Conversando con un guardaespaldas
Por Adán Salgado Andrade
Ciudad Netzahualcoyotl, México. Guarura, guarro, escolta… todos esos apelativos sirven para referirse a la labor que Ernesto (no empleo su nombre verdadero, por razones de seguridad) desarrolla como vigilante de seguridad. “Sí, pues nos dicen de muchas maneras, pero el nombre oficial es ese”, platica Ernesto. De unos 35 años, tez morena, su robusta complexión lo hace ver como persona ideal para la difícil, arriesgada labor que desempeña. Tiene que, literalmente, cuidarles las espaldas a los importantes banqueros que la empresa de seguridad para la que trabaja le encomiende. Dicha empresa es un corporativo que presta esos servicios y que depende de Banamex, uno de los bancos más importantes de México (no es mexicano ya, pues desde hace algunos años lo compró City Group, el banco estadounidense que actualmente está quebrado, como tantos otros). Por estos días Ernesto es del grupo de seis escoltas que cuida la integridad física de Roberto Hernández Martínez, director justamente de Banamex (banco que últimamente ha quedado muy mal parado debido a las acusaciones de lavado de dinero del narcotráfico que sobre la institución penden). “Pues, mira, el señor nos trata muy bien, siempre nos pregunta que cómo estamos, que cómo está la familia y cosas así… la verdad no es prepotente, es muy amable”, comenta. Claro, pienso, debe de ser así, pues tanto Ernesto, como sus compañeros conocen santo y seña de las personas de las que se encargan, así que es de presumirse que la vida de éstas depende de sus guardaespaldas y de las buenas relaciones que tengan con éstos. Otro grupo cuida a la esposa de Hernández y uno más cuida la integridad física de sus hijos. “A la señora la deben de llevar a todas partes, de compras, con sus amigas o a donde vaya y a sus hijos los llevan a la escuela, una que queda por Reforma… no te puedo decir el nombre“, dice Ernesto. “Y no creas que porque es importante se pasa de listo con otras personas. Por ejemplo, si queremos cambiar de carril, nos dice que pidamos permiso a los otros conductores y que si no nos dejan, que esperemos el chance para cambiarnos. Ya ves que otros cuates nada más te avientan el carro y ya”, agrega, denotando la aparente amabilidad de su patrón, algo que es de tomarse en consideración, razono, en estos días en que casi cualquier individuo investido de la menor traza de poder, es muy dado a mostrar que existe, aplicando una buena dosis de cotidiana prepotencia. Ernesto cuenta que es tan precisa la rutina que deben de cumplir, que incluso si van a llegar al destino que se dirijan por otra calle, eso debe de ser informado. “Lo que sí cambia el señor a diario es su auto, pues tiene como diez carros, precisamente para desorientar al enemigo. Le gusta mucho usar una Hummer y un BMW, pero todos son blindados, te pueden aguantar un cuerno de chivo o hasta una granada, en serio”, refiere Ernesto. Los dos autos que él y sus compañeros emplean son de la marca “Stratus”, fabricados por Chrysler, pero son normales, sin el más mínimo blindaje. “Sí, eso, la verdad, es una desventaja, pues si alguien te quiere atacar, le dispara directamente al chofer, a la cabeza… y luego luego se ve cuando un carro no está blindado, sí, por los vidrios, que son delgados, sobre todo”. Vaya problema, pienso, pues si es tan importante la seguridad del notable, acaudalado personaje al que se cuide, debieran también los autos de los escoltas ser blindados ya que, como dice Ernesto, si los atacan y son eliminados, dicho personaje quedará a merced de los secuestradores – los delincuentes que más deben de enfrentar – que intenten apoderarse de su persona. Claro que dentro del vehículo blindado viajan dos guardaespaldas más, como me explica Ernesto, pero aún así no me parece conveniente que el resto viajen en autos normales. El sueldo de Ernesto es de alrededor de 12,000 pesos mensuales, pero de esos le descuentan los impuestos, así que al final recibe menos de 11,000 pesos. “¿Y por qué te metiste de esto?”, pregunto. Y ya me platica su larga historia. A los quince años se fue a los Estados Unidos, en donde se la pasó más de 16. Se casó con una mexicana-norteamericana, con la que vivió casi ocho años, pero al final tuvo muchos problemas con ella, así que se separaron. Como nunca tuvieron hijos (por problemas de infertilidad) y en vista de que la separación le dolió mucho a Ernesto, decidió que ya nada qué hacer tenía en los Estados Unidos, así que optó por regresarse. Aquí entró primero a un curso para ser policía bancario y comercial. Estuvo como un año trabajando como guardia a las afueras de los bancos o centros comerciales, hasta que un compañero fue invitado por un pariente para trabajar como escolta para Banamex, y ese compañero “me jaló con él”. Vive en ciudad Netzahualcoyotl, muy aglomerada y popular zona al oriente de la ciudad de México, sólo con su madre, la única persona que se preocupa directamente de lo que le pueda suceder. “Pero también me regresé porque como mi mamá ya es grande, pues no quería que se fuera a morir sin volverla a ver”. Y como madre sólo hay una, también la preocupación de la sexagenaria es inigualable para con su hijo. “No, si vieras cómo se la pasa dándome bendiciones cada que salgo y si no llego a la hora que le digo que voy a llegar, ya me empieza a llamar al celular, muy preocupada”. Y eso de que tenga una “hora fija” para llegar, también es relativo. A veces, así es, pero muchas veces “te dice el patrón que lo debes de llevar a una fiesta o a un centro nocturno, y pues no te queda más que cumplir. La otra vez el patrón nos hizo llevarlo a una fiesta. Allí estuvimos como hasta casi las dos de la mañana. Yo llegué a tu pobre casa como a las tres, nada más para bañarme, cambiarme y poner una muda de ropa, por si acaso, pues debía de estar de regreso en la base a las seis de la mañana”. La tal base es aledaña al Zócalo, en pleno centro de la ciudad de México, pues muy cerca del lugar está la asociación nacional de banqueros, justamente los personajes que Ernesto y otros cien escoltas (aproximadamente el número de empleados con los que cuenta el corporativo, según refiere) deben de proteger a riesgo de sus propias vidas. “Sí, mira, pues nos entrenan para proteger, antes que nada, la vida del patrón. Si te tienes que poner enfrente, con tal de recibir un tiro si le disparan, pues debes de hacerlo, sí, tu vida está después, no importa tanto como la de él”. “¿Pero no tienes miedo de que te maten?”, pregunto. “No, pues el miedo no se te quita, vives con el miedo todo el tiempo, que no se te vaya a atravesar un carro, que no vayas a recibir un balazo, que no te vayan a aventar una bomba… no sé, cosas así. A mí, hasta ahorita, gracias a Dios, no me ha pasado nada, pero pues tú tienes que superar el miedo y cuidar a la persona que te asignen, porque si no lo haces, de todos modos te pueden matar o si sobrevives, pues hasta a la cárcel puedes ir a dar, pues te dicen que te pusiste de acuerdo con los delincuentes”, responde categórico. Y como deben de estar en buenas condiciones físicas para el caso que tengan que correr o hacer algún movimiento brusco o de aplicación de fuerza (perseguir y amagar al delincuente, por ejemplo), una hora al día es obligatorio que hagan ejercicio en uno de los dos gimnasios que la compañía posee para tal efecto. Uno es cercano al centro y el otro está en Santa Fe, lujosa zona de la ciudad en la que habitan muchos de los banqueros protegidos de los escoltas, así que como casi siempre sus recorridos terminan allí o en lugares aledaños, varios de los vigilantes prefieren hacer sus rutinas en el lugar. “Es algo que debes de hacer a fuerza y si faltas, te hacen que hagas dos horas al día siguiente, así que es mejor cumplir”. También para mantener su puntería lo más precisa posible, una vez a la semana acuden a un campo de tiro policiaco a disparar sus armas contra un blanco. “Y no te puedes ir hasta que des en el blanco, como se dice”. El permiso para portar el arma que les dan consigna el número de serie de las escuadras 45, reglamentarias, que emplean. Deben de usar, además, un chaleco antibalas que la empresa les da. “Pero ese no te lo pones, porque te dificulta los movimientos cuando debes de agacharte o hacer un movimiento brusco, por eso, la verdad que no lo usamos la mayoría y la empresa no te exige que lo uses, por lo mismo”. Tampoco tienen permitido durante el horario de su labor hablar por sus celulares. “No, y ni llamadas puedes recibir, así que es mejor tenerlos apagados”, agrega. Y si no bastara con tanta restricción, tampoco, por ningún motivo, pueden comer fuera del horario que se tenga contemplado para ello. “A veces te la pasas sin comer hasta en la noche y ya es cuando el patrón manda a traer tacos y nos invita a todos”. Mucho menos pueden beber. “¡No, eso sí que está bien penado, porque pones en peligro la vida del patrón, sí, porque tus movimientos son más torpes! La otra vez a un compañero se le ocurrió tomar en su día de descanso. Al otro día vino medio crudo y cuando trató de desenfundar su pistola, que se da un tiro en el pie derecho. Se estuvo como un mes incapacitado, pero como es muy buen elemento, por eso no lo corrieron”, refiere Ernesto esa chusca anécdota. Dice que por eso, cuando él está en su casa en el día anterior a su descanso, se toma dos o más cervezas, pues de esa manera evita el ir a trabajar en un caso de urgencia. “Sí, porque así pones de pretexto que te echaste una cerveza y ya no te pueden obligar a trabajar”, dice, sonriendo, como dando a entender que esa es una manera un tanto graciosa de evitar en algo las fuertes responsabilidades. “Además, no creas, siempre se necesita distraerse, porque, como te digo, te la pasas muy estresado, a ver cuándo pasa algo. Y por eso yo sí me echo mis cervecitas un día antes de mi descanso, para así pasarme la cruda durmiendo al otro día”. Pues vaya que es tan estresante ese empleo, razono, que hasta Ernesto, de alguna manera, debe de programar su tiempo de asueto. Y según me platica es muy necesario relajarse por lo menos en el día de descanso. “Ahorita, por ejemplo, los compañeros que están a cargo del empresario Alejandro Martí (se refiere al padre de Fernando Martí, el joven que fue secuestrado y asesinado por sus captores, muy sonado caso en la prensa mexicana hace unos meses, sobre todo por la investidura de dicho empresario, dueño de una cadena de tiendas deportivas del mismo nombre), si los vieras, están bien estresados, sobre todo porque el señor ha recibido amenazas de que lo van a matar, de que le van a poner bombas a sus tiendas… entonces, esos escoltas, con cualquier detalle que parezca sospecho, que un carro se les atraviese, ya hasta casi andan sacando sus pistolas. Y en las tiendas, luego le preguntan a la gente que lleva una bolsa, que qué lleva allí… y pues la gente, con toda razón, les dice que qué les importa… o luego si los ven sospechosos, andan tras ellos a ver si compran o a ver qué hacen… y pues también la gente se puede molestar y reclamarles, ¿ves? La otra vez le grité a uno por su nombre, muy fuerte, y que se voltea y que saca su pistola y ya me ve y me dice que no le hiciera eso, que andaba muy nervioso y que hasta casi, casi se andaba divorciando, de los nervios que trae. Fíjate que hasta tratamiento psicológico, una vez a la semana, les están dando”, se explaya Ernesto. Y vaya si los escoltas deben de ser tipos difíciles de tratar, pues Ernesto refiere que de diez, unos seis, en promedio, están separados o divorciándose. Sí, basta imaginar la imagen peliculesca del rudo policía cuya esposa y sus hijos no lo aguantan ya por ser tan neuróticamente estricto y enojón con ellos. Claro, razono, debe de dejar sus secuelas psicológicas una profesión tan sumamente estresante. Así que para Ernesto su soltería sería una ventaja. “Sí, pues además no debo de preocuparme en que alguna vez vayan a amenazar a mi familia por si quisieran sacarme alguna información”. Y ya refiere que en el caso Martí (quien era custodiado también por escoltas de Banamex), al parecer fue un integrante de la corporación el que dio los informes del itinerario del hijo de Alejandro Martí. “Mira, pues se rumora que los secuestradores lo tenían amenazado… no se sabe, la verdad, y que ellos mismos lo mataron. Pero, como te digo, a veces sí hay infiltrados en las corporaciones y ellos son los que les pasan la información a los secuestradores”, señala Ernesto, un tanto reservado. También comenta que el guardaespaldas que iba en el día del secuestro de Fernando (que también trabajaba en la misma empresa de seguridad de Banamex), que al principio se creía muerto, dado que su testimonio era fundamental para culpar a los secuestradores, ahora está bajo resguardo. “Pues me parece que está en los Estados Unidos… no te lo sabría decir bien, pero creo que hasta el nombre le cambiaron y se lo llevaron con toda su familia. Yo lo conocí”. Resulta, pues, preocupante que esos hombres deban de cambiar toda su existencia cuando las cosas no salen bien.
También es claro que los mandos, al menos de esta empresa, están bien relacionados. Comenta Ernesto que el padre de su comandante es guardaespaldas nada menos que del ex presidente mexicano Carlos Salinas, de desafortunado recuerdo (para comenzar “ganó” las elecciones fraudulentamente frente a Cuauhtémoc Cárdenas). Además, varios son ex militares, dedicados ahora a labores de “seguridad privada”. Lo grave del asunto es que dados los índices de delincuencia en aumento que existen en el país (y en el mundo, según sea el caso), este tipo de empresas van floreciendo bastante bien, con las buenas o malas consecuencias que ello conlleve, por ejemplo, por el tipo de empleados que sean contratados, si realmente serán fiables. “Mira, te vuelvo a repetir, lo que sí es que siempre vas a tener infiltrados en todo esto, que les pasen la información a los delincuentes. Ya ves, la hija de Nelson Vargas (se refiere a Silvia Vargas, joven mujer de 19 años, hija de aquél ex funcionario deportivo, quien también fue secuestrada hace más de un año y, por desgracia, asesinada por sus infames captores), su chofer fue el que les pasó el tip a los cuates que la secuestraron, era de la banda”. Como señalé antes, eso de la seguridad privada, tener guardaespaldas, irónicamente hablando, no siempre resulta “tan seguro”.
Por lo mismo, como medidas de “seguridad” para con sus empleados, la empresa les tiene intervenidos su teléfonos particulares, así como sus celulares y constantemente los están “monitoreando”, según refiere Ernesto. “¿Y no te molesta, digo, porque se meten en tu vida privada?”, le pregunto. Se encoge de hombros y me dice. “Mira, cuando te están espiando, se oye un como eco en el teléfono, pero ya si oyen que estás hablando con tu novia o con tu familia, pues ya te dejan de escuchar y ya no oyes el eco. Pero, pues yo digo que está bien porque, como te digo, nosotros tenemos fuertes responsabilidades y no se vale que por unos maloras, paguemos todos”. Vaya resignación, considero, la de aceptar que se les pisoteen sus derechos humanos fundamentales, tales como el tener privacidad en sus vidas, al menos cuando no estén trabajando. Y agrega que si renuncian al trabajo, son vigilados durante cinco meses, todos sus movimientos, con quién platican, sus llamadas telefónicas, si ya consiguieron otro trabajo, sobre todo porque con ellos se llevan demasiados, comprometedores secretos. “Incluso si ven que te estás haciendo de mucho dinero, te investigan para ver de dónde lo estás sacando, pues puede ser que los delincuentes te estén pagando para que les des información”. Y si después de ese tiempo pasan la prueba, pues se les deja en paz, pero siempre serán los primeros sospechosos en el caso de que alguien de cuya seguridad estuvieron encargados sea secuestrado. “Es algo que nunca te quitas de encima”, agrega, resignado. Y si se da el caso de que alguien de ellos sea considerado muy mal elemento, lo que hace la empresa es darle mucho trabajo y con los casos más conflictivos. “Sí, por ejemplo, te llaman hasta en tus días de descanso y no te la perdonan, y te dejan con los más difíciles. Ahorita a los que quieren hacer que renuncien, los dejan con Martí”.
Cuestionado sobre cómo es la vigilancia cuando los magnates a los que cuidan viajan, comenta Ernesto que si van al interior de la república, lo hacen en jets privados. “Sí, pues imagínate, con tanto dinero que tienen, se dan esos lujos”. Dice que antes de que aquellos personajes arriben al aeropuerto, una “avanzada” de escoltas se presenta en la administración, para dar aviso del viaje, debiendo de informarles quién viaja, a qué lugar, cuántos guardaespaldas son, en cuántos autos llegarán, cuántas armas llevarán… todo digamos que detallado, para que, más tarde, cuando el protegido llegue, se le lleve, literalmente, a un lado del avión, para que lo aborde sin problemas. “Es que es por seguridad, sí, lo debemos de dejar a un lado de avión… no puede subir desde el aeropuerto”. Sí, todo lo que ser poderoso puede lograr, pienso. “Y ya en el avión, a fuerza, nos debemos de subir dos escoltas, como mínimo, con el patrón”. Y cuando se trata de vuelos internacionales, dice Ernesto que deben hacerlo en vuelos comerciales y que las medidas de seguridad no son tan estrictas. “No, pues cuando se va a otro país, nada más lo dejamos en el avión y… pues le damos su bendición”, agrega, medio en broma.
Cuestionado en cuanto al tipo de ropa que emplea, Ernesto dice que deben de usar traje, camisa y corbata de lunes a jueves, excepto los viernes y fines de semana, en que pueden vestir casual y el cabello corto. “Bueno, no lo debes de traer como de sardo, pero tampoco puedes andar greñudo. Yo tengo cinco trajes y pues los voy combinando, para que me duren toda la semana. Y ya cuando están muy sucios, pues los mando a la tintorería”. También refiere que si lo desea, puede cargar pistola, aún fuera de servicio. “Pero no es la que te dan en el trabajo. Es sólo si tú te quieres comprar una pistola, por tu cuenta, y usarla. Muchos compañeros, como ya están bien traumados de que algo les vaya a pasar, pues sí usan arma, pero yo no… yo tengo una, pero la tengo en mi casa”. Sea en casa o que la porten en la calle, considero que tener un arma, y de acuerdo al perfil algo violento de esas personas, siempre será una invitación a emplearla… o por lo menos a mostrarla, con tal de intimidar a algún “potencial agresor”.
Ya para terminar la plática, Ernesto me comenta que su patrón es muy dado de visitar a Felipe Calderón, el fraudulento presidente panista de México. “Incluso antes, cuando Calderón era candidato, iba mucho a la casa de mi patrón… y también iba Carlos Slim… y me parece que Salinas Pliego, el de TV Azteca (segundo gran, dominante consorcio televisivo mexicano)… fíjate que dicen que allí le dijeron a Calderón que ellos lo harían ganar, que nada más no les cobrara impuestos, ¿cómo ves?”, dice, denotando cierta incredulidad. Eso sólo confirma que los empresarios dieron todo su respaldo a Calderón y que por eso lanzaron la campaña de odio y de desprestigio contra el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador. No dudaría que así haya sido, considero, dado el poder omnipotente que esos tres hombres han adquirido con la actual administración PAN-PRI. Sobre todo Slim, cuyo poder es tan grande que hasta su propio cuerpo privado de seguridad tiene, según refiere Ernesto, desconfiando, quizá, del resto de las corporaciones dedicadas a cuidar a los potentados.
“¿Seguirás mucho en esto?”, le pregunto finalmente a Ernesto. Se queda callado por un instante. “Sí, fíjate que sí, porque aquí, mi patrón, que es gente muy importante, te trata muy bien, en serio. Y además, la gente te ve diferente, con respeto… sí, como que te respetan mucho”. Su declaración me recuerda los estudios psicológicos que muestran que mucha de la gente que se mete de policía o de soldado, sufre un fuerte complejo de inferioridad, que se compensa con la investidura de poder que el portar un arma o un uniforme conceden. Sí, quizá el hecho de que Ernesto porte un arma y que en cualquier momento la pueda emplear y matar a quien se considere un “riesgo” para su protegido, sea lo que a la gente le haga verlo con respeto, considero. Muy probablemente a eso se refiera también Ernesto al decir que la gente “lo respeta” siendo un guardaespaldas.
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