víctor,
le celebro que nunca le haya sucedido nada. Pero platica que uno de los
compañeros está desaparecido desde hace un año. “Sí, encontraron la madrina
vacía, pero el compañero no ha aparecido”. Especulamos que a lo mejor se haya
puesto de acuerdo con los ladrones. “Puede ser, porque no es tan fácil que te
roben, pues estas unidades traen localizador satelital y no es fácil que lo
descompongan… quién sabe qué pasaría”.
Además, dice que, fuera
de que se quisieran robar la carga, ellos no llevan casi dinero, excepto para
sus viáticos, pues todo se paga ya por tarjeta electrónica, como casetas,
combustible y lo que se requiera. “Casi llevas lo de tus comidas, porque te
duermes en el tráiler”, me dice, mientras me muestra el confortable espacio
trasero de la cabina, que es, justo, para dormir a sus “anchas”. “Te duermes
muy rico aquí. Si hace calor, nada más le abres los vidrios”, dice. Y ni
problema con los mosquitos, pues ambas ventanas están equipadas con mosquiteros.
Les adelantan el 30 por ciento de su salario antes de cada viaje, por si
quieren llevar más dinero, pero Víctor no lo hace. “Yo, nada más llevo lo
necesario”
Hablamos sobre el
mantenimiento del tráiler y dice que es cada determinado número de kilómetros.
“A los cinco mil, le revisan lubricantes, engrasado, a los diez mil, frenos, a
los quince mil, transmisión… y así. Todo te lo va indicando la computadora – me
señala una especie de tableta que
está sobre el tablero –, los kilómetros que llevas y lo que le debes de
revisar, y así”.
Por lo visto, en la
época actual, se han minimizado mucho tanto los riesgos, así como también se
han facilitado las operaciones de mantenimiento de esos transportes, que son
“como tu segunda casa”, dice, con cierto orgullo. Y es que, en efecto, la
cabina está personalizada muy al
gusto de Víctor. Tiene pequeñas canastillas metálicas para llevar sus
refrescos, alimentos, sus pastillas de todo tipo, incluyendo las que emplea
para no dormir, quizá las más cuestionables de su botiquín, y sus patas de
venado. “Sí, mis patitas de venado… para la buena suerte”. Sí, se entiende que
una actividad que conlleva peligros de todo tipo, desde accidentes,
descomposturas, robos… requiera de todo tipo de fetiches y amuletos, con tal de
que el operador se sienta lo más seguro posible.
Tiene Víctor un hijo
que también se dedica a lo mismo. “Sí, mi muchacho, pues también fracasó en el
estudio y también se dedica a esto”. El joven trabaja para otra compañía, de
las que ya hay muchas, dice Víctor. “¡Uy, sí…. hace veinte años había… creo que
otras dos, y ahora ya hay varias, pero ésta es de las más socorridas!”.
Las puertas de la
cabina llevan el logo de la CANACAR (Cámara nacional de autotransportes de
carga), a la que la empresa en la que labora Víctor pertenece. “Pues el dueño
de la empresa es el mero mero de la
Canacar… es millonario el tipo”, dice Víctor, pensativo, quizá reflexionando en
que individuos así han hecho sus fortunas de explotar bastante a conductores
que se la pasan sin dormir varios días,
con tal de percibir un sueldo decente, a pesar de las inconveniencias a su
salud y de los peligros a los que se exponen.
De todos modos, Víctor
dice que le gusta mucho su trabajo, pues, además, ha viajado por todo el país y
conoce a mucha gente, sobre todo “mujeres guapas”.
Le pregunto qué hay de
cierto de los supuestos encuentros “sobrenaturales” que narran los hombres del
volante, que de repente encuentran en los caminos, sobre todo los muy
desolados. “Fíjate que a mí no me ha pasado, pero a un compañero que fue a
Chihuahua, ¡se le subió un duende, sí, y andaba por toda la ventana bailando…
hasta lo filmó, pero paras la grabación, le pones pausa, y no se le ve forma al
canijo duende… sólo que esté moviéndose!”.
Aunque, finalmente, hay
que temer más a los vivos, que a los muertos, como es el sentir popular,
reflexiono.
El viaje de ese día será
largo, pues debe de ir desde Cuernavaca hasta Oaxaca. “Son las nueve – dice,
mirando su reloj –… como a las dos de la mañana estaré llegando”, afirma, sin
afectación de ninguna especie, así, como algo normal. Le llevarán, entonces, unas diecisiete horas hacer el
recorrido, calculo.
Dice que va a seguir
manejando las madrinas hasta que el
cuerpo aguante. “Pues sí, porque cuando te jubilas, te dan una bicoca”, afirma.
En efecto, como sucede con la mayoría de las pensiones de hambre que se dan en
este país… claro, si es que se tiene derecho a esa exigua pensión, excepto, por
supuesto, todo tipo de “funcionarios”, corruptos y mafiosos, comenzando por el
“presidente”, “jueces”, “diputados”… y demás parásitos que mantenemos con
nuestros impuestos, los que perciben pensiones vitalicias de cientos de miles
de pesos mensuales.
Esos son los duros
contrastes que se dan en este país y en todo el mundo, en donde el paraíso es
solamente para el uno por ciento que operan al depredador capitalismo salvaje,
gracias al cual explotan al noventa y nueve por ciento restante para satisfacer
sus mezquinos intereses.
Agradezco a Víctor la
entrevista y le deseo buen viaje. Sí, que su Santa Muerte y sus patas de venado lo lleven con bien.