El regreso sin gloria del “otro lado” de un indocumentado mexicano
Por Adán salgado Andrade
Huichapan Hidalgo, México. Este singular poblado de construcciones antiguas, perteneciente al estado de Hidalgo, cuyo nombre significa “lugar en donde abunda el agua” (hay varios balnearios de aguas termales, mas según otra versión, Huichapan significa “lugar sobre espinas”), dista unos 200 kilómetros de la ciudad de México, pero a pesar de su nombre, la zona se considera árida, prevaleciendo la vegetación cactácea, tales como nopales u órganos. Se llega por la carretera a Querétaro, tomando la desviación que indica justo tal nombre. Por estas fechas ha llovido como nunca antes en la región (debido a los efectos de los fuertes huracanes y las tormentas tropicales que ha habido este año), tanto que hasta se han inundado y anegado varias tierras, muchas de las cuales, de haber habido interés y recursos económicos de sus propietarios en sembrarlas, seguramente habrían logrado buenas cosechas de maíz, el cultivo más abundante que allí se produce… ¡o se producía! Pero no es así, pues la mayor parte de las parcelas están sin trabajar, quizá desde hace años, cubiertas de pintorescas flores silvestres, como mirasoles o tréboles morados, las cuales, irónicamente, dan al paisaje una belleza poco común en esos sitios, que generalmente son tan secos. Sí, una muestra más de cómo el campo en México tiende a morir poco a poco (ver mi artículo en Internet “Apertura total del agro mexicano al TLC estadounidense… o de cómo se sigue muriendo el campo en México”), sin que al gobierno tal situación pareciera preocuparle.
Se pasa por varios pueblos, como Jacala, Maravillas, Nopala, pero en todos ellos no hay crecimiento o muy poco, el tiempo parece haberse estancado allí, y se observan casi idénticos a como se veían hace años, con una que otra señal de “progreso”, tales como alguna nueva construcción, un nuevo negocio, un nuevo boulevard… pero nada más, en realidad no se ve algo que acuse que en esos pueblos ha habido reales, grandes cambios. El único digamos que “polo de desarrollo” ha sido Huichapan, sobre todo desde que hace unos 20 años se estableció en sus cercanías una cementara del grupo CEMEX, además de algunas otras pequeñas industrias y los balnearios, que atraen algo de turismo local y de la ciudad de México. Sin embargo, como en casi todo el medio rural, la actividad más abundante y saturada es el comercio… ¡de todo, ya que en realidad no hay alguna cosa que no sea vendida allí!: verdulerías, fruterías, carnicerías, pollerías, tiendas de abarrotes, farmacias, panaderías, restaurantes, fondas, garnacherías, cafés, ropa, calzado, baratijas chinas, sombreros, puestos de tacos, de tortas, de jugos, farmacias, café-internets… además, claro, de los servicios, que no son otra cosa, también, mas que la venta de habilidades personales: mecánicos, doctores, dentistas, salones de belleza, zapateros…
Como ya hay tanto de todo, es realmente difícil que un nuevo negocio allí “pegue”, como nos comenta Julio, un joven de 24 años que recién llegó de “gabacho” (nombre coloquial para referirse a los Estados Unidos) y que accede a platicar con nosotros, mientras recorremos la así llamada “feria de la nuez”, que tal como sucede con otras ferias populares en otros sitios, alusivas a un determinado producto, lo que menos abunda en ella son, justamente, las nueces (ver mi artículo en Internet “Pax social, show político musical… y manzanas”, sobre la así llamada “feria de las manzanas” de Zacatlán). En la popular celebración (para la que se dispone de un buen tramo de la carretera de entrada del lado occidental del lugar) hay puestos de vajillas, de ropa, de pan, de comida (pambazos, quesadillas, elotes, tacos…), de tiro al blanco, de tiro de canica… y hasta juegos mecánicos que cursan con las improvisadas fondas que sirven muy grasosos y llenadores antojitos a los felices celebrantes, pero apenas si tres o cuatro puestos de unas nueces muy pequeñas, “subdesarrolldas”, alcanzan a destacar entre el mar de gente y de improvisados puestos de todo. “Pues pensé en poner un puestito aquí… pero no tengo ni dinero y pues también me puse a pensar que de qué lo ponía”, dice Julio, un tanto cabizbajo, recordando, quizá, lo que hasta hace unos momentos nos refirió.
Él, como muchos otros mexicanos, sobre todo jóvenes, faltos de oportunidades reales de conseguir empleo y un porvenir en su país, se fue a los Estados Unidos hace dos años y medio, a buscar el “american dream”. “Pues sí, es que aquí no hay nada… vea, puras tiendas… y ni pa’ poner una, porque ya hay un montón”. Sí, como decía antes, está tan saturado el lugar por tanto comercio, que ya todo el llamado “centro de Huichapan” es prácticamente zona comercial. Él, también como todos, se pasó de ilegal, debiendo pagar ¡2200 dólares!, que le prestó un tío que vive allá, hermano de su mamá, una vez que el coyote contratado lo dejó en el “East los”, o sea, la zona oriental de la ciudad de Los Ángeles en donde más abundan los ilegales de todas las nacionalidades. “Pues sí, mi tío me hizo favor de prestarme la lana, y ya después le fui pagando con trabajo”. Su primer empleo fue de mesero en un restaurante, cuyo dueño era conocido del tío y por eso le dio trabajo. Allí le pagaban 40 dólares el día, a cinco dólares la hora. “¡No, pues me ponían una jodas, porque tenía que trabajar ocho horas diarias!”, exclama Julio, un joven de piel morena y muy alto, 1.85 metros, que antes de eso estuvo en el ejército mexicano como sardo, tratando de hacer allí una carrera militar, pero que desertó debido a los malos tratos y a las “chingas” que les daban en el cuartel, a los conscriptos, sus superiores. No se adaptó en el restaurante, porque además de que la paga era poca – pues por lo menos en otros trabajos la hora se paga a ocho dólares – , debía darle la mitad del dinero a su tío. “¡Estaba cabrón, porque así, me iba a tardar un resto pa’ pagarle!”. Paramos en un puesto de pambazos en donde le ofrezco a Julio que si desea comer algo, a lo cual accede de muy buena gana. “Pues ya hace hambre”, dice sonriendo, mientras ordenamos sendos pambazos y un par de refrescos. Y nuestra plática continúa. “Y ya de allí, como mi tío es contratista, pues que mejor le dije que me diera chamba con él, y que me la da de pintor”. Al principio dice que no le era tan fácil, que la pintura se le escurría, que se iba chueco en las “intersections” (cuando dos colores se juntan), que echaba a perder algunos materiales… o que simplemente no sabía “¡qué chingaos tenía que hacer!”. “Sí, es que luego me decían que allí tenía que poner un glasing y pues yo ni sabía qué era eso (es un acabado jaspeado brillante, que se logra puliendo una superficie que se pinta con un material especial)… y así me la pasé, sí, ya ve que echando a perder se aprende, ¿no?”.
Entraba a trabajar, por lo general, a las ocho de la mañana y salía a las cuatro de la tarde, aunque a veces tenía que quedarse más tiempo, sobre todo cuando urgían los trabajos. Allí ya le pagaban a ocho dólares la hora y conforme fue aprendiendo y haciendo mejor sus tareas, le fueron subiendo el salario, hasta que en los últimos meses le pagaban el equivalente a 14 dólares por hora. “Sí, pues ya me iba mejor, me estaba haciendo 700 dólares a la semana”, dice, mientras la mesera nos sirve el par de pambazos y los dos refrescos de queretana marca tipo sangría, que le pedimos como bebidas. Comienza a comer su pambazo con avidez. “En puras casas de ricachones trabajaba, pues en donde más trabajo le dan a uno, puras zonas como Bel Air, sí… ¡no… unas casotas que tienen esos cuates!, de puros actores o políticos, nos decía mi tío que eran”. Ya luego platica que sus bills, lo que debía de pagar por sus gastos mensuales, eran 400 dólares por tener derecho a un cuarto que compartía nada menos que con seis mujeres (cuatro ilegales y sólo dos con permiso de trabajo, con las cuales sólo se limitaba a convivir cada que les pagaba o cuando de repente conversaban, pero nada más). “Pero prefería estar con ellas, pues como que se me quitaba un poco lo relajiento… además, en donde estaba antes, aunque era más barato, no tenía individualidad, los otros cuates se metían con mis cosas, no me robaban, pero sí me tomaban que una camisa, que un pantalón… y por eso me fui con las chavas”, dice Julio, quejándose de que sus compañeros eran muy abusivos, cuestión entendible dadas las carencias que casi todos, por su condición de ilegales malpagados, han de padecer.
También gastaba 150 dólares al mes de mobile (sí, fuerte era su gasto en el pago del celular, vital instrumento, tanto para que su patrón se comunicara con él, como sus compañeros de juergas) y un promedio de 40 o 50 dólares diarios de comida. “¡Ah, no, eso sí, yo en comida tampoco me limité!”, exclama y dice que por la mañana iba a un “Seven Eleven” y adquiría un litro de leche, fruta, jugo, pan… en lo que gastaba 10, 15 dólares. “Ya en la tarde, como hay un chingo de restaurantes chinos o latinos, pues mandábamos traer comida china o menú”, agrega, la cual le costaba otros 15 dólares. Y por la noche acudían a algún restaurante mexicano por tacos o tortas (sí, abunda la popular gastronomía mexicana) y se gastaba otros 15 dólares. “Y a veces nos íbamos a restaurantes gringos, dizque de lujo, pero pues luego eran más baratos que los mexicanos”, agrega, comentando que esa zona Estados Unidos está tan “mexicanizada”, que tanto en la comida, en el trato con la gente latina y en otras costumbres que mostrarían el alto nivel de, digamos, “mexicanidad” existente, no es difícil adaptarse para la mayoría de los latinos, sobre todo mexicanos que allí laboran y coexisten. Además, hay otras características que les dan a esos barrios una singular familiaridad, como que “se está en casa”. Por ejemplo, abundan las pandillas formadas por miembros de una misma raza o nacionalidad, convirtiendo los barrios en donde se establecen en peligrosas zonas – muy similares a aquéllas existentes en los países de donde provienen los ilegales –, en donde “mejor uno ni se mete”, dice Julio. “Luego se ven chamaquitas de 13, 14 años, de muchos lugares… mexicanas, guatemaltecas, chinas, coreanas… ya de prostitutas, en serio, y las controlan cabrones que se las alquilan a gringos ricos, de mucho dinero… sí, nada más se ven pasar en sus carrazos esos cuates cuando van a contratar a alguna de esas chamacas”, agrega, refiriéndose a las redes de prostitución de mujeres menores de edad que son toleradas por el hipócrita gobierno estadounidense, quien se jacta de ser tan recto y respetuoso de la ley… pero como se trata de ilegales pobres, necesitadas de un ingreso que les permita sobrevivir, no le importa que, además de las enfermedades sexuales que puedan contraer, como el SIDA, arriesguen su vida en el ambiente tan violento en que deben desenvolverse. “¡Sí, una que otra muchacha se independiza, las que les dicen las barrio queens, pero hasta ellas tienen a un cabrón que las proteja… no, uno ni se mete con los cabrones que las controlan o con las bandas, en serio, porque hasta lo andan matando!”, exclama Julio, con tono de advertencia. “Y, como le digo, todos, hasta los paisanos que ya tienen permiso pa’ trabajar, nos andan diciendo a los ilegales que pa’ que vamos allí, que nada más les quitamos sus empleos… y hasta los negros se la hacen cansada. A mí, un negro que también era pintor, me decía que mejor me regresara, que porque le estaba quitando el pan de sus hijos… ¿uste’ cree?”, dice Julio, medio burlón, “pero nosotros les decíamos que pa’ todos hay chamba si se raja uno la madre, que la cosa era buscarle”.
Volvemos a lo de sus gastos en comida. “¡No, pues por eso le digo que no me limitaba pa’ comer, no como un paisano que por ahorrar se la pasó tragando pura sopa Maruchan (son las sopas “instantáneas” a las que sólo hay que agregar agua hirviente, de muy bajo contenido nutrimental y muchos químicos, que recientes estudios demuestran que provocan daños a la salud cuando son comidas en exceso) durante cinco años, pa’ ahorrar un chingo… dicen que ahorró fácil como trescientos mil dólares, pero puras cajas de esas sopas comía y dicen que cuando se regresó pa’ México, que como ya empezó otra vez a comer bien, que pues le cayó mal la comida y que se murió, que porque su cuerpo ya no aguantó otra vez comer bien”, refiere con gesto de pena. O también recuerda el caso de otro mexicano, de Zacatecas, quien igualmente, por ahorrar lo más posible, cuando se regresó a su pueblo, llevaba tanto dinero, que hasta les prestó a unos parientes, los cuales lo “venadearon en el camino pa’ no pagarle al compa”, dice Julio, cabeceando. “A ver, pa’ qué le sirvió juntar tanta lana, nomás pa’ que se lo echaran esos cabrones malagradecidos”.
Así, además de los gastos ya referidos, como Julio prefirió disfrutar gastando que a sufrir ahorrando, súmense el costo de las parrandas, por lo que explica, como justificándose, que muy poco podía ahorrar. “Aunque a veces me salían chambitas nomás pa’ mí y pues a’i me ganaba que otros 500, que otros 1000 dólares más a la semana y ya con eso me reponía”, agrega, como tratando de aclarar que por eso se pudo dar la gran vida.
Sí, una muy buena parte de su dinero se la gastaba en “pedas y en el relajo”. Quizá porque Julio, a diferencia de la mayoría de paisanos que se van al otro lado, en realidad no lo hizo por una fuerte necesidad económica (hijo de padres maestros que cuentan con casa propia y medianos ingresos en Huichapan, él no es de la gente que esté, digamos, “en la calle”), sino que a falta de reales oportunidades de vida, consideró el irse allá como una alternativa (como dije antes, estaba en el ejército, pero desertó debido a los malos tratos y aunque estaba estudiando la preparatoria hace algunos años, tampoco el estudio realmente fue “su fuerte”, como nos explica). “Pues sí, la verdad que ni dinero les mandaba a mis jefes… pa’ qué, si ni lo necesitan”, dice en justificatorio tono. Así que Julio se iba a los “night clubs”. “Sí, había uno que los martes y los jueves era de las most sexy legs”, dice, divertido, explicando que son bares en donde se organizan concursos de mujeres, casi todas extranjeras (e ilegales, la mayoría), negras, asiáticas, mexicanas, guatemaltecas, peruanas… las que acuden allí con shorts o minifaldas, muy de moda, para probar suerte, siendo objeto de lascivas miradas de lujuriosos men que decidirán, tras varias semanas de eliminatorias, quien es la afortunada fémina que, según ellos, posea las piernas mas “excitantes y bellas”. Y no es para menos que acudan tantas ansiosas concursantes a mostrar sus piernísticos encantos, pues los premios se van acumulando y la feliz ganadora puede ser agraciada con cinco, seis mil dólares que en estos tiempos de recesión y crisis económica estadounidense, son bastante buenos (y es sobre la recesión sobre lo que más adelante le cuestiono a Julio). Una vez allí, en uno de tales antros, se gastó Julio, “¡ochocientos dólares!”, exclama alardeando, diciendo que como la botella de buen whisky costaba 300 dólares, en ocasiones cada parrandero amigo “pues se ponía con dos y ya eran 600 dólares de cada uno, más los snacks que luego pedíamos”.
“O luego, cuando teníamos poco dinero, nos íbamos a los Oxxos, a los Seven Eleven… y nos comprábamos nuestros twenty tour (empaques con 24 cervezas individuales) de “Modelos”, que nos costaban 15 dólares, y nos íbamos a la playa o por a’i a tomárnoslas”. El “por a’i” eran los departamentos que varios de los compañeros de Julio, igual que él, compartían para ahorrar en gastos. “No, pues se gana muy poco como pa’ que uste’ solo se rente un appartment”, dice, dando un trago a su sangría. Esas tiendas que abren las 24 horas, aclara Julio, sólo estaban en esa parte de los Ángeles, porque en las zonas acomodadas, de lujo, como Beverley Hills, no había. “Es que como que las cuidan mucho las autoridades… hay un chingo de policías y uste’ no puede entrar allí si no tiene cita y si no tiene identificación”, comenta. Claro, pienso, el permitir aquellas tiendas en las zonas pobres, es parte del control que las autoridades estadounidenses han de tolerar entre la “blue collar class”, los trabajadores, quienes habitan allí, sean ilegales o no, con tal de que estén tranquilos y en sus barrios cuando no se encuentren trabajando. Incluso, dejar que se formen las pandillas multiétnicas, las que pelean constantemente entre ellas, autodestruyéndose, matándose, canalizando de esa forma todas sus frustraciones, es una parte de ese control, pues mientras todos los “ilegal aliens” se aniquilen entre ellos en lugar de protestar contra el gobierno, “no problem”.
Dice Julio que esa inusual camaradería, las borracheras que se ponían sus “cuates y él, se daba en cerrados círculos, principalmente cuando todos estaban empleados y no tenían que pedir favores a los demás. “Sí, porque fíjese que el mexicano se pisa mucho, en serio, más los que ya tienen permiso pa’ trabajar allá, le dicen que pa’ qué van, que nada más le van a quitar su trabajo”. Refiere que los coreanos o los chinos no son así. “No, ellos, aunque un compa sea malo, pues le ayudan. Yo le decía a un coreano que por qué había contratado a uno de sus amigos, si era remalo el cuate ese, nada más regaba la pintura y era re malhechote y me dijo que ni modo, que pues había que ayudarlo porque era de su país”. Y esa falta de solidaridad se ha agudizado mucho más ahora que los empleos están cada vez más escasos.
“¿Y cómo está afectando a los ilegales la recesión?”, pregunto, sobre todo porque es en la construcción de casas en donde más está pegando la actual crisis económica estadounidense (y mundial, ya), sector que cada vez absorbe a más y más fuerza de trabajo ilegal… o absorbía, razono. “¡Uy… no… pues muy fuerte, en serio!... ¿por qué cree que me regresé pa’ acá?”, exclama y pregunta reflexivamente el muchacho, poniendo cara de resignada obviedad. Sí, dice que desde diciembre hasta las fechas en que se regresó a Huichapan (a finales de julio, justamente) tuvo muy poco trabajo, apenas un par de meses logró que su tío lo contratara para pintar casas y con menos salario de lo que le pagaba normalmente. Y eso que su tío les trabajaba a los “ricachones” de Bel Air, Malibu, Santa Fe, Santa Monica, Beverley Hills, Hollywood… y ni así había ya suficiente trabajo. “¡No, si está reduro… yo ya estaba bien desesperado y por eso les avisé a mis jefes (sus papás) que mejor ya me iba a regresar, que porque allá ya no había nada de chamba!”. Y refiere que no sólo se quedaron sin trabajo ilegales como él, quienes tenían relativamente poco tiempo de estar trabajando entre los “gringos”, sino que incluso gente con mucho tiempo, perdió su empleo. “Pues fíjese que uno que llevaba trabajando allá como 20 años, le fue de la patada, ni residente era y… ¡hasta perdió su casa! Y eso que ese compa ganaba buen dinero, decía que hasta veinte mil dólares luego se sacaba al mes, pero que todo se lo botaba el cabrón… y que a la mera hora, como perdió su chamba, pues el banco ya le quitó la casa, que porque no pudo pagarla”, declara. Y en esta parte pienso que la fama de derrochadores que se da entre muchos mexicanos (que, repito, es una situación tolerada por el gobierno de EU, quien prefiere mexicanos parranderos a mexicanos que protesten y luchen por sus legítimos derechos), incluso se manifiesta allá, porque el caso que refiere Julio, es una muestra de que, en lugar de que aquél mexicano que tan bien ganaba hubiera liquidado su casa, prefirió darse la gran vida y malgastar el dinero que, supongo, con esfuerzos se ganaba… y resulta que ahora, según le contó a Julio, se iba a regresar para México, pues ya nada hay que hacer en Estados Unidos, en donde, por su falta de previsión, tampoco hizo nada, ni pagar su casa, así que su situación, como la de muchos, me atrevo a pensar, es la del mexicano que ni allá, ni acá tiene una perspectiva de vida, porque aquí también ya está desconectado de los lazos sociales, familiares y amistosos que pudieran reencauzarlo a comenzar una nueva existencia. No caben, por así decirlo, “ni allá, ni acá”… o al menos así se sienten. Platica también el caso de una amiga que trabajaba en una lujosa cadena de hoteles, que luego de diez años de laborar allí, le dijeron que habían disminuido las ventas y que ya no necesitaban de sus servicios y también tuvo que regresarse a México, pues allá, debido a su edad, 42 años, ya no puco conseguir un empleo adecuado a su situación física (por desgracia es en labores que requieren gran esfuerzo físico en donde los ilegales son más demandados, tales como la construcción, las maquiladoras o en el campo).
Un ejemplo más, referido por Julio, es el de otro mexicano que tenía unos 45 años, quien de repente se quedó sin el, digamos, buen trabajo que tenía, en donde ganaba hasta 2500 dólares por semana, y tuvo que dedicarse a la pintura, como el muchacho, ganando 600, 700 dólares, pero además enfermó de diabetes, con lo que su rendimiento también disminuyó “Yo nomás le decía, así, medio burlándome, que qué onda, que cómo que él que era tan chingón estaba pintando y ganando repoquito y él me contestaba, medio enojado, que no lo estuviera fregando, que no le quedaba de otra”, cuenta Julio, algo divertido . El hombre le dijo que también perdió la casa que estaba pagando, pues ya no pudo más con la deuda contraída y como nunca pensó en que alguna vez regresaría a México, como está considerando, pues aquí tampoco hizo nada, así que cuando llegue a Querétaro con su familia (de sus cinco hijos, tres nacieron allá), también tendrá que comenzar desde cero, pero con mayores dificultades que cuando partió hace casi ocho años. Además, le dijo que a lo mejor dejaba a los hijos que nacieron en Estados Unidos con unos amigos, porque como ellos sí eran “americanos”, consideraba que podrían pasársela mejor allá (muestra de ese “malinchismo” intrínseco que aún sigue imperando en la idiosincrasia del mexicano). Y efectivamente, las cifras de las remesas enviadas por los mexicanos que laboran en Estados unidos han disminuido considerablemente este año, se estima que unos $3000 millones de dólares menos entrarán, con las penosas consecuencias que eso está teniendo entre las miles de familias de los inmigrantes mexicanos, muchas de las cuales, sin los 200 o 300 dólares mensuales que en promedio recibían de sus parientes, tendrán mayores dificultades para afrontar la crisis económica que ya también se está resintiendo en México.
“No, eso de que luego los agarran, pues está bien cabrón – continúa comentando Julio –, porque los deportan así, como los agarren, hasta en calzones, y como muchos ya hasta están arrejuntados y tienen hijos, pues los separan, en serio, y dejan a sus chavos abandonados… un amigo mío, que tenía como cinco años de ilegal, pero ya hasta casa tenía, un día que llega la Migra, llegaron tempranito, porque saben que a esa hora los agarran, como a las cinco, y que tocan y que abre su hija, una niña que ni sabía qué onda, pero fíjese que estaban buscando a otro compa, pero como la niña les abrió, ese fue el error, porque mientras uste’ no les abra a esos cabrones, no le pueden hacer nada, y entonces que entran y que empiezan a pedir papeles a todos los que estaban, cuates de mi amigo. Y entonces, mi amigo, el papá de la niña, que sale del baño en calzones, porque se estaba bañando, pa’ ver qué onda, y allí que le caen, porque tampoco tenía papeles y ¡así se lo llevaron, en los puros calzones, en serio! Y como su hija sí nació allá, pues se quedó con unos amigos del papá, porque su mamá se había muerto, él era viudo… ¡no, en serio que pinches gringos ojetes!”, exclama Julio, con gesto de coraje. Pero también refiere, muy divertido, como otro conocido, que se enteró del programa de “repatriación voluntaria” de ilegales (justo para deshacerse los estadounidenses de tantos “problems”) que están implementando conjuntamente el consulado mexicano y las autoridades migratorias estadounidenses, aquél mexicano, con tal de ahorrarse hasta el pasaje de regreso, una mañana se salio con maletas y todo de donde vivía y se fue a parar a una zona en la que frecuentemente había redadas de los indocumentados que esperan allí las camionetas de los posibles empleadores que les dan trabajo. “Nomás a puros chavos contratan esos cuates, y ya cuando lo ven ruco, no sé, cuarentón, pues ya ni lo recogen, le dicen que no sirve pa’ trabajar”, dice Julio, muy serio, refiriéndose a la discriminación que se hace si los ilegales ya están “muy viejos pa’ chambear”. Y continúa con su cómica anécdota, platicando que cuando llegó la “Migra” cargaron con todos los ilegales que estaban allí, excepto con su amigo de las maletas, y otro “compa” que se salvó porque había ido al baño. “¡Es que como al cabrón lo vieron con sus maletas que le dicen, ‘no, tú no, ni creas que te vamos a subir con tus maletas’. No, hubiera visto, todo el mundo estaba burlándose de ese cuate, que qué codo, le decían, que mejor les hubiera dicho que no tenía pa’ el pasaje y que se lo hubieran pagado… hasta en las estaciones de radio local se pitorrearon de él, pobre cuate, hubiera visto!”, exclama, carcajeándose por la muy divertida anécdota, que hasta a mí me hizo sonreír. A él, para su buena suerte, nunca lo detuvieron los de la “migra” (no le fue como les sucede a los pobres ilegales que arrestan en EU, quienes son maltratados y humillados. Ver mi artículo en Internet “Como animales rabiosos se trata a los ilegales capturados en EU”). Incluso, alguna vez, aprehendieron a unos ilegales que estaban esperando el “bus”, junto a Julio, pero a él, como lo vieron muy alto y, en ese momento, muy bien vestido, con sus pantalones nuevos y camisa planchada, no le hicieron nada. “Sí, tuve muy buena suerte… es que como me iba a parrandear, pues andaba limpio, bien vestidito, y yo creo que pensaron que era gringo, ¿no?”.
Eso sí, dice que los “gringos” pretenden ser muy rectos en la defensa de sus ciudadanos, no así con los paisanos. Refiere el caso de un “compa” que se casó con una mujer tejana, a la que un buen día abandonó y que alardeaba de que él era “bien fregón” y que aunque la mujer lo había demandado para que le diera pensión alimenticia, él decía que no tenía miedo. Así se estuvo cinco años, presumiendo de que a él la justicia estadounidense y “esa pinche vieja, me hacen los mandados”. Sin embargo, su “buena suerte” terminó cuando un día un policía lo infraccionó y al meter la información de su licencia para hacerle su “ticket”, vio que había una demanda contra él. El pobre veracruzano tenía el cargo de “check unpayment”, o sea, el no haber pagado pensión a su ex-mujer, y la cuenta ascendía a más de 200 mil dólares y como no pudo pagar, está encerrado en una cárcel de máxima seguridad, condenado a una sentencia de entre cinco y diez años. “Me dijeron que al pobre cabrón se lo traían como la señorita allí en la cárcel”, agrega, sarcástico, refiriéndose a que ese desafortunado mexicano castigado excesivamente, pienso, encerrado en una prisión de alta seguridad, estaba sirviendo de “prostituta” entre verdaderos, peligrosos criminales homosexuales. Cualquier proyecto de vida que haya tenido aquel mexicano, quedó brutalmente truncado por la aplicación de una hipócrita, desigual “justicia”. No le veo el lado cómico a esa anécdota, como así le parece a Julio. Sí, reflexiono, vaya hipocresía la de los estadounidenses (eso me recuerda a todos los supuestos talibanes que están encerrados en la ilegal prisión de Guantánamo, sin juicio y en violación a todas las garantías individuales a las que, simplemente como seres humanos, tienen derecho). Incluso también me viene a la mente que Julio platicaba hace unos momentos cómo para cruzarse la “línea” (como se le llama a la frontera), además de la obligada contratación del coyote, existe toda una red de corrupción entre los agentes de la “Border patrol”, quienes reciben 100 dólares por cada indocumentado que cruza la frontera por parte de los coyotes. “Fíjese, por donde yo me crucé, había dos casetas de vigilancia, cerquita, como a 200 metros, y el coyote que me ayudó a cruzar la cerca, nada más me dijo que me pusiera abusado cuando una luz que había en una de las casetas se apagara, que tenía treinta segundos, y fue cuando salté y pegué la carrera pa’l otro lado. Sí, si se hacen pendejos los de la Migra, y hasta cuidan los cabrones que pasen bien los coyotes, que les dan su mordida, con su gente, y si no se caen con el dinero, hasta ellos secuestran a los ilegales y encierran a esos coyotes y se los ofrecen a otros coyotes para que les paguen y los dejen pasar, ¿cómo ve?”, dice Julio, quien se volvió a emocionar al recordar lo rápido que debió correr cuando cruzó y que, incluso, hasta se cayó en un vado del camino, pero cuando logró salir, ya un mexicano lo esperaba a unos metros en una camioneta, en la cual lo condujo hasta los Ángeles. Así que, según lo que nos cuenta el muchacho, existiría una abierta complicidad entre los agentes de la “Migra”, quienes seguramente por cumplir con su trabajo, capturarán a un determinado número de indocumentados, digamos su “cuota”, sobre todo aquéllos cuyos coyotes no cubrieron la “mordida” requerida, 100 dólares por cabeza, con tal de que se vea que cumplen con su trabajo, pero además puede pensarse que es una complicidad tolerada por el gobierno, pues de esa manera los empleadores se proveerán de los trabajadores ilegales que, de todos modos, necesitan, pues resultan imprescindibles para la economía estadounidense.
Cuenta Julio que un agente de la Migra, un auténtico “gringo”, no un latino, como pudiera pensarse, le comentaba en una ocasión que aunque su sueldo era muy bueno, de 2500 dólares a la semana, más de la tercera parte se lo quitaba el gobierno por los impuestos. “Así que de qué me sirve ganar bien, si me descuentan tanto. Aquí, por dejar que pasen cuatro o cinco ilegales por día, me gano 400, 500 dólares diarios libres… así que lo voy a seguir haciendo, ni modo, de que se los ganen otros, prefiero ganármelos yo”. Sí, y entonces, me pregunto, ¿dónde queda la rectitud anglosajona que tanto presumen los estadounidenses, qué pasa con la supuesta honestidad de la que tanto alardean? Pues parece que ante una buena y constante suma de dinero todo eso sale sobrando… sí, en el mundo en el que actualmente vivimos, prácticamente el único valor predominante es el dinero y es éste, como se ve, el que puede, incluso, doblar hasta a las voluntades aparentemente más firmes.
Lo peor de todo es, afirma Julio, que a pesar de la crisis, la gente sigue llegando, sobre todo centroamericanos, y si tienen suerte de no ser aprehendidos durante el trayecto o ya cuando están en aquel país, de todos modos ya ni encuentran trabajo y lo grave es que muchos de ellos están endeudados por lo que le tuvieron que pagar al coyote y todos los gastos hechos. Así, sin dinero, sin trabajo, en plena recesión estadounidense y amenazados constantemente por las redadas, no parece que sea ya una alternativa real irse a los Estados Unidos para hallar un trabajo. Muchos mexicanos le dijeron que ya no es “negocio” estar en ese país, pues antes, con dos años que estuvieran, les iba muy bien y se traían mucho dinero, para comprarse casa y todo, pero ahora ni con cinco años de estancia se gana suficiente “dólares”. Y con la presente recesión, pues menos es posible lograr el porvenir que los acerque, si no al ansiado “american dream”, sí a una existencia más decorosa que la que tenían en sus terruños, muchos de ellos olvidados pueblos en donde nada hay que hacer, pero como están las cosas, ni allá tampoco actualmente hay una solución a sus problemas.
“Como le digo, los centroamericanos están más jodidos, pues ellos sí deben de cargar dinero, por tantas mordidas que deben de dar en México”, dice Julio, refiriéndose a conocidos hondureños, guatemaltecos, salvadoreños… que le dijeron que lo más peligroso de irse a los Estados Unidos era cruzar por México, por tantos problemas a los que se exponen, como los hostigamientos y los maltratos de los policías mexicanos corruptos, a los que sólo si les dan dinero, los dejan continuar su viaje. “Uno me dijo que en puras mordidas, tuvo que dar como mil dólares y aparte lo que le tuvo que pagar al coyote, como otros tres mil dólares, o sea, que se tuvo que gastar como cuatro mil dólares”, refiere, y que el pobre hondureño a los dos meses de haber llegado, fue aprehendido por una redada. “Pobre cuate… ya ni lo que se gastó”. Sí, realmente no parece lógico que si justamente la mayoría de los ilegales, sobre todo centroamericanos, andan en busca de dinero, gasten tan fuerte suma para llegar allá, pues si son aprehendidos y deportados, su situación económica será más precaria que la que tenían antes de hacer ese fuerte gasto. Pero así de fuerte es su necesidad económica, agudizada su pobreza debido al capitalismo salvaje que está creando millones de pobres cada año.
También se deben de cuidar los centroamericanos de las cuadrillas de asaltantes, como los “Maras Salvatruchas”, que operan en el sureste mexicano, quienes les roban todas sus pertenencias cuando se los llegan a topar. “Dicen que ya cuando llegan a la frontera con Estados Unidos, que hasta más fácil se les hace”, agrega Julio, comentando que uno le platicó que al cruzarse a EU todo fue menos difícil. Sí, cuando recuerdo las notas periodísticas sobre el trato tan cruel que la policía migratoria mexicana, combinadamente con las policías locales y las bandas de asaltantes, aplica a los indocumentados centroamericanos, desde golpizas, el robo descarado y hasta asesinatos impunes, muchas veces peor que el trato dado por la “migra” estadounidense a los ilegales, comprendo por qué los centroamericanos digan que es más peligroso el paso por México. Muy vergonzosa situación esta, que evidencia una falta total al respeto de los más elementales derechos humanos universales y ante la cual, tampoco los mal administradores panistas hacen nada, quizá porque de esa manera, se establezca una velada complicidad con el gobierno estadounidense para retener y desalentar, desde nuestro país, a la inmigración ilegal de centroamericanos hacia los Estados Unidos.
Julio, incluso en su desesperación por conseguir empleo, estuvo dispuesto a enrolarse en el ejército estadounidense, pero le salieron con que como el “loco de Bush” no había declarado una nueva guerra, como la de Irak o Afganistán (se le quedó en el tintero a ese mediocre presidente el deseo de invadir Irán), pues, de momento, no requerían de ilegales para el “draft”, el reclutamiento, a los que se les premia con la ciudadanía (como en la época de Abraham Lincoln y la guerra de Secesión, que a todos los europeos que llegaban a EU de inmediato se les otorgaba la nacionalidad, pero también de inmediato eran mandados al frente). Y le explicaron que no eran contratados propiamente como soldados regulares, sino como miembros de una “fuerza especial de contención”, o sea, como simples mercenarios, una suerte de “Rambos” latinos, asesinos a sueldo a cargo del ejército, pero ni de eso había trabajo, comenta resignado. “Pero pues también de la que me salvé”, dice, y platica que conoció a un mexicano nacido allá, hijo de oaxaqueños, quien a sus diecisiete años, no habiendo alternativas reales para tener un porvenir (como pasa con los estadounidenses relegados, los pobres, quienes suman casi dos tercios de la población), se enroló en el ejército. Lo enviaron a Irak. Allí, luego de dos años de estar combatiendo en una guerra que ni entendía por qué lo hacía, el muchacho sufrió un ataque al ser emboscada un día la patrulla en la que operaba. Una bomba enemiga le voló la pierna derecha y le quemó todo el costado, dejándolo terriblemente deformado e inútil para cualquier labor. “Pobre cuate, me dijo que ya no podía hacer nada, que le desgraciaron la vida y que la pinche pensión que le dan no le alcanza para nada”. También le contó que, al menos, aún lisiado, él tuvo suerte de estar vivo, pues otro compañero, igualmente mexicano, perdió la vida en Irak y dejó viuda a su esposa y huérfana a su hija, pero como la mujer no tenía papeles, fue deportada (¡vaya forma de pagarle a ella el “valor” de su esposo muerto en acción!, pienso), pero su hija sí pudo quedarse, con unos parientes, porque nació allí. Dice Julio que, como esa niña, hay miles de niños que fueron abandonados forzadamente por sus padres, a quienes el gobierno deportó masivamente, sin importarle que tuvieran familia, una vida (su trabajo y su integración a esa sociedad) y un patrimonio (casas, por ejemplo) por los cuales luchar (estos lamentables casos, han alcanzado fama mundial, como el de la michoacana Elvira Arellano, quien fue deportada, a pesar de haberse encerrado en una iglesia metodista estadounidense durante un año, para rogar que la dejaran con su hijo, Saúl, de sólo 7 años, que además de que nació en EU, padece graves enfermedades). Hasta ese nivel llega la miseria de ese gobierno, quien considera que sólo así se resolverán los problemas económicos por los que EU está pasando, creyendo que los ilegales son parte de que haya desempleo y recesión, cuando que no es así, siendo ellos un sector importante de la clase trabajadora que ha contribuido desde hace años a la prosperidad estadounidense (California, por sí misma, es la quinta potencia económica mundial y la tercera parte de sus trabajadores son inmigrantes, por citar un ejemplo).
Dice que en general no tuvo muchos problemas con la justicia, que procuraba ser respetuoso de la ley, que nunca lo “agarraron” por hacer algo ilegal, fuera de un par de incidentes que refiere. “Una vez iba de regreso de una chamba en la camioneta del patrón, una Pick up GMC, cargado de pinturas y la escalera y yo iba con mi ropa de trabajo y delante de mí iba un gringo en un auto. Y que oigo la sirena de una patrulla, que nos hizo la señal a los dos de detenernos y pues luego luego que me paro y que pongo las manos en el volante, porque allá no es de que uste’ se pueda salir, no, porque si se sale, luego luego lo encañonan esos cabrones. Y ya que se acerca el policía, uno de caminos, un latino… así, como los de caminos de aquí, y hasta eso, buena onda, porque me llegó hablando en español, y que me pide mi identificación (por fortuna, el consulado mexicano en los Ángeles, les expide a todos los mexicanos, sean ilegales o no, una credencial, así como pasaporte, en caso de que los soliciten, lo cual les permite por lo menos identificarse) y se la doy y luego que me pregunta que de dónde venía y que le digo que pues de trabajar y como me vio todo lleno de pintura, con mi ropa y los botes de pintura en la caja de la camioneta, o sea, que no me vio sospechoso, pues ya le bajó y que me pregunta otra vez que de dónde venía, y ya le digo que de Santa Mónica y que iba pa’ los Ángeles, y que si tenía ticket (así se les llama a las infracciones allá) y que le digo que no tenía, y ya que me dice que me había detenido que porque, como llevaba la escalera y era más larga que la camioneta, que le debía de poner una franela, como precaución, y que yo le digo que sí, que se la iba a poner… ¡y ya que me deja ir, pero no me pidió licencia… fue lo bueno porque no tenía!” exclama Julio, con cara triunfal al recordar el incidente, del que salió “limpio”. Aunque de todos modos es probable que el policía no le hubiera pedido su permiso de conducir, porque en el estado de California, gracias a una prohibición hecha por el controvertido “gobernator”, el republicano, mediocre actor hollywoodense Arnold Schwarzenegger, ningún ilegal tiene derecho a obtener licencia de manejo y si llevan una licencia mexicana, es válida cuando mucho mes y medio. Así que debe de ser obvio para los agentes policíacos cuándo se trata de un ilegal la persona que están deteniendo, digamos que hay un cierto sentido común de tolerar esas faltas administrativas, que no son precisamente delitos. Comenta Julio que el hombre que iba adelante incluso fue obligado a bajar por el policía y hasta fue esposado, pues algo le encontró que de inmediato sacó su pistola y lo sometió. “Pues yo creo que iba borracho o era drug dealer”, agrega, algo divertido de que a él, el policía, lo hubiera dejado ir, en lugar de al estadounidense. Quizá por el “paisanismo”, pienso. También platica que en otro caso, salió a pasear, como de costumbre, como a las ocho de la noche, para verse con sus amigos e ir a algún antro, pero que lo hizo en una camioneta que pertenecía a otra persona, un mexicano, para quien también trabajó, él sí, residente en ese país, pero que como dicho mexicano había cometido varias infracciones por andar tomado, tenía ese vehículo la restricción de sólo circular de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde, como medida para evitar que su dueño la empleara para otra cosa que no fuera trasladarse a su trabajo. Al llegar a un Oxxo para comprar cervezas, cuenta Julio que varias patrullas, tanto de policías locales, como federales, además del “sheriff” del condado, lo rodearon, descendieron de sus vehículos, pistolas en mano, y por los altavoces le advirtieron que no se moviera o “¡pum!”. “Sí, pues que se acercan y que me bajan de la camioneta y que me piden mi identificación y que me preguntan que de dónde venía y todo el rollo de siempre y que les digo que venía de trabajar, porque por suerte en la caja de la troca venían botes de pintura y una escalera, y que no era mía, que era del patrón, y ya me dijo el sheriff, en inglés, que ese era un vehículo restringido y que además el dueño no podía manejarlo… y pues yo les dije que no sabía nada… pero yo estaba bien sacado de onda, sí, bien espantado y nervioso… y yo creo que se me notaba que yo ni en cuenta, que no era el que buscaban… y no sé, yo creo que me tuvieron lástima y ya, como me vieron bien asustado… porque eran muchos, en serio, como si hubiera sido yo un criminal de a deveras, pues ya que me dicen que no podía manejarla… porque… pues como ya han de saber que uno no tiene licencia, los ilegales, pues, que me dicen que me tenía que esperar a que fuera por mí una persona que tuviera licencia. Y ya que le llamo a un cuate que tenía su residencia y su licencia, pa’ que me hiciera el paro… y sí fue por mí… ¡y cómo ve los cabrones se esperaron hasta que llegó y volvieron a salir de sus patrullas y le pidieron su licencia y ya nos dejaron ir… pero tampoco me hicieron nada!”, otra vez exclama Julio triunfal, al recordar ese segundo, afortunado encuentro con la “ley americana”, del que también salió “limpio”, como él dice. Eso me hace pensar que se trata, efectivamente, de una especie de tolerancia por parte de la policía hacia los ilegales, pues sabe que sus servicios son muy necesarios para desempeñar todos aquellos empleos que sus conciudadanos ¡ni de broma harían! Me viene a la memoria aquella frase pronunciada por Vicente Fox, el ex presidente mexicano que descollara no por su habilidad como estadista, casi nula, sino por su pésima conducción (además del alto grado de corrupción que toleró, nada más hizo bien), su evidente ignorancia (confundía fechas y nombres), su velado autoritarismo (impuso a Felipe Calderón en la presidencia) y su ocurrencia lingüística, cuando en alguna ocasión, tratando de, digamos, “defender” el papel de los ilegales mexicanos en Estados Unidos, afirmó que “los mexicanos hacen trabajos que ni los mismos negros quieren hacer”, dando a entender, de una manera intrínsicamente racista, que nuestros paisanos hacen y sufren cualquier cosa con tal de sobrevivir. Y cuando escucho tantas historias, como la de Julio en ese momento, estoy muy convencido de ello.
Pero su buena suerte frente a la ley, de todos modos no le sirvió para conseguir un nuevo empleo cuando, de plano, ya por más que buscó, nada obtuvo. Por eso se tuvo que regresar. Pero al menos la suerte lo acompañó a su salida de ese país, pues se vino con otro tío que trae autos de allá por la “módica” suma de 1800 dólares cada vehículo. “No, pues, imagínese, ya no es negocio traerse trocas de allá, porque con lo que cuestan, más lo de la traída, pues no sale, a menos que uste’ se la traiga, pero está más cabrón, por los permisos que le piden”, explica Julio, quien ya hace rato terminó con su pambazo. Le pregunto que si desea otro y, con algo de pena, acepta, por lo que llamo a la mesera, una chica veinteañera, que nos sirva otro de esos típicos antojos vendidos en ferias y fiestas públicas. Y continúa Julio con su narración, platicando todas las vicisitudes que pasaron él y su tío para pasar con la camioneta “ Chevrolet Escalade”, conducida por el señor, y la que iban remolcando, sujetada a la otra, una Nissan.
De entrada, la fortuna lo acompañó hasta la garita de Tijuana, pues al pasar con el par de vehículos, los agentes estadounidenses no les pidieron nada en absoluto, quienes quizá acostumbrados a que ese es un sitio de intensos cruces todos los días del año, no se interesan en los problemas que tanta gente se lleve a México (drogas, armas, delincuentes…), que al fin y al cabo no es su país. Luego, del lado mexicano, cuando cruzaron por la aduana, fueron igualmente agraciados, pues en el “semáforo fiscal” les tocó luz verde, así que pasaron con todo lo que llevaban, sobre todo las cosas que Julio juntó en los dos años y medio que estuvo por allá. “Ni crea que tantas cosas me traje, más que nada ropa, mi tele, mi dvd, mi aparato de sonido, cd’s, mi celular… y otras cosillas”, agrega, recibiendo su segundo pambazo.
Pero la buena suerte y el no haber tenido problemas con las autoridades angelinas, se acabó cuando nuestra rampante corrupción policiaca de inmediato surgió cuando en el primer retén por el que cruzaron, como a tres horas de Tijuana, les requirieron nada menos que $500 dólares para continuar, pues de lo contrario les “confiscarían toda la carga”. El tío se los dio, sin chistar, pues de todos modos esa “mordida” es algo que ya se contempla en el costo de transportar los autos a México, es decir, que el cohecho a los corruptos policías mexicanos es parte de los “costos fijos”, cínica actitud que tanto el gobierno, como los cuerpos represivos, dan por sentada, sí, declarando “en el país hay un alto grado de corrupción y se debe de combatir”. Sin embargo, el problema es que no se combate, pues la corrupción es pilar de la estabilidad política y el sostenimiento de este pobre, saqueado país. Pero además es una resignada actitud de parte de los ciudadanos, quienes con tal de evitarse mayores problemas, vejaciones y humillaciones por parte de una hipócrita, supuesta “legalidad”, acceden, de buena o mala gana, a proporcionar dádivas a los “rudos”, corruptos “representantes de la ley”. Así como hizo el tío de Julio. “Y viera que ya después, hasta se sonríen… y todavía nos dijeron los cabrones que tuviéramos cuidado… ¡¿cómo ve?!”.
En otro retén similar, “solamente” les pidieron 200 dólares para permitirles continuar sin problemas. Y en un tercero, uno del ejército, dice Julio que los soldados también les dijeron que les dieran “pa’ sus refrescos”. En este caso, ellos les ofrecieron 200 pesos. “¿¡Qué paso, qué paso, mi buen!?… que sean quinientos pesitos”, cuenta Julio que protestaron los sardos, exigiendo la cuota mínima para dejarlos pasar. “¡Pero, ¿cómo ve?, en ningún lugar nos revisaron, así, que diga uste’, con mucho cuidado, no, y eso que ya ve que dicen en la tele que el presidente que según está combatiendo al narcotráfico y a la delincuencia, puras mamadas… los soldados, en serio, nada más se dieron la vuelta y lamparearon las dos camionetas y ya, nada más… me cae que si me hubiera traído unos cuernos de chivo pa’ venderlos aquí, en serio que bien fácil los hubiera pasado!”, exclama el muchacho, algo divertido, al pensar en todo lo que hubiera podido pasar al país de haber sabido que las revisiones, al menos para ellos, fueron tan laxas.
Pero más adelante, de nuevo, la buena suerte los abandonó, pues debido al cansancio de su tío por haber manejado varias horas hasta ese momento, se quedó dormido y eso ocasionó un derrapón de la camioneta, momento en el que el señor se despertó y aunque trató de controlar al vehículo, no pudo evitar que coleara y cayera hacia un barranco, precipitándose primero la camioneta Nissan que iban jalando. Ésta, sí, volcó, pero como la “Escalade” era más pesada, logró este vehículo detenerse a tiempo en la cuesta y no caer. “¡La camionetita sí se volteó y toda se madreó… y pues ni pa’ sacarla. Ya mejor la soltamos del remolque de la Escalade, y como algunas de mis cosas, que le digo que me traje, iban allí, unos compactos y unas cajas que ya ni me acuerdo que traía allí, pues que me bajo pa’ ver qué podía sacar, pero pa’ mi mala suerte que nos cae un federal (un policía de caminos), y que me dice que me iba a arrestar por lo del accidente que por daños a las vías públicas… ya ve cómo le inventan a uno cosas pa’ sacarle dinero. Y la neta me dio mucho coraje que me quisiera agarrar, pero pensé que cómo me iba a dejar de ese cabrón que me llevara, ¡ni madres!, si ni en el otro lado no me había dejado, menos me iba a dejar aquí, en mi país, pero que yo me hago güey, y que le digo que no, que nada más habíamos pasado por allí y que habíamos visto la camioneta volteada y que yo estaba viendo a ver qué me agenciaba, unos compactos aunque fuera, y como que no me creía, pero yo le dije que neta, que nada más quería ver si me agarraba unos compactos, que me diera chance y, ¿como ve?, que ese cabrón también dijo que entonces a ver qué se sacaba él, y ya agarramos una caja en donde estaban mis compactos, y ya que la sacamos y que ese cabrón se quedó con unos… pero de todos modos nos pidió una lana, que porque estábamos robando, ¿cómo ve?, si él también se quedó con unos de mis compactos, ¡fue lo que más me encabronó!, y pues que le tuvimos que dar quinientos pesos! Y pues yo ya ni me quejé de mis cosas que se habían quedado en la otra camioneta, porque a mi tío le iba a ir peor, por la lana que iba a perder”. Sí, con la actuación del “policía de caminos”, de nuevo salió a relucir “nuestra maldita corrupción de cada día”, así, como oración.
Luego de eso, con profundo alivio de ambos, ya no tuvieron más contratiempos. Y Julio llegó con su tío hasta Huichapan, en donde bajaron las pocas cosas de él que no iban en la camioneta. “Como le digo, pues fue poco lo que traje… y de dinero, pues muy poco, como 50 dólares fue lo que traía… lo poco que ahorré me lo gasté todo el tiempo en que me quedé sin chamba por allá”, agrega el muchacho, resignado, quizá reflexionado que todo su esfuerzo de dos años y medio de estar sufriendo vejaciones y trabajar duro como pintor, al final se redujo a algo de ropa, una televisión, un dvd y un “ipod”, que en ese momento me enseña. “Pues con este me entretenía cuando estaba pintando, aunque sea pa’ estar oyendo música cuando estaba en la friega”.
“Y qué piensas hacer, ¿regresarte o buscarte algo por aquí?”, pregunto. Julio se encoge de hombros, poniendo un gesto de desconcierto. “No, regresarme pa’ allá, no… está cabrón, en serio, al menos ahorita no hay chamba y, como le digo, muchos paisanos ya se están regresando… muchos se vinieron antes que yo y otros, después… pero se están regresando. Y aquí… pues, no sé… mi papá me dice que termine mi prepa, pa’ que así me consiga una chamba por aquí… es que ahora hasta pa’ meterse a la AFI (es la Agencia Federal de Investigación, novel corporación policiaca que pretendió acabar con la corrupción de los cuerpos policiacos, pero que ha resultado peor que lo que pretendía limpiar. Por ejemplo, una de las secuestradoras del sonado caso Martí es una agente en funciones de esa corporación. Y por estos días esa agencia, para mayor desacreditación, está intervenida por la PFP) le piden a uno prepa o también de federal (se refiere a la Policía Federal Preventiva, PFP, otro cuerpo policiaco de dudosa reputación y torpe actuación). Pero también como aprendí el oficio de pintor, pues a lo mejor me puedo dedicar a eso, porque luego veo aquí cómo hacen las cosas, y yo digo, no, pues esto podría hacerse más fácil así o con una máquina…”, contesta Julio, reflexivo, considerando que todo eso es incierto y que para él, haberse ido para Estados Unidos y haber regresado sin nada, sin perspectivas claras ni allá, ni acá, por lo pronto, es un problema existencial que, de alguna manera, lo convierte en un inadaptado social. “Fíjese, pues es que regresa uno aquí y ya los amigos se fueron o se casaron o se murieron… y nada más tengo a mi familia… y como que es difícil adaptarse otra vez aquí, en el pueblo, luego de haber vivido en los Ángeles, trabajando, parrandeando… me siento como encerrado, porque allá andaba pa’ todos lados y con dinero… y aquí, ahorita, pues ando sin un quinto, nomás a lo que mi papá me está dando, en lo que consigo una chamba”. Dice que su papá lo ha puesto a hacer arreglos a su casa, una antigua construcción colonial, y que le da 200, 300 pesos cada semana, pero que es muy poco. “No… en serio que uno se acostumbra a estar allá… uno cambia… ¿cómo le diré?... es que se echa desmadre, pero no es como aquí… uno sabe que no está en su país y por eso como que más se vuelve uno parrandero, porque está uno lejos de su tierra… ¿no sé si me entienda?”, me pregunta finalmente.
Claro que lo entiendo.
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