En torno a los
obscuros orígenes de Estados Unidos
por Adán Salgado
Andrade
Existen muchas evidencias históricas
que muestran los muy obscuros y hasta criminales orígenes de lo que hoy son los
Estados Unidos (EU). Ya he hablado en otra parte, por ejemplo, del aberrante
legado esclavista (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/05/estados-unidos-y-el-aberrante-legado-de.html). Dicho legado ahora
se hace presente en la sociedad estadounidense, si revisamos las incontables situaciones
en las cuales la raza ha sido un factor discriminatorio, como tantos casos de
brutalidad policiaca que se han dado recientemente (son cotidianos, pero ahora
se han incrementado, a pesar de estar en la presidencia Barack Obama, un
afroestadounidense), en los cuales, “policías”, sobre todo blancos, han
asesinado a sangre fría a hombres afroestadounidenses. Uno de ellos, de los más
comentados, fue el del joven Michael Brown, asesinado por un vigilante de
barrio, sólo por verlo “sospechoso” (ver: http://en.wikipedia.org/wiki/Shooting_of_Michael_Brown).
La estupenda cinta “Pandillas de Nueva
York”, 2002, dirigida por Martin Sorcese, basada en un hecho real, muestra como
esa ciudad, en sus orígenes, era controlada por temibles y criminales mafias,
que hacían de las suyas, incluso, cuando se enfrentaban en verdaderas batallas
campales entre ellos, las cuales, nadie, ni la policía, osaba detener. Una muy
emblemática escena de la cinta es aquélla en la cual, dos equipos de bomberos
dejan que una construcción se incendie totalmente, pues objetan que de quién es
la jurisdicción, si de uno o de otro. Incluso, pelean entre ellos por ver a quién le
corresponde sofocar las llamas.
En cuanto a su actual territorio,
recuérdese que EU arrebató a México, en dos ocasiones, más de la mitad del área
en que éste país se asentaba, pagando sólo simbólicamente una “compra” que, de
todos modos, ya estaba asegurada por la fuerza. A los “gobiernos” de entonces,
sobre todo al de Santa Anna, no les quedó más que aceptar la dádiva acordada,
15 millones de dólares (ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Guadalupe_Hidalgo).
Justo antes de esa forzada anexión
territorial, EU, casi también por la fuerza, se hizo de la Florida, posesión
española, y de Luisiana, ésta última, territorio que Francia fundó y que tuvo
un breve periodo de dominio español, justo antes de que México se
independizara.
Precisamente Luisiana es otro ejemplo
de cómo el dominio estadounidense convirtió a ese estado, en particular lo que
se conoce como el French Quarter (la
Plaza Francesa), la parte central de lo que hoy es Nueva Orleans, en un nido de
corrupción, turbios negocios y, sobre todo, de hombres que debieron su “fama y
riqueza” al muy criticado, pero tolerado y muy lucrativo negocio de la
prostitución, como veremos.
Muy oportuno para referir parte de ese
otro, igualmente obscuro aspecto de EU, es un libro titulado “The French Quarter”, debido a la pluma
de Herbert Asbury (Misuri, 1889-1963).
Asbury fue un periodista y escritor,
que tocó fibras sensibles refiriéndose a escabrosos temas históricos que
denuncian los, además de obscuros, delincuenciales antecedentes estadounidenses.
Justo a su pluma se debe el libro “Pandillas de Nueva York”, en el que se basó
el filme de Martin Scorsese, que menciono
arriba.
En “The French Quarter”, Asbury igualmente cuenta, sin ambages, la
historia de Luisiana.
Publicado por primera vez en 1936, la
edición que revisé, es la estadounidense de 1949, de Pocket Books, y es tan importante por su contenido histórico el
libro, que aun sigue editándose.
La obra narra de una manera irónica, y
hasta burlona, los cruentos orígenes de Nueva Orleans y de la Luisiana. Pero al
principio de la obra, así, como advertencia, Asbury apunta que “El desarrollo del
Nueva Orleans de la leyenda y la tradición, comenzó durante la administración
del gobernador francés Marqués de Vaudreuil (1743-1753), con sus llamativos
eventos sociales, generalizada corrupción gubernamental y la tolerancia con la
que las fallas del estricto código moral eran tomadas. Eso continuó, aunque más
lentamente, durante la dominación española de Luisiana y recibió un gran ímpetu
durante los tres años, entre 1800 y 1803, cuando esa provincia no fue ni
española, ni francesa, y cuando un relajamiento generalizado de la disciplina y
falta de moderación, permitieron y alentaron el influjo de vagabundos y
aventureros de todas partes del mundo. Pero, curiosamente, fue bajo el dominio
estadounidense, que Nueva Orleans se embarcó en su edad dorada de glamur y
espectacular mezquindad y obtuvo su verdadero título de ciudad del pecado y
libertinaje, única en todo el continente norteamericano”. A lo largo de la obra,
Asbury confirma lo anterior.
La historia del control colonialista
de lo que hoy es Luisiana comienza con las exploraciones del explorador francés
René-Robert Cavelier, Sieur de La Salle, quien en 1682, llegó a la cuenca del
Mississippi, reclamando todo ese vasto territorio para Francia, y nombrándolo
Luisiana, en honor del rey Luis XIV, quien entonces gobernaba ese país. Sin
embargo, al poco tiempo, La Salle fue asesinado en una emboscada y los intentos
de colonización fueron escasos.
Luego, en 1700, un aventurero canadiense,
de ascendencia francesa, de nombre Jean Baptiste Le Moyne, Sieur de Bienville, llegó a las pantanosas y selváticas tierras
que casi 18 años antes La Salle había comenzado a colonizar. Construyó un
rudimentario fuerte y una caseta de vigilancia. Pero tampoco sus esfuerzos en
esos años fueron suficientes para desarrollar esa región tan calurosa e
insalubre, aun para los precarios estándares de la época, poblada de espesa
vegetación, temibles reptiles, como serpientes o lagartos y ponzoñosas
alimañas.
Tan no habían fructificado los
intentos colonizadores, que hacia 1712, no había ni 300 habitantes en todo
Luisiana, incluyendo un destacamento de 124 soldados, unos cuantos sacerdotes,
veintiocho mujeres (todas prostitutas, llevadas de París) y veinticinco niños.
Y, por muchos tiempo, realmente el lugar no creció, incluso ni cuando el
territorio fue concesionado a Antoine Cruzat, banquero francés, quien por cinco
años trató infructuosamente de que el lugar se desarrollara, manejándolo como
una especie de empresa.
Ya cuando, en 1717, que de nuevo se
concesionó a la Mississippi Company, propiedad de John
Law, quien aceptó importar seis mil colonos blancos y tres mil esclavos, fue
que el sitio comenzó a tener algo de crecimiento. Law y sus asociados estaban
particularmente interesados en las minas de oro, plata y bancos de perlas, con
los que, supuestamente, contaba el lugar. Pero no fue así. De hecho, el mismo Bienville,
quien llevaba veinte años viviendo y explorando Luisiana, ya había advertido a
Francia que no contaba con las tan vituperadas riquezas, y enfatizó en que era
mejor desarrollar la región de una manera ordenada, con colonos que se
entregaran a las actividades agrícolas, pues el valle del Mississippi, era muy
fértil, pero sus superiores le recriminaron que con ese pesimismo, no
impulsaría la colonización, pues ellos seguían empecinados en que sí se
hallarían las “increíbles riquezas” y que todo era cuestión de tiempo.
Aun así, Bienville siguió con sus
intentos colonizadores y ya cuando fue nombrado gobernador de Luisiana, se
dedicó de lleno a su plan de desarrollar la agricultura. Así, en un valle que
los indígenas nativos llamaban Tchoutchouma, en medio de pantanos infestados de
víboras y cocodrilos, en febrero de 1718, Bienville funda un nuevo
asentamiento, que llamó Nouvelle-Orleans, en honor del
regente francés, el Duque de Orleans.
Para atraer a colonos al lugar inventó
que en ese sitio cualquiera podía volverse muy próspero ejerciendo la
agricultura, que el sitio gozaba de agradable clima, muy salubre y otras muchas
ventajas, contrario a lo que otros oficiales franceses comentaban del sitio,
sobre todo que era muy húmedo todo el tiempo, que el agua brotaba del suelo,
que abundaban alimañas y animales salvajes, que frecuentemente había una espesa
niebla y que abundaban las nubes de mosquitos, los que atraían fiebres y otros
males.
Pensó que al estar tres metros sobre
el nivel del mar, el sitio no se inundaría, pero, ¡oh error!, al año de fundada
Nueva Orleans, sufrió una inundación, gracias a la cual, Bienville ordenó que
todos los colonos ayudaran a construir diques y un drenaje. Pero, a pesar de
eso, nunca se terminó con la humedad, y a la fecha, Nueva Orleans es
considerado uno de los puntos más húmedos de todo EU (claro, pues, para
empezar, por cuestiones tales como corrupción, fue que se funda Nueva Orleans
en una zona pantanosa, calurosa en insalubre)
Además, rápidamente, los colonos que
fueron arribando se percataron de que todo era una mentira y de que cualquier
intento de establecerse en medio de las selváticas, inhóspitas tierras de
Luisiana era, de plano, una muy temeraria y difícil acción.
A pesar de ello, John Law y sus
asociados comenzaron a promover por toda Francia que Luisiana era una tierra de
promesa y prosperidad, lo cual sedujo a cientos, que comenzaron a adquirir
“acciones” para no quedar fuera de las “enormes riquezas” que, aseguraba Law,
existían en Luisiana. Esa fraudulenta venta de acciones, fue tan sofisticada y
exitosa, que se conoció como la “Burbuja del Mississippi”, pues nada, en
realidad, amparaba dicha venta, excepto las mentirosas promesas de Law. Y para
habitar el lugar, casi por la fuerza se comenzaron a reclutar todo tipo de
personajes. Un historiador de Luisiana, describió así cómo se obtuvieron
“colonos”: “El gobierno, audazmente, se puso a expurgar cárceles y hospitales.
Soldados indisciplinados, ovejas negras de familias distinguidas, pobres, prostitutas,
perseguidos políticos, extranjeros hostiles, campesinos de mala calaña que
deambulaban por París, todos eran secuestrados, acarreados y embarcados bajo
vigilancia, con tal de llenar la vacía Luisiana. A los que emigraban
voluntariamente, la Compañía del Mississippi, ofrecía, gratis, tierra,
provisiones, transporte a la colonia o desde la colonia, de acuerdo a su
fortuna y concesión, además de prosperidad eterna al colono y sus herederos. Se
aseguraba que la tierra de Luisiana rendía dos cosechas por año, sin cultivarla,
y que los amables salvajes que allí vivían, se decía que adoraban al hombre
blanco y que no permitían que este ser superior trabajara y que ellos mismos,
voluntariamente y tan sólo por puro amor, asumían toda la carga del trabajo. Se
siguió manipulando el tema de las minas de oro y plata, los bancos de perlas,
el clima saludable que acababa con la enfermedad y la vejez, y que la tierra,
bastaba con removerla un poco, para que rindiera, a voluntad, una buena cosecha
o muchísimo oro”.
Obviamente, con tan “maravillosos”
argumentos, muchos fueron los que cayeron en el engaño.
Y así, con falsas promesas, los
primeros colonos enviados por la Compañía del Mississippi, arribaron en junio
de 1718, una semana después de que Bienville había regresado a la bahía de
Biloxi, para inspeccionar cómo iban los trabajos constructivos en Nueva
Orleans. Eran alrededor de trescientos, que llegaron en tres barcos. Los
acompañaban nada menos que quinientos soldados y convictos, pues de otro modo,
no habrían accedido muchos, sobre todo los que habían sido reclutados por la
fuerza. De esos colonos, ciento cincuenta fueron enviados a la región de
Natchez, lugar que así se bautizó por la etnia indígena que habitaba el área.
Otros ochenta y dos fueron enviados al valle del río Yazzo, también nombrado
así por las tribus de indígenas Yazzo que allí habitaban. Finalmente, sesenta y
ocho de los forzados colonos, fueron concentrados en Nueva Orleans, donde se
les hacinó en tiendas de campaña y precarios alojamientos. Y así, continuaron
los arribos de colonos, y aunque algunos eran gente de bien, la mayoría eran ex
convictos y personas de la peor ralea que, podemos imaginar, varios siguieron
practicando sus delincuenciales actividades en el “nuevo mundo”.
Como era tan grande la necesidad de
mujeres, dado que la mayoría de los colonos eran hombres solteros y ávidos de
ellas, primero se “importaron” a las que se llamaba “chicas enmendadas”, que
eran mujeres tales como prostitutas que en Francia, eran acogidas por casas de
caridad de monjas. Pero, ya después, por protestas de Bienville, se comenzaron
a reclutar “chicas de familia”, pertenecientes a las clases medias francesas.
Curiosamente, las chicas enmendadas no fueron tan fértiles, en cambio, las
“chicas de familia” eran tan pródigas en procrear, que, afirma Asbury, no hay
familias nativas de Luisiana, sin que alguna pueda rastrear su ancestral
linaje, con relación a alguna de esas mujeres de bien.
Evidentemente, dado que la
colonización se promovió con base en mentiras, pues nunca existieron,
realmente, minas de oro o plata o los bancos de perlas, que alguien, alguna
vez, debió de haber inventado, la Compañía del Mississippi le echó la culpa a
Bienville del fracaso de la operación, por lo que se le mandó un sustituto, que
tampoco logró que Luisiana creciera como era de esperarse.
Muy pronto, los compradores que habían
adquirido acciones de la “tierra prometida” que se suponía era Luisiana, se
dieron cuenta del fiasco en el que habían incurrido, reclamando a John Law
y su Compañía del Mississippi, quien optó por devolver la concesión a Francia,
pero los accionistas, nada recuperaron.
En tanto, los desafortunados colonos
que habían llegado tan esperanzados de realizar una nueva vida en Luisiana,
sufrieron las duras condiciones de vida del lugar, lleno de pantanos, espesa
vegetación, alimañas y reptiles ponzoñosos. Por otro lado, como la mayoría eran
una ralea de ex convictos, vagabundos, delincuentes y escoria así, inútiles y
flojos, la mayoría, se debió recurrir al trabajo esclavo, importándose miles de
negros de África. Sin embargo, como muchos de éstos eran hombres o mujeres que
en su lugar de origen habían vivido de forma muy primitiva – salvajes los consideraban –, Bienville
emitió duras leyes para evitar que dichos esclavos se salieran de control,
entre las cuales estaba la prohibición de mezclarse blancos con ellos, cosa
que, a la larga, fue incontrolable. Y la esclavitud es algo que,
incidentalmente, Asbury revisa muy de paso. De hecho, Luisiana fue uno de los
estados en los que más prevaleció el esclavismo, otro de los obscuros y
vergonzosos orígenes de Estados Unidos, como ya mencioné antes.
Mientras tanto, Bienville, a quien se
había devuelto el control total de la colonia, siguió desarrollando Nueva
Orleans. Se concentró en lo que se dio por llamar “The French Quarter”, la Plaza Francesa, que pasaría a
ser el centro de la naciente ciudad. Insistió en que se trasladara allí la
capital, como finalmente se hizo. Con el paso de los años, Nueva Orleans, y
todo Luisiana, gradualmente se fueron desarrollando y con ello, los vicios y
corruptelas que, señala Asbury, la hicieran tan famosa, como centro de vicio y
pecado.
Pero a pesar de sus esfuerzos, cuando
Bienville decide retirarse de la política, el diez de mayo de 1743, en Nueva
Orleans había apenas 2000 habitantes, incluyendo 300 soldados y 300 esclavos
africanos, de ambos sexos, en tanto que para toda Luisiana, la población total
era de 4000 blancos y 2000 negros, éstos últimos, indispensables para la
labores físicas de todo tipo.
A Bienville, le sucedieron todo tipo
de gobernantes, muchos de los cuales fueron denotadamente corruptos, como el
marqués de Vaudreuil, quien, junto con su mujer, Madame de Vaudreuil, hicieron
una fortuna considerable, controlando la venta de licor, drogas y otras
mercancías esenciales. El gran negocio terminó cuando el marqués se enteró de
que buena parte del dinero con el que le pagaban sus obscuros, corruptos,
negocios, era falso, por lo que él mismo decretó varias leyes que pretendieron
controlar los negocios clandestinos, sobre todo, la venta de licor, que a él
tanto le benefició. Vaudreuil sería un digno representante de la actual mafia
política que controla al planeta entero.
En 1771, por sucesivas derrotas de
Francia frente a Inglaterra y diversos tratados, Luisiana es transferida a
España, en lo que fue la época que Asbury llama “de Los Dons”. En esa etapa,
Nueva Orleans se transforma, sobre todo en el estilo arquitectónico y en que se
trataron de aplicar leyes más estrictas, principalmente en contra de todo aquel
que blasfemara contra Dios y contra el rey. Su desarrollo siguió siendo
moderado, ya que en 1783, cuando Don Esteban de Miró fue proclamado gobernador
de Luisiana, año en que Bernardo de Gálvez fue declarado virrey de México, la
población era de 42346, incluyendo 1700 negros libres y 18000 eslavos, casi la
mitad. Y en Nueva Orleans, los habitantes eran 5338.
Fue también la época en que hubo dos
granes incendios. Estos, solían ser muy graves, dado que las construcciones
eran todas de madera, por lo que las llamas se propagaban muy fácilmente. El
primero de ellos fue el 21 de marzo de 1788, cuando en la casa de Don Vicente
Núñez, se incendió el altar por unas veladoras. La casa se consumió rápidamente
y el fuego no pudo controlarse, pues como era viernes santo, los padres de la
iglesia no quisieron tocas las campanas (¡vaya con los prejuicios católicos!),
por lo que no hubo señal de alarma. Cuando la gente se dio cuenta, ya era
demasiado tarde y casi todo el pueblo fue consumido por las llamas. El segundo
incendio tuvo lugar el 8 de diciembre de 1794, el que inició cuando niños
jugaban con tizones cerca de un pajar. También se propagó muy rápidamente,
pero, en este caso, como informó el Barón de Carondelet, gobernador de Luisiana
en ese año, el “incendio había sido benéfico, pues lo que se había destruido
“eran feas construcciones francesas, mal hecha y endebles, de las que surgirán
nuevas y mejores edificaciones españolas”. De hecho, afirma Asbury, la mayor
parte de lo que hoy es el French Quarter son construcciones que datan de esa época,
con marcada influencia española.
Los giros obscuros, como los de venta
de licor, aunque existían, eran muy pocos aun. Los gobernantes españoles
trataron de controlarlos, así como que se ocuparon en algo de la seguridad pues
como en el lugar pululaban malandrines de toda índole, se organizaban rondines
con soldados. No existía en esa época un cuerpo policiaco formal, el que se
integró hasta años después, ya cuando Luisiana pasó a ser parte de los Estados
Unidos (cuerpo que resultó ser de lo más corrupto e inepto, como más adelante
veremos).
El dominio español terminó el primero
de octubre de 1803, cuando de nuevo Francia tomó posesión de la aun colonia. No
hubo grandes cambios, sin embargo, hasta que ya, el 17 de diciembre, Estados
Unidos tomó control militar de la provincia, nombrando como primer gobernador a
W. C. C. Clairborne, como primer gobernador.
Es cuando, señala Asbury, Nueva
Orleans, junto con Luisiana, comienzan a tener un verdadero crecimiento, pero
también cuando aquélla adquirió toda su fama de ciudad de pecado, vicio, crimen
y corrupción.
Durante los primeros veinte años del
dominio yanqui, el número de habitantes de Nueva Orleans, más que se
cuadruplicó. Sin embargo, una cuarta parte de sus habitantes estaba constituida
de ladrones, rufianes de toda clase, vagabundos y prostitutas, los que, al
removerse toda clase de restricciones para ingresar a la ciudad, la habían
invadido. Así que podemos imaginar que tanto el crimen, así como el vicio, eran
cosas cotidianas.
Describe Asbury las particularidades
de tal desarrollo, sobre todo cuando el Mississippi es empleado cada vez más
como ruta de navegación para llegar a lugares como Baton Rouge o Illinois,
surcado, en principio, por barcazas movidas por remos y cuerdas amarradas a
árboles que se jalaban, sobre todo río arriba, y por la corriente, aguas abajo.
Como los viajes eran tan largos, con tal de que la tripulación no se aburriera,
se le permitían “diversiones” tales como pelearse con los miembros de otra
tripulación. Hubo grandes leyendas de boxeadores de los muelles, como Mike Fink
o, incluso, una mujer, Annie Christmas, quienes, se decía, nunca perdieron una
pelea.
Obviamente, dados los delincuenciales
orígenes de muchos de los pobladores de Luisiana, muchos se dedicaban a robar
algunas barcazas, sobre todo cuando estaban ancladas en los muelles.
Generalmente, asesinaban a toda la tripulación y robaban carga y a los
pasajeros.
Muchos de esos ladrones, tales como el
muy temible Coronel Plug, se refugiaban en los giros de mala muerte que
existían, casualmente, cerca de los muelles, muchos de los cuales eran
supuestos expendios de alcohol, pero que, en realidad, eran escondites de
aquellos inescrupulosos asesinos, que igual mataban en las barcazas, que dentro
de esos tugurios.
Ya, cuando se inventaron las naves de
vapor, hacia 1810, al aumentar en velocidad, se acortaron los tiempos de
navegación, volviendo innecesarias las frecuentes y peligrosas paradas.
Los giros negros, que tan
discretamente habían existido durante los dominios francés y español, con los
estadounidenses crecieron estrepitosamente, sobre todo porque no había una
verdadera ley que los reglamentara y la mayoría eran irregulares, establecidos
en peligrosos sitios, como aquel conocido con el nombre de “The Swamp”, el Pantano, un
área que comprendía seis calles, plagada de burdeles, cantinas, salones de
baile, antros de juego y supuestos “hoteles”, todos ellos sitios en donde,
quien se atreviera a entrar, podía ser asaltado, en el mejor de los casos, o
hasta asesinado. Era tierra sin ley.
Así, al desarrollarse el estado, Nueva
Orleans creció y dio origen a una clase de personas medianamente acomodadas,
quienes gustaban de la diversión. Surgen, entonces, los teatros, que exhibían
obras de toda índole, siempre y cuando estuvieran dentro de las estrictas
reglas que se habían formulado al efecto, tales como de que el lenguaje no
debía ser “vulgar” o que no se permitieran tiempos ociosos. También, para los
adinerados jóvenes, surgieron las coristas, mujeres, sobre todo mestizas, que
servían como concubinas a aquéllos, las que las mantenían a todo lujo, incluso
cuando se desposaban. Muchas mujeres buscaban el concubinato, sobre todo de
hombres acaudalados, pues significaba un seguro futuro. Las más famosas eran
una mujeres muy bellas, conocidas como quadron,
que, aunque de raíces negras, por su aspecto parecían casi blancas, pero con
muy particulares rasgos, que las hacían muy bellas y deseables. Los hombres se
peleaban por poseer a las más distinguidas y bellas de la ciudad.
También se multiplicaron los
exclusivos centros de baile (ball rooms),
en donde lo más distinguido de la sociedad se daba cita. Dependiendo de la
categoría del salón, era también la categoría del grupo social que lo frecuentaba,
pues eran muy marcados los niveles sociales.
Algo que igualmente comenzó a
popularizarse, sobre todo como símbolo de hombría y valor, fueron los duelos.
Cuando un “caballero” era ofendido, por cualquier motivo, por otro, fuera el
honor de una mujer, la disputa por su amor, una deuda… lo retaba a duelo y si
el retado no aceptaba, implicaba un gesto de cobardía y deshonor, que podían
colocarlo en la indigna posición de un paria. Así que era vital aceptar el
duelo… y si eso significaba la muerte, pues entonces se decía que había muerto
“con honor”. Vaya gesto de “hombría”.
No podían faltar en todo esto los
piratas, quienes vivían, justo, de la creciente riqueza que estaba generando el
comercio con Luisiana y otros estados, sobre todo a través de su puerto.
Formaban verdaderas bandas que asaltaban barcos mercantes. Los botines eran
luego vendidos en el mercado negro – dónde no –, lo que les generaba muy
grandes ganancias. Los más famosos de ellos fueron los hermanos Jean y Pierre
Lafitte, quienes por algunos años lograron imponer su dominio de robo y
asesinatos. Sin embargo, con el tiempo, sus golpes fueron frustrados, perdiendo
recursos y hombres, que desertaron de su banda ante su andanada de fracasos. Pierre
murió en 1826, víctima de fiebre, en una vivienda indígena.
Algo que también muestra la codicia y
la prepotencia con la que se conducían muchos de los pobladores de Luisiana, y
de muchas otras regiones de Estados Unidos, fueron los filibusteros, que eran
aventureros, inescrupulosos, deseosos de poder y fortuna, que querían
“conquistar” nuevos territorios para EU. El más conocido de todos fue William
Walker, quien trató, infructuosamente, de apoderarse de Nicaragua y proclamarla
territorio estadounidense (ironías de la vida, pues años más tarde, no se requirió
de un yanqui, sino de un esbirro nicaragüense, Anastasio Somoza, para que
Estados Unidos lograra el intervencionismo en Nicaragua). Walker, finalmente,
fue asesinado por un escuadrón de soldados hondureños, cuando también intentó
apoderarse de ese país.
Ese filibusterismo, por desgracia, es
algo que continúa realizando Estados Unidos, que en nombre de la “defensa de la
democracia y la lucha anti-terrorista” ha realizado decenas de incursiones en
infinidad de países.
México, por ejemplo, además de la ya
mencionada pérdida territorial, fue de nuevo blanco en 1914, de la injerencia
estadounidense, cuando por varios meses la ciudad de Veracruz fue invadida, con
el pretexto de evitar que un cargamento de armas llegara a las fuerzas
gubernamentales de Victoriano Huerta, a quien Washington desconoció como
presidente (ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Ocupaci%C3%B3n_estadounidense_de_Veracruz_de_1914).
Así, Estados Unidos ha orquestado
golpes de Estado en casi toda Latinoamérica y países asiáticos, como Vietnam, o
árabes, como Irak o Libia, haciendo honor al legado heredado de nefastos
hombres como Walker, ávidos de poder, fama y fortuna.
Nueva Orleans también fue el paraíso
para los jugadores, los que no vacilaban en mantenerse despiertos por varios
días, si el juego particular que estuvieran ejecutando así lo requería. No sólo
eso, sino que abundaban los antros en donde inexpertos ciudadanos eran despojados
de todas sus pertenencias por vivales, quienes en combinación con los dueños de
los antros, tendían trampas para que el incauto que se atrevía a entrar allí y
“jugar”, saliera limpio. Uno de ellos fue Jimmy Fitzgerald, quien hizo una
fortuna jugando póker y faro, en los 1840’s, que era considerado como de los
mejor vestidos y elegantes jugadores de la época. Su ludopatía lo llevó a la
ruina y murió sin un centavo. Eso del juego, tan arraigado históricamente a Estados
Unidos, explicaría por qué es uno de los países en donde desde siempre ha sido
legal y está tan extendido, dedicando sitios enteramente a tal ludópata
“entretenimiento”, como Las Vegas o Atlanta.
Mencionaba antes que los tugurios en
donde se apostaba y jugaban toda clase de ludopatías, abundaban en los años
1850’s, en Nueva Orleans, y casi todos eran “ilegales”, pero ello no importaba
para las “autoridades”, quienes obtenían muy buen dinero de todas las obligadas
cuotas que tales sitios daban para operar. Abrían sus puertas directamente a la
calle y tenían a empleados que se encargaban de embaucar al peatón que tenía la
necesidad, y la mala suerte, de pasar frente a tales sitios. Como señalé, la
mayoría, si no es que todos, perdían su dinero o hasta sus bienes si llegaba a
ese nivel, que muchos lo hacían.
Nada se hizo para controlar tales
sitios, sino ya casi para finalizar el siglo 19, pues tanto dueños, como las
corruptas “autoridades” ganaban muy bien por la ilegal práctica.
También había inhumanas y perversas
diversiones, como peleas de perros o perros que debían de matar en el menor
tiempo posible a ratas, contenidas en un costal, que le eran arrojadas. Tales
“espectáculos” también debían de pagar cuotas, para que se “permitieran” sin
mayor trámite.
En cuanto a los esclavos, ya había
mencionado que era uno de los estados más esclavistas de EU, el que de hecho se
unió a los confederados durante la llamada guerra de secesión contra los
estados de La Unión, cuando se trató de abolir la esclavitud, entre otras
cosas. Los tratos hacia los esclavos eran muy duros, por lo que de vez en
cuando había algunos que se rebelaban, como fue el caso de Bras Coupé, un fornido y alto
africano que escapó de sus amos y se dedicó por algún tiempo, en compañía de
otros esclavos fugitivos, a asaltar caminos, hasta que un día fue herido de
muerte. Pero también había personas psicópatas que, por puro gusto, torturaban
cruelmente a sus esclavos, como fue el caso de Madame Lalaurie, quien los
encadenaba por meses, golpeándolos con barras de acero y azotándolos inclementemente,
por puro y ruin placer. De película
de horror lo que hacía esa mujer, quien a pesar de las denuncias, logró huir
del país, junto con su cómplice esposo, y establecerse en París, en donde, años
más tarde, fue asesinada mientras se dedicaba a la cacería. Podría pensarse que
era su “negro” mantra la que la persiguió hasta su muerte.
Algo inevitable en el desarrollo
social de Luisiana fueron las influencias de su población esclava, casi todos
africanos llevados allí mediante el secuestro. Así, a pesar de los duros tratos
y la condición casi de animales en
que se les tenía, sus “amos” debían de permitirles ciertas, aunque restringidas,
libertades. Justo la dominación estadounidense percibió que algo de distracción
para los esclavos, no les vendría mal, y podría ser una forma de que se
evitaran las insurrecciones, como ocurría frecuentemente bajo los dominios
español y francés, más estrictos con los esclavos.
Así que en Nueva Orleans, se les
permitió todos los domingos reunirse cerca del centro y bailar sus danzas. Esa
plaza se conoció en un principio como Place
de Nègres (Plaza de los Negros), y más tarde como Congo Square.
Allí, se daban cita hombres y mujeres esclavos e interpretaban los ritmos de
sus tierras, acompañados de las bamboulas
(tambores) y de las banzas
(banjos), de los que el nefasto esclavismo los había privado por la fuerza.
Como muchas veces los bailes duraban hasta muy avanzada la noche, debido a las
quejas de vecinos y amos, aquéllos, por el ruido, éstos, porque sus esclavos
regresaban muy tarde, las autoridades de la ciudad decidieron restringir el
horario, que era desde el amanecer, hasta que el sol se ponía, además de que
policías vigilaban que se cumpliera. Ese costumbre de bailar los domingos
prevaleció por muchos años, hasta los 1920’s.
Otro elemento de cultura africana que
también terminó por aceptarse y popularizarse, incluso entre los blancos, era
el vudú, que era toda la síntesis de
creencias y supuesta magia que ciertas personas “dotadas” podían ejercer, ya
fuera para curar o para hacer algún daño, dependiendo de la petición del
cliente. Muy famosa entre esos practicantes de la llamada magia negra fue Marie Laveau, quien disfrazaba sus, muchas veces,
orgiásticos rituales bajo la forma de inocentes danzas, realizadas en secreto,
pues llegaban a tales niveles de “lujuria”, como muchos las calificaban, que
sólo así, clandestinamente, podían realizarse. De Laveau se dice que, en
efecto, curaba a mucha gente. Quizá era simple sugestión, pero tenía muchos
adeptos. Malvina Latour fue otra famosa reina
del vudú, que recibió sus “poderes” justo de Laveau. Latour también surgió
a la fama cuando, frente a una multitud, curó a un sacerdote negro, que sufría
de alucinaciones, a pesar de ser abstemio. Latour pidió que lo llevaran a una
iglesia para negros (la segregación racial era la norma), en donde lo acostaron
sobre una tabla. La mujer tomó las manos del religioso, le untó un bálsamo,
mientras entonaba extraños cánticos. Luego retrocedió y en ese momento, el
sacerdote abrió la boca, de la cual surgió un ratón blanco, que tras breves
agitaciones, saltó al piso y echó a correr. El padre estaba curado. Cierta o no
la anécdota, el vudú debió también de aceptarse por los colonialistas como
parte de los esclavos, pues si con eso igualmente se amainaban los intentos de
insurrección, era mejor verlos bailar o ser “hechizados”, que matando a
blancos.
En cuanto a la política, señala Asbury
que, mientras Nueva Orleans fue autónoma, los creoles (los nativos de Luisiana, como se les conocía) no buscaban el poder por el poder, sino
que realmente trataban de ganar la confianza de los votantes mediante sus
cualidades o logros. Y aunque no había mucho interés en el poder, se buscaba
que éste fuera ejercido con honestidad. Pero, señala Asbury, “todo eso cambió
con la llegada de los políticos estadounidenses. Luisiana apenas si había sido
cedida a Estados Unidos, cuando tales políticos comenzaron a infestar el cuerpo
político de Nueva Orleans, convirtiendo al territorio en discordia, corrupción,
manipulando los antagonismos entre los creoles y los estadounidenses,
manteniéndolos vivos cuanto se pudo, con tal de satisfacer sus personales,
mezquinos intereses”. Y más adelante agrega que “fue durante los primeros
veinte años de dominación estadounidense que las maquinarias políticas tuvieron
éxito en establecer el control sobre los patrocinios de los partidos y en
explotar a su antojo las finanzas de la ciudad, con lo cual pudieron aquéllas
transformar el gobierno municipal en una fuente de dispendio, ineficiencia,
corrupción y demagogia. En corto, la práctica política en Nueva Orleans se estadounizó y pronto fue indistinguible
de cualquier otra ciudad en donde tal maquinaria política ya operaba”. Pues
vaya si Asbury no puede decirlo más directamente, lo cual es una admisión de
que luego de un breve preámbulo de supuesta práctica “democrática” en Estados
Unidos, cuando se independizó de Inglaterra, de inmediato el sistema político
se corrompió y, simplemente, se volvió un negocio más en donde el aspirante a
presidir, fuera un estado, un alcaldía o la presidencia misma, más que ejercer
su poder en favor de sus votantes, lo hacía, y lo hace, por su mezquino
beneficio, preocupándose por cuánta fortuna tendría al final de su corrupta
gestión.
Y es algo que, por desgracia, puede
generalizarse a todos los países y mafias políticas que los controlan, casi sin
excepción, si no es que la totalidad. El poder concentrador, como hoy se
ejerce, corrompe y ensucia.
Así, no sólo en la toma de dicho
poder, organizando amañadas elecciones, sino que tales políticos permitieron
que Nueva Orleans se convirtiera en una de las ciudades en las que más se
arraigó la corrupción de todo tipo, en la que abundaban giros negros tales como
antros de juego, “salones” de baile, cantinas, prostíbulos o burdeles, a tal
grado que, era el temor de los habitantes de la ciudad, casi a diario aparecía
uno de tales giros, junto a casas de ciudadanos respetables, sin que nada,
ninguna “autoridad”, hiciera nada, excepto el cobro de la correspondiente
“cuota”, gracias a la cual se permitía a tal clandestino “negocio” operar
libremente.
Otro aspecto de esa época eran los
delincuentes. Ser asesino o ladrón era, casi, casi, para muchos, ser intocable,
pues la mayoría trabajaban en contubernio con la “policía” y otras autoridades,
que los dejaban robar y matar, eso sí, nada más que cumplieran con el cohecho
acordado. Un lugar predilecto para robar a incautos eran las cantinas, tugurios
en donde, por cinco centavos, el cliente recibía un vaso, el que podía rellenar
de unos barriles que contenían licor de pésima calidad y, además, alterado con
creosota. Si aquél no era muy rápido, era echado del sitio, pero si tomaba
hasta llegar a la total embriaguez, era sacado, casi inconsciente, llevado
fuera del sitio a obscuros callejones y allí era despojado de todos sus objetos
de valor por ladrones que estaban totalmente en complicidad con los tramposos
cantineros. Una de las pandillas de ladrones más famosa era la que se
denominaba los Live Oak Boys, los que
operaban con garrotes de roble, con los que asestaban mortales golpes o, por lo
menos, podían fracturar el cráneo o algún hueso de las víctima. Otro muy famoso
ladrón, que operaba solo, fue Sam Gorman, un neoyorquino, quien a pesar de
tener una considerable suma en el banco y poseer propiedades en Nueva York,
siguió robando hasta los setenta y tantos años. En su último arresto, el hombre
se encontraba enfermo de tuberculosis, y su estado general era deplorable. Un policía
le preguntó que por qué seguía robando, pese a que era un hombre medianamente
rico, pero, sobre todo, porque estaba enfermo, a lo que Gorman le respondió,
sin titubear “¡Lo hago por diversión!”. Pues vaya diversión, ¿no?
Justo la “policía”, que tanto tardó
para convertirse en un cuerpo de “seguridad” público, pagado por el
ayuntamiento, con los impuestos de la ciudadanía, era tan corrupta, que todos
los habitantes de Nueva Orleans desconfiaban de ella. Dice Asbury que
“Ineficientemente organizada, mal pagada, deplorablemente inadecuada en número
y equipo y sujeta a poca o nula disciplina, la policía escasamente se
presentaba como protectora de las vidas y propiedades de los ciudadanos. Los patrulleros
sólo se presentaban a trabajar cuando les daba en gana o no se presentaban.
Recorrían las calles en uniforme, acompañados de prostitutas y se les veía
emborrachándose en lugares públicos. Muchos eran reconocidos cómplices de
rateros, carteristas y tramposos jugadores (…) y eran corruptos, contribuyendo
a las filas de criminales, de donde eran extraídos”.
Esa era la fuerza “policiaca” de Nueva
Orleans en tales años.
De hecho, tal combinación de policía
corrupta en contubernio con criminales, permitió que, incluso, delincuentes de
otros países, como mafiosos sicilianos, inundaran la ciudad, con su gansteril
control, que no sólo permaneció allí, sino que pronto se diseminó por todos los
Estados Unidos, como en Nueva York o Chicago, ciudades que llegaron a ser el
paraíso de mafiosos como Lucky Luciano o Al capone (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/08/la-estructura-mafiosa-de-los-poderes.html).
Una muy famosa mafia fue la llamada
Sociedad Stoppagherra, la cual estaba
conformada por “muy conocidos sicilianos asesinos, ladrones y falsificadores,
quienes se han asociado en una especie de compañía de accionistas dedicados a
saquear y a acechar a la ciudad”, dice Asbury, citando al Times de 19 de marzo de 1869. Cuando cometían alguna fechoría, sólo
eran encarcelados algunos días, con tal de guardar las apariencias, y luego
eran liberados, para que siguieran haciendo de las suyas y cumpliendo con su
entrega puntual de cuotas a las corruptas “policía” y “autoridades”.
En vista de tal impunidad, cientos de
ciudadanos se organizaron, en una ocasión, para sacar a esos delincuentes de la
cárcel, en donde habían sido llevados tras el crimen de un honorable hombre que
había tratado de cumplir con las labores de vigilancia. Iracundos, luego de
varios discursos, advirtiendo a los guardias que no se entrometieran en ese
acto de “justicia ciudadana”, sacaron a once de los sicilianos, a los que
mataron a tiros públicamente. Ese acto de justicia popular, pareció calmar en
algo a las mafias, que poco a poco tendieron a desplazarse de la ciudad.
Incluso, como las elecciones eran
también tan amañadas, controladas por delincuentes, en contubernio con los
corruptos políticos que se postulaban, varios molestos ciudadanos organizaron
el Vigilance Committee, cuyas
funciones serían las de cuidar que las elecciones se llevaran a cabo sin
trampas y sin sangre.
Se formó en marzo de 1858, justo para
vigilar las elecciones del 4 de junio de ese año. Todos sus miembros robaron un
almacén de armas y se pertrecharon perfectamente. El 3 de junio se alistaron,
en lo que pareció sería una guerra en descampado. Por fortuna, las
negociaciones del mayor Waterman, a cargo de la alcaldía de la ciudad, con
los militares y los esbirros de los
candidatos, evitaron una segura matanza, de incalculables consecuencias.
De todos modos, tuvo su importancia el
comité de vigilantes, pues las elecciones fueron las más limpias de las que
hasta entonces se habían efectuado.
Y también las acciones del comité,
quejándose sobre la inseguridad que reinaba en la ciudad, tuvieron sum impacto,
pues las “autoridades” buscaron depurar y mejorar el cuerpo policiaco.
Y es que el crimen era tan alto, que
ya ni era noticia que vendiera periódicos, como se quejaban los chicos que los distribuían
por las calles. A diario asesinatos, asaltos y otros delitos eran la norma,
pero también eran el reflejo de la corrupta ineptitud de “autoridades” y
“policía”.
Igualmente, los ya mencionados giros
negros, como los burdeles, eran parte de la cínica corrupción oficial, que les
permitía operar casi sin trabas, pagando su respectiva “cuota”. Eran tan
abundantes, que no sólo se anunciaban en los diarios, sino que hasta se hizo
una publicación especializada The Green Book, or, Gentlemen’s Guide to New Orleans, que daba la
ubicación de tales burdeles, así como algunos detalles que orientaran al ávido caballero
en busca de carnales placeres. Por ejemplo, esta era una de tantas
indicaciones: “El Phoenix, en el 1574, de la calle Iberville. A cargo de Fanny
Lambert. Casa en donde se sirven vino y cerveza, llena de alegres y preciosas
damas”. Otro más indicaba que “Eunice Deering, en la esquina de las calles
Basin y Conti. Conocida como la líder de los muchachos de sociedad y de clubes…
Además de la grandeza de su establecimiento, ella cuenta con un buen número de
bellas mujeres”… y así, seguía la burdelesca guía.
A esa, le siguió el igualmente famoso Blue Book, el que fue publicado hacia
1902. Podría decirse que fueron tales publicaciones pioneras, pues actualmente,
aunque no en forma de libros, existen digamos que “guías” o, más bien, sitios,
sobre todo en internet, que anuncian todo tipo de “acompañantes”, de ambos
sexos, dispuestos a desempeñar todo tipo de servicios sexuales por “módicas”
sumas.
Y entre tanto burdel y prostíbulo, por
supuesto que, como siempre, había destacadas mujeres, famosas no sólo por sus
artes de enamoramiento, sino porque algunas asesinaron a varios de sus
clientes, con tal de robarlos. Las más famosas, mencionadas por Asbury, fueron
Kate Townsend, Hattie Hamilton y Fanny Sweet, las que tuvieron controvertidas
existencias, a veces en la cárcel, otras, huyendo, pero nunca en paz. Townsend,
por ejemplo, fue amante de inescrupulosos, corruptos políticos, como de James
D. Beares, senador, miembro de la muy afamada “black-and-tan Legislature” (legislatura de
negros y bronceados, conocida así, porque muchos de sus miembros eran negros o
mestizos). Beares era tan cínico, que ayudó a Townsend a construirse uno de los
burdeles más lujosos de Nueva Orleans. Y era tan corrupto, que para apoyar
cualquier nueva ley o medida que la legislatura pretendiera hacer, debían de
“recompensarlo” antes con una suma “adecuada al tamaño de la petición”. Era tan notoria su corrupción que se ganó la
frase “¿Y qué tiene que ver en todo esto Beares?”, pues en todo se inmiscuía.
Si Beares se asemeja en mucho a los actuales, corruptos, mafiosos políticos, no
es mera coincidencia, pues es bien sabido que corruptelas de todo tipo y
amantes al por mayor son parte de su nefasto actuar.
Por otro lado, el ejercicio de la
prostitución era muy mal visto por todos o casi todos los “decentes ciudadanos”.
Era una actitud hipócrita, evidentemente, pues muchos de tales “ciudadanos
decentes”, hombres, eran los que se servían de los encantos carnales de las tan
criticadas, humilladas y vejadas sexo-servidoras.
Igualmente, las corruptas
“autoridades”, las veían con desprecio y promulgaban frecuentemente “leyes”
para esconder o, al menos, simular su presencia de lugares públicos. Sin
embargo, la prostitución era un muy gran negocio, del que no solo las mujeres
que la ejercían podían vivir una existencia más o menos decente, sino que
también beneficiaba a aquellos lenones que las controlaban, a los inmorales
“policías” que les cobraban cuotas, a los mezquinos políticos que también
recibían su tajada de la cadena de “cuotas” que las explotadas mujeres debían
cubrir para trabajar y así. En efecto, muy despreciada la prostitución, pero
muy, muy lucrativa. Y en eso, también, puede decirse que Nueva Orleans fue
pionera en sacar jugo de tan denostada actividad. Mafias, políticos corruptos,
inmorales, igualmente corruptos cuerpos “policiacos”, desde siempre han ganado mucho
dinero de tal “ilegal” actividad. Son las hipocresías de este materialista
sistema capitalista salvaje.
También la ineptitud y corrupción de
las “autoridades” se reflejaba en que, por falta de drenaje subterráneo, fueron
frecuentes las enfermedades epidémicas, sobre todo de cólera y de fiebre
amarilla. Hasta 1880, cuando ya Nueva Orleans contaba con 200 mil habitantes,
fue que se construyó el primer drenaje subterráneo. Hasta esa fecha, el “drenaje”
constaba de canales abiertos que pasaban en medio de las calles. Tales caños,
por la corrupción, ni siquiera eran mantenidos, y frecuentemente se azolvaban y
se llenaban de hierbajos y basura. A pesar de las epidemias, el Consejo General
se negó en 1850 a limpiar diariamente los hediondos canales, sin importar las
generalizadas quejas de los ciudadanos. Por tal razón, las epidemias eran
frecuentes, pues esas cloacas eran fuente de infección. Bastaba con que las
heces de un enfermo de cólera, por ejemplo, llegaran a los caños, para que se
iniciara el contagio masivo.
Así, entre 1832 y 1833, cólera y
fiebre amarilla actuaron combinadamente, matando a 7 mil personas en tan sólo
quince días. Además, abandonaron la ciudad por el temor real a contagiarse 80 mil
personas, reduciéndose la población a apenas 35,000. En 1833 el cólera
reapareció, ocasionando otros 4 mil decesos.
Luego, en 1853, hubo otra gran
epidemia de fiebre amarilla, que dejó entre julio y noviembre de ese año 10,300
muertos, de un total de 40 mil infectados. Un médico que atestiguó la pandemia,
el doctor Clapp, apuntaba que “en un periodo de doce horas, los entierros superaron
los 300 y de una casa de huéspedes fueron removidos 45 cuerpos en trece días.
Los recolectores de cuerpos de la ciudad, jalando sus carretas, iban todos los
días, de casa en casa, preguntando si había alguien a quien enterrar. Los
muertos eran apilados en las carretas y transportados a otro sitio, como si
fueran troncos. Largas flas de ataúdes eran colocados en superficiales fosas,
cubiertos con unas cuantas paladas de tierra, que la lluvia luego limpiaba”. Y,
citando al historiador Kendall, Asbury agrega que “Las imágenes de la ciudad,
enfrentando suciedad, los cuerpos de perros muertos envenenados, como
acostumbraban hacer en verano las autoridades, pudriéndose en las calles, los
cuerpos de humanos abandonados, sin sepultar, en los cementerios, el inútil
disparo de los cañones y la quema de barriles de barriles de brea para
‘purificar el aire’, agregan dolor al cuadro de esta desolada ciudad”. Pues
pareciera que Kendall describió una ciudad medioeval, azotada por frecuentes
pandemias, como la de la peste negra, en las que los muertos se contaban por
cientos, abandonados y pudriéndose en las calles. Algo más cercano, fue la
epidemia de ébola del 2014, no del todo controlada aun, que dejó miles de
muertos en países africanos pobres, como Liberia (ver: http://www.bbc.com/news/world-africa-32997673).
Aquí hay que agregar que el siglo
diecinueve, a pesar de los grandes avances en cuestiones como la electricidad,
el electromagnetismo, las ondas hertzianas, la máquina de vapor… y muchas
otras, en medicina, aún estaba tan atrasado, que se aplicaban “curas” de la
Edad Media, tales como sangrías con sanguijuelas, sobadas con ungüentos o baños
calientes, pues no se habían hecho intentos serios por determinar la causa de
las enfermedades, ni siquiera de las que ocasionaban las epidemias, las que,
por lo mismo, ocasionaban tantos muertos (tal vez por ello es que era tan
socorrido el vudú, para ver si con “magia negra” se podía curar la gente). Que,
de todos modos, muchas epidemias en la actualidad siguen ocasionando miles de decesos,
a falta de un medicamente adecuado, justo como sucedió con la mencionada
epidemia de ébola.
También no podemos negar la similitud
entre esa época con la actualidad, pues ¿cuántas veces ha habido desgracias o
riesgos sanitarios porque las “autoridades” de tal o cual país no construyeron
un hospital o iniciaron una campaña sanitaria para prevenir una epidemia o un
accidente? Muchas veces, y no porque no se cuente con los recursos monetarios,
sino que tales recursos van a dar, indiscutiblemente, a los bolsillos de las
corruptas mafias en el poder.
En fin, frente a lo descrito por
Asbury, no es de extrañar lo que actualmente adolece Estados Unidos, en donde, debido
al imperante materialismo, todo aquello que pueda generar una ganancia, por
inmoral que sea, es bienvenido. Claro que en nuestra naturaleza está la
práctica de la codicia y el egoísmo que la acompaña, pero se incrementan
obscenamente bajo ciertas circunstancias (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html).
Eso explica por qué, en el 2005, cuando
el huracán Katrina azotó las costas de Florida y Luisiana, que dejó cientos de
muertos, casas y edificios destruidos y miles de damnificados en Nueva Orleans,
una cínica declaración de un muy prominente congresista republicano en funciones
en ese entonces, Richard Baker, fue que “lo que el gobierno nunca pudo hacer en
años, deshacerse del ‘public housing’, la fuerza de la
naturaleza lo había hecho en sólo un día”. Baker se refería a viejas casas
hechas en los años 1930’s, que se hicieron en la época de Roosevelt para
proveer de vivienda barata a los grupos de menores ingresos,
afroestadounidenses, sobre todo, y que, con el tiempo, se habían convertido en
hacinados, insalubres, guetos, en donde las tazas de pobreza y criminalidad
eran altas. A pesar de muchos esfuerzos por convencer a los habitantes de esas
viejas, deterioradas casas de que las vendieran para que se pudieran construir
modernas, pero, obvio, más costosas edificaciones que “mejoraran” sus
condiciones de vida”, nunca se logró que aceptaran (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2009/03/la-muy-oportuna-descomposicion-del.html).
“Gracias” al huracán, el proyecto fue de
inmediato llevado a cabo por el HUD (U.S.
Department of Housing and Urban Development), de forma
autoritaria, sin hacer caso a las peticiones de los damnificados, cuyas
protestas fueron brutalmente reprimidas por la policía. Evidentemente, mediaron
los fuertes intereses económicos de constructoras y todos los involucrados que
le entraron al gran negocio. Lo mismo sucedió con las escuelas públicas que
resultaron afectadas o destruidas, pues en lugar de repararlas o
reconstruirlas, se dieron concesiones para escuelas privadas y a la gente sólo
se le otorgaron “subsidios” parciales (medias becas, por ejemplo) para que
metiera a sus hijos allí… también los que pudieran, claro.
Fueron más importantes los grandes
negocios, los que hizo posible la vasta destrucción, que las necesidades de la
gente, mucha de la cual lo perdió todo con la catástrofe, catalogada como la
peor que haya sufrido Luisiana. Desde entonces, varios prefirieron emigrar del
lugar. El censo más reciente indica que la ciudad está ocupada por dos tercios
de su población original, sobre todo porque el peligro de futuras inundaciones
está latente, ya que muchas zonas están hasta dos metros por debajo del nivel
del mar. Diques son los que, digamos, detienen el paso del mar hacia esas
zonas. El cuerpo de ingenieros del ejército indica que, por muy buenos que sean
esos diques, no son una ayuda total para futuras catástrofes, como la que
ocasionó Katrina, que, por los trastornos climáticos ocasionados por el
calentamiento global, serán más frecuentes.
En fin, pues hemos revisado parte de
los obscuros orígenes de lo que hoy son los Estados Unidos. Quizá por ese
desmedido materialismo y ansias de riqueza, que son históricos, como hemos visto,
sea que una de las obligadas preguntas que hacen muchos de los empleados de
migración, cuando uno está por entrar a ese país por la aduana, como turista,
es “¿Cuánto dinero tiene usted para gastar?”, y uno se cuestione, a su vez, si
se está por entrar a un país o a un centro comercial.
Y es que, tal vez como corolario, podría
decirse que nunca fue del todo conveniente que Bienville, en su momento, fundara
una ciudad en ese sitio, una pantanosa región, con espesa vegetación, llena de
ponzoñosos reptiles y alimañas, tan vulnerable a inundaciones y huracanes.
Pero, como vimos, privaron más los colonialistas, materialistas intereses de
las naciones imperialistas, justo como Francia, España o Estados Unidos, que el
buen juicio, del cual, últimamente, carece en demasía la depredadora humanidad.