Conversando con una estudiante de empresas turísticas
Estela tiene 22 años y estudia
administración de empresas turísticas en el UNITEC. Está cursando sus últimos
dos cuatrimestres.
Como es normal, se
decidió por esa carrera luego de algún tiempo de probar aquí y allá a lo que
realmente le habría gustado dedicarse, tomando en cuenta que, por un lado,
fueran de su agrado las actividades que desarrollaría en su vida profesional y,
por otro, que realmente le permitieran hallar un trabajo decoroso, algo que no
es fácil en un mundo cada vez más golpeado por las crisis generadas por este
irracional sistema económico, llamado capitalismo salvaje.
Y es que vivimos una
situación tan degradada social y económicamente, que ya ni poseer una educación
superior garantiza de verdad que se consiga, ya no digamos un trabajo
relacionado con lo que se haya estudiado, sino al menos trabajo (ver: http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Por ello es que para
miles de personas, aun con estudios superiores, una alternativa ha sido ubicar
un empleo dentro del sector informal, cada vez más socorrido como forma de
sortear la crisis y sobrevivir (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Estela aun no se encuentra
en ese dilema de hallar trabajo, pues todavía no termina su carrera, y la
apoyan bastante sus padres, pero recientemente probó algo de lo que enfrentará
cuando se reciba, lo que ambos deseamos que sea una pronta realidad.
Como parte de su
preparación, debió dedicar un cuatrimestre a lo que se llaman prácticas
profesionales, que son actividades que consisten en que el estudiante se
coloque en alguna empresa relacionada con el ramo de su futura carrera.
Ella debió revisar los
convenios que tiene su escuela con empresas hoteleras, ya que por las distintas
actividades que implica la administración y funcionamiento de un hotel, es un
adecuado sitio para que ella se desenvuelva en las tareas turísticas, no sólo
en los niveles administrativos, sino en aquéllos que tienen que ver con la
prestación directa de algún servicio, tal como ser recamarera, mesera,
cocinera, hostess… y así por el
estilo.
Claro que para las
empresas que firman esos convenios es una excelente forma de hacerse de
personal medianamente capacitado de manera gratuita, pues esas “prácticas
profesionales” difícilmente las pagan o, si lo hacen, es mínimo el pago que se da
(en el caso de Estela, se convino en que se quedara con la totalidad de las
propinas que recibiera como mesera).
Así que para el
estudiante, esas prácticas implican
que erogue gastos extras a los que de por sí ya tenga, como el pago de la
colegiatura, por ejemplo.
El lugar elegido por
Estela fue Cancún, la zona turística del país que, supuestamente, está entre
los primeros cinco sitios de preferencia como destino vacacional a nivel
mundial, sobre todo de extranjeros (ver: http://enfoqueradio.com.mx/ocupa-cancun-el-primer-lugar-en-preferencia-como-destino-turistico-orbitz/).
De hecho, Cancún, por su importancia turística, genera un tercio de los
ingresos turísticos del país (ver: https://www.nileguide.com/destination/cancun/overview/local-info).
Ese sitio resultó
idóneo para los planes de Estela. Pero primero debió de buscar la empresa
hotelera más a su gusto. Revisó varias y al final estableció contacto con un
hotel catalogado como de “cuatro estrellas” (omito el nombre, para conservar el
anonimato de mi entrevistada).
En cuanto fue aceptada,
Estela se dio a la tarea de buscar alojamiento por los cuatro meses que estaría
en Cancún. Ése lo halló en una casa compartida, en la cual se rentaban
recámaras a señoritas. Otras dos chicas y ella ocuparon tres recámaras en
renta. Estela acordó un pago de tres mil pesos mensuales con la dueña de la
casa, con la quien, me dice, se llevó de maravilla. “Sí, nos entendimos muy
bien y a veces me invitaba a otra casa que tiene en donde hay alberca. Sí, la
verdad es que me la pasé muy a gusto viviendo allí”. Sus papas, como ya señalé,
hasta ahorita la siguen apoyando bastante, así que el dinero, por lo pronto,
nunca ha sido problema para ella.
La zona en donde rentó,
me comenta que estaba “un poco fea”. “Sí, es que estaba algo sola”.
Le pregunto si se
enteró sobre los recientes feminicidios que se han estado cometiendo en la zona
y me dice que sí, que por desgracia es algo que de cierta forma ha enturbiado la
supuesta fama de ciudad “segura” que tiene Cancún. “Sí, no creas, sientes miedo
cuando te enteras de eso”. Sobre todo porque es una ciudad relativamente chica,
aunque en los últimos años, su inflada fama, ha tenido como consecuencia que la
ha hecho convertirse en un anárquico polo de atracción laboral. Su población
actualmente es de más de un millón y medio de habitantes, lo que acarrea los
típicos problemas de saturación de servicios, falta de viviendas decorosas, empeoramiento
en la calidad de vida de sus habitantes, pauperización, incremento en los
índices de delincuencia, precariedad laboral, desempleo y otros (ver: http://cuentame.inegi.org.mx/monografias/informacion/QRoo/Poblacion/).
Además, no se ha
cumplido con los planes de “desarrollo” que tenían contemplado que Cancún fuera
un lugar turístico sustentable y armónico, ya que se han excedido por mucho los
cuartos de hotel con que cuenta, lo que ha llevado a destrucción de zonas
naturales y playas, marcada degradación de otras, contaminación de cuerpos de
agua superficiales y subterráneos y así. Dista mucho Cancún de ser el sitio
prístino con no más de mil habitantes que se dedicaban a la pesca hacia el año
1960. El capitalismo salvaje depredador lo está llevando a su ruina
aceleradamente (ver: http://www.estosdias.com.mx/semanario/es-necesario-renovar-los-parametros-de-crecimiento-de-cancun-su-zona-hotelera-y-su-actividad-turistica-o-no-sobreviviran-al-caos/).
Seguramente esa
problemática es algo que intuyó Estela, pues me comenta que, en efecto, hay
ciertas horas que hasta le daba miedo salir a caminar. “Por ejemplo, si sales a
las cinco de la tarde, está todo solo, las calles vacías, y como que sientes
temor. Y también si sales del trabajo a las ocho de la noche, que es cuando
comienza la vida nocturna, pues tampoco te sientes muy seguro”, dice. Lo
irónico del asunto es que, enfatiza Estela, es menos riesgoso salir a las dos
de la mañana y regresar incluso a casa, pues todo mundo es cuando sale de
antros, sobre todo, para seguir con la vida
loca, que es algo tan permitido en Cancún, con el pretexto de que es zona turística.
Como la zona hotelera
está separada por alrededor de diecisiete kilómetros de la ciudad, y la mayoría
de los habitantes de Cancún trabajan allá (86% de los cancunenses laboran en el
sector turístico, la mayoría de ellos en la zona hotelera), deben de
trasladarse hasta aquélla, empleando la mayoría transporte público. Una de las
consecuencias de que tantos trabajen en la zona turística, es que existen ya
problemas de traslado hacia ésta. “Si no había tráfico, llegaba en media hora,
pero cuando había, me tardaba hasta 40 minutos o más”, dice Estela. Debía de
tomar un camión que la llevaba hasta allá por veinticinco pesos, caro, si se
toma en cuenta que la mayoría de los trabajadores ganan cinco salarios mínimos
cuando mucho, o sea, entre 350 y 400 pesos diarios. Pero, como ya señalé, es
una de las consecuencias que ese crecimiento anárquico ha generado.
Ya, platicando sobre lo
que hizo en el hotel, para comenzar, destaca que todos los empleados le
agradaron. “Sí, siempre se portaron muy amables conmigo, de verdad. Aquí
(ciudad de México), me es muy difícil hacer amistades. Pensé que era, no sé,
por mi forma de ser, que no le caía bien a la gente, pero después de lo que
viví en Cancún, lo bien que me trataron, me di cuenta que, entonces, no soy yo,
sino que, a lo mejor, la gente aquí es más indiferente, más egoísta… a lo mejor
eso es”. Le celebro esa parte, pues es importante revalorarse, factor indispensable
al emprender alguna labor. Demostrado está que la confianza en uno mismo,
además, claro, de una adecuada preparación, es algo vital para desarrollar
cualquier actividad.
De entre las
ocupaciones que debió desarrollar Elena en el hotel, una fue la de mesera. “Esa
me gustó mucho, pues me ponía a platicar con los clientes, la mayoría
extranjeros. Había franceses, italianos, canadienses, ingleses… ¡ah, mucho
ucraniano, sí, ay, las chicas ucranianas, bellísimas…
y me gustó mucho platicar con ellos, porque me contaban de cómo eran sus
países, qué hacían… y también me decían por qué les gustaba venir a Cancún”. La
principal razón por la que vienen a Cancún es que pueden hacer lo que quieran, le comentaban, muy entusiasmados. “Es que dicen que todos
son muy amables y que nadie les reclama si se ponen borrachos o si hacen
desmanes… y los hombres me contaban que siempre se conseguían novia cada que venían”. A Estela, por
supuesto, tiro por viaje, le
proponían directamente, sin sutilezas que se acostara con ellos. “¡No, nunca
acepté. Nada más me les sonreía y les decía sorry,
I can’t… sí, porque te comunicas en inglés con ellos, todo el tiempo, pero
varios, como los ucranianos, hablan hasta cuatro idiomas, inglés, francés,
italiano y su lengua, pero, pues, en inglés, yo les decía que no podía. Nunca
acepté”. Parte de lo que ha aprendido Estela es el inglés, el que dice hablar más o menos. Le pregunto qué sucedía si
un empleado aceptaba tener sexo con algún turista, que si era amonestado por
los gerentes y me contesta que “no, nunca te dicen nada, sólo si no estás
haciendo bien tu trabajo, pero cuando acaba tu turno, puedes hacer lo que sea,
incluso irte a la habitación de quien te invite”. Aunque afirma Estela que la
mayoría de los empleados son muy
correctos, así, como era ella, pues no quieren arriesgar su trabajo
teniendo un affair que podría tener
desagradables consecuencias. “Pero sí, siempre hay uno que otro empleado que
acepta acostarse con alguien, sobre todo los hombres”, agrega, sonriente. No es
de sorprender que sean hombres los más dispuestos a complacer y demostrarles a
las y los turistas cuan hospitalario es
Cancún, razono.
Otra de las tareas que
se le encomendaron a Estela, fue la de recamarera. “¡Con esa, en serio que
sufrí!”, exclama. Y lo que platica es de no creerse, pues nunca habría yo
pensado todo lo que se ve como recamarera, de acuerdo con lo que me refiere.
“Cuando se desocupan las habitaciones, las recamareras debemos de limpiarlas,
cambiar todos los blancos, toallas, barrer y trapear y ver que no se haya
ocasionado algún destrozo, pero ves cada cosa que… ¡con decirte que las tres
primeras veces hasta me vomité de todo lo que vi!”. Y ya cuenta que la mayoría
de los turistas, gracias a que consideran que pueden hacer lo que quieran, se
entregan a un destructivo y desagradable libertinaje, que se refleja en el
estado en que dejan las habitaciones. No sólo hallaba vómitos en pisos y
paredes, productos de las bacanales etílicas a las que son tan dados a
entregarse, sino también heces fecales, sangre, escupitajos, botellas vacías,
vasos, vidrios, sillas o mesas rotas y más. “Pero tenías que ser muy rápida para limpiar la habitación,
no importa cómo estuviera. Te daban veinticinco minutos, pues tu cuota era
limpiar ¡cuarenta y cinco habitaciones por día, sobre todo en temporada alta!”.
Y es que el hotel consta de tres torres y de mil doscientas habitaciones en
total, así que por eso debían darse prisa las recamareras, las que no ganan más
de mil trescientos pesos semanales. Véase, pues, la explotación a la que son
sometidos esos empleados, quienes por pura necesidad realizan tan pesadas
labores, recibiendo a cambio un salario de hambre, que apenas si les permitirá
sobrevivir. Seguramente es en lo que menos piensan los mafiosos en el poder tan
dados a afirmar que el turismo crea muchas fuentes de empleo… sí, ¡pero muy mal
pagado!, tendrían que agregar.
“Pero fíjate que el
hotel no pierde nada. Antes de que se vayan los huéspedes, la recamarera debe
de revisar muy bien la habitación y si los gastos exceden de mil o mil
quinientos pesos, se les hace el cargo a su cuenta y no salen hasta que pagan”,
me dice. Los más dados a esas muestras de irracional y desagradable
comportamiento son los jóvenes, como los llamados spring breakers, que son las oleadas de adolescentes, o algo mayores,
procedentes de EU, que vienen al país a gozar
de lo lindo, ya que se les da un trato tan permisivo que difícilmente
cualquier regla que violen es castigada. “¡Ésos, en serio que eran de los
peores. Fue en una de sus habitaciones en donde me vomité las primeras veces!”.
Y es que la permisividad es tan
grande, que Estela vio cosas realmente fuera de lo común. “Fíjate, una vez iba
yo hacia la lavandería y que me topo con una pareja que ¡estaba haciendo el
amor, los dos desnudos, como si nada, como si no hubiera gente! Entonces, que
llamo al gerente y que le digo lo que estaba viendo. Pues que me contesta que
no me preocupara, que eso era muy común, sobre todo entre los extranjeros y que
ya me iría acostumbrando”. En efecto, Estela se acostumbró a ver frecuentemente
parejas haciendo el amor y a otras cosas, como “a verlos pasar, todos borrachos, vomitándose
enfrente de ti o casi desnudos, casi, casi haciendo el amor, y diciéndote que
te fueras a acostar con ellos”. Aunque comenta que había gente madura o de la
tercera edad, y que “esos eran otro rollo, sí, bien amables y atentos. Sus
habitaciones las dejaban ordenadas, y nada más hacías limpieza normal”. Ya
señalé antes que tan sólo por el hecho de que son turistas extranjeros, se debe de ser lo más cordial posible con
ellos, incluso, admitir que se sobrepasen en muchas cosas. “Como te dije, con
todos los extranjeros que platicaba, me decían que les gustaba mucho venir a
Cancún porque podían hacer lo que quisieran”, dice Estela. Concluimos que
Cancún es una especie de antro-cantina-prostituta muy querido por todos, sobre todo los extranjeros.
Me cuenta también del
vergonzoso trato que le daban la mayoría de los mexicanos. “Cuando me asignaron
como hostess del restaurante, una
noche estaba lleno y tenía como a sesenta personas esperando mesa. Y varios de
ellos eran mexicanos y como no los pasaba, pues que me empezaron a insultar,
que quién me creía, que gracias a ellos tragaba,
que era una muerta de hambre, que
mejor me fuera a la chingada… y no sé cuántas cosas más me dijeron. Por eso nos
dicen que les demos la preferencia a los extranjeros, que porque los mexicanos
no saben tratar a la gente”.
Eso que me platica es
verdaderamente vergonzoso, pues ese comportamiento tan vulgar, tan
deshumanizado, es muestra del inconsciente racismo que pulula en este país,
producto justamente de la herencia colonial maldita, parte de cuyo legado es
que mucha gente, sobre todo la de ingresos altos, da un trato indigno, racista
y discriminador al personal honesto y trabajador que presta algún servicio.
“Piensan que porque pagan y tienen mucho dinero, te pueden tratar como sus
calzones viejos”, agrega frunciendo el ceño. Le pregunto que si hacían algo, si
los acusaban con algún policía, y me dice que no, que lo único que podían
hacer, y eso si se ponían demasiado impertinentes, era llamar al gerente, y que
éste, muy cortésmente, les pidiera
que se tranquilizaran.
En cuanto a los precios
de las habitaciones, que Estela se aprendió cuando estuvo como administradora,
casi al principio, van desde los 6700 pesos por noche, habitación sencilla,
incrementándose gradualmente según el área, el número de camas y el tamaño de
éstas. “Sí, luego, con dos camas sencillas, era de diez mil doscientos. Luego,
matrimonial e individual, catorce mil doscientos, luego veinte mil… algo así,
veinticuatro mil y las más caras, de treinta mil pesos por noche, eran las suites. Ésas tenían tres recámaras,
sala, cocina… como si estuvieras en un departamento, y estaban en la planta
baja, para que fueran más cómodas para los que las alquilaban, pues muchos eran
gente mayor y así, para que no tuvieran que subir escaleras. Y, además, tenían
todo ilimitado, agua, luz, cable, teléfono… sí, eran las más lujosas”. Como
puede verse, ese hotel sería prohibitivo para la mayoría de los mexicanos,
sobre todo los que ganan no más de cinco salarios mínimos al día.
Señala Estela que ese
hotel constaba de tres torres en donde estaban repartidas ¡mil doscientas
habitaciones!. “Fíjate, diario, en promedio, se facturaban dos millones seiscientos
mil pesos, y los gastos eran de un millón de pesos, así que les quedaba un
millón, seiscientos mil pesos”. Vaya que, por algo, los hoteleros están muy
felices y siguen destruyendo lo que queda de Cancún con nuevos emporios
turísticos, con tal de atraer a miles de extranjeros cada año, a los que se
debe de tratar con mucha paciencia y humildad. A reforzar nuestro carácter de
ex colonia, pienso.
Confiesa que dejó un
amor allí, el chef-gerente de la cocina, a quien conoció accidentalmente cundo
laboró como mesera y corría a servir un café. “Choqué con él y le derramé todo
el café caliente en el brazo. El pobre nada más se aguantó y me dijo que no me
preocupara, que no era nada”, dice Estela, sonriente. “Pero… pues ya se acabó,
sí, cuando me regresé… ya fue”,
exclama Estela, suspirando. Es algo común, pienso, dejar amores así, cuando se
emprende algún viaje o una efímera labor, el síndrome del marinero, un amor en cada puerto.
También me cuenta que a
diario se iba a la playa, a darse un chapuzón. “De verdad que no me enfermé de
nada. Aquí, todo el tiempo me duelen las piernas, el cuerpo, mi tobillo – me
platica que a partir de una fractura que tuvo hace como tres años, se le zafa
el tobillo izquierdo en ocasiones –, pero allá, no, nada… yo creo que es porque
el agua de mar es curativa, ¿no?”, se cuestiona. Concuerdo con ella en ese
detalle, claro, mientras el nivel de contaminación oceánica, no convierta las
propiedades benéficas del agua marina en elementos dañinos a la salud.
Sus planes a futuro son
regresar pues se enamoró de Cancún. “Sí,
eso es lo que quiero, aunque mis papás me dicen que ni crea que me van a apoyar
si me voy, pues ellos no quieren que me vaya, que mejor me consiga un trabajo
aquí, pero no me importa”.
Le agradezco la
entrevista y le reitero que si quiere irse a vivir allá, es sólo su decisión y
ni sus padres pueden oponerse, pues si, como dicen, “en el mar, la vida es más
sabrosa”, qué mejor que vivirla allí, haciendo lo que más le guste.