Biocombustibles: imposición transgénica, no
alternativa ecológica
por Adán Salgado Andrade
Cuando la empresa estadounidense Monsanto alteró genéticamente una especie de maíz para, según sus directivos, aumentar su rendimiento, también se le adicionó un químico (Bt, una toxina producida por la bacteria Bacillus thunringiensis, el que, en un experimento rápido, un entomólogo, John Losey, espolvoreó polen de maíz con dicha toxina en plantas en las que vivían larvas de mariposa Monarca, y el resultado fue que murieron todas, ya de por sí puestas en peligro por la deforestación de su santuario, en tierras michoacanas) para dotarlas de supuestas “propiedades de resistencia a las plagas”, pero que también destruye las semillas resultantes de las cosechas de dicho maíz si son sembradas, para evitar, justifica la empresa, que “piratas agrarios” se apoderaran de su aberración genética y la cruzaran con plantas criollas – es decir, naturales – para que éstas se hicieran también de las “maravillosas propiedades” del alterado maíz, que se dio en llamar terminator, pues la planta se autotermina (un desafortunado granjero canadiense, Percy Schmeiser, fue demandado por la empresa por “plagio genético”, ¡y ésta ganó el juicio!, porque la cosecha de canola normal de aquél se contaminó accidentalmente con el polen de cultivos transgénicos del maíz de Monsanto que estaban cerca del sembradío del canadiense. El infeliz hombre fue condenado a “indemnizar” con miles de dólares a la “pobre” empresa).
Pero a pesar de las pretendidas “bondades” del maíz transgénico y de que ya lleva varios años comercializándose, muchos países, sobre todo europeos, no están de acuerdo con su consumo, así que han exigido que las empresas industrializadoras de alimentos eviten emplearlo o señalen claramente que el alimento ofrecido lo contiene, pues aún no se sabe con certeza los daños a la salud que en los humanos ese engendro vegetal y otros transgénicos vayan a tener (por lo pronto, se reportan alergias o diarreas en personas sensibles. Como mencioné antes, la presencia del químico Bt es también un serio factor de riesgo).
Así, fue justamente esa resistencia la que llevó a Monsanto, Aventis, Du pont y a otras empresas productoras de transgénicos a elaborar una estrategia distinta para lograr la plena aceptación, sin obstáculos ni pretextos de ninguna índole, para el maíz alterado e incluso para otros cultivos que ya están también genéticamente modificados, tales como la canola, la soya, el jitomate, la calabaza, la caña de azúcar, la papaya, la papa, el algodón el lino... y de todos aquellos vegetales en los que actualmente se están experimentando las modificaciones genéticas.
Fue entonces que se comenzó a fabricar la “maravillosa idea” de que para que no se contaminara tanto a la atmósfera con los combustibles derivados del petróleo, un gran sustituto serían los llamados biocombustibles. Esto comenzó a hacerse en Alemania, en donde se logró elaborar diesel a partir de la colza, una leguminosa variedad del nabo usada comúnmente como forraje o para extraer aceite lubricante. Al ser quemada por los autos, ese “biodiesel” producía un olor parecido al de las papas fritas. Se decía de tal gasolina que poseía las mismas propiedades combustibles de la común, pero que producía sólo una fracción de las emisiones dañinas que contribuían al calentamiento global. Sin embargo, recientes estudios han demostrado la falsedad de tales argumentos, indicando, entre otras cosas, que es mínima la disminución de emisiones contaminantes producidas por los biocombustibles, además de que la llamada “eficiencia energética” (esto mide qué tanta energía producen los biocombustibles más de la que es empleada para hacerlos), tampoco es la panacea. Por otro lado, la siembra misma de los así llamados “cultivos energéticos” incrementa el uso de agroquímicos, puesto que las modificaciones genéticas de aquéllos así lo requieren. Necesitan más fertilizantes, más herbicidas, incluso más agua. Y al incrementarse la fabricación de tales agroquímicos, se aumentan los efectos colaterales, como las emisiones de CO2, o sea, el bióxido de carbono, uno de los gases contaminantes que más se produce en la actualidad, ¡alrededor de 7100 millones de toneladas por año!, lo que está contribuyendo exponencialmente al calentamiento global y a los trastornos climáticos que estamos padeciendo cada vez más frecuentemente. Además, se está llevando a la agricultura a una peligrosa situación de monocultivos, ya que tienden a reducirse las variedades genéticas, inclusive de los granos que se siembran, con el inconveniente adicional de que están tendiéndose a contaminarse con los genomas de los cultivos modificados otros vegetales, que pueden heredar las características de esterilidad que tienen los granos transgénicos. Por otro lado, la elaboración de tantos millones de litros de biocombustibles, irónicamente también está aumentando la producción de gases contaminantes, pues están implícitos procesos industriales que emplean tradicionales métodos de fabricación inherentemente contaminantes. Eso en cuanto a los problemas que la siembra de transgénicos y la fabricación de biocombustibles acarrean consigo. El otro problema es que, como supuesta alternativa energética (que no ecológica, como ya expliqué), tampoco existe una real viabilidad. Por ejemplo, Estados Unidos, país que intenta cambiar intensiva y extensivamente su dependencia de combustibles producidos por petróleo a biocombustibles es muy ilustrativo de que no satisfaría sus necesidades energéticas con etanol o biodiesel. La tierra arable que ese país posee es de alrededor de 1,740,765 km², de la cual actualmente se tienen sembrados con soya para, entre otros usos, el biodiesel, poco menos de un 2.5%, o sea, unos 42690 km². Resulta que para que ese país pudiera producir todo el biodiesel necesario para sustituir el diesel normal que emplea actualmente, tendría que contar con un área total de soya cultivada ¡casi 54 veces mayor a la sembrada actualmente!, es decir, unos 93,501,090 km², imposible, dado que el área cultivable de todo el planeta es de apenas 31,000,000 de km². Pero además toda la soya sembrada sería exclusivamente para producir biodiesel, lo que agravaría brutalmente las carencias alimenticias que ya de por sí estamos teniendo. El otro caso, el del etanol, también es igualmente cuestionable. Se requeriría de un 30% de la tierra cultivable que posee EU sólo para sembrar maíz, o sea, unos 526,436 km². Lo que actualmente se cultiva son alrededor de 59386 km², así que casi tendría que incrementarse en ¡nueve veces la producción de maíz, exclusivamente para fabricar etanol! (ver mi artículo en Internet “¿Más energía o más desperdicio?”)
Pero aún con los serios argumentos anteriores que se oponen a la industrialización a gran escala de los biocombustibles (que actualmente sólo se hace en Brasil, con el etanol producido de la caña de azúcar), en todos lados se está insistiendo en que éstos constituyen el “futuro energético”. Y claro que aquí es donde comienza el gran negocio de los transgénicos, pues, se arguye, puesto que estos rinden más cantidad por hectárea (lo cual es también dudoso, pues varios estudios recientes han demostrado que no existe el tan mentado “alto rendimiento”) y son más resistentes a plagas, constituyen el medio ideal para convertirlos en biocombustibles. Si, expresarán los ejecutivos de Monsanto o Aventis, ya no se preocupen de que con ellos se deba de alimentar a la gente y los efectos colaterales a la salud que ello conlleve, no. Ahora los emplearemos a gran escala para hacer etanol o biodiesel, que al fin que será para consumo de máquinas, no de humanos. Así, está incrementándose considerablemente la siembra de transgénicos en muchos países, so pretexto de que se emplearán no como alimentos, sino como energéticos. En Brasil, Argentina, China, India, Canadá, Sudáfrica se siembran desde hace años soya, maíz, algodón, y otras especies modificadas. Y, en primerísimo lugar, por supuesto, está Estados Unidos, en donde se calcula que un 75% de los alimentos procesados contienen al menos una sustancia genéticamente modificada. En ese país, 89% del área plantada de soya, 83% del algodón, y 61% del maíz son especies transgénicas. Pero, claro, como el gran negocio de los organismos genéticamente modificados (OGM) debe de crecer, que más y más países permitan su cultivo, pues a la medida queda lo de la fabricación de biocombustibles, como señalé arriba. En México, aprovechando la actual polémica sobre la privatización petrolera (también por una cuestión de la seguridad energética que debe de buscar Estados Unidos), está por aprobarse la siembra de maíz transgénico, a pesar de que se ha demostrado incansablemente que tal medida pondrá en peligro las alrededor de 200 especies criollas existentes, convirtiéndolas, incluso, en estériles. Eso será una estupidez, una insensatez de los actuales mal administradores neoliberales panistas, pues este país es ¡cuna del maíz!, planta que los mexicas consideraban mágica, cuya forma en cruz indica los cuatro elementos esenciales de la vida humana: el viento, la tierra, el aire y el agua. Sí, y entonces como crece día a día el cultivo de maíz y de soya transgénicos, principalmente, se están dejando de sembrar las especies criollas de esos granos (no sólo eso, sino que se están dejando de cultivar muchos otros alimentos, como verduras, frutas y otros cereales, pues ya no resultan tan lucrativos comparados con el boom de los biocombustibles), y la mayor parte de esa producción se está empleando para la fabricación de biocombustibles, o sea, deliberadamente se está ocasionando la escasez de alimentos, pues aunque se ha incrementando la siembra de granos, ésta no será dirigida a alimentar a nuestro hambriento mundo, sino para llenar los tanques de combustibles de millones de autos, sobre todo estadounidenses, que es hacia donde se dirigirán la mayor parte de las exportaciones de los países que ya están viendo el “gran negocio” que es producir biocombustibles con los granos, en lugar de comida. Así, la seguridad energética de EU se está afianzando también por este nuevo, “novedoso” frente, cuestión que Bush ha señalado también como una “prioridad nacional”, es decir, la gradual sustitución de parte de las combustibles derivados del petróleo por los derivados de vegetales (el otro es el de asegurarse el petróleo de sus vecinos petroleros, como México, Canadá y Venezuela. Ver mi artículo en Internet “Los pozos petroleros ultraprofundos, otra manera de seguir garantizando la dominación estadounidense sobre México”). Como es evidente que EU no podrá producir todo el etanol y el biodiesel que requerirán sus planes de sustitución de los combustibles tradicionales, serán muy bienvenidas las importaciones de países que se sumen a la “fiebre bioenergética”. Brasil, por ejemplo, exportará dos y medio millones de litros de etanol a EU este año, de los aproximadamente 27 millones que piensa producir
Esto es en gran medida lo que está generando la actual crisis alimentaria mundial, pues se están cultivando granos, pero no con la intención de alimentar a la gente hambrienta, como ya señalé, sino para hacer los biocombustibles, dizque para no contaminar tanto el ambiente, pero se está demostrando, como señalé, que no es así.
Por otro lado, otro de los factores que están contribuyendo a la carestía de los productos agrícolas, es también la cuestión de que muchas de las tierras arables están declinando su producción, debido a los rendimientos decrecientes, ya que a pesar de que se abonen en demasía, llega el momento en que tanto agroquímico las va alterando (“quemando” dicen en México los campesinos) y ya no producen lo mismo. Por esta razón muchos agricultores en EU han recurrido de nueva cuenta a la llamada “agricultura orgánica”, en donde la tierra se barbecha, para que el desperdicio de anteriores siembras, revuelto con ésta, se descomponga y cree un humus que la enriquezca naturalmente, lo que muchos campesinos hacen en México, por ejemplo. Además, los ciclos de cultivo están alterándose también, pues por el calentamiento global y los severos cambios climáticos que estamos induciendo, las lluvias, por ejemplo, se atrasan, lo que afecta a las llamadas tierras de temporal (las que se siembran sólo con el ciclo pluvial) y cuando llueve, es en demasía, y arruina los pocos cultivos que logran germinar. Esto está sucediendo en México, en donde más del 70% de las tierras cultivables son de temporal. Y las temperaturas extremas que se están generando, no son soportables ya por ciertos cultivos en ciertas regiones, así que ya no pueden seguirse sembrando esos sitios.
Pero también la carestía y baja en la producción de granos para alimentos, no para combustibles, se debe a que la tendencia industrializadora que se sigue desde hace varios años, ha desalentado la actividad agrícola. Para muchos países, China entre ellos, es más importante desarrollar parques industriales, que campos agrícolas, con la consecuencia de que ha disminuido muchísimo la producción de alimentos. Sí, en países como la mencionada China, disminuye cada año la proporción real de los alimentos cultivados (aunque aumente en forma neta), en relación a los consumidos por sus habitantes. Ni en algo tan tradicional como es el arroz, ese país es autosuficiente, como lo fue en el pasado. Eso sucede a países como México, que también ha desalentado la actividad en el campo, en donde más del 25% del maíz que requerimos, por citar una negativa consecuencia, es importado de EU (más ahora con la apertura total del TLC), mucho del cual es transgénico, que ¡incluso en ese país está prohibido para su consumo humano, y que más bien se usa como forraje! Una negativa consecuencia del descuido de la actividad agrícola mexicana es que cada vez más y más campesinos emigran, irónicamente, hacia EU en busca de una vida mejor, dejando sus tierras vacías, improductivas (baste recorrer regiones agrícolas en México y se verá que están cientos de hectáreas de tierras improductivas, ociosas. Ver mi artículo en Internet “Apertura total del agro mexicano al TLC estadounidense o de cómo se sigue matando al campo en México”). Esto genera, por un lado, el peligro de hambrunas porque no se producen suficientes alimentos internamente, y, por otro lado, una peligrosa dependencia del exterior para comprar esos alimentos, que serán, en consecuencia, cada vez más caros al haber varios países dependientes del exterior para alimentarse.
En la reciente conferencia sostenida por la ONU para “analizar” el problema de la escasez de alimentos y la hambruna que ya comienza a gestarse en varios lugares, se llegó a la conclusión de que con algo así como 755 millones de dólares podría resolverse de momento el problema. Sin embargo, ningún país de los llamados “ricos” ha atendido tan emotiva petición. Es el costo de la nueva embajada que EU piensa construir en Bagdad, capital de Irak, por ejemplo (por cierto, un insulto ese, en un país en donde el 80% de la gente vive en situación de miseria extrema gracias a la invasión yanqui, además de que es una ofensa, pues con eso pretende el Pentágono materializar el control neocolonial que está ejerciendo sobre ese devastado país). También es lo que cuesta el avión más lujoso del mundo, un Airbus A340, perteneciente al sultán de Brunei (750 millones de dólares, justamente)... así que de que habría dinero para sufragar tan urgente gasto, pues lo hay, pero lo que no hay es la altruista voluntad de donar dinero en un mundo en donde todo, absolutamente todo, debe rendir una ganancia, ser un buen negocio, dar un buen rendimiento. Es ilustrativo que se señalara también que antes se donaba a la población hambrienta cinco tasas de cereal en promedio, dos de las cuales eran aportadas por la FAO y las otras tres, eran “donativos” de “altruistas” países, sin embargo, ahora ya no se da ni ¡una tasa en promedio!
Y hay que agregar el hecho de que la “occidentalización alimentaria”, la que está imponiendo estilos occidentales de comer, tales como la “fast food” (Mc Donald’s, Burger King’s, Kentucky Fried Chicken... entre otras de esas estadounidenses corporaciones que alientan la mencionada fast food), con gran contenido de grasas, harinas, carnes procesadas, frituras... también influye en la carestía y actual escasez, pues más personas comen muy al estilo “Mc Donald’s”. En China, por ejemplo, ya se “alarman” las autoridades locales de que las dietas en las ciudades en donde la opulencia capitalista debida al aparente “rápido crecimiento económico” se deja ver, se estén “occidentalizando” tanto y ya comience a haber entre la población, incluso, problemas de gordura y de enfermedades relacionadas con la dieta engordante y basta en grasas y harinas. Así, la imposición de la “dieta occidental”, significa un brutal aumento en la cría y engorda de todo tipo de animales, desde pollos, marranos, hasta reses. Una vaca, por ejemplo, requiere nada menos que 45 kilogramos por día de maíz para producir su leche, así como 160 litros de agua. Y el rendimiento en cuanto a la leche que da o la carne que se obtiene cuando se le sacrifica es mínimo en comparación a la cuantía de recursos que se requieren para que crezca y engorde, aparte de todos los desperdicios que produce (orín, estiércol y producción de metanol intestinal, gas que contribuye también al calentamiento global. El estado de Texas es una cloaca, pues es uno de los lugares en donde más se cría ganado en el mundo, en los llamados CAFOS – por sus siglas en inglés, confined-animal feeding operations, es decir, operaciones para la alimentación de animales confinados – lo cual ha provocado una grave contaminación de sus acuíferos con desperdicios y parásitos intestinales de los animales, de tal forma que ya no es bebible el agua que contienen muchos de ellos). Multiplíquense esas cantidades por los millones de reses que son criadas en el mundo y nos daremos una idea de cuantos millones de kilogramos de granos y de litros de agua se requieren cada año para alentar la expansión de esa “dieta occidental”, la que, por desgracia, es adoptada cada vez por más gente en el mundo. Además, otro grave problema derivado de esto es que para producir tantos millones de animales, se emplean técnicas que más parecen de fabricación en serie, que de crianza, pues se somete a dichos animales a alimentación hormonal, para acelerar su crecimiento y su engorda, se les confina a reducidos lugares, lo que incrementa el peligro de que contraigan enfermedades epidémicas, tales como la fiebre aftosa, se les somete a condiciones insalubres, conviviendo en todo momento con sus excrementos y orín... incluso, por la perniciosa costumbre de los ganaderos estadounidenses de emplear hasta los desperdicios de los animales sacrificados, se dio hace algunos años en procesar los restos óseos, pulverizándolos, enriqueciéndolos y dándoselos de comer nuevamente a los animales en engorda, lo que provocó una grave mutación en los organismos de éstos, originándose el llamado “mal de las vacas locas”, grave alteración proteínica, que destruye los cerebros de las reses, cuya carne ni aún cocida pierde sus efectos letales (se han reportado varios casos de personas que murieron a causa de ese mal, el que destruyó sus cerebros aceleradamente, tras la ingestión de carne contaminada).
Súmese a la larga lista referida también el precio de la industrialización y transportación de los alimentos, tanto los naturales, como los procesados, muy relacionados con el alza actual de los precios del petróleo, los combustibles y otros energéticos, y se agrega un factor más al encarecimiento actual. Por ejemplo, el 80% de los combustibles empleados en la actualidad son derivados del petróleo.
Pero, claro, aquí las que ganan son las corporaciones mundiales que monopolizan la mayor parte de la producción, industrialización y distribución de alimentos, tales como Nestlé, Quaker Oats, Unilever, General Mills, General Foods, Cargill, Arthur Daniels Midland, Conagra... entre otras, las que deben de estar felices, pues, por un lado, sus ganancias están elevándose estratosféricamente (así como las de las petroleras) y, por otro lado, sus acciones están a la alza, ofreciendo excelentes dividendos a sus accionistas y atrayendo la atención de ansiosos inversionistas que buscan la nueva panacea lucrativa, que ya no está en las empresas del Internet, ni en las manufactureras, ni en las biotecnológicas, no, el “big money” está justamente en las corporaciones que producen, industrializan y distribuyen alimentos (o que exploten materias primas, como el petróleo). Tras la crisis del año 200 en la que quebraron infinidad de las empresas que veían al Internet como el futuro de la economía (las llamadas .com), muchos analistas económicos, muy sagazmente recomendaban que era mejor regresar a las inversiones en las industrias relacionadas con los alimentos, tendencia que justamente ahora se está dando (se recomienda en EU, incluso, invertir en las granjas que cultivan árboles de crecimiento rápido pues, se dice, éstos seguirán creciendo y tendrán mas madera de dónde cortar, lo que generará “muchas más ganancias” para los ávidos inversionistas). Cargill, por mencionar un caso, controla un tercio del comercio mundial de granos ha incrementado sus ganancias últimamente en 170%. Ese es, por tanto, el gran negocio que se está generando gracias a la hambruna mundial, ironías del capitalismo salvaje.
Así pues, biocombustibles y las necesidades de aumentar las ganancias y revertir en algo la actual crisis económica estadounidense (que ya se convirtió en recesión), son la combinación perfecta para generar la primera gran hambruna del orgullosamente tecnificado, robotizado, internetizado siglo XXI.
Contacto: studillac@hotmail.com