Gotcha o de cómo se convirtió a la indeseada guerra
en un “divertido” juego dominical
por Adán Salgado Andrade
Parque del Ajusco, México. Son varios los letreros que anuncian la “diversión” bélica conocida en todo el mundo como “Gotcha” (forma escrita de la onomatopeya de la deformación idiomática inglesa “I got you”: “¡Te atrapé!”) a lo largo de la carretera que va desde el periférico hacia el parque nacional “El Ajusco”, sobre todo porque los “escenarios” de ese juego de origen estadounidense, tratan los dueños de tales sitios que sean lo más naturales posible. En uno puede leerse “Visita el nuevo concepto de aventuras extremas”. En otro, bajo un jeep de utilería, el espectacular dice “¡Escenarios realistas, como en Vietnam!”. Uno más indica “Adventure park, siéntete como en la guerra”... y así, todos invitando a sentirse de vez en cuando un “avezado” soldado o, mejor aún, un miliciano en busca del enemigo a quien patearle el trasero y matar en acción... bueno, lo de patearle o matar es un decir, puesto que en este caso las balas son sustituidas por esferas plásticas rellenas de pintura de agua y algo de aceite que permita fijarla, en tanto que fusiles o metralletas ceden su sitio a lo que se llama aquí “marcadoras”, que son una especie de rifles que emplean aire comprimido para arrojar con cada disparo, ¡a 84 metros por segundo!, cada una de las esferas de vivos colores – las que tienen un alcance de unos 200 metros – contra el “feroz enemigo”, quien igualmente contraatacará con ráfagas también de esferas, esperando que sus manchones de pintura, producidos por aquéllas al reventarse, peguen en la cabeza, en el pecho o en la espalda del contrincante, para ser considerados “mortales”.
Hacemos alto en uno que, por si no fuera poca la ya de por sí marcada influencia estadounidense de estos juegos bélicos, se presenta totalmente en inglés como “Planet Gotcha Paintball, field franchise. Adventure park”, sí, quizá para ambientar mucho más ese agringado ambiente ofrecido al ávido “miliciano” en potencia. A bordo casi de la carretera, está primero el obligado estacionamiento, rústico, empastado, sobre todo porque sólo en auto es la única manera de llegar a esos alejados sitios, pero también porque al ser una diversión cara, se ofrecen a cierto público y no a aquél que pudiera solamente acceder en transporte público. Los límites del sitio están señalados con malla metálica. Ya luego se accede por un reja abierta y se camina entre dos hileras de anuncios plásticos que forman una especie de improvisado corredor, los cuales publicitan distintos productos destinados a jugar a “la guerra”, tal y como debe de ser: ropa especial, sofisticado “armamento”, municiones, máscaras, zapatos... y así, cuanta parafernalia “gotchera” sea requerida. Al final del corredor publicitario está la construcción, digamos que también rústica (de ladrillo y losa, pero sin acabados) que funciona como la oficina y el recibidor de los visitantes. En éste se alberga todo el equipo que los jugadores requieren, justamente ofrecido como parte del paquete promocional. Pueden verse anaqueles y estantes en donde, muy bien ordenados, están los objetos “bélicos”. En el equipo que se provee, se incluye, además de la marcadora, o sea, el “letal rifle” lanzabolas, ropa especial, tal como chalecos u overoles “camuflajeados”, la indispensable máscara y, por supuesto, las “mortales” municiones, que en la “oferta” promocional, de $200 pesos (20 US dls.) por persona, se incluyen 200 esferas. Ya, si al avezado jugador se le acaba el parque y desea seguir “matando” a sus contrincantes, se le ofrecen municiones adicionales, “recharge”, desde 100, por “sólo” $70 pesos (7 US dls.), hasta una caja completa de 2000 esferas de pintura de agua aceitosa por $800 pesos (80 US dls.), suficientes, según los más veteranos del juego, “¡para que te la pases jugando todo el día!”. Y también si el aire se agota, ningún problema, pues se ofrecen las recargas a la marcadora que sean necesarias por otros módicos $50 pesos (5 US dls.)
Ya una vez cubierta la cuota de entrada, puestos overoles (éstos, generalmente para las mujeres) o chalecos, colocadas las máscaras (indispensables, pues por la fuerza con que son lanzadas las bolas plásticas, pueden incluso dañar gravemente los ojos o reventarlos y causar graves heridas en el rostro), probada el arma... los impostados soldados están listos entonces para enfrentar a sus fieros enemigos, que pueden ser de entre el grupo de amigos con quienes se llegue (se hacen dos bandos) o pueden confrontarse a las improvisadas “retas” que otros jugadores ofrezcan. Eso se hace en los “campos de batalla” acondicionados para eso como parte de la “bélica” acción, los cuales son áreas rodeadas con mallas plásticas (para evitar que se salgan las “balas” y pueda “herirse” a alguien fuera de ellas), que cuentan, como es natural, con montículos de tierra para esconderse, trincheras, escondrijos... sí, y por ello, muchos de los parques del “Gotcha” ofrecen escenarios realistas, “¡como si estuvieras en Vietnam!”, presumen, pues así es más “emocionante la acción”.
Claro que esa batalla no llega a tener los alcances que ese juego bélico tiene en Estados Unidos, país que, como dije antes, fue el creador de tan “creativo” entretenimiento. Hacia 1970, la compañía Crossman, fabricante de rifles y pistolas de aire, patentó la primera marcadora, cuyo fin era el de marcar árboles y ganado con pintura. Después, la compañía Daisy, patentó a partir de esa marcadora el primer, digamos, “rifle marcador”, el llamado “007”, que se empleó en 1981 por un grupo de amigos que “jugaron a la guerrita” en los bosques de New Hampshire y que lo llamaron simplemente “gotcha” (otra versión alude que fue a partir de la cinta “Gotcha” de 1984, estelarizada por el actor Anthony Edwards, en la cual parte de la acción alude al “paintball”, que dicho nombre se generalizó). Ese “juego” de los “alegres amigos” se derivó de las prácticas militares que las llamadas “milicias populares”, armadas con rifles y pistolas cargadas con salvas, aún hacen en los bosques de algunas partes de los Estados Unidos (por ejemplo en Montana y Arizona, en donde hay varias de esas milicias “populares”). Se trata de anacrónicos grupos de enajenados estadounidenses que, apoyados en la también anacrónica constitución estadounidense (la cual establece la figura constitucional de las “milicias populares”, creadas para defender la, en ese tiempo, recién lograda independencia de Inglaterra, lo cual, hace más de 230 años, tenía sentido, ¡pero no ahora!), se caracterizan por predicar la “superioridad racial” de la raza blanca (el llamado “supremacismo blanco”), así como la defensa de su “inalienable derecho” al empleo de armas (apoyado dicho derecho por asociaciones tales como la belicosa NRA, la “asociación nacional del rifle”). Su principal cometido, expresan algunos de esos grupos, es “defender a América ( es decir, EU), de cualquier invasión extranjera y de razas inferiores que pongan en extremo peligro la seguridad de nuestra nación”. En este extremo de enajenación están grupos tales como el MOAR (Militia of Arizona Republic) o el TASDOL (The Arizona sons and daughters of liberty) o los extremadamente racistas “Minute man project” (que se dedican a “cazar” a ilegales cerca de la frontera mexicana), quienes han clamado, incluso, que Arizona debe de independizarse de EU, dado que el gobierno no ofrece “suficiente protección” contra los peligros externos, tales como las constantes “invasiones de peligrosos indocumentados”. Por tal razón, dichas reminiscencias han llevado al juego del “gotcha” en EU a extremos de “realismo” tales como el practicado en el campo militar Blanding, en el estado de Florida, en donde emprendedores empresarios alquilan por nada despreciables sumas de dinero al ejército su “Joint Training Center for Military Operations on Urban Terrain”, o sea, sus campos de entrenamiento militar, para que tanto hombres y mujeres de todas las edades practiquen muy “alegremente” sus habilidades bélicas, las que, incluso, son efectuadas mediante auténticos “plots”, sí, como si estuvieran en una película de guerra, diseñados por tan entusiastas empresarios. Se llega a la exageración de emplear “tanques” (éstos, hechos de los pequeños tractores que jalan podadoras), equipados con “potentes metralletas”, que son tubos de PVC electro-neumáticos capaces de disparar hasta 30 municiones por minuto. Y como el negocio ya es bastante lucrativo, se dan cita en ese lugar tanto empresarios, empresas fabricantes de “armamento”, de ropa, de calzado, de todo tipo de accesorios... y por supuesto, los valientes jugadores, quienes no tendrán empacho en pagar 75 dólares sólo por el derecho a la entrada, ni por el resto de los debidos gastos, pues todo lo demás es extra: las armas, la ropa, el “plot” que seguirán, el empleo de los “tanques”, el uso de instalaciones adicionales, tales como las construcciones militares que también se ofrecen, con tal de dar más “realismo” a los participantes. “Sí, uno se siente como si estuviera en Vietnam o en Irak”, afirman ex-soldados que juegan al “gotcha”, felices de que, aunque sea de a “mentiritas”, otra vez se pongan en acción.
No, el “gotcha” mexicano no llega a tales extremos de “sofisticación”, en el cual los contrincantes simplemente tratan de esconderse y localizar al otro bando, pero sí se genera la suficiente tensión entre los participantes, como para que se entreguen, cual verdaderos “soldados”, a “matar” cuantas veces sea necesario a sus enemigos y a no “dejarse matar”. Todos se ocupan en apuntar a las partes consideradas mortales – el pecho, la espalda, la cara o la cabeza, como menciono arriba – y a disfrutar victoriosos cuando le “atinan” al contrincante.
Y así se desarrolla esta “sana diversión”, practicada en infinidad de países (como rezan los fliers informativos de varias agrupaciones de “gotcha”), tales como China, Rusia, Corea, Japón, Turquía, Arabia Saudita, Sudáfrica, Malasia, toda Sudamérica, Europa... sí, de todo hay ya, naciones desarrolladas, no tanto, occidentales, orientales. Así es, digamos que es “muy civilizado” jugar a la guerra, la cual se ha despojado de su lado mortal, destructivo y terrible para convertirse en muy “divertida y entretenida”. Y para los parques de las franquicias estadounidenses en donde se practica, así como para los fabricantes de toda la parafernalia “gotchera”, es un muy lucrativo negocio, que tan sólo en los EU deja al año alrededor de ¡mil millones de dólares!
Pero resulta que no es tan “sana diversión”, pues en opinión de muchos expertos es una forma de glorificar, trivializar y popularizar tanto a la guerra, como al uso de las armas. De hecho, las marcadoras se emplean también en entrenamientos militares, como en aquellos “parques temáticos bélicos” en donde se entrena a los mariners para ir a combatir a Irak (ver mi artículo en Internet “Bienvenidos a Arabialandia”). Además, se han consignado delitos de vandalismo, hostigamiento, asalto y daño corporal por el uso tanto intencional, como no intencional de las marcadoras (por ejemplo, niños que se han disparado hacia la cara y reventado un ojo o herido gravemente con una marcadora, que al fin y al cabo la consideran un “juguete”). Por otro lado, algunos estudios también han mostrado que esa actividad sí tiende a desarrollar con el tiempo comportamientos violentos en quienes lo juegan, contrario a lo que muchos piensan, de que es una “válvula de alivio” para las presiones de la vida diaria, lo cual, por supuesto, es cuestionable, dado que aunque se esté “jugando” a matarse, el resultado conduce a una fuerte producción de adrenalina por el estrés que implica buscar a quién matar o evitar ser matado. Y si ese estrés se convierte con el paso del tiempo en una especie de “tranquilizadora” necesidad, digamos que como parte del psiquis para estar bien, entonces, no sólo se desarrollará durante el juego, sino en situaciones de la vida cotidiana que de repente lo detonen, como un disgusto en el hogar o en la oficina o al manejar, por ejemplo. Algunas estadísticas practicadas en EU entre ávidos jugadores del “Gotcha”, han hallado que un buen número de ellos tienen tendencias violentas no sólo durante el juego, sino también en ciertos momentos de su cotidianeidad, dado que se irritan fácilmente y no pueden controlar su enojo. “No sé, de repente me siento como si estuviera jugando, cuando me enojo por cualquier cosa, y sólo trato de desquitar mi coraje como sea”, declara un ávido jugador. Sí, y ese desquitarse es llegar a los golpes en muchos casos, sea contra la cónyuge, contra un compañero de trabajo o contra un conductor que osó metérsele al auto del airado “gotchero”.
Y si ese juego está popularizándose tanto en nuestro país, a pesar de los argumentos en contra, es porque, desgraciadamente, aquí todo lo que sea estadounidense se adopta rápidamente por la mayoría de la población (véanse, por ejemplo, los millones de fans que siguen enajenadamente el “fútbol americano” o que lo practican totalmente entregados. O el caso de la cinematografía, en que el 90% de las salas exhiben taquilleras cintas estadounidenses de efectos especiales, de comedias tontas o de escatológico humor. O nuestra asiduidad a la Coca-cola o a las franquicias de fast-food: KFC, Mc Donald’s, Starbucks...). Sí, no basta con la dominación económica y política que ese país ejerce en nuestra latitud, no, hay que absorberlo todo, su cultura, sus costumbres, su idiosincrasia, sus juegos... ser pro-estadounidense cuanto sea posible (comenzando por nuestros mal administradores panistas) y contribuir con ello a llenar las arcas de las corporaciones que controlan todas esas actividades...
Allí, en ese momento, en el “Planet Gotcha Paintball, field franchise. Adventure park”, nos damos cuenta de qué se trata el “entregarse de lleno” al juego de la guerra. Un orgulloso “gotchero” se acerca. Es un hombre de unos 42 años, muy gordo, moreno, alto, de duros gestos, con la barba de varios días poblándole sus mejillas. Su vestimenta consiste en chaqueta y pantalones tipo militar, “camuflajeados” con manchas en varios tonos de verde, tal y como los usaría un soldado en plena batalla. Una boina obscura le cubre la cabeza. Botas negras, altas, calzan sus pies. En la cintura carga una “cartuchera” en la cual guarda varios cilindros plásticos que contienen sus valiosas “municiones”. Coloca en una mesa que hay a un lado de donde está parado, tres flamantes marcadoras, que atraen la envidiosa mirada de sus acompañantes, uno de los cuales exclama “¡Wow... pero si hasta pareces Rambo!”. Efectivamente, el orgulloso gotchero, quien por su cargado, bélico atuendo, recuerda a ese hollywoodesco mercenario, asume un aire de grandeza ante el atinado comentario. “¡Sí que te has gastado tu dinerito!”, agrega una mujer, que se acerca y comienza a tocar las marcadoras y a sobarle elogiosamente los hombros y la espalda a aquél, quien con asumidos aires de superioridad, declara sin tapujos “¡Pues traigo más de setenta mil pesos de equipo!”, comentario que todos aclaman con burlonas loas, luego de lo cual toma una de las marcadoras, se la cruza al hombro y marcha hacia el campo enmallado, cual valiente general, seguido de sus amigos, dispuestos todos a “jugar” a ser fieros soldados y a matar a muchos “enemigos” ese día...
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