domingo, 18 de mayo de 2014

Estados Unidos y el aberrante legado de la esclavitud



Estados Unidos y el aberrante legado de la esclavitud
Por Adán Salgado Andrade

Existen muchos vergonzosos hechos históricos de los cuales no tenemos, a ciencia cierta, constancia de lo deplorables que fueron, pues los tiempos durante los que sucedieron son tan distantes, que no hay forma de tener una idea exacta de lo terribles y brutales que fueron, al no existir medios, como los que tenemos ahora (fotos, filmaciones, grabaciones), que dieran constancia de cómo se realizaron tales cruentos eventos.
Por ejemplo, es el caso de la invasión española al México antiguo y la sangrienta toma y destrucción de la Gran Tenochtitlan, un holocausto peor aún que el sufrido por los judíos durante la segunda guerra mundial (de éste, como hay muchos registros fotográficos y fílmicos, podemos tener la idea exacta de lo brutal que fue el trato que los nazis les propinaron). No sólo ese hecho cruento, sino el posterior sometimiento español, de los que sólo podemos darnos alguna lejana idea mental, son obscenamente vergonzosos (sólo podemos imaginar las masacres por miles, las torturas, los aperreamientos, las quemas públicas, los descuartizamientos… y tantas otras barbaries cometidas por los mercenarios españoles, con tal de someter por la fuerza a los antiguos mexicanos).
Apenas si existen algunos escasos documentos que relatan someramente los hechos. De lo acontecido durante la dominación española hay sólo algunos y no son, precisamente, de primera mano. “Relatos aztecas de la conquista”, sería uno de ellos, que no da idea, del todo, del sufrimiento que ese encarnizado sometimiento implicó para los dominados por el mero uso de las armas y no de la razón.
Ante esa falta de medios que habrían podido registrar funestos hechos, sólo los testimonios de quienes sufrieron sometimiento y crueldad extrema, a lo largo de la historia, pueden dar una idea más clara de lo que determinado hecho funesto significó. Pero, por desgracia, también escasean los testimonios de quienes vivieron cosas así.
Por tanto, cuando en la actualidad se tiene la oportunidad de leer uno de los escasos documentos que dan cuenta de un hecho terrible, debemos de consultarlo, no sólo como un mero, terrible, acontecimiento histórico, sino como un antecedente que explique por qué ciertas reprobables conductas aún se siguen reproduciendo, si no del todo, sí como muestras latentes de nefastos comportamientos “humanos”.
Voy a referirme al libro “Doce años esclavo”, escrito por Solomon Northup, un afroestadounidense liberto, nacido en el estado de Nueva York, alrededor del año 1807. Justamente el libro de Northup es el tipo de testimonio al que me refiero arriba, pues es un relato de lo que ese hombre vivió durante doce largos y terrible años, desde que en 1841 fue engañado por un par de inescrupulosos tipos que, haciéndose pasar por artistas, lograron que Northup cayera en su trampa, creyendo que en pocos días ganaría mucho dinero. Como Northup tocaba perfectamente el violín, el par de farsantes lo convencieron para que tocara en un circo, que el trabajo sería fácil y la paga buena. No fue así, pues Northup fue drogado y, enseguida, encadenado y luego vendido a traficantes de esclavos que, como a él, se encargaban de secuestrar a afroestadounidenses libres, quienes, a base de golpizas, eran obligados a mentir de que eran, en efecto, esclavos, y que deseaban irse al sur, a trabajar en las grandes plantaciones que abundaban en Luisiana.
El director Steve McQueen realizó una cinta sobre la obra, y quizá por ello haya tomado tanta importancia de repente, pero no por eso deja de ser por sí misma relevante.
Por ello, vale mucho la pena leer el libro, para tener acceso, de primera mano, al importante, muy elocuente, a la vez de terrible testimonio de Northup (la edición que refiero es la traducción en español de Penguin Random House, 2014).
Desde que es golpeado brutalmente con un remo para que mintiera y dijera que era un esclavo en viaje a Luisiana, comienzan los sufrimientos de Northup. Esa mentira era necesaria porque en el norte del país, estaba prohibida la esclavitud y, en consecuencia, el secuestro y tráfico de gente negra era un delito. Dice Northup sobre la golpiza que le propinaron que “Al final, el remo se rompió y Burch (el golpeador y traficante) se quedó con el mango en la mano, sin poder utilizarlo. Yo seguía sin ceder. Todos aquellos brutales golpes no podían obligar a mis labios a decir la absurda mentira de que era esclavo. Burch, muy enfadado, tiró al suelo el mango del remo roto y  tomó el látigo, que fue mucho más doloroso. Intentaba aguantar con todas mis fuerzas, pero era en vano. Supliqué piedad, pero solo respondió a mis súplicas con juramentos y arañazos. Pensé que moriría bajo los latigazos de aquel maldito bruto. Todavía se me pone la carne de gallina al recordar aquella escena. Tenía la espalda en carne viva. Mi sufrimiento sólo se podía comparar con las ardientes agonías del infierno”.
Al final, otro de los esclavos controlados por Burch, le aconsejó que, por su propia vida, era mejor que dijera que era esclavo y que, en efecto, quería irse a trabajar a Luisiana. Y así lo hizo Northup, con tal de sobrevivir, sobre todo porque siempre albergó en su alma la idea de liberarse y regresar con su adorada familia.
Ya luego narra la forma en que eran ofrecidos a los posibles compradores, los cuales los revisaban como si fueran animales, caballos, por ejemplo, contemplándolos desnudos, revisando su piel, músculos, sus dientes, genitales, buscando que realmente fueran saludables. Eran posesiones valiosas, pues sus precios, variando entre mil a dos mil dólares, según aptitudes y características físicas, no tenían comparación al de verdaderos animales, tales como una vaca, que se cotizaba en unos cinco dólares o un caballo, cuarenta dólares. Y eran tan en firme las ventas, cual si se tratara de mercancías, que hasta se expedían y firmaban contratos de compra-venta cada que un esclavo era vendido o revendido. Dichos contratos funcionaban incluso a manera de hipotecas, cuando un plantador tenía deudas, “hipotecaba” a sus esclavos hasta que pudiera pagar sus deudas.
Narra que no tenían empacho los negreros (los traficantes) en separar familias, si a sus intereses convenía. Eso sucedió con una mujer, Eliza, que fue separada de sus dos hijos, una niña y un niño, a pesar de que suplicó a Freeman (irónico apellido de este tipo: hombre libre), otro de los negreros intermediarios en el tráfico, que le dejara al menos uno, que sería muy obediente y trabajadora. No fue así, y separaron a Eliza de sus vástagos. A la niña, sobre todo, descrita por Northup como muy linda y casi blanca, Freeman se negó a venderla a quien compró a Eliza, pues adujo que sería, ya mayor, muy valiosa. “¡Imaginen cómo será esa chiquilla de linda cuando sea grande. No, no, a ella la venderé cuando crezca y me darán una fortuna por ella¡”. Quizá la equiparara a un caballo “pura sangre”, se podría pensar.
Dice Northup que muy pronto se enteró de la prematura muerte de Eliza, por todo el sufrimiento que le ocasionó haber perdido a sus dos hijos.
Eso da cuenta del nivel de crueldad existente entre los blancos esclavistas que veían a los afroestadounidenses como simples mercancías, animales, sí, que se debían de vender al mejor postor.
Quizá porque los sufrimientos que vivió Northup desde el principio de su largo cautiverio fueron tan extremos y dolorosos, sea la razón que explique por qué pudo recordar tan bien todo lo vivido, cuando periodistas y editores le pidieron que escribiera sus testimonios, que era necesario que se supiera lo que pasaba al sur del país, sobre todo en el esclavista estado de Luisiana. Este estado, desde sus inicios, cuando fue fundado a finales del siglo 17 por franceses, fue esclavista. Ya cuando formó parte de EU, fue el tercer estado más próspero, debido a su producción algodonera y de azúcar. Por lo mismo, se requerían miles de esclavos y aunque códigos especiales prohibían que los maltrataran, los dueños de las plantaciones hacían caso omiso a esas “leyes” y actuaban como les pareciera contra los esclavos, con tal de ponerlos a trabajar. De todos modos, gracias a su riqueza, era que el resto de EU, sobre todo los estados norteños, toleraba la vergonzosa esclavitud. O sea, que era más importante el dinero que los hombres.
Incluso, Northup no sólo rememora en el libro los sufrimientos de los que fue estoica víctima, sino que en un acopio de filosófica sensibilidad, reconoce que había algunos, pocos, amos amables. Refiriéndose a su primer amo, William Ford, dice que “Por aquel entonces residía en Great Pine Woods, en la parroquia de Avoyelles, situada en el margen derecho del Río Rojo, en el corazón de Luisiana. Ahora es predicador baptista. A lo largo y ancho de toda la parroquia de Avoyelles, y especialmente a ambas orillas de Bayou Boeuf (este es el sitio en donde estuvo la mayor parte de su cautiverio Northup), donde mejor se le conoce, sus conciudadanos lo consideran un digno ministro de Dios. Tal vez a muchas mentes del norte la idea de un hombre que somete a su hermano a la esclavitud y el comercio con carne humana, les parezca absolutamente incomprensible con su concepción de la vida moral o piadosa (…). Pero yo fui durante un tiempo su esclavo, y tuve la oportunidad de conocer a fondo su carácter y su temperamento, y no le hago sino justicia al decir que, en mi opinión, no ha habido nunca un hombre más amable, noble, honrado y cristiano que William Ford. Las influencias y las compañías que lo rodearon siempre le impidieron ver la maldad inherente a la raíz de la esclavitud. Nunca dudó del derecho moral de un hombre a someter a otro a su voluntad. Como miraba a través del mismo cristal que sus padres antes que él, veía las cosas de la misma manera. Educado en otras circunstancias y con otras influencias, no cabe duda alguna de que sus convicciones habrían sido diferentes. Sin embargo, fue un amo ejemplar, pues se condujo honestamente a la luz de su entendimiento, y dichoso fue el esclavo que llegó a ser de su propiedad. Si todos los hombres fueran como él, la esclavitud quedaría desposada de más de la mitad de su amargura”.
Es muy interesante lo anterior, pues aunque Northup no deja de señalar a la esclavitud como un hecho inherentemente vergonzoso y retrógrado, el que de alguna manera redima a Ford, considerándolo, incluso, como un “amo ejemplar”, da cuenta de su profunda capacidad de análisis, aún ante la adversidad.
Northup tiene muy en alto a Ford, sobre todo porque fue él quien le salvó de ser ahorcado en una ocasión en que un hombre ruin lo trató con severidad y quiso azotarlo, sin razón alguna. Y era que, siendo blanco, cualquiera, hasta un vagabundo, podía abusar de un esclavo, sobre todo si se lo topaba caminando por los campos, exigiéndole su “pase”, que lo autorizaba a caminar solo por allí (únicamente con “pases”, que eran como una especie de permisos, autorizados y firmados por los amos, podían circular por los caminos los esclavos). De no tener tal pase, hasta esos inútiles vagos podían llevarlos a rastras a sus plantaciones o con el sheriff del lugar y exigir un pago por su mezquino servicio. No es difícil pensar la ruindad con que un simple vago podía actuar, sólo por ser blanco.
El que Northup, de alguna manera, exculpe a Ford por sus heredadas ideas esclavistas, lo expresa en otros pasajes de la obra, cuando se refiere a los hijos de los amos, que, a su parecer, aunque muchos eran buenos chicos, veían como algo natural que se azotara a un esclavo, pues seguramente se había ganado tal castigo, así, como un caballo que se rehusara a galopar.
Las muy pormenorizadas descripciones de la forma en que los “amos” castigaban, por cualquier motivo, a sus esclavos, son de crispar los nervios y, de verdad, hasta hacen llorar (me parece que, en eso, la película se queda corta). Por ello recomiendo la lectura del libro.
Baste decir que les cocían la carne a latigazos, fueran hombres o mujeres. Un “amo”, Edwin Epps, les pegaba por cualquier motivo, sobre todo cuando llegaba borracho a la plantación, lo cual era frecuente. Narra la brutalidad con que trataba a una joven mujer, Patsey, quien a pesar de ser campeona en la pizca del algodón (recogía, en promedio, más de 250 kilos por día, cuando la mayoría no podía pizcar más de cien), era azotada constantemente, por cualquier pretexto, además de que debía sufrir y soportar los frecuentes asaltos sexuales del perverso Epps. De esos encuentros sexuales forzados estaba enterada la esposa de Epps, lo cual la hacía enfermar de coraje, por lo que, además de los habituales castigos de aquél a Patsey, debían sumarse los que exigía la señora Epps que también le propinara.
Quizá que su esposa estuviera enterada de su relación con esa “asquerosa esclava”, era que Epps se esforzaba en castigar con mayor severidad a Patsey. Y también, cuando sospechaba que Patsey lo estuviera engañando con otro plantador, se ponía lívido de coraje. En una ocasión que Patsey fue por jabón para bañarse, que la esposa de Epps le negaba, por celos, éste se puso tan iracundo que azotó a Patsey como nunca antes lo hubiera hecho. Narra Northup que “Epps estaba más enfurecido y rabioso que nunca (…) cogió el látigo del suelo y empezó a golpearla (a Patsey) con mucha más saña (…). Los gritos y los gemidos de la torturada Patsey, junto con las maldiciones y las blasfemias que salían de la boca de Epps, cargaban el ambiente. Patsey fue lacerada de manera brutal y, sin exagerar, puedo decir que literalmente le desolló todo el cuerpo. El látigo estaba empapado de sangre, de una sangre que le corría por los costados y caía al suelo. Al final dejó de forcejear y, abatida, hundió la cabeza en el suelo. Sus súplicas y sus gritos fueron disminuyendo gradualmente hasta convertirse en débiles gemidos. Dejó de estremecerse cada vez que el látigo le golpeaba la carne. ¡Pensé que estaba agonizando!”.
Lo sorprendente es que Patsey sobrevivió al castigo, como generalmente sobrevivían todos los esclavos a esos latigueos, muchos sin sentido, sólo por el sádico afán de muchos amos, como Epps, de mostrarse duros. Quizá esa sobrevivencia era una especie de herencia, una característica física, que se les dio, por tantos años de estar sometidos a esos inhumanos tratos, incluso, de resignarse a ser esclavos de por vida (de hecho, no hubo rebeliones esclavas importantes y la abolición de la esclavitud se debió a una iniciativa tomada por los abolicionistas del norte de EU, liderados principalmente por Abraham Lincoln, lo que dio lugar a le guerra de secesión).
Una cosa que señala Northup, con cierta pena de su parte, es que muchos años Epps le dio el cargo de capataz. Para ejercerlo, al igual que los blancos, debía de castigar con latigazos a los esclavos “flojos” o corría el riesgo de ser él castigado. “Lo debía de hacer como una forma de sobrevivencia, si quería seguir albergando la idea de algún día ser libre de nuevo y ver a mi familia”, refiere en un pasaje. Sin embargo, se enorgullece al afirmar que con el tiempo llegó a manejar tan bien el látigo, que podía fingir que les propinaba fuertes azotes, sin que en realidad el látigo los tocara, eso sí, acordando que cada que lo hiciera, pues Epps siempre vigilaba desde lejos, ellos, los esclavos, debían de gritar y quejarse, como si en verdad fueran azotados.
Una de las reflexiones más crudas de lo que significaba la esclavitud, la proporciona el siguiente pasaje, en el que Northup señala que “La existencia de la esclavitud en su forma más cruel provoca un embrutecimiento de los sentimientos más humanos y delicados de su naturaleza. Presenciar a diario el sufrimiento humano, oír los alaridos agónicos de los esclavos, ver cómo reciben latigazos sin piedad o los muerden y los desgarran los perros, observar cómo mueren sin recibir la más mínima atención, o cómo los entierran sin mortaja ni ataúd, hace que se degrade más su poco aprecio y respeto por la vida humana”. Más adelante agrega que “Ser cruel no es culpa del esclavista, sino del sistema en el que vive. No puede evitar la influencia de las costumbres y los hábitos que lo rodean. Al aprender desde niño que el látigo está hecho para la espalda del esclavo, resulta muy difícil que cambie de opinión al hacerse mayor”.
Northup fue liberado en enero de 1853, doce años después de que fuera secuestrado. Sus raptores jamás recibieron el justo castigo que merecían y en un dudoso “juicio” a lo más que se llegó fue a aplicarles una fianza y dejarlos libres, como sucedió con Burch.
A raíz de su cruda experiencia, se convirtió Northup en empeñoso activista en contra de la esclavitud. Por desgracia, luego de un tiempo, en 1863, despareció y no se supo nada de él. Quizá haya sido asesinado por los muchos enemigos pro esclavistas que su activismo le atrajo.
Pero aquí no queda todo esto del esclavismo, como una simple anécdota histórica, como veremos. 
Y es que dicho esclavismo estaba tan enraizado que, a pesar de la guerra de secesión, ganada finalmente por el norte abolicionista, en los estados sureños, justo como Luisiana, aunque se “suprimió” la esclavitud, las practicas racistas continuaron por muchos años. La obligada servidumbre de los afroestadounidenses continuó, con la única diferencia de que ya no eran “esclavos”, aunque, en los hechos, era un velado sometimiento. La servidumbre y los tratos discriminatorios continuaron. Los sirvientes “negros” eran golpeados y hasta colgados por robar una gallina, por ejemplo. En los años 1910’s era una especie de fiesta colgar a un afroestadounidense, al que asistían todas las familias distinguidas del lugar. Y los “negros” que quisieran darse aires de blancos, o sea, triunfar económicamente como ellos, eran discriminados de todas las formas posibles, con tal de que se olvidaran de eso y que aceptaran su lugar como raza “inferior” (una cinta que les recomiendo ver, Red Tails, con Cuba Gooding, entre otros actores, narra la historia verdadera de un regimiento de soldados negros de la fuerza aérea, quienes durante la segunda guerra mundial no recibían aviones nuevos, pues se les consideraba, sobre todo por los altos mandos, inferiores a los soldados blancos en cuanto a habilidades militares. Sin embargo, ante la insistencia de un alto mando afroestadounidense, se les dotó con aviones nuevos y los resultados fueron mucho mejores a los esperados, superando, incluso, a sus compañeros blancos. Quizá eso explique por que, en su afán por cumplir muy bien con su mandato, Barack Obama haya ya superado a su antecesor, George Bush, en cuanto a deportaciones de ilegales – recibiendo el mote de Deportador en Jefe – y asesinatos de civiles inocentes en Pakistán y Yemen con drones. Es decir, un negro debe de ser mejor, incluso, que un blanco en el cumplimiento de su deber).
Y se establecieron leyes segregacionistas que esos “negros” debían de respetar, so pena de ser linchados si no lo hacían (la novela Ragtime, también llevada a la pantalla, narra, justo, cómo los racistas se oponían a que los “negros” tuvieran dinero y fueran exitosos).
Además, surgieron grupos extremistas como el Ku Kux Klan, encapuchados blancos, quienes se distinguían por sus frecuentes ataques contra ciudadanos negros respetables y sus familias, a quienes asesinaban dentro de sus casas y luego las quemaban, sin miramientos Y siguen haciéndolo. Apenas en octubre del 2012, esos peligrosos enajenados atacaron a una mujer afroestadounidense y le prendieron fuego.
No fue sino hasta los movimientos emancipadores iniciados por Malcom X o el de Martin Luther King, que la condición de los afroestadounidenses mejoró en algo (la cinta “The Help”, ambientada en los 1960’s, en el estado de Mississippi, muestra cómo en esos años, aún se trataba a los afroestadounidenses, sobre todo mujeres, como simples sirvientes, que no daban para más y que estaban obligadas a emplear el baño para “negros”, pues padecían enfermedades distintas a las de los blancos y eran despedidas si usaban el baño para blancos).
Ahora, Estados Unidos, hasta eligió a su primer presidente negro, Barack Obama, quien, por desgracia, parece comportarse igual o peor a sus antecesores anglosajones. Hubo quienes, en principio, lo compararon con Martin Luther King. Pero Obama, como se dice, ni a los talones le llega.
Y es que a pesar de los avances antirracistas y antidiscriminatorios logrados, aún persiste la idea de que lo blanco es lo supremo en muchos estadounidenses. Los llamados “supremacistas blancos”, son enajenados estadounidenses que insisten en que ellos, los blancos, son los superiores, y se sienten con derecho a andar armados, emplear uniformes y estar listos para “defender al país”, en caso de que los “ilegal aliens” lo invadan. El rito “iniciático” de muchos es asesinar a un “negro”, con tal de librar a EU de esas “escorias”, como se refieren a los afroestadounidenses.
Es, también, lo que hacen los llamados “Minute Man Project”, quienes en estados como Arizona, organizan “cacerías” de ilegales en la frontera con México, a bordo de sus camionetas, dirigiendo sus luces al lado mexicano, con tal de encontrar y arrestar a los greasers.
Y no es sólo contra afroestadounidenses que existe ese sentimiento, sino que se estigmatizan otras razas. Así, negros, latinos, árabes… son los primeros culpables en muchas circunstancias. Que si un mexicano está en la cárcel, pues “sí, porque es mexicano y es ratero”. Que si hubo un atentado terrorista, “sí, fue un árabe, pues todos los árabes son seguidores de Al-Qaeda”. Que si la mayoría de los prisioneros en las cárceles son negros, “sí, porque son negros, rateros y asesinos”… y así, el perfil racial (racial profile) sigue imperando. De hecho, aunque los afroestadounidenses constituyen entre el 12 y 13% de los habitantes de EU, unos 38 millones, son el 40% de los 2.1 millones de prisioneros que hay en las cárceles estadounidenses, o sea, unos ochocientos mil. Pero de acuerdo con la Asociación para el Avance de la Gente de Color, la cifra llega a un millón.
No sólo eso, sino que existen evidencias estadísticas de que tiene más probabilidad un afroestadounidense de ser encarcelado, que un blanco. Así, un afroestadounidense nacido en 1991, tiene un 29% de probabilidad de ser encarcelado alguna vez. Casi uno de cada tres, entre los 20 y 29 años, estará bajo supervisión policial, en libertad condicional o prisión domiciliaria. Uno de cada nueve afroestadounidenses entre los 20 y 34 años, será encarcelado. Por último, los hombres afroestadounidenses entre los 30 y 34 años, son los que tienen la más alta probabilidad, más que cualquier otra raza o grupo étnico, de ser encarcelados. De hecho, recientes estudios muestra que hay más afroestadounidenses en prisión que en escuelas. Muy triste.
Y es que ejemplos sobre que la raza sigue siendo un motivo para declarar a alguien sospechoso o atacarlo, sobran. Hace unos años, por ejemplo, una mujer divorciada, con dos hijos pequeños, debido a que su novio no los quería, decidió asesinarlos, drogándolos y metiéndolos en su auto, al que luego hundió en un lago. Acudió a la policía con el cuento de que un “negro” la había detenido en un semáforo y le había robado el auto con todo y sus hijos. La “descripción” que hizo del “ladrón negro” pudo haberse referido a cualquier hombre afroestadounidense, vestido con jeans, playera, gorra… y, de hecho, se detuvo a varios “sospechosos”. La mujer fue sometida a contrainterrogatorios que la hicieron caer en contradicciones, hasta que, al final, confesó su aborrecible crimen.
El 26 de febrero del 2012, en Sanford, Florida, el adolescente afroestadounidense Trayvon Martin, de 17 años, fue asesinado por George Zimmerman, de origen hispano, quien trabajaba como policía comunitario allí. Actuando prepotentemente, Zimmerman, sólo porque Martin era negro, le ordenó detenerse y como aquél no obedeciera, pues nada había hecho y sólo había ido a la tienda a comprar cosas, le disparó, simplemente por considerarlo "sospechoso". Aún así, el paranoico “policía comunitario” fue declarado "inocente"
A partir de hechos así, los padres de chicos afroestadounidenses no saben cómo vestir a sus hijos, con tal de que no parezcan "sospechosos". Muy lamentable que en pleno siglo 21 eso suceda. De hecho, no sólo en Estados Unidos hay racismo contra la raza negra, pues en julio de 2013 fue muy divulgado el vulgar comentario hecho por un "senador" italiano, Roberto Calderoli, contra Cecile Kyenge, ministra italiana de raza negra, a la que comparó con un mono (http://www.elpatagonico.cl/?p=60380).
En otro incidente de crimen por simple prejuicio racial, el 15 de julio del 2013, en Michigan, una joven mujer afroestadounidense de 19 años de edad fue asesinada al pedir ayuda en una casa cercana, pues su carro se había descompuesto. El psicópata blanco que le abrió le disparó, sin motivo, en la cara, pues "pensó" que se trataba de una "ladrona" (http://www.argenpress.info/2013/11/otro-crimen-de-odio-racista-en-estados.html).
Incluso, a nivel internacional, ha sido evidente la actuación racista de EU. Cuando falleció Nelson Mandela, quien abogó por la abolición del segregacionista régimen del Apartheid en Sudáfrica, Barack Obama, hipócritamente, elogió al fallecido líder. Sin embargo, no dijo que, por muchos años, Estados Unidos declaró terrorista a Mandela.
Es como en México, que hay un racismo inconsciente, heredado de la funesta herencia colonial, producto de la dominación española, cuando se afirmaba que sólo lo blanco era lo mejor y los “indios” o negros, no tenían cabida en ese aborrecible sistema tan discriminante
Las personas valoran más a los “güeros” que a los morenos o los negros, como demuestran encuestas recientes, en las que se halló que la mayoría de los tintes para el cabello que se aplican mujeres y, en menor medida, hombres, son de tono rubio, pues es una aspiración convertirse en una especie de Barbie humana, ser muy blanca y tener ojos azules
Y es peor para los descendientes de raza negra, a quienes se les ve menos que a los indígenas, pues, incluso, se les considera inmigrantes y son constantemente acosados y vejados por la policía (http://www.jornada.unam.mx/2014/05/05/politica/003n2pol).
Pero también, por desgracia, existe una especie de inter-racismo. Es el caso de cuando alguien, en México, de rasgos indígenas, le dice, de “broma”, a un amigo “pinche indio”.
También es el caso de población afroestadounidense misma, cuyos jóvenes despectivamente se refieren unos a otros como niggers, dando a entender con esa palabra que ésos, los niggers, son inferiores a ellos. Últimamente ha cundido mucho la violencia, instigada, incluso, por las llamadas “redes sociales”. En ciudades como Chicago, con una gran población afroestadounidense, son frecuentes los tiroteos entre pandillas de adolescentes negros, ocasionando varios decesos. Tan sólo con que se inicie un insulto por la mañana en el Facebook de un joven de una pandilla, contra otro chico de otra, es suficiente para que, por la noche, haya una balacera y quede alguno o varios muertos (ver mi artículo: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/01/armas-y-violencia-on-line.html).
Quizá sea que el esclavismo, como indico antes, haya dejado tan honda huella, que muchos afroestadounidenses, inconscientemente, se sigan considerando inferiores y que, por tal inferioridad, hasta ellos mismos se ataquen y, además, no busquen salir de esa especie de anonimato social al que se les ha orillado históricamente.
Precisamente eso, el afirmar su inconsciente predisposición a ser explotados, era lo que logró, en los años 1970’s, que se prestaran, sin condicionamientos, artistas afroestadounidenses a filmar las cintas del llamado género blacksploitation, en donde era evidente que los argumentos abusaban de su condición de inconsciente inferioridad, pues en la mayoría del género, el blanco era el mejor (ver, por ejemplo, la cinta de James Bond “Vive y deja morir”, un buen ejemplo de cine de ese género, en la cual el negro, Kananga, es el malo y, el bueno, el agente rubio James Bond).   
Justo es un planteamiento que hace el cineasta Lars Von Tiers en su cinta Manderlay, ubicada en los años 20’s, en la que el personaje principal, Grace, una mujer blanca, hija de un gánster, que desea hacer cosas distintas a las que hace su padre, no ser malvada, cómo él, llega a una plantación de una mujer blanca, en la que habitan varios sirvientes negros, aún como esclavos. Al morir la vieja propietaria, Grace los libera. Así, libres, los afroestadounidenses se dedican a hacer las cosas que antes tenían prohibidas, como cortar todos los árboles que existían en una parte de la propiedad, dejar de sembrar, comportarse como les diera en gana y así. Al final, comienzan a tener muchos problemas, pues al haber cortado los árboles, se dan cuenta que era una barrera natural para que el fuerte viento no acabara con las cosechas. Al no sembrar, se quedaron sin alimentos. Y al comportarse como les diera la gana, se comienzan a atacar entre ellos. Fue tan caótico el cambio de ser de repente “libres”, que culpan a Grace por haberlo hecho y que por eso, por liberarlos de su ama y de leyes, estaban peor que antes.
Quizá el mensaje de la cinta sea que cuando una raza ha vivido oprimida durante siglos, es difícil entender y vivir la libertad.