Pudieron
haber sido 44, los estudiantes desaparecidos en septiembre del 2014
Por Adán
Salgado Andrade
Bien afirma el vox populi que la realidad supera a la
ficción. Nada más cierto cuando, de repente, alguna persona me platica sobre un
problema que haya tenido. Y aún es más asombroso si parte del relato tiene que
ver con un hecho que conmocionó, ya no digamos, al país entero, sino a todo el
mundo, como fue el caso de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa,
desaparecidos el 26 de septiembre del 2014, más de dos años, tres meses, al
momento de escribir estas líneas (ver: http://expansion.mx/nacional/2015/09/26/lo-que-sabemos-y-lo-que-no-de-los-43-normalistas-de-ayotzinapa).
La absurda versión
“oficial” insiste en afirmar, sin ambages, que los estudiantes fueron
“incinerados” en un basurero, lo cual, varios estudios científicos, hechos
meticulosamente, han demostrado que de ninguna manera eso pudo haber sido
posible. Lo peor es que nadie de los supuestos “culpables” detenidos hasta
ahora, ha dado una versión verosímil de lo que pudo haber sucedido.
Todo apunta a que fue
un crimen perpetrado por las fuerzas represivas al servicio de la mafia en el
poder, tanto policías, como soldados, coludidos todos, como siempre sucede.
Pudo haber sido algo así como lo sucedido, por ejemplo, en Tlatlaya, Estado de
México, un crimen cometido por soldados, en el que fueron asesinados presuntos
“guerrilleros”, una adolescente de quince años incluida, el cual se trató de
cubrir con un absurdo montaje que “demostraba”, burdamente, que los asesinados
habían “atacado” a los sardos. Los posteriores peritajes, además de los
testimonios de tres mujeres que por “error” no fueron asesinadas y vivieron
para contar esa masacre perpetrada por el ejército, mostraron que, en efecto,
se trató de un vil montaje (ver: http://www.animalpolitico.com/2014/10/la-matanza-del-ejercito-en-tlatlaya-segun-la-cndh/).
En el caso de los 43
normalistas, hay versiones muy serias de que pudieron haber sido asesinados y,
luego, incinerados en hornos crematorios del ejército, como sostienen dos
investigadores universitarios (ver: http://www.jornada.unam.mx/2015/01/04/politica/008n1pol).
Bueno, y es algo
relacionado con la “desaparición” de los 43, lo que referiré en el siguiente
relato, que hasta pareciera una invención, pero no lo es, pues quien me lo
contó, es digno de toda mi confianza. Lo llamaré Eduardo.
Eduardo me platicó que
en ese entonces, él estudiaba ingeniería en la universidad del ejército en
Chilpancingo y que por azares del destino, se vio envuelto indirectamente en
tales sucesos.
Su novia, a la que
llamaré Sofía, era militante de una organización estudiantil, ella misma,
estudiante universitaria. El día en que los estudiantes de Ayotzinapa tenían contemplado
venir a la ciudad de México, para que se atendieran sus justas demandas, le
pidieron a Sofía, justamente los 43 estudiantes que viajarían en uno de los
autobuses, que por favor los acompañara, pues requerían que un representante de
una asociación estudiantil estuviera con ellos, con tal de que tuviera más
fuerza su presencia en la ciudad de México.
Sofía pidió a Eduardo
que los acompañara, pero éste se negó, debido a que estaba en una universidad
militar, y sería acusado de traición si participaba en un acto de protesta
contra los poderes fácticos “federales”. “Imagínate, un soldado, protestando
contra la represión, hubiera sido una contradicción, ¿no?”, me dice.
Sofía lo comprendió y
subió al autobús fatídico, dejándole todas sus cosas a Eduardo, quien le
regresó el celular, indicándole que “por cualquier cosa, me llamas”.
Se despidieron, Sofía
abordó el autobús y éste arrancó…
Pero no había avanzado
ni dos cuadras, cuando el vehículo se detuvo, se abrió la puerta y, llorando,
descendió Sofía, gritando, angustiadísima, “¡Secuestraron a mi mamá, me acaban
de avisar!”. En efecto, la madre de Sofía había sufrido la suerte de miles de
mexicanos que cada año son secuestrados, muchos de los cuales son asesinados,
pese a haber pagado un rescate, si de eso se trató el secuestro, o son
traficados a otros países, mujeres sobre todo, o, simplemente, “desaparecidos”
forzadamente, sobre todo si se trata de activistas incómodos para la mafia en el poder. Lo que sea, pero sucede a
diario, en que de quince a veinte personas jamás vuelven a ser vistas (ver: http://www.animalpolitico.com/2014/11/2014-el-ano-con-mas-casos-de-desapariciones-en-mexico-van-5-mil-98-victimas/).
Eduardo corrió a su
encuentro y Sofía, le dio la mala nueva, que su mamá, maestra de primaria,
había sido secuestrada con otra compañera, cuando regresaban de cobrar sus
quincenas. El auto en el que ambas viajaban, fue interceptado en la carretera
por otro, que se les cerró y las obligó a detenerse (todo esto, lo supieron
días después).
Sofía ni hablar podía
por el llanto. Todo lo que le dijo quien le había llamado fue que después se
comunicarían para lo del “rescate”.
Eduardo y Sofía
decidieron regresar a casa de ella, para informar al resto de la familia sobre
el secuestro, y pasaron algunas horas.
Fue cuando, refiere
Eduardo, recibieron una llamada al celular de Sofía, de uno de los normalistas,
un joven apodado “El Mantecas” – pues decía que no usaba aceite al cocinar,
sólo manteca de cerdo –, quien con grave y espantada voz, les dijo que policías
y soldados los habían rodeado y los estaban balaceando. “¡Nos tienen rodeados
cuicos y sardos, y nos están tirando!", se escucharon, por el altavoz del
celular de Sofía, los desesperados gritos del estudiante y de otras personas,
entremezclados con una copiosa balacera. “¡Se me erizó la piel!”, dice Eduardo,
reviviendo quizá el terrible recuerdo. Después, se produjo un silencio, como si
hubieran colgado, y nada más escucharon ni Sofía, ni Eduardo. Trataron de
comunicarse, pero la llamada los enviaba a buzón.
“¡Sí, se oyó como si de
repente hubieran apagado el celular… y ya no pudimos comunicarnos para nada…!”,
agrega Eduardo. Se quedaron perplejos. Tampoco fue posible comunicarse con
ninguno de los otros normalistas y se quedaron con la mortificación.
Dicha mortificación,
momentáneamente, les hizo distraerse del problema que, a fin de cuentas, había
salvado la vida a Sofía.
Pero luego siguieron
comunicándose con familiares, para informar del secuestro y ver lo que se
haría, no sin tratar de nuevo de telefonearle al Mantecas o algún otro…
“Y… pues, ya, al otro
día, nos enteramos de que no habían llegado y que los andaban buscando en todos
lados”, dice Eduardo, refiriéndose a los sucesos que durante los siguientes
días, poco a poco fueron sabiéndose y que, como ya señalé, aun no se han
aclarado y, seguramente, la asesina mafia que controla a este país, nunca
aclarará, pues es la responsable de esos asesinatos, que pueden considerarse
como un crimen de “estado”.
En cuanto a la madre de
Sofía, algunos días después, los secuestradores pidieron ciento cincuenta mil
pesos de “rescate” y dieron “instrucciones” de en dónde se entregaría el dinero
y dónde dejarían a la señora.
Refiere Eduardo que el
abuelo de Sofía fue quien se encargó de realizar el pago y de ir a recogerla en
una gasolinera cercana a Chilpancingo, a las doce de la noche. “Sí, pues
vendieron unos carros que tenían y cosas, y juntaron el dinero”, agrega. La
madre de Sofía se encontraba con la otra maestra, su amiga, con quien había
sido secuestrada. Como también los familiares de ésta habían pagado el rescate,
los secuestradores las entregaron juntas. Estaban todas raspadas y con la ropa
sucia, pero ¡vivas!
Refirieron que, luego
de secuestrarlas, las llevaron vendadas en auto. Después, las bajaron y las
llevaron por el “monte”, entre árboles y ramas, caminando y arrastrando, las
encerraron en alguna construcción y las ataron. “Hasta eso, dicen que no las
trataron mal, que les daban de comer y todo y las llevaban al baño”, comenta mi
entrevistado.
De allí, Sofía decidió
no continuar con su activismo, muy espantada por todo, tanto el secuestro de su
madre, como la “desaparición” de los normalistas. Mejor tranquilizarse, le dijo
a Eduardo.
Por ese y otros
problemas, ella y Eduardo terminaron su relación. “Sí, me dolió mucho, pues ya
hasta nos íbamos a casar en un año… yo estaba bien clavado, la verdad”, dice
Eduardo, suspirando, con un gesto de nostalgia en su rostro. “Pero ya lo superé…
ya hasta tengo otra novia”, agrega, sonriente.
También Eduardo se
salió de la universidad militar. “Les dije que no quería estar en un lugar en
donde no se aprende nada, más que a matar gente”, dice, jactándose.
Agradezco su increíble
relato, sí, que un secuestro haya evitado una muerte más, la de Sofía, a manos
de las criminales fuerzas represivas de la mafia en el poder.
Como resulta increíble que nadie sepa nada, hasta la
fecha, de la suerte que corrieron los 43 normalistas ese 26 de septiembre del
2014. Ni de los que a diario “desaparecen”.
No cabe duda que la
vida es muy irónica, cruel y sorpresiva.
Contacto: studillac@hotmil.com