martes, 28 de diciembre de 2021

El Día de Muertos de Cromwell Murray

 

El Día de Muertos de Cromwell Murray

Por Adán Salgado Andrade

 

Murray Cromwell Morgan (1916-2000), fue un historiador y escritor estadounidense, que también se dedicó al periodismo, al activismo social y a la política (ver: https://en.m.wikipedia.org/wiki/Murray_Morgan).

Además, viajó mucho a México, lo que le permitió conocer detalles culturales del país, los que plasmó en su novela Day of the Dead, (Día de los Muertos), publicada en 1946, sobre las festividades que se llevan a cabo en la celebración anual del 2 de noviembre en Pátzcuaro, Michoacán, en donde, para la gente, “el festejo comienza con la preparación de los alimentos preferidos para sus difuntos, en las calles, los festivales alegran el día con cánticos y música tradicional, en la que destaca la danza de los pescadores, que es toda una tradición en la región. En esa danza, se realiza la caza del pato sagrado, criado en el lago de Pátzcuaro, la cual se realiza exclusivamente con lanza” (ver: https://www.allianztravel.com.mx/blog/dia-de-muertos-lago-patzcuaro-e-isla-de-janitzio.html#:~:text=En%20esta%20danza%20se%20realiza,madrugada%20del%202%20de%20noviembre.).

Justamente, Murray aprovecha todo ese escenario, para plantear un original thriller, ubicado a finales de los 1930’s, cuando gobernaba a México el general Lázaro Cárdenas del Río (1895-1970). En la novela, se destacan a los sinarquistas, personas guiadas por el sinarquismo, que buscaba reimplantar los “valores religiosos”, pero pacíficamente, no de manera violenta, como cuando se trató de hacer eso durante la Guerra Cristera (1926-1929), que los católicos recurrieron a la violencia armada, con tal de que se respetara en derecho al culto, que había prohibido Plutarco Elías Calles (1877-1945). En el caso de los sinarquistas, siguiendo esa ideología surgida en Guanajuato, con la apariencia de un movimiento pacífico, de todos modos, como plantea Murray, en ocasiones, recurrían a la violencia, sobre todo, cuando lucharon contra las reformas de Lázaro Cárdenas, de repartir tierras e impartir una educación  considerada “socialista”, pero que solamente hacía hincapié en los derechos de la clase trabajadora, tanto obrera, como campesina.

La novela da inicio cuando el protagonista principal, Ángel O’Brien, hijo de un revolucionario irlandés y de madre Cherokee, de bronceada piel y azules ojos, rescata a un chico que llamaban El Presidente, de unos golpeadores, sinarquistas, cerca de Pátzcuaro, en donde se lleva la mayor parte de la acción. El Presidente, le queda muy agradecido y le dice que cuando necesite ayuda, lo busque en el pueblo.

Ángel había estado antes en el lugar, ayudando a los ejidatarios a combatir las constantes incursiones de violentos sinarquistas, quienes trataban, así, de infundirles miedo y de que retiraran el apoyo a Cárdenas y a sus reformas agrarias.

Por lo mismo, estaba advertido de que si regresaba, los sinarquistas, encabezados por un tal Juan Potes, lo asesinarían, como casi habían hecho un año atrás, que lo habían herido de bala.

De todos modos, Ángel, no se amedrentaba fácilmente y por eso, había regresado. Su experiencia militar en España, en la guerra civil, peleando al lado de los republicanos que habían luchado contra el dictador Francisco Franco (1892-1975), le había inculcado que pelear por las causas justas era un noble fin que, incluso, podría pagarse con la muerte. A la derrota de los republicanos, decidió trasladarse a México, en donde, justamente, la guerra de los ejidatarios contra los sinarquistas implicó un nuevo objetivo para él.

De camino a Pátzcuaro se encuentra con el sinarquista Félix von Trelsberg, quien quería disputarle el poder a Juan Potes en Michoacán. Iba acompañado de Kay-Kay, una turista estadounidense, hija de un millonario, ávida de aventuras. Iban en un convertible último modelo, un Packard 1939. Le preguntan si iban hacia Pátzcuaro y Ángel se ofrece a guiarlos, si le daban un aventón. “Claro, sube, muchacho”, le dice Félix. Iba haciendo su acento en el estilo de los nativos del lugar, con tal de no levantar sospecha alguna. Sin embargo, sufren un atentado, que casi acaba con la vida de Kay-Kay, pero gracias al cristal blindado del parabrisas del auto, la bala no la mató.

Ángel le asegura a Kay-Kay que la bala iba contra ella, pero la chica se niega a creerlo. “Deben de habernos confundido con alguien más”, replica ella.

Y no se habló más del asunto.

Llegan a Pátzcuaro y Ángel, se baja del auto, agradeciendo el aventón. De inmediato, se pone en contacto con sus viejos conocidos. Uno de ellos, Tata Venancio, quien es alfarero y que le informa que lo buscan los sinarquistas, esta vez, para matarlo definitivamente.

Como Kay-Kay le había dicho que la fuera a buscar al hotel, donde se hospedó con Félix, Ángel acude, al día siguiente, al encuentro. La lleva a su “guarida secreta”, un abandonado hotel que un pintor quiso construir, pero que fue asesinado y la obra quedó a medias. Allí, Ángel le muestra los cuadros que él pintaba, casi todos de escenas mexicas antiguas. Kay-Kay queda admirada. El encuentro, se vuelve algo romántico y la chica lo besa, dejando el sitio, rápidamente, luego de hacerlo.

Mientras tanto, en Pátzcuaro, Félix es asesinado, cerca de la estación de ferrocarril. Ángel trata de averiguar quién lo hizo, pero nadie se atreve a darle información, por temor. Sin embargo, alguien insinúa que fueron los sinarquistas, lo que confunde a Ángel, pues Félix lo era.

Va a buscar a Kay-Kay al hotel y encuentra que la habitación de la chica está en completo desorden, como si hubieran buscado algo. Kay-Kay está en la habitación del occiso Félix y al entrar a ella, Ángel se encuentra con que la chica le apunta con un arma, sospechosa de él, pensando que, en efecto, él habría asesinado a Félix y que la quería asesinar a ella.

Ángel le asegura que nada tiene que ver con eso. Ella, se convence, se asoma a la ventana y ve a un tipo robusto que, le dice a Ángel, siempre la sigue a todas partes. Logran evadirlo y Ángel le dice que, para que esté más segura, la llevará a la casa de unos misioneros estadounidenses. Éstos, de muy buena gana, se ofrecen a tenerla allí el tiempo que sea necesario.

Regresa a Pátzcuaro, para hablar con Venancio y preguntarle sobre el líder de los ejidatarios, pues tiene un plan qué comunicarle. Venancio le dice que es Manuelo.

Como el jefe de policía local era controlado por un tal Pablo Ortiz, líder sinarquista local, culpan a Ángel de la muerte de Félix. Ya le seguían los pasos y cuando se dirige a la Cantina Rosita, lo aprehenden y lo encierran en la cárcel de Pátzcuaro.

Pero por los sobornos pagados a los policías que cuidan dicha cárcel por un tal Gus Brown, estadounidense, dejan libre a Ángel. Gus, le dice que lo sacó porque quiere información sobre Kay-Kay. Ángel, suspicaz, logra alejarse del hombre.

Murray conoce varios detalles de la cultura del sitio. Se refiere a los sarapes, las tortillas, al pulque, a las gasolineras de Pemex, a las costumbres de los pescadores de Pátzcuaro, que cazaban patos con lanzas y a los estragos que dejó el Paricutín cuando estalló y los que siguió dejando, como la expulsión de cenizas por muchos meses (aunque aquí, hay que señalar un error en la cronología, pues cuando el Paricutín surgió y estalló, en 1943, Cárdenas ya no era presidente. Probablemente, Murray quiso agregar un tono dramático a la novela mezclando ese evento volcánico).

Va a buscar Ángel a Manuelo a su casa y le dice que deben de enfrentar a los sinarquistas, sin miedo, pues son más los ejidatarios y, además, tienen armas. Manuelo le dice que sí, pero que Ángel debe de ayudarlos.

“Claro que te ayudaré, pero antes debo de hacer algo”.

Lo que debía de hacer era ir en búsqueda de Kay-Kay a casa de los misioneros. La encuentra en estado de profundo shock, sin que pueda emitir palabra alguna, y con una leve herida de bala en un costado. A los misioneros, los habían asesinado, por órdenes de Juan Potes. Chuchu, su pistolero, lo había hecho. Como Kay-Kay había presenciado los asesinatos, era lo que le había provocado honda impresión.

Van hacia donde Manuelo ya había colocado a todos los ejidatarios en posición para defenderse de los sinarquistas, lo que logran hacer exitosamente.

Ángel, va a ver a Venancio, quien le aconseja que huya con Kay-Kay al ficticio pueblo de Panaban, en un par de mulas que les consigue una maestra rural. Pasan a un lado del Paricutín, en donde el calor aumenta por la lava que, aunque en pequeñas cantidades, sigue lanzando.

Luego, las mulas recorren caminos llenos de cenizas, hasta llegar a Panaban.

Por el camino, se encuentran con Gus, quien deja su auto, para alquilar un caballo y perseguirlos.

Pero las mulas, más diestras en caminar por difíciles veredas, logran perderlo.

Cuando, por fin, llegan Kay-Kay y Ángel a ese pueblo, cubierto de cenizas y casi desocupado, Mario, muy buen viejo amigo de Ángel, se ofrece a ocultarlos en una especie de sótano.

Su amigo El Presidente los alcanza allí y le dice que Venancio le reveló el sitio en donde se ocultarían.

Ángel tiene un plan para el Día de Muertos, que consiste en que El Presidente, que se parece mucho a Cárdenas y hasta se apellida así, robará de la casa que el mandatario tenía en Pátzcuaro (otro ficticio sitio) uno de sus trajes, se lo pondrá e irá a la ceremonia que se hacía en la isla de Janitzio, pues Potes y sus sinarquistas querían asesinar al carismático presidente. “Si los campesinos se dan cuenta de ese intento de asesinato, más odiarán a los sinarquistas”, confía Ángel.

Tata Venancio estaría listo para disparar a Chuchu, el pistolero de Potes, antes de que diera muerte a El Presidente.

El plan se lleva a cabo.

Ángel y Kay-Kay, contemplan la escena desde lo alto de la colina de la isla. Sin embargo, Juan Potes les llega por la espalda, pues el sarape que usó Ángel, no era del color del que vestían el resto de los campesinos. “¡Por eso, te reconocí!”, le grita Potes y está por dispararle a Ángel, cuando Kay-Kay, lo empuja. Descontrolado, Potes huye hacia la estatua de José María Morelos y Pavón (1775-1815), que se encontraba cerca de donde estaban Kay-Kay y Ángel. Entra y sube por las escaleras interiores, seguido por Ángel, a quien dispara varias veces, fallando todas.  Ángel lo alcanza. Potes se dispone a saltar por una ventana. “Quiero morir como mártir por la causa sinarquista”, grita, pero Ángel, lanza el cuchillo que siempre carga consigo, logrando que se clave en el marco de la ventana, luego de atravesar la chamarra de Potes, quien por tal razón, no alcanza a saltar. Ángel lo coge a tempo y lo retira de la ventana, pues lo quiere vivo. En ese momento, llega Gus y aprehende a Potes, al que coloca unas esposas.

Y ya se revela todo, que era un policía secreto, contratado por el gobierno mexicano, para que les siguiera los pasos a los sinarquistas, que le develaran su plan de asesinar a Cárdenas y que los atrapara. “Yo fui al que viste en el hotel y también, registré la habitación de Kay-Kay, para ver si no estaba dando apoyos a los sinarquistas, pues su padre es un hombre rico. Como ella sabía mucho, Félix quiso matarla, cuando tú viajaste con ellos en su auto, pero el tonto no contó con que el cristal del parabrisas, era blindado. Potes mandó matarlo, porque Félix quería quitarle el liderazgo. Y los seguí en el caballo, porque quería hablar contigo. A Kay-Kay, la seguí en un principio, pues sospechaba de ella, pero está limpia. Y a ti te ayudé a salir de la cárcel, para que me ayudaras a desentrañar el plan de los sinarquistas”.

Además, Gus había matado a Chuchu, quien había disparado a El Presidente un primer tiro, que sólo lo hirió. Y antes del segundo, Gus lo eliminó.

De Pablo Ortiz, el otro violento sinarquista, dieron cuenta los pescadores a quien “cazaron” como a un pato cualquiera con sus lanzas.

“El presidente está bien”, le dice Gus a Ángel, quien, reconfortado y aliviado de que su plan había salido bien y de que Gus estaba de su lado, va a buscar a Kay-Kay, quien le dice que “mi madre siempre quiso en su casa a un mexicano”. “Esperemos que le caiga bien”, le responde Ángel, sonriendo, sellando con un beso la relación de amor que ya se estaba dando entre ambos.

Y así termina esa historia, de sinarquistas y sus fútiles intentos de desestabilizar los grandes logros que impulsó Cárdenas.

Una muestra de que, por muy bueno que pueda ser un líder social, como lo fue Cárdenas, siempre tendrá enemigos acechando.

 

Contacto: studillac@hotmail.com