La feria del sexo o… “aquí le quitamos su pena, su impotencia y su frigidez”
Por Adán Salgado Andrade
Desde esta sexualizada Ciudad de México. Es tarde de domingo, algo de calor se siente, amainando ya los fríos que desde hace semanas se han estado sintiendo. Quizá porque sea el penúltimo día del tan anunciado evento sexual o porque al ser su tercera edición y asalte un curioso “¿cómo será?”, disponga ello a quitarse penas y tapujos y, muy decidido, se aventure uno a pagar los 200 pesos que sólo la entrada cuesta. Pero, además, a formar una larga fila pacientemente, justo porque es domingo, permitir a un policía que revise bolsas de mano o de hombro, y luego avanzando “rapidito, para que no se le metan y se quede sin ver sexo”, casi indica otro uniformado… enseguida, ya en la entrada, mostrar el boleto, que muy serias e inexpresivas empleadas (no vaya a ser que despierten alguna preliminar pasión entre los “ardientes” asistentes) escanean con lectores ópticos. Una última revisión por parte de otras menos inexpresivas empleadas y… “¡Bienvenido sea usted a la feria del sexo, en donde puro placer hallará!”…
Mercantilisticamente hablando, pues es digamos que natural que se hiciera algo así. Hay feria del auto, feria de cómputo, feria del juguete, feria de la ropa, feria del empleo, feria de la artesanía, feria del hogar… una feria del sexo era más que obligada. “Es que somos y nos guiamos por el sexo”, podría ser el lema del evento, pero sus organizadores no han pensado en una justificación sociológica… a fin de cuentas la única justificación es que si ello incita al morbo, y satisfacer dicho morbo, más que a la sexualidad, vende y logra atraer a miles… adelante, que el sexo se vuelva un “sano entretenimiento” y que todos los sexomerciantes (¿se podrían llamar así los comerciantes sexuales?) vendan mucho y obtengan buenas ganancias, comenzando por los felices organizadores (es evidente que el evento resulta exitoso, pues ese día miles son los que asisten al lugar, el Palacio de los deportes, despojado de su original, olímpica utilidad, para convertirse en el lugar de las ferias para todo) …
Ah, y para asegurarse de que no vaya a haber desmanes, que algún asistente, al calor de las circunstancias, se le suban los ánimos y el temperamento y vaya a cometer un delito sexual, una panel de granaderos, muy a la orden (cuyas caras reflejan aburrimiento, pero también curiosidad por ver las bondades que con tanta pompa anuncia la publicidad del evento), espera en el estacionamiento la orden de atacar con toletazos y gases, cualquier intento de insurrección y sedición sexual que se salgan del programa previsto.
Una vez cruzada la entrada, despojados todos de cualquier pena o reticencia – “aquí todos venimos a ver sexo”, sería el generalizado mensaje –, quizá la imagen mental de muchos de los asistentes de encontrarse con fornicadoras parejas de pornstars, de desnudas chicas dispuestas a materializar cuanta reprimida fantasía sexual se tuviera en el inconsciente… ya de perdida una tabledancera agitando glúteos o senos a ritmo de reguetón… se desvanece y se les coloca en la disyuntiva de entrar a uno de los dos pabellones (el poniente, W, y el oriente, E), en donde, es de imaginarse, ahí, sí, seguro que la ¡diversión comenzará!...
Pero si se tiene suerte, entonces se topa uno con algunas chicas que luciendo coqueta y tentadora lencería o vestuario que remite a fantasías sexuales (la chica vestida de sensual caperucita, de fogosa enfermera, de atrevida colegiala – para esas reminiscencias de pedofilía –, de erótica bombera, de ardiente danzante mexica –sí, por aquello de nuestras verdaderas raíces –, de sexy darketa…), comienzan a bailar y a contonearse muy provocadoramente, encendiendo la inicial lascivia de los ávidos asistentes, quienes no tardan en rodearla y, sin dudarlo, están dispuestos a pagar treinta pesos porque la chica en cuestión se fotografíe con ellos – la que previamente, claro, advirtió que las fotos cuestan, no son gratis, “sí, chavos, permitir que mi semidesnudo, cuasiperfecto cuerpo se inmortalice en una foto con ustedes, ¡cuesta!”, podría decir –, los abrace y, que los más atrevidos (o machos, para el caso), le aprieten muy “cachondamente”, los glúteos…
Y ahí se ve cómo todavía, a pesar de cuanta campaña existe a favor de la mujer, de su lugar en la sociedad, de que no se le debe de tratar como objeto sexual… en fin, de que se ha tratado de combatir al machismo mediante la razón, muchos de los asistentes, sobre todo hombres, toman como parte de la diversión y de los fetiches sexuales a las mujeres que allí trabajan, sean o no pornstars (aunque muchas más bien me parecen chicas que fueron contratadas por sus atributos físicos, sin que se trate de famosas pornoactrices). Y eso de que muchos hombres sólo ven objetos sexuales en las mujeres, lo vuelve a evidenciar una pareja que pasa delente de donde estamos, ella vestida de minifalda, de marcados rasgos indígenas, que a pesar de sus pocos atributos físicos, es digamos que presumida por su acompañante, un tipo muy caradura, quien para dejar constancia de que se hace acompañar de una escultural mujer (muy a su entender, claro), le soba muy orgulloso los glúteos a su chica, como diciendo “¡miren lo que traigo, cabrones!”, gesto que sólo produce una irónica sonrisa en quienes vemos tan machista acción.
Pero qué importan allí, en medio de tanto placer y sexo puro, esas consideraciones éticas y que a una mujer le palpen los glúteos frente a todo mundo. No, adelante… y para que se anime la cosa, a varios varones se les dan sus muestras gratis de estimulantes sexuales “¡para que tenga una super-erección y su pareja no se le aburra ni se le duerma!”. Claro, ahora viagras o sus equivalentes, son de las drogas más demandadas a nivel mundial. Tan sólo Pfizer, el fabricante de Viagra, tuvo ventas mundiales en el 2008 por 1900 millones de dólares y estima que cada año subirán un 10%. Así que la disfunción eréctil es un buen negocio para toda aquella empresa farmacéutica que ofrezca un medicamento similar, sobre todo más barato. Y productos como “power sex”, “the sensual tea”, “him”, supersex”, “ginseng sex”, “simi power”… y muchos otros sucedáneos son ofrecidos no sólo en las tiendas sexuales, sino en farmacias y hasta en tiendas naturistas, cuyo primer objetivo no es, precisamente, el potenciar sexualmente al hombre…
Y ya es entrar a uno de los pabellones, luego de rápidas disquisiciones, que la evidencia de que no todo lo prometido en la publicidad es cierto, se presenta crudamente… sí, llenan el espacio stands de parafernalia sexual, en donde, cuando mucho, alguna empleada en lencería, de no muy escultural figura, trata de atraer al ávido sexoconsumidor a su local para que compre ya sea un fetiche, un juguete erótico, un estimulante sexual, un potenciador, un video porno, una revista, un comic… “ándele, acérquese, aquí le vendemos desde una loción excitante, hasta un bonito y práctico pene… no se quede con las ganas y anímese a entrar… por ver no se paga!”, podría ser el pregón de estos sexomerciantes, reflexiono.
Ah… pero, sí, para que no digan, hay un show en el que aparentes pornstars, ataviadas como ardientes colegialas, se despojan de prendas superiores y dejan ver sus alicaídos pechos, pero una aglomerada multitud impide ver de cerca tan “sensual” espectáculo, muy metidos todos en filmar y fotografiar con celulares y telefónicos dispositivos a aquellas féminas, cual si fueran animales de exhibición… nadie se quiere quedar sin sus fotos o videos de aquellos pechos filmados en vivo – “¡esto cuándo lo iba a ver!” –, sí, que valgan la pena los 200 pesos de entrada, exclamaran los masivos fotógrafiantes y filmantes de pornografía en vivo (aunque no llega a eso, la verdad, pues ahora ya es hasta común desnudarse para protestar).
Ya más adelante, otra supuesta pornstar en bikini, acaba de elegir de entre el babeante público masculino a un voluntario, al que despoja de su ropa, dejándolo en calzoncillos y, acto seguido, procede a practicarle pornográficos agasajos que el excitado muchacho, lo evidencia su protuberante erección, quisiera consumar. Hay un breve intermedio, en el que los conductores del show, avientan condones, sí, para que no se diga que la feria está en contra de las medidas de higiene y sanidad sexual. Luego, la pornstar reanuda sus lujuriosos movimientos sobre su, en ese momento, esclavo sexual, y ya que le promete bajarle las estrellas y todo, le pide que cierre los ojos… y aparece una muy gorda, des-excitante mujer, vestida como enfermera, luciendo celulitis por todo su flácido cuerpo, que se le acerca por detrás y se le sienta encima, justo cuando el aspirante a pornoactor abre sus ojos, luciendo cara de desencanto y de ridiculez al mismo tiempo, al ser mofa de la burlona turba, que con sus risas y gritos, le remuele haberse convertido en el hazmerreír público.
Ah, pero mientras se siguen recorriendo los sexopuestos, pueden verse otros minishows de chicas en lencería o de corpulentos stripers, quienes también se dejan fotografiar por el solicitante a cambio, claro, de los módicos treinta pesos que, parece, fue la cuota fija establecida – por aquello de la competencia desleal, si alguien cobra de menos, con tal de fotografiarse más, razono –… y los más abusivos también exigen no sólo la foto, sino apretar fuertemente a la chica de los glúteos o asumir pose sexual, pegándosele apretadamente al trasero de aquella, quien se inclina, con tal que el arremedo de fornicación sea lo más realista posible.
Pero para que no se diga que no hay arte y que el sexo también es arte, los organizadores tuvieron el tino de traer a “Picasso”, como se ha auto-nombrado un estadounidense sesentañero, cuya particularidad es pintar totalmente desnudo con su flácido pene. Una pareja que ha aceptado pagar ¡500 pesos! para que el peneal pintor les haga su caricaturizado retrato posa frente a él, sentados en un sofá, viendo como el hombre, muy diestro, manipula su pene sobre la paleta de colores y luego sobre el lienzo, y con gráciles peneladas va reproduciendo sus serios, posadores rostros. Y uno se pregunta qué tipo de colores empleará ese singular artista, con tal que no le provoquen daños a su salud… o por lo menos a la de su pene. Aunque de repente se me ocurre pensar que quizá era impotente y decidió darle alguna utilidad a su miembro… y se puso a pintar con él. Pues ya ven que si de records se trata y de hechos a la “aunque usted no lo crea de Ripley”, los gringos se pintan solos.
Tras haber contemplado un rato como ese fálico pincel formaba las caricaturas de los posantes, en una mezcla que raya entre lo grotesco y la fanfarronería, vamos al otro pabellón… en donde más de lo mismo espera: tiendas sexuales, chicas en lencería y stripers intentando vender fotos… y otro aglomerador show, esta vez con tres muy dispuestas voluntarias, a las que un supuesto striper estadounidense, a ritmo de energética melodía pop, se permite acosarlas y manosearlas (les sacude los pechos, recibiendo no una bofetada, sino una grácil sonrisa por su ansiado atrevimiento), que al fin que en ese momento de puro sexo y lujuria todo se vale, no están las mujeres en la calle o en el metro, siendo acosadas por un “delincuente sexual”… no, en ese momento son ellas para él… sí, las tres, venga, “ándale, cógenos frente a todos… sí, aunque sea con ropa, de a mentis, sí, no le hace… nuestros quince minutos de placentera fama”, frente a rumiantes machos que las fotografían y las filman y quisieran ellos ser quienes también se las agasajaran y simularan cogérselas, como el musculoso striper, quien ya está en pura tanguita y frota sus genitales encantos contra las caras de las chicas y sus partes pudendas… ¡sí, todo se vale, aunque sean ridiculizadas y vejadas públicamente… que al fin es la feria del sexo… y a eso vinieron!, ¿no?
Y ya, más que excitados, agobiados por tanta gente, por tanto manoseo voluntario o involuntario, sobre todo hacia nuestra acompañante, salimos de ese otro pabellón, algo hambrientos… pero no de sexo, sino de comida… y no hay muchas opciones, excepto por cara comida chatarra o fast food (pizzas, papas fritas, churros rellenos, burritos, refrescos)… más caros algunos que una dosis de Viagra o una dotación de condones…
Sí, esa es la feria del sexo, a la que a pesar de ya ser entrada la tarde, sigue visitando gente, siendo recibida por stripers y chicas en lencería, para que se tomen la cobrada foto… ¡y que disfruten del sexo a lo grande!... algo que si no se cuenta con dinero de sobra, “¡pues no, joven, sin dinero, mejor ni venga, que aquí hasta el agua le cobramos!”
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