Conversaciones con un trabajador de limpia,
un ex
trabajador de una compañía minera, conductores de Uber, una empleada del sector energético y un restaurantero junto a edificio colapsado
por Adán Salgado Andrade
Ya he publicado antes
artículos en los cuales la conversación que he sostenido con distintas
personas, me ha proporcionado valiosa información y puntos de vista sobre
distintas temáticas. Aquí, de nuevo, presento otras interesantes pláticas.
La primera es la que tuve
con un trabajador de limpia, a quien llamaré Rogelio.
A primera vista, el
joven, de unos veinte años, no parece dedicarse a eso, así, limpio y bien
arreglado. Me platica que estudia ingeniería mecánica en la UNAM y que labora
como “voluntario” en un camión que maneja uno de sus tíos. Como es voluntario,
no recibe paga alguna, excepto las propinas que da la gente a los encargados de
recoger a diario la basura. Otra parte de su ingreso es de los desperdicios
reciclables que se “venden” o vendían. Y justo es lo que le pregunto, sobre si
considera que vaya a funcionar la reciente ley que obliga a hacer cuatro
separaciones para que el manejo de la basura sea más fácil. “¡No, para nada!”, afirma, categórico, “¡no, no, lo
único que quiere el gobierno es privatizar el servicio! Nosotros (los
basureros), siempre nos hemos dedicado a separar todo y a venderlo, pues es
como se puede sacar un salario decente, pues si no lo haces, sólo recibes una
paga miserable”. Y abunda Rogelio, explicando que la separación la hacen ellos
diariamente y venden todo lo reciclable. “Y parte de lo que sacamos con la
venta es lo que ganamos nosotros, los trabajadores voluntarios”. En época de
vacaciones, Rogelio va a trabajar con sus tíos todos los días, pero “ahora que
ya estoy en clases, sólo voy los fines de semana. Me saco de 300 a 500 pesos
por día, así que no me va tan mal, pero si ya no nos van a dejar vender lo que
reciclamos, no creo que saque mucho de las propinas”, dice. “Eso de que van a
poner un biodigestor es puro negocio”, dice. Y es de creerse, más ahora que ya
se anunció que será una empresa francesa, Veolia, la encargada de “recuperar
los desperdicios y generar electricidad con ellos para el Metro” (ver: http://expansion.mx/empresas/2017/05/23/veolia-aprovechara-la-basura-y-generara-energia-electrica-para-la-cdmx).
La administración de
Mancera pagará doce mil millones de pesos por la llamada “planta de termovalorización
en “cinco anualidades”. Está justificando el costoso proyecto diciendo que los
ahorros se reflejarán en que ya no se pagará a CFE por electricidad para el
Sistema de Transporte Colectivo. Vaya si suena eso de los “ahorros” tan
familiar, muy escuchado siempre que se conceden esos dudosos contratos. Cabría
preguntarse ¿por qué se le dio a una empresa extranjera tan jugoso contrato? Y
la mafia mancerista justifica que Veolia asumirá el costo totalmente, o sea,
financiará el proyecto. Claro, y ese costo ¿lo habrá determinado también
Veolia? Si es así, muy seguramente incluye una muy jugosa ganancia por la
construcción. Y luego vendrá otra parte por la operación, es de suponerse (ver:
http://www.jornada.unam.mx/2017/09/05/capital/029n1cap).
Pero, como siempre,
para todo hay forma de justificar tantos gastos de proyectos impuestos, pues
¿será cierto que esa planta producirá en adelante la totalidad de electricidad
que toda la red del Metro requerirá? Me parece muy ambicioso eso. Pero, por lo
pronto, como comenta Rogelio, a los trabajadores que recolectan la basura ya
les están quitando buena parte de su ingreso al prohibirles que separen la
basura y vendan el material para reciclar.
Y sigue Rogelio
platicando. “Tengo diez años trabajando en esto, desde que estaba chavo, como a
los diez años comencé (¿no que está prohibido el trabajo infantil?, me pregunto
en ese momento). Y hay muchas cosas que ahora hago, que antes no hacía. Por
ejemplo, íbamos a los restaurantes y salían los desperdicios de comida y mis
tíos decían, ‘Ándale, vamos a echarnos un taco’, y yo, pues ponía cara de asco
al principio, pero ya después vi que era comida buena, de la que deja la gente
sin comerse en su plato y ya, luego, que me fui acostumbrando, yo mismo
organizo la botana”, agrega, riendo.
Por desgracia, alude a una muy común costumbre entre mucha gente, la de dejar
comida en sus platos, a veces casi sin tocarla. Es algo que, particularmente, lamento
mucho, pues es comida que otra gente podría aprovechar. Y qué bueno que Rogelio
y sus tíos eso hagan, ya que en el mundo se desperdician un tercio de los
alimentos producidos cada año, unas 1300 millones de toneladas. Es terrible en
un hambriento planeta, en donde millones de personas sufren desnutrición o
mueren de hambre. Y es algo que mucha gente practica en varios países,
recolectar comida dejada por los comensales y con eso mantenerse, como hacen
muchos, por ejemplo, en Nueva York.
“También nos tomamos lo
que traen la botellas de las bebidas… es que las dejan a la mitad, imagínate,
si no nos las tomamos, otros se las van a tomar”. Sobre todo, lo hacen “para
entrar en calor”, ya que comienzan muy temprano y como él, con sus tíos,
trabaja por el Desierto de los Leones, desde las cuatro de la mañana, “pues te
congelas de frío y no cae mal un alcoholito”, agrega, más divertido.
Comenta que siempre,
desde su abuelo, su familia se ha dedicado a eso, a la recolección de basura, y
por eso insiste en que va a afectar mucho lo que les están exigiendo, de dejar
toda la basura como tal, sin separar. Claro, porque si la expurgan, las
empresas con las que la mafia mancerista ha acordado el aprovechamiento de los
muy lucrativos desperdicios, protestarán, como lo hizo alguna vez una empresa
privada, que recolectaba desperdicios en el Estado de México y, como llegaban
ya sin lo reciclable, decidió demandar al municipio. Otros de sus tíos operan
por Polanco y deben de comenzar muy temprano, a las dos o tres de la madrugada,
pues los “vecinos” protestan de que, más tarde, provocan congestionamientos
vehiculares. Y así deben de hacerlo. Dice que los camiones que ahora les han
dado, son muy malos, pues sólo pueden cargar tres toneladas. “¡Los de antes,
eran mejores, de verdad, eran Mercedes Benz o General Motors y cargaban hasta
diez toneladas! Y estos que traemos, no la hacen, hasta se han volteado por la
sobrecarga que traen. Y es que traen compartimientos, pero no te cabe todo lo
que debes de separar, en serio, no. Entonces, pues todo lo vas cargando arriba
y los sobrecargas. Los motores no son tan potentes… no, eso es otra cosa en que
nos fregaron, con esos pinches camiones tan malos”, se lamenta.
Otra molestia es que,
con las nuevas señalizaciones de las calles, que han colocado una especie de
postes en las esquinas, es más difícil maniobrar los camiones recolectores. “El
otro día, mi tío, al dar la vuelta en una esquina, tiró un poste y que lo
detiene un policía y le reclama que por qué tiró el poste. Y ya que mi tío le
dijo que era difícil dar la vuelta, y que el policía le dijo que eso no era
cierto y entonces, mi tío, que lo reta ‘¡Ándale, manéjalo tú, enséñame!’ y pues
ya que se va, porque está cabrón, en serio, no cualquiera los maneja, y luego,
con tanta carga, menos. A veces, es mejor meterse de reversa, porque no es
fácil dar las vueltas”, asegura Rogelio. También dice que ahora, por las
“nuevas disposiciones” el metal es un “producto riesgoso”. “Eso lo hacen para
que ya no haya de esos cuates que andan con sus carros o camionetas
recolectando desperdicio. La otra vez, a mi tío que se dedica a eso en su
camioneta, a la hora de que lo llevó aquí, a la tratadora (se refiere a la
planta de tratamiento, la única de la ciudad de México, que hay en San Juan de
Aragón), no lo dejaban pasar que porque llevaba desperdicios peligrosos. Un policía se le puso enfrente y que mi
tío le avienta la camioneta para pasar y, entonces, que lo querían arrestar,
pero los pepenadores que estaban allí, como lo conocen, que le hacen el paro y
ya lo dejaron”. Pues, por lo que relata Rogelio, están llegando a niveles
inauditos en el control de los desperdicios, con tal de que sean empresas
privadas quienes se encarguen de su recolección y consecuente comercialización.
Agrega que, ya que
cargaron con toda la basura, deben de ir a los centros de Transferencia, que es
en donde se debe de separar toda la basura y, de allí, enviarse a la planta
tratadora de Aragón. Al que van ellos está en San Antonio, en Parque Lira. La
hora máxima es a las cinco. ¿Y si no llegan, qué pasa?, le pregunto. “Pues te
tienes que esperar con el camión cargado hasta el otro día que abran”,
contesta, “pero nunca nos ha pasado, afortunadamente, llegamos rayándonos, pero
llegamos”. También, como los negocios que compran desperdicio cierran a esa
hora, es otra de las razones para que se den prisa. Platica sobre el
generalizado problema de la inseguridad. “A la señora que nos compra el
desperdicio, ya la han asaltado ¡diez veces! Ya, por eso, cierra a las cinco,
como todos. Está cabrón… en todos lados andan las ratas”, dice, con resignado
tono. Por desgracia, como están las cosas, mucha gente comienza a
“acostumbrarse” a la inseguridad, y eso es malo, pues menos la mafia en el
poder hará algo para resolver realmente el problema, viendo que ya la gente se ha
acostumbrado a determinado nivel de inseguridad. Seguramente han de decir que,
para qué incrementar la seguridad, si la gente ya lo toma como algo natural.
Por otro lado, tampoco se trata de sumar más y más policías, pues la
inseguridad se debe a la falta de empleos y, para muchos, sobre todo los que
son capaces de hacer algo delictuoso, los que menos valores humanos tienen, es
la única alternativa de sobrevivencia. Y si, al principio, lo robado, les
permite procurarse un sustento, a medida que crezcan sus necesidades, crecerán
sus actividades delictuosas e, incluso, su audacia. Recientemente, por ejemplo,
ya hasta escuelas se han asaltado o intentado asaltar (ver: http://www.jornada.unam.mx/2017/12/08/capital/033n1cap).
Otra cosa que también
platica es sobre ciertas prácticas que hacen miles de empleados, tanto de
empresas privadas, como, sobre todo, públicas, de obtener ingresos extras ilegalmente debido, principalmente, a
los bajos ingresos. En este caso, ellos, sacan el combustible de los camiones,
diésel, para revenderlo. “Es que te dan 125 litros a la semana de diésel y como
muchos ni se lo acaban, porque son cortos los recorridos, pues… ya sabes, lo
ordeñan y lo venden, y así, ya sacan un dinero extra. Y como ahora ya nos van a
quitar lo de la venta de los desperdicios, pues más lo van a hacer”.
También comenta sobre
las percepciones extras que da la antigüedad. “Si tienes diez años, te dan un
bono anual de dos mil pesos, pero si tienes quince, ya es de quince mil. Ya, como
sea, es algo, ¿no?”, dice, como preguntando si estoy de acuerdo. Pues qué bueno
que les den eso, le digo. Eso compensaría el riesgo que corre su salud al estar
a diario en contacto con la basura, quiero suponer. Aunque con algunos otros
trabajadores que he platicado, me comentan que casi no se enferman. Supongo que
se vuelven inmunes a todos esos males. Sin embargo, una vez, me decía una
doctora que ha atendido a algunos de ellos, que generalmente no se cuidan y
piensan que se pueden curar alguna gripe o infección con una pastilla, pero
que, de repente, se les manifiesta una grave enfermedad, ya cuando está muy
avanzada. Quizá sea así, pero, de que desarrollan una inmunidad, eso es claro,
sobre todo si, como narra Rogelio, comen así, con las manos sin lavarse y,
además, “desperdicios” de restaurantes, indudablemente que deben de tener
organismos más resistentes que la persona común.
Dice que su líder
actual es un tal Pablo Téllez y que los ha convocado a hacer mítines de
protesta contra la medida que les prohíbe vender los desperdicios y para que no
quiten el centro de transferencia, pues eso terminaría de tajo con el negocio
de la venta de aquéllos por parte de los recolectores. ¿Y han funcionado los mítines?,
pregunto. Hace un gesto despectivo, como dando a entender que no. Supongo que
debe de ser como con todos los supuestos “líderes”, que prometen hacer esto o
aquello, pero que, al final, sólo los mueven sus componendas y arreglos con los
mafiosos en el poder.
Está esperando Rogelio
una convocatoria en la que lanzarán mil plazas, para que él se pueda hacer de
una y ya tenga salario fijo y no viva sólo de las propinas. “Sí, porque si van
a ser puras propinas, pues ya no me va a convenir ir”, dice, reflexivo.
Le digo que seguramente
por su antigüedad que tiene, y que seguramente sus tíos intercederán por él, se
la darán.
Le doy las gracias. Y
es de corazón, pues ¿qué haríamos sin los recolectores de basura? La ciudad se
convertiría en un hervidero de desperdicios.
El ex trabajador de una compañía minera
A quien llamaré Pablo,
me muestra muy orgulloso su colección de juguetes, antiguos y no tan antiguos.
También tiene varias motos y autos cásicos, de los que posee dos, un Renault
R8, modelo 1964 y un Renault 5, modelo 1984, en excelentes condiciones. Hasta
hace unos meses, Pablo trabajó en una compañía minera, de las dos más
importantes del país. Y lo que me platica sobre esa empresa no es,
precisamente, de lo mejor. “No, mira, allí, sólo les importa que trabajes y
trabajes y todo es una constante competencia, de verdad, y tus jefes nada más
están viendo qué error cometes para correrte. Yo así estuve, 30 años
trabajando, pero, de verdad, que nunca me dejé, por más que cuando entraba un
nuevo jefe y me quería agarrar de su tonto, no, no me dejaba y les demostraba con
mi trabajo que sabía hacer mis cosas”. Pablo estuvo encargado de los sistemas
de cómputo de la empresa. Y, como platica, hace unos días, ya no quiso seguir
allí, a pesar de que le suplicaban que no se jubilara. “No, ya no aguantaba
más, de verdad. Sentía que si seguía allí, me iba a enfermar, de verdad”.
Pablo se encargaba de
que las redes computacionales de la empresa funcionaran óptimamente. Y, por lo
que platica, era muy importante su trabajo, tanto, que a pesar de que se había
pasado más de un año queriéndose jubilar, no lo dejaban. Pero lo hizo.
“Además, fíjate que
esta empresa es muy contaminante, de verdad, la minería acaba con la zona en
que se establece. Varias veces tuve que ir a Torreón (Coahuila) en donde la
empresa tiene unas minas y de verdad que está muy contaminado todo, hasta más
que en aquí (se refiere a la ciudad de México). Pero eso no le importa a la
empresa o a los jefes, lo único que les importa es ganar lo más posible y si
les estorbas, te quitan”. Y es que, en efecto, la actividad megaminera en el país,
que es fuertemente depredadora y contaminante del medio ambiente, ya dispone
del 30% del territorio (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2013/05/los-destructivos-irreversibles-efectos.html).
Por otro lado, como ya
aprobó la mafia en el poder la tramposa ley sobre “biodiversidad”, ya podrán
esos contaminantes megaproyectos establecerse, incluso, en zonas naturales
protegidas por los “vacíos legales” que, a propósito, dicha ley contempla. Así
que, en adelante, serán más importantes los depredadores megaproyectos que la
protección a la naturaleza. Como corresponde al capitalismo salvaje (ver: http://www.jornada.unam.mx/2017/12/16/sociedad/033n1soc).
Pablo comenta que todos
lo querían como jefe, pues era el más amable, más atento y menos exigente. “Yo
sólo le decía a mi gente ‘miren, esto es lo que quieren, esto es lo que debemos
darles, ¿hecho?’, así, nada más, y de verdad que cumplían. Es que mucha gente
con poder piensa que siendo exigentes, que regañando a todo mundo, que con
prepotencia, vas a lograr las cosas, pero no, si sabes tratar a tus empleados,
te responden muy bien. A veces, alguien me decía que estaba enfermo, que se
sentía mal, y le decía que se fuera a su casa y que viniera cuando se sintiera
mejor. O que luego los operaban, y yo no les ponía ningún problema con lo de la
incapacidad, es mejor”, dice, sonriente. Estoy de acuerdo con él, pues es muy
generalizada la prepotencia entre los mandos superiores, como si así lograran
todos sus objetivos, muy a la Steve Jobs,
quien se distinguía por su brutalidad para tratar a sus subalternos. Quizá el
señor era muy bueno en sus proyectos, pero adolecía de calidad humana. En mi
opinión y, personalmente, no es de admirarse alguien así.
Como señalo arriba,
Pablo se acaba de jubilar. Prefirió que le dieran un sustancial retiro a su
pensión. “Mira, pensé, bueno, me retiro, me van a dar una muy buena pensión,
pero ¿cuánto la voy a disfrutar? Mejor, dije, que me den mi retiro y con eso me
compro una casa y ya aseguro el futuro de mi familia desde ahorita, ¿no?”. Y es
lo que decidió Pablo, aceptar ese sustancial retiro y adquirir una muy cómoda y
grande casa en una exclusiva zona al sur de la ciudad, por el Ajusco. La casa
es muy amplia, con un gran jardín, varias habitaciones y acabados rústicos.
“Nada más tuvimos que pintarla, básicamente, pues estaba en muy buen estado,
muy buen mantenimiento. Y cambiamos la cocina, es todo, pero estamos muy
contentos”. A pesar de eso, tanto Pablo, como su esposa e hijas, son una
familia muy sencilla. “Yo, ya nada más me quedé con mi pensión del seguro (el
IMSS), y eso es todo y algunos ahorros que tenía, pero pues estamos bien, no
necesitamos mucho”. Y de todos modos, sus pasiones, los juguetes antiguos, las
motos y los autos clásicos, las sigue teniendo. Posee una gran variedad de
juguetes, muchos de los cuales los tiene desde niño. “Siempre fui muy
cuidadoso, de verdad” Y nos enseña juguetes que le compraron cuando tenía seis
años. “Imagínate, ya tengo sesenta años, así que, pues ya tienen sus años,
¿no?”. Si, es sorprendente el estado en que se encuentran.
A pesar de su edad, se
mantiene muy activo, dice que diario corre, practica judo, sale en alguna de
sus motos, hace meditación y muchas otras cosas. “Es que, una cosa es que me
haya jubilado y otra, que no haga nada. Al contrario, ahora estoy mucho más
activo, pues antes, me la pasaba en la oficina, nada más esperando la hora de
la salida. Y, ahora, tengo todo el tiempo para mí, de verdad. Y nos la pasamos
muy bien mi esposa y yo. Ya, cuando llegan mis hijas, pues platicamos juntos,
comemos y así, ¿no?”. Dice que empezó a hacer meditación a causa de una especie
de infección en la cabeza que le dio cuando tenía 27 o 28 años. “¡No se me
quitaba con nada. Eran unas como bolas que me salieron, de verdad, bien
dolorosas, hasta me tenían que inyectar para el dolor, porque, te lo juro, nada
más me tocaba tantito o cuando me bañaba y era un dolor tremendo!”, exclama. Y
ya refiere que, como ni los supuestos “especialistas” le quitaban la dolencia,
mejor buscó opciones espirituales. “Medicina zen, la que practican los monjes,
y eso fue lo que me funcionó”, dice, mostrando un dejo de satisfacción. Y no
dudo que muchas enfermedades sean más por una cuestión mental, un desorden
provocado por el estrés, que por cuestiones físicas.
Su Renault R8, platica,
ha ganado varios premios. “No sabes el gusto que me da manejarlo”, declara, “y
he ido a muchos lados con él. Hace poco fui a Cuernavaca e iba subiendo en
tercera, como si nada. De verdad que los carros de antes estaban bien hechos,
no como los de ahora, que no te aguantan nada. Mira cuántos años tiene mi carro
y ahí está”. Con lo cual concuerdo, pues actualmente, la tendencia del
capitalismo salvaje de hacer cosas que duren poco y que se tengan que estar
cambiando frecuentemente es muy común, una constante, no importa que para
mantener ese ritmo de sustitución se usen cada vez más y más recursos naturales
y energéticos. Es lo que se llama la obsolescencia programada (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2011/10/la-obsolescencia-programada-el.html).
Agradezco a Pablo la
entrevista. Y en ese momento, cuando lo veo junto a su gran colección de
juguetes, me parece que el espíritu de niño, aún sigue con él. Y quizá eso sea
lo que todos no deberíamos perder, con tal de que este planeta fuera un mejor
sitio para convivir.
Conductores de Uber
Por la necesidad, en
muchas cosas, de necesarios cambios, desde hace algunos años surgió la empresa
Uber, gracias a la cual, ahora, sólo requerimos de instalar una aplicación en
un celular que tenga esa capacidad, conexión a internet, GPS y, claro, una
forma de pago, que puede ser una tarjeta de crédito o débito (incluso ya,
algunos conductores, aceptan pago en efectivo). Eso, de alguna forma, nos
facilita a muchos la existencia, sobre todo, a los que usamos transporte
público para desplazarnos. Es muy conocida la tendencia de la mayoría de los
taxistas convencionales de, ya sea, negar el servicio, abusar en el cobro,
tomar la ruta más larga para demandar más paga o, incluso, que algunos empleen
ese trabajo como disfraz para asaltar o secuestrar. Como sea, realmente se
agradece que haya surgido este servicio, ya que a cualquier hora y en casi
cualquier sitio, puede tenerse un transporte confiable, seguro y, en varias
ocasiones, más barato que un taxi.
Los conductores, la
mayoría, dan pie a conversaciones, varias de ellas muy interesantes. Referiré
algunas de ellas.
La primera la sostuve
con un conductor de unos 35 años, llamado José. Platica que es uno de los dos
trabajos que tiene. No es de sorprender, dada la precariedad salarial existente
en este país en donde la mayoría de los empleados, devengan cuando mucho tres
salarios mínimos, unos 264 pesos diarios, ni ocho mil pesos al mes, así que no
es algo fuera de lo común lo que platica José. “Yo trabajo en una ferretería,
salgo a las seis y, de allí, me pongo a manejar”, dice. Abunda que, como le
debían “un dinero”, con eso pudo dar el enganche de ese auto seminuevo. Le digo
que me han dado servicio muchos conductores que no son propietarios. “Sí, eso
está más difícil. Fíjese, son seis mil pesos de ‘renta’ que pide el dueño a la
semana, más dos mil pesos de la gasolina y unos dos mil para él, así que tiene
que trabajar unas doce horas para que saque todo… es muy pesado.” Sí, por lo que
me detalla, realmente el no ser dueño hace más difícil esa actividad. Y es que
la inversión inicial es cercana a unos setenta mil pesos, que cubren el
enganche del auto y el equipo que requiere para brindar el servicio, como un
celular que cuente con la capacidad para ubicación espacial, así como el
servicio de datos, para que pueda operarlo.
Pero, además, no sólo
es eso parte de sus problemas, sino, como explica José, que muchos clientes no
saben del trato que merece un prestador de servicios. “Sí, luego se encuentra
uno con cada cliente. Me doy cuenta, nada más cuando le trato de hacer la
plática y algunos ni me contestan”, dice, mientras va siguiendo las
instrucciones que su celular da, mediante una digitalizada, inexpresiva voz.
Tal vez por eso, algunos conductores cuentan con una aplicación que instruye
cómo seguir la ruta mediante voces, incluso, cómicas, que, además, hasta hacen
chistes, como “¡Y en cien metros más, ya llegamos a tu destino, así que aquí le
llega tu cliente!” y cosas similares.
Sin embargo, también
hay lo contrario, el conductor de Uber serio, que no hace por entablar un
diálogo, aunque uno trate de hacerlo. “Pues sí, hay de todo, pero yo, por eso,
trato de ser amable, porque como el cliente nos califica, entre más
calificaciones buenas nos den, pues nos dan más viajes. Por eso conviene quedar
bien con el cliente”.
Otro problema es que, a
pesar de que tienen seguimiento satelital, no están libres de asaltos. “A mi
hermano dos veces, en un semáforo, le robaron su carro. O sea, que lo robaron
una vez, se lo pagó el seguro y que lo vuelve a comprar. Y tenía poco con el
segundo, y que se lo vuelven a robar. Por eso ya renunció, recuperó el carro y
ya no quiere saber nada de Uber”. A mi pregunta de que si a él le ha pasado
algo, me dice que no “gracias a Dios. Yo creo que es cuestión de suerte o no
sé, pero no”. Dice que para evitar tráfico, trabaja entre nueve y doce de la
noche. “Es que ya es cuando está más tranquilo el tráfico. Pero, fíjese, los
que deben de trabajar todo el día, pues, ni modo, deben de aguantar tanto
tráfico” Lo bueno es que, en ese caso, el cobro va aumentando, pues es, digamos
“dinámico”, ya que, aunque los kilómetros sean los mismos, la tarifa varía, de
acuerdo con las condiciones del tráfico.
José platica que tiene
cuatro hijos, dos son adolescentes que “ya van a entrar a la prepa, así que,
imagínese, los gastos, ¿no? Y mi mujer acaba de dar a luz unos gemelitos… es
que, sin querer, se volvió a embarazar, más gastos, ¿no?, pero estamos muy
contentos. Es que los hijos traen la felicidad”, agrega, con aire de satisfacción.
Pues qué bueno que esa felicidad compense los gastos que conlleva tener uno o
más hijos. Según estimaciones de los que saben y me han comentado, un recién
nacido, conservadoramente hablando, en su primer año de vida ocasiona gastos
por unos sesenta mil pesos, entre pañales, talcos, cremas, pediatra,
medicamentos… y otros inesperados.
Llegamos a mi destino y
agradezco su servicio y la amena plática. Decido calificarlo con cinco
estrellas. Muy buen servicio.
El siguiente conductor
es una mujer. Su nombre es Viridiana y calculo que debe de tener unos 42 años.
Comienza la plática diciéndome que tenía algunas semanas de no trabajar porque
“Me asaltaron, me quitaron mi celular y mi bolsa. Lo bueno es que no me quitaron
el carro, pero sí me asusté y por eso no había manejado”, comenta. No es de
sorprender, pienso, pues con la creciente inseguridad, incluso hasta los
conductores de Uber son ya presas de la delincuencia . Su auto, una camioneta
Toyota, dice que la pudo comprar gracias a un finiquito que le dieron en la
escuela primaria particular en donde estuvo trabajando varios años. Como ya no
podía sostenerse dicha escuela, cerró y liquidó a todos su empleados. “Traté de
conseguir trabajo en otro lado, pero, por mi edad, ya no me contratan”. Eso me
lleva a reflexionar que en este sistema, no sólo los objetos tienen su
obsolescencia programada, sino que hasta las personas son tratadas como tal y
después de cierta edad, no las valoran por lo que saben, sino por su apariencia
externa. Es, realmente, una lástima que hayamos llegado a esos niveles.
Viridiana me sigue platicando otras cosas, que es divorciada, que no tuvo hijos
y también preguntándome ocasionalmente sobre mí, sobre mi trabajo, mi estado
civil y así. Se ve que tiene muchas ganas de platicar. Eso es natural, pues
vivimos en una sociedad cada vez más hermética, más individualista, que sólo se
llama sociedad, como decía Emile Durkheim, por ser colectiva. Y eso, el
creciente aislamiento individual en el que vivimos, realmente es el causante de
muchos de nuestros males, ya que no somos capaces de organizarnos
colectivamente y luchar por nuestros derechos. Ah, pero si se trata de
“agradecer a la virgencita de Guadalupe”, gastar hasta lo que no se tiene y
acudir desde cualquier parte del país como “buen devoto”, en eso, por
desgracia, muchos mexicanos “se unen”. Pero eso es lo que quiere este sistema,
autómatas que obedezcan órdenes, trabajen, consuman y paguen impuestos, sin
chistar nada (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2013/09/decadencia-neoliberal-automatas.html).
Viridiana también me
platica una anécdota que deja ver la miseria humana a la que hemos llegado. “Fíjate,
el día del temblor, unos vecinos me llamaron de emergencia pidiéndome que
llevara a un familiar al hospital de Xoco, de urgencia. Me platicaron que en un
semáforo, a pesar del temblor, en la noche estaban asaltando. Aprovechaban el
alto y se acercaban y sacaban la pistola y les quitaban el carro. Y la mamá iba
con uno de sus hijos y como no se detuvieron, los balacearon y a la señora le
tocó un balazo. Y los llevé, y todavía me querían detener en el hospital para
que rindiera declaración, y les dije que no, que yo nada sabía, que sólo me
habían llamado para llevarla al hospital y que tenía que seguir trabajando. O
sea, que aunque no hagas nada, hasta te ven como sospechoso”. Dos cosas
reflexiono sobre eso, lo deshumanizados que estamos ya, que a pesar de las
tragedias, hay delincuentes que siguen robando, como si nada, y que en este
país, controlado por una corrupta mafia en el poder, no hay, realmente,
justicia, y pueden implicar a cualquier persona en un delito, sin que tenga
nada que ver, pero a los asesinos, a los verdaderos delincuentes, nunca los
detienen y la mayoría de los crímenes, como asesinatos de periodistas, feminicidios,
asaltos o lo que sea, quedan impunes.
Y eso mismo le digo a
Viridiana, quien está de acuerdo conmigo. “¡Fíjate, el mero día del temblor,
asaltando!”. El viaje termina y le agradezco su excelente servicio y su amena
plática, deseándole mucha suerte y que la delincuencia no la vuelva a
victimizar.
El tercer conductor,
cuya plática también es digna de mención (muchas más son dignas, por supuesto, motivo
de un siguiente artículo), es un hombre de unos 65 años. Me recoge en
Insurgentes, tras esperar algunos minutos, en que ni él, ni yo nos hemos visto.
“Es que el GPS luego no es exacto y me da una localización que está a una
cuadra o dos del cliente”, aclara. Y, luego de tal precisión, comienza la
plática que, sinceramente, busco siempre hacer, pues de esa manera, además de
que el viaje es más placentero, no se ve al conductor o conductora – al menos
yo, no lo veo así – como una extensión inanimada del auto, un simple robot. Eso
humaniza más el traslado. Su plática versa en que, como ya he comentado, el
trabajo de Uber es su segundo empleo. Su otra ocupación es en un despacho, con
una licenciada que se dedica a trámites de migración. “Cuando un extranjero
quiere venir aquí a trabajar, nosotros hacemos los trámites, pero sólo que ya
tenga aquí a un familiar y que nos muestre que una empresa solicita a esa
persona. Entonces, nos deben de dar una especie de depósito de treinta mil
pesos y ya le arreglamos un permiso de seis meses. Si el familiar no se
presenta en seis meses, esos treinta mil pesos los pierde el que nos los dio y
ya, Migración, comienza la búsqueda, para expulsarlo. Y no me lo va a creer,
pero los buscan y buscan hasta dar con ellos. Incluso, son boletinados en los
aeropuertos para que, en cuanto los vean, den aviso y los apresen y deporten”.
Dice que con los que más sucede eso es con chinos y colombianos. Le comento que
nunca hubiera pensado que fueran aquí así de estrictos. “¡Uy, sí, y nos
quejamos de los gringos y aquí somos iguales o peores!”. Sí, y nos quejamos de la violencia con que nuestros
paisanos o migrantes centroamericanos son tratados en Estados Unidos y aquí los
tratamos peor, son secuestrados o hasta asesinados por traficantes de personas.
Existe el dicho de “No hagas a otro lo que no quieras para ti”, pero no lo practicamos,
es realmente vergonzoso.
Agradezco mucho su
plática y deseo que el resto de su día no sea tan pesado, debido al terrible
tráfico que hay en esta ciudad, cuyo promedio de velocidad es de 4.5 km/h – en
1910, con muy pocos autos y tranvías aún de mulas, era de 10 km/h. Hasta en
eso, en la movilidad urbana, vamos de mal en peor.
La empleada del sector energético
Es a través de
conversaciones casuales, que nos enteramos de muchas cosas que aparecen distorsionadas
en los medios noticiosos. De eso me jacto con la plática que sostengo con quien
llamaré Susana. Esta chica me comenta que trabaja en la Secretaría de Energía
(SENER), en el departamento que tiene que ver con el manejo de materiales
radioactivos y la posibilidad de que pudiera haber un evento nuclear. ¿Cómo
ahorita sucede, con la posibilidad de un estallido nuclear entre Norcorea y
Estados Unidos?, le pregunto. “Bueno, no precisamente. ¿No sé si has oído de
esas noticias en donde dicen que se robaron material nuclear?”, me cuestiona.
Contesto afirmativamente e, incluso, le comento que sé que muchas veces el robo
de material nuclear, como combustible radioactivo de reactores gastado, podría
servir para fabricar las llamadas “bombas sucias” (dirty bombs). Éstas, son un
tipo de amenaza que podría ser empleada en un atentado terrorista, que consiste
en que a materiales radioactivos se les hace estallar con algún explosivo
convencional, como semtex, lo que diseminaría a varios metros de distancia tal
material, el que provocaría, dependiendo del tipo de sustancia, incluso hasta
una pronta muerte en las víctimas. Ese ingenio,
por fortuna, nunca se ha empleado. Susana continúa “Bueno, sí, claro, con eso
puedes hacer bombas sucias. Pero, fíjate que no es eso. Lo que pasa es que son
empresas que se dedican a analizar el terreno, para ver el tipo de suelo que
es, lo sondean, cuando se va a construir algo y como usan equipo que emplea
radiación, luego se lo roban a otras, para boicotearlas y eso es lo que pasa. Y
pues nosotros, para no decir la verdad, hacemos un periodicazo de que se robaron ese material, pero no es cierto”,
dice, sonriendo. Le pregunto sobre la planta nuclear de Laguna Verde, sobre que
su diseño era obsoleto. “Esas plantas fueron construidas con las mejores
normas”, me dice, muy segura. Sin
embargo, es sabido que esos reactores, fabricados por General Electric, son
similares a los de la planta nuclear de Three
Mile Island, EU, que en 1979 estalló, debido a un defecto en sus sistemas
de refrigeración. La construcción de los reactores de Laguna Verde demoró
demasiados años, tanto por corruptelas, así como por problemas técnicos.
Además, ya rebasaron su vida útil de 20 años. La cuestiono sobre la
contaminación térmica. “Ah, bueno, eso sí es un problema porque, con el
calentamiento global, ya no basta el enfriamiento que le da la laguna, ha
aumentado dos grados la temperatura. Y eso se resolvió disminuyendo la
generación. Antes, generaban diez mil kilowatts, pero la bajaron a ocho mil.
Sólo así pueden seguir funcionando”. Platicamos sobre los problemas que genera
el combustible nuclear desechado, el que ya no sirve para mantener operativo al
reactor. “Pues ese es otro problema, porque, como se van a mantener funcionando
otros diez años, y como las albercas de almacenamiento ya están llenas, se está
construyendo otro espacio de enfriamiento abierto”. Por lo que explica, con este
sistema, sólo se colocan en tambos de plomo herméticos los peligrosos desechos
y luego son enterrados, justo como hacía la desaparecida URSS, pero ese país
los echaba al mar. Las consecuencias al medio ambiente si esos barriles se
degradan y se abren deben de ser irreversibles y brutales, pues tales desechos
radioactivos aunque no sirvan ya para que funcionen los reactores, siguen
siendo letales y duran mucho tiempo activos, como el yodo-131 o el cesio-137,
muy mortíferos. La latencia del cesio, por ejemplo, es de 30 años. Pero hay
otros, como el Plutonio 238, que dura 88 años activo, el tecnesio, que dura
radioactivo ¡210,000 años!, o el cesio-135, cuya duración activo es de ¡2
millones, trescientos mil años! ¿¡Pero eso dañaría al medio ambiente, no!?, la
cuestiono. “¡Ah, no, porque es muy seguro!”, exclama. ¿¡En serio!?, le vuelvo a
preguntar, no convencido. Y sólo asiente. Quizá no quiera seguir hablando de
eso.
Le comento que ese, justamente,
fue el problema luego del terremoto de Japón, cuando fue destruida la planta
nuclear de Fukushima, que las instalaciones para almacenar el combustible
desechado estuvieron a punto de derrumbarse, lo que habría provocado un
esparcimiento de desechos que habrían vuelto inhabitable una buena parte de
Japón. “Pues sí, es un gran problema el manejo de los desechos nucleares”,
agrega Susana. Le pregunto si hay planes para más energía nuclear. Y dice que
sí, que hay un proyecto para otra planta en Laguna Verde, que, aclara, sólo
pueden hacerse allí porque no es zona sísmica. “Pero eso quizá se haga en
quince años”, dice, “porque es muy caro”.
Y yo deseo que quepa el
sentido común en quienes decidirían sobre ese proyecto y que no agreguen más
peligros que los ya existentes en Laguna Verde. Y en todo el mundo, pues tanto
por reactores, así como por las casi veinte mil ojivas nucleares activas, el
planeta entero está permanentemente al borde de un Armagedón nuclear (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/07/el-mortifero-legado-nuclear.html).
Por último, Susana me
dice que sólo son tres personas quienes trabajan en ese departamento. “Un cargo
de mucha responsabilidad, pienso. Y le agradezco la plática.
El restaurantero
El reciente sismo del
19 de septiembre del año en curso (2017), que ocurrió contra todo pronóstico
probabilístico – en todo caso, de cien millonésimas de probabilidad –, nos
recordó que seguimos asentados en una zona sísmica, pero, además, mostró los
niveles de corrupción que se han seguido dando en el sector inmobiliario. A
pesar de que en el terremoto de 1985 sucedieron tantas desgracias, que habría
podido pensarse que ya no se darían casos de edificios recientes derribados, la
lección no se ha prendido. El hecho de que construcciones casi nuevas, de seis
meses algunas de edificadas, hayan caído de golpe durante el mencionado temblor
de este año, mostró que el ser humano es incorregible y ni las peores
desgracias logran que cambie muchos de sus anómalos comportamientos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/09/recordando-una-tragedia-con-otra.html).
Los edificios
colapsados fueron muchos, así como los decesos. Particularmente, en la calle de
Álvaro Obregón, el edificio localizado en el número 286, es una muestra de la
corrupción inmobiliaria, pues se trató de una construcción reciente que se
colapsó “como sándwich”, de una sola pieza. Veintinueve personas murieron
sepultadas y varias resultaron heridas.
No sólo ese edificio se
derrumbó, sino que dañó a uno que estaba contiguo, en donde había una clínica
quiropráctica. El del 286 ya terminó de demolerse y en días recientes, la
clínica quiropráctica ya inició su demolición. A sólo dos edificios de
distancia, en la planta baja, hay un restaurante llamado “La Generala”, el que
luce un letrero en donde se lee “Muchas gracias a todos los vecinos por su
solidaridad en el rescate de sobrevivientes. Ahora, necesitamos su solidaridad
para que este negocio se reactive y logre sobrevivir”.
Y, dado que en estos
días he acudido cada semana cerca de ese lugar por razones médicas (justo un
tratamiento quiropráctico), he comido allí. Y en una de esas ocasiones, he
platicado con el encargado, quien me comenta sus actuales penurias. “Antes del
temblor, yo me hacía ocho o nueve mil pesos al día, pues vendía cien, ciento
veinte comidas. Ahora, con trabajos si saco dos o tres mil pesos cuando mucho. Varias
personas me dicen que poco a poco voy a irme recuperando, pero al dueño no le
voy a decir eso, sigue cobrando puntual su dinero y yo tengo que sacar lo de la
renta, los sueldos – tiene una empleada – y las cosas que se necesitan para
cocinar”. Dice que al principio, cuando estaban las labores de rescate, los
rescatistas o los policías que vigilaban, comían allí. “Ahora, nada más hay dos
cuidando, y a veces, ni vienen. Luego, hay días en que sólo vendo cinco
comidas. De verdad, nos iba bien antes del temblor, hasta nos cambiamos de
lugar, para estar más amplios, pero, ya ve, así son las desgracias”, dice,
resignado. Agrega que tiene ocho años con el negocio. “Pues espero que levante,
porque no sé hacer otra cosa. De esto vivo. Ojalá levante”, concluye, con
suplicante tono.
Le secundo su petición
y le pago la sabrosa comida corrida de ochenta pesos, muy bien servida, quizá
muy fuera del alcance de la mayoría de los trabajadores que sólo perciban el
salario mínimo, pero mucho más económica que la servida en los restaurantes de
franquicias, los que cobran mucho más por un solo platillo. Y dejo una generosa
propina, esperando que “La Generala” recupere lo antes posible su clientela.
Contacto: studillac@hotmail.com