El impuesto horario de verano.
Por Adán Salgado Andrade
De nueva cuenta, el conjunto de mal administradores mexicanos, impondrá el mal llamado “horario de verano” (pues la primavera apenas ha comenzado por estos días), una acción que durante muchos años en nuestro país nunca se había planteado, justamente porque en la latitud en que nos encontramos, muy cercana al ecuador, los días a partir de la primavera, o sea, cuando más luz hay, no se diferencian mucho de los días de invierno. Los días de verano cuentan en México con poco más de doce horas, a mediados de julio, en tanto que en invierno, los días son de 11 horas, o sea, la diferencia es de no más de una hora en promedio. A partir de primavera, amanece en México alrededor de las 6 horas, que para las personas que deben desempeñar sus labores a ese tiempo, por ejemplo, los campesinos en provincia o en la ciudad las personas que a esa hora deben de salir a sus trabajos o lugares de estudio, es muy conveniente, ya que la luz solar es una especie de motivador que influye en el ánimo y la psicología de la gente, pues es más fácil, precisamente, desempeñar, a plena luz, las labores que van a desempeñar. Sucede lo contrario justamente en invierno, cuando normalmente amanece alrededor de las siete de la mañana, situación que influye en el mencionado estado de ánimo de la gente, teniendo como efecto cierto desgano en el desempeño de las actividades diarias.
Los países como Estados Unidos, cuya latitud es más septentrional, o sea, están más hacia el norte, padecen en invierno una especie de “depresión invernal” provocada por el intenso frío producido por las nevadas, así como mayores horas del día a obscuras, pues en esos lugares, a partir de octubre, la luz diurna disminuye tanto, que sólo hay sol de las diez de la mañana, hasta las cuatro de la tarde, seis horas. De hecho, la mayor parte de suicidios y depresiones mentales ocurre precisamente en la época invernal, entre octubre y abril. Pero cuando comienza la primavera, la luz del sol va aumentando, tanto que en situación normal, amanece a las cuatro de la mañana y oscurece a las 9 de la noche, un total de quince horas, mucha diferencia real, como puede advertirse. En estas condiciones, cuando hace más de 200 años se estableció adelantar una hora el reloj al comenzar el primer domingo de abril (que ahora se hace el primer domingo de marzo, para, según se argumentó en la iniciativa del 2007, ahorrar aún más energía), realmente tiene sentido, pues se hizo, sobre todo, para incitar a la gente a aprovechar más la luz solar, pero habría sido difícil en el ánimo obligarla a que se levantara a las cuatro de la mañana, en lugar de las cinco, o sea, no se podía establecer que la gente se levantara una hora antes, habría sido demasiado temprano, la madrugada, no, lo cual se resolvía adelantando gubernamentalmente (sí, o sea, imponer, pues) el horario. Así, aunque amanecía a las cuatro, pero con la hora adelantada, eran ya las cinco de la mañana, la gente, con la plena luz del día sobre sus cabezas, pues no tuvo empacho en adoptar el nuevo sistema, que requería, claro, un acostumbramiento, no fácil, por supuesto, pues se altera el metabolismo corporal (el ciclo circadeano, el que establece el “horario corporal”, se altera con esos cambios), pero el que fueran las cuatro o las cinco, gracias a que había ya luz del sol, por los largos días de quince horas mencionados, no influía demasiado negativamente en el estado de ánimo de los recién independizados estadounidenses (cuando se adoptó el horario de verano, recién se habían independizado las colonias inglesas de Inglaterra).
En México, las consideraciones anteriores no cuentan, pues, como señalé, los días de verano y de invierno, no difieren mucho. Aquí, al adelantar la hora, a partir del primer domingo de abril, lo único que se está realmente haciendo es trasladar la hora más que tenemos desde la mañana – o sea, el que amanezca a las seis – a la tarde. Sí, por tal razón, es que aquí es mucho más difícil para la gente “acostumbrarse” a esta imposición, pues la luz solar no está allí cuando el primer domingo de la imposición se adelanta arbitrariamente una hora. Sí, baste analizar que cuando eso sucede, nos aflojera a todos el hecho de que despertamos en plena oscuridad, nos deprime sentirnos tan cansados, pero aún más el hecho de que todavía no amanece, lo que en los días previos a la imposición, el que haya luz, influye en el estado de ánimo y facilita levantarse e iniciar las labores diarias (si en Baja California desde hace años se hace el cambio, es justamente porque allí sí se alargan mucho más los días en verano). En estas condiciones, con la depresión adicional que trae aparejado despertar de nuevo con oscuridad, el trastorno corporal (la alteración del ciclo circadiano) es aún más penosa y difícil, pues la mayor parte de la población experimenta una serie de síntomas adversos, tanto físicos – somnolencia, flojera, desgano, insomnio, entre otros –, como mentales – depresión, desánimo, tensión nerviosa, ansiedad y más –, además de que en nuestra genética histórica no existía el cambio de horario (esto porque los estadounidenses y países en su latitud lo hacen, como dije, desde hace 200 años, así que ya es parte de la genética histórica de ellos). Esa imposición se hizo aquí durante el régimen priísta del mal afamado Ernesto Zedillo (incondicional de Carlos Salinas de Gortari), en 1996, empleando para ello el cuestionable argumento de que era para “ahorrar” energía. Esto tampoco es válido, pues según los expertos, el tal ahorro no llega ni al uno por ciento, muy dudable, pues el gobierno de entonces, mediante una serie de arbitrarios cálculos, acomodaron los factores de gasto energético, con tal de que pareciera que efectivamente estábamos “ahorrando” energía. Usaron los famosos “picos” eléctricos, que se dan hacia las siete de la noche normal para justificar el ahorro. Sin embargo, ese argumento se derrumba si consideramos que, en general, el consumo energético aumenta en verano debido a un intensivo uso de electricidad, debido a que se le emplea más para los sistemas de refrigeración (refrigeradores domésticos, comerciales, aires acondicionados, enfriadores, congeladores) que trabajan justamente más en esta época. De hecho, en EU se duplican y, en algunos casos, hasta se triplican los cobros energéticos a la población en general. Aquí sucede lo mismo, pues los tales “picos” pierden efecto si consideramos que el amanecer en la oscuridad, requiere de más luz, se produce otro “pico” por la mañana, pues todos los hogares emplean la luz desde más temprano. Y basta con revisar los recibos eléctricos, en los cuales, efectivamente, se consigna un mayor gasto, tanto porque la luz se usa desde más temprano, como porque el consumo, de refrigeración, como señalé, se incrementa.
El proyecto de imposición horaria existía desde Carlos Salinas, pero éste no quiso aventarse el paquete (seguramente no quiso enfrentar las protestas que de inmediato siguieron, además de los válidos argumentos que demostraban que no hay el tal ahorro energético con el impuesto horario). Y la tarea se le dejó al dócil Zedillo, quien no consultó antes a los mexicanos, no les pidió su opinión (claro, eran los totalitarios tiempos de un cerrado priísmo, que no consultaba a la gente para imponer sus arbitrarias políticas, tal como el panismo está haciendo en la actualidad), simplemente comenzaron a aparecer anuncios publicitarios en prensa, radio y televisión anunciando la venidera impuesta medida, alabando las “bondades” que ello traería. Aquel incondicional de Carlos Salinas argumentó el ahorro energético para imponer el cambio de horario estadounidense, pero se cuidó de revelar las verdaderas intenciones de la arbitraria medida. Como ya en 1995 habíamos firmado un acuerdo de “libre comercio” con EU y Canadá (el TLC) y pertenecíamos también a la OCDE (organismo para países ricos, no para un pobre país subdesarrollado como México), además del impulso globalizador que el “neoliberalismo” exigía, en apogeo por esos años (sí, se decía que era lo mejor que le había pasado al capitalismo en años, el “milagro económico que acabaría con la pobreza mundial”), era necesario homologar también el tiempo, sobre todo porque cuando México, durante el verano, que dejaba intacto su horario (como dije, por causas totalmente justificadas), permitía un desfase de dos horas con respecto a EU, en lugar de la hora corriente que había en épocas normales. Esa hora extra impedía realizar operaciones financieras y comerciales vitales para el “impulso globalizador” que el TLC y el neoliberalismo, supuestamente, le estaban dando a México, y que banqueros, industriales, hombres de negocios... los señores de dinero requerían para ganar hasta el último peso o dólar que el horario hábil pudiera permitir. Claro que, como 12 años después puede verse, nada de eso fue cierto, hoy hay más pobres y la superconcentración de la riqueza ha logrado polarizaciones tan brutales que, mientras más del 60% de los asalariados en este país apenas ganan un sueldo mínimo (52 pesos diarios, menos de cinco dólares), tenemos entre nosotros, nada menos que al segundo hombre más rico del mundo, el señor Carlos Slim, quien ganando 380 dólares por segundo, ha logrado acumular una fortuna superior a 50,000 millones de dólares durante el último recuento de sus “grandes logros financieros y empresariales”.
Sí, esa quimera de que íbamos a despegar con el neoliberalismo ha desaparecido y sólo han quedado mentiras, más pobreza, más subdesarrollo, más dependencia tecnológica y financiera... pero, lo peor, más gobiernos entreguistas, como los mal administradores panistas, que continúan adhiriéndose incuestionablemente a los planes estadounidenses económicos y políticos, entre los cuales está, justamente, seguir con la imposición horaria, a pesar de que no es funcional, a pesar de los daños a la salud física y mental que ello acarrea, a pesar de los peligros que implica salir de nuevo de noche de las casas para dirigirse hacia las labores diarias (se incrementan los robos mañaneros durante el horario impuesto), a pesar de que se gasta más electricidad y no menos, como se argumenta... ¡Y nada más falta que, como ya determinaron los estadounidenses, se decida “homologar” al horario impuesto tal y como el congreso de EU decidió en 2007, sí, que inicie el segundo domingo de marzo y termine el primer domingo de noviembre!
Sí, a pesar de tantos argumentos que señalan claramente los inconvenientes del horario impuesto, éste se sigue realizando, se nos obliga a todos a alterar nuestro metabolismo, nuestras vidas, para que un puñado de corredores financieros, de banqueros y de industriales tengan a bien aprovechar hasta el último minuto del horario así impuesto para ganar más y más cada día.
¡Así que adelante, mexicanos, disfruten de la hora de luz arrebatada a la mañana y pegada arbitrariamente a la tarde!
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