A LOS ILEGALES CAPTURADOS EN EU
Por Adán Salgado Andrade
“¿Verdad que van a volver?”, refiere Marcos, un adolescente de 17 años, originario de Guadalupe Victoria la Asunción, Puebla, que les dijo el fiscal “acusador” que interviene en los juicios del “Estado contra los ilegales” que, por norma, se les hace en EU a todos los inmigrantes ilegales que son capturados, ya sea en su intento por penetrar las resguardadas fronteras de ese país o al estar trabajando, cuando alguien da el “pitazo” de que allí hay “ilegales chambiando”. Dice que él y los otros “transgresores de la ley” nada más bajaron la cabeza, sin decir nada. Pero, como dicen, el silencio otorga. “Pues yo mejor les aconsejo que no lo hagan, porque entonces sí les va a ir peor”, dice Marcos que agregó aquel, en intimidatorio tono. “A nosotros nos denunciaron unos peruanos”, comenta. Sí, por increíble que parezca, fueron “hermanos” latinoamericanos, en este caso peruanos que supuestamente trabajaban legalmente allí, en Belgrade, condado del estado de Montana, en donde trabajaba Marcos, quienes los denunciaron a él y a otros cuatro mexicanos, entre ellos a un primo y a tres tíos.
La obligada pregunta que le hago es el principal motivo por el cual se van para “el otro lado”. “Pus porque aquí no hay en qué chambiar y allí, sí”, responde, cabizbajo. Efectivamente, en su pueblo pocas cosas hay en qué ocuparse, fuera de la “sembrada y la pizcada” y algún ocasional trabajo de pintura, albañilería o de carpintería, no mucho. Y hasta eso, sembrar, se está terminando, pues al decir de Rómulo, el padre de Marcos, quien también aceptó ser entrevistado, “pos cada vez llueve menos y como las tierras son de temporal, pos a veces ya ni sembrar maicito ni frijolitos podemos”. Sí, las lluvias, debido a los trastornos climáticos que el calentamiento global está provocando, se retrasan cada vez más año con año. “A veces va lloviendo hasta por julio y ya pa’ entonces, pos el maiz no se da ya bien... y aluego llueve reteduro y ya nomás echa a perder lo que se alcanzó a dar en las pocas tierras de riego que hay por aquí”. Y si se arriesgan con otro tipo de cultivos, como flores o legumbres, muchas veces pierden todo, quedan endeudadísimos y hasta las tierras pierden. “Pa’ sembrar una hectárea de clavel se necesitan como sesenta mil pesos... y si no le atinas a la fecha en que se venden, como el 10 de mayo o las salidas de las escuelas o si se te malogra, pos ya te jodistes”, afirma Rómulo, con resignado tono.
Sí, por tantos problemas que padecen los campesinos pobres del campo marginado, del que difícilmente entra en los programas de “apoyo gubernamental” o con míseros “subsidios”, con los que de todas formas, ni costea ya sembrar, como dice Rómulo, es que México se ha convertido en el primer exportador mundial de mano de obra barata hacia los Estados Unidos, constituyendo la actividad de los millones de paisanos que están trabajando allá o que lo hacen año con año, la segunda importante entrada neta de divisas (o sea, dinero que realmente entra, no como el de las exportaciones maquiladoras, que sólo reexportan lo que previamente importaron para ensamblar aquí), la cual monta en lo que va del presente año, poco menos de 20,000 millones de dólares, que con todo y estar en proceso devaluatorio, son tan caros a nuestra dependiente, frágil economía (la primera entrada la sigue constituyendo el petróleo, pero poco a poco tenderá a declinar, por el agotamiento de nuestros mantos petroleros y seguramente será rebasado por las remesas que llegan de EU).
Y por ello es que tantos miles de compatriotas deciden aventurarse a buscar trabajo entre los estadounidenses, a sabiendas de los peligros que, desde antes de llegar a tierras extrañas deben de pasar, tal como refiere Marcos. El joven poblano trabajó como peón de Rómulo, de oficio albañil, en “chambitas” por aquí y por allá, gracias a lo cual pudo reunir algún dinero, parte del cual lo invirtió en el boleto del avión, 3000 pesos, que lo llevó del aeropuerto de la ciudad de México hasta el aeropuerto de Hermosillo, en el estado de Sonora. De allí, un taxi los condujo justamente al pequeño poblado de Altar (¡vaya nombre!, quizá para que se den valor los potenciales ilegales) en donde los esperaban dos polleros. Estos les cobraron la no despreciable suma de ¡$1500 dólares! a cada uno, $16,500 pesos (sobre todo, tomando en cuenta que la gente va allá por una tremenda necesidad y no está para derrochar el poco o mucho dinero que con grandes sufrimientos percibirán allá... ¡si logran llegar!), que debieron pagar una vez que llegaron hasta Belgrade, en Montana, el lugar elegido por Marcos y sus parientes para ir a trabajar allá (normalmente los indocumentados se dirigen a donde tienen parientes o amigos, pues de esa forma, consideran, se les facilitan las cosas una vez que logran llegar, lo que de alguna forma es cierto). De allí, de Altar, se trasladaron, esta vez a pie, a Sasabe, poco habitado sonorense poblado, limítrofe con la frontera entre Sonora y los Estados Unidos y a unos 65 kilómetros de Nogales. Allí pasaron una mala noche en una humilde vivienda, durmiendo en el suelo y comiendo algunos de los alimentos que los polleros indicaron que compraran en Altar, sobre todo comida enlatada, como frijoles, atún, sardinas... y varias botellas de agua. Al siguiente día, sábado, a eso de las nueve de la noche, al cobijo de la oscuridad, comenzó propiamente la travesía por el desierto sonorense (he ahí el por qué les aconsejó el pollero proveerse de mucha agua), pero como tuvieron problemas para cruzar (inusual vigilancia de la Border patrol esa noche), decidieron apostarse en un cerro cercano a la “línea” y allí pasaron una segunda mala noche, peor que la anterior, pues debieron de cuidarse de todo tipo de alimañas y animales ponzoñosos, tales como culebras o escorpiones, y debieron soportar el caluroso día que vino después, soportando las altas temperaturas del desierto, cobijados a la enclenque sombra de arbustos y cactáceas arbóreas. Ya cuando de nuevo la noche lo ocupó todo, reemprendieron la dura marcha, logrando cruzar, por fin, la frontera, caminando entre las dificultades propias que la falta de caminos o de sendas ofrecen a esos desesperados buscadores del decadente american dream. Sí, espinosos matorrales, zarzales, hendiduras, hoyos, piedras, suelo arenoso y resbaloso, riachuelos... además, claro, la constante amenaza de ser atrapados y deportados en cualquier momento si son descubiertos por la “migra”. ¡Encima de eso, deben de mitigar lo mejor posible las ampollas de los pies que les salen, el cansancio y la tremenda sed que luego de una, dos horas caminando, inevitablemente sobrevienen, pues no pueden darse el lujo de detenerse a cada rato, so pena de ser atrapados más fácilmente por los autoritarios policías fronterizos estadounidenses si lo hacen! Y entonces se sacan las botellas, las cantimploras, y se sacia la sequedad del sediento organismo, debilitado por la falta del vital líquido, que en esos momentos resulta mucho más reparador que cualquier alimento sólido, que “pus además ni hambre te da”, dice Marcos. ¿Y si se les acaba el agua, qué hacen?, pregunto. “Ah, pues como allí son puros ranchos, pus llenabas las botellas vacías en unos tambos que hay con agua, pero es en donde beben las vacas, así que pus es agua sucia la que tomas de allí”, responde Marcos, pero aclarando que el y su tío, con quien iba, se previnieron con varias botellas del vital líquido, pero que los otros compañeros del grupo, tuvieron que hacerlo, beber de los tambos, a pesar de que esa agua despedía el característico olor a estiércol que emiten los bebederos de las vacas. En ese grupo iban quince personas, incluidos ellos dos, más el par de “coyotes”. El menor era un adolescente de unos 14 años y el mayor, un hombre de unos cuarenta años. Iba sólo una mujer, hermana del chico de 14 años, a la que, dice Marcos, “pus la íbamos cuidando mucho, pa’ que nadie se pasara de lanza con ella”. También dice que los coyotes se apartaban del grupo durante el día, que era cuando todos descansaban, para que así sólo los atraparan a ellos, a los “coyoteados”, digamos, en caso de ser descubiertos. Supongo que han de considerarse los coyotes muy valiosos como para ser atrapados, pues en caso de que así fuera, nadie, dirán ellos, podría sustituir los “valiosos” servicios que prestan a tanto indocumentado que, como ya dije, por mera necesidad económica, se arriesga a contratarlos y a padecer y sufrir tantos peligros que la aventurada travesía implica.
Una de las recomendaciones que los mencionados coyotes, muy seriamente, les dieron, fue la de que en caso de que apareciera un helicóptero de la Border Patrol en medio de la noche y les aventara sus potentes luces para detectarlos aún en medio de los arbustos, que por ningún motivo voltearan hacia arriba para verlo y además que se agacharan. “Es que nos dijo que así se dan cuenta si es una persona la que va caminando, por los ojos, porque brillan con las luces”. Sí, de esa forma, a la altura a la que vuelan esos aparatos, aún mediante sus potentes reflectores, en medio de los arbustos no es fácil detectar a los indocumentados, a los que pueden tomar por vacas o caballos pastando, como sucedió, por fortuna, con el grupo en el que iba Marcos, los cuales siguieron la estricta recomendación de no mirar hacia arriba, no así con otros “compas”, que fueron detectados y varios fueron atrapados por las camionetas policíacas, a las que se avisó su posición. ¿Cómo se dieron cuenta de que los agarraron? “Ah, pus porque miras cómo se para el helicóptero sobre un lugar y ya luego oyes las sirenas de las patrullas que se van acercando”, responde Marcos, abstraído, quizá recordando esos momentos tan alarmantes. “Yo sí sentí mucho miedo de que nos descubrieran, pero lo bueno que no nos agarraron”, dice Marcos, narrando el momento en que el helicóptero los enfocó con sus potentes reflectores y ellos, bien agachados, siguieron caminando.
Y de todos modos el miedo lo acompañó durante toda la travesía, tanto por el constante temor a ser descubiertos y aprehendidos, como porque las alimañas, los coyotes (los verdaderos, de cuatro patas), las víboras acechan también al apresurado, inexperto caminante... ¡todo eso son peligros latentes que, incluso, pueden resultar mortales! El coyote les platicó que en una ocasión uno de los indocumentados que él llevaba, fue mordido por una “cascabel” y se murió en el camino. “Y pos a’i lo dejamos, ni modos de que nos lo cargáramos”, dice Marcos que les dijo el hombre, muy quitado de la pena. “Pus más miedo nos metió ese cuate”, dice, algo divertido. Y así se la pasaron caminando, durante cuatro noches, a partir de las seis de la tarde, hora en que ya obscurecía, para cuando ellos andaban por allá (noviembre), y hasta las seis de la mañana, escondiéndose durante el día, como dije, entre la maleza, dejados a su suerte por los coyotes, tratando de curarse las sangrantes ampollas de sus pies con saliva, sobándoselos, para mitigar el dolor, comiendo lo que llevaban, bebiendo racionadamente el agua embotellada que cargaban en sus mochilas, para que no se les fuera a terminar, pues no sabían qué tanto durarían todavía por aquellos inhóspitos parajes desérticos.
Por fin, con bastante suerte, pues no fueron atrapados por la “migra”, como el otro grupo que salió casi junto con ellos, llegaron a Tucson, Arizona, una madrugada, luego de esa dura caminata de cuatro noches, habiendo recorrido casi cien kilómetros, exhaustos, pero ya un tanto más animados, pues según ellos, lo “peor”, el peligroso recorrido por el desierto, ya había pasado. Allí, se escondieron entre matorrales cercanos a una carretera, para esperar el “levantón”, como llaman a las camionetas que por las noches, rápida y sigilosamente, “de volada” dice Marcos, recogen a todos los ilegales que logran llegar hasta allí. Son camionetas tipo “pick up”, conducidas por chicanos, quienes ya conocen los sitios específicos en donde deben de recoger su humana carga. Ya de ese sitio, son llevados los nerviosos y asustados ilegales a lo que le llaman la “traila”, que es un remolque (casa rodante o RV’s, Recreational Vehicles, como se les llama en EU), en donde “nos acomodaron todos amontonados, como cupimos”. Aunque el vehículo tiene ventanas, por orden de los polleros, todas deben de permanecer cerradas, a pesar del calor diurno que hace en el lugar y “nadie puede salir de allí, como si estuvieras encerrado te tienen”. Y explica Marcos que ahí se la pasaron varios días, esperando la siguiente etapa de su sufrido vía crucis hacia la prosperidad económica... al menos, esa es la esperanza que los mueve en todo momento. Por toda comodidad, había baño y ya, nada más. Se dormía sobre el piso, haciéndose espacio entre tanto cuerpo deseoso de tomarse un nocturno descanso, a pesar de la incomodidad del piso de recubrimiento plástico, recargando sus cabezas sobre sus mochilas. Y nada hay que se pueda hacer en ese encierro, más que esperar a que alguien los recoja. Y si aún les sobraban latas de comida o agua, pues podían comer o beber, de lo contrario, si contaban con dinero, debían pedirles a los coyotes que les compraran alimentos o bebidas, pero dado que todos van con lo indispensable de dinero, pues algunos forzados ayunos debían auto-imponerse. “Si te da sed o hambre y ya no tienes qué o ya no tienes dinero pus ya te jodistes”, dice Marcos, de nuevo un tanto divertido.
Ya luego de tres días, fueron otros “compas” a la “traila” y ya les preguntaron que para dónde iba cada quien. Marcos y su tío se dirigían, como menciono arriba, hasta Montana. El mismo hombre que a ellos los recogió de entre los arbustos, cerca de la carretera, los llevó hasta allá, sólo a Marcos y a su tío, pues eran los únicos que iban tan lejos. “Pus salimos como a las cinco de la tarde, era martes, me acuerdo, y ya en la madrugada, como a las cinco, que se detiene en una gasolinería, y nomás durmió dos horas, y que le sigue”, señala Marcos. Comieron “burritos” (tortillas de harina con carne) durante todo el camino, que el conductor les compraba, y hacían sus “necesidades” en los baños de las gasolineras en donde se detenían. Luego de 25 largas, pesadas horas a bordo de esa camioneta, debiendo de viajar siempre agachados, no fuera a ser que se encontraran con alguna patrulla, tras haber recorrido casi 1500 kilómetros más, llegaron hasta Belgrade, un poblado semirural de Montana, ubicado a unos 70 kilómetros del parque nacional Yellowstone, cerca de la frontera con Wyoming, en donde dos primos que ya tenían allí un par de años trabajando, pagaron los 1500 dólares acordados, 3000 por ambos, al conductor de la camioneta. Fueron en calidad de préstamo, que ya luego ambos debieron de pagar con sus sueldos, una vez que les dieron trabajo en la misma constructora en donde laboraban sus parientes.
Sí, es de sorprender que, a pesar de tantos peligros y supuesta vigilancia y logística estadounidense, existan esas redes de tráfico de ilegales, aparentemente tan bien organizadas, las cuales, en cierto modo, pues son necesarias, como se puede apreciar del relato de Marcos, porque de no existir, sería aún mucho más difícil para nuestros paisanos penetrar ese no tan impenetrable, hostil territorio estadounidense. Como que se resalta el ingenio del mexicano ante la aparente rígida autoridad de allá, quien logra franquear todas las barreras, a pesar de miles de kilómetros de muros, policías armados hasta los dientes, helicópteros, aviones robots vigilantes, violentos grupos xenófobos (los minute man proyect, por ejemplo)... sí, a eso conduce la necesidad de un empleo que proporcione unos cuantos dólares para sobrevivir y no morirse en su propia patria de hambre aquellos sufridos ilegales.
Sí, y ya fue que Marcos y su tío, Salomé se llama, fueron contratados por el dueño de la constructora, conocido como OJ, un buen tipo, amable, a decir del muchacho, con quien ya habían hablado los primos y que, sin objetar nada, les dio trabajo, a Marcos de labor, como se les llama allá a los ayudantes de construcción, los “chalanes” aquí, y a su primo de mason, albañil. Marcos ganaba la no despreciable cantidad de 16 dólares la hora y Salomé, 20 dólares. Así que en ocho horas, el muchacho percibía 128 dólares diarios y su tío, 160. Con ese regular sueldo, debieron pagarle el préstamo al primo (tardaron un mes en saldar esa deuda), así como los gastos que tuvieron que sufragar, tales como su alimentación, 200 dólares al mes, la renta del lugar en donde vivían, otros 200 dólares, los gastos de luz, agua, los bills que le llaman, otros 200 dólares (son todos gastos compartidos, ya que vivían en un sólo departamento, por eso aparentemente no eran tan elevados), así que de fijo eran alrededor de 600 dólares mensuales, de los aproximadamente 2500 dólares ganados al mes (no siempre trabajaban ocho horas o todos los días), de donde también ahorraban el dinero que mandaban a sus parientes, unos 700 dólares por mes (lo enviaban por Western Union, empresa que hace el gran negocio con las remesas de los mexicanos, pues cobra la nada despreciable suma de 30 dólares por envío, lo que le reporta millones de dólares anuales de ganancia por tantas remesas enviadas a México). Incluso también pagaron de su sueldo la ropa especial para el intenso frío que OJ les compró, y que luego les fue descontando, pues desde noviembre hasta marzo, Montana es azotada por fuertes nevadas, por lo que la ropa común y corriente que llevaban desde aquí, de nada sirve allá. Así, la chamarra especial térmica costó 100 dólares (una de las prendas más importantes que deben emplearse), los pantalones, 50 dólares, zapatos tipo botines, 80 dólares, guantes, 10 dólares. ¿Y los calcetines?, pregunto. “Ah, pus esos sí, nos sirvieron los que llevábamos desde aquí”, contesta Marcos, así que al menos se ahorraron esa compra.
Y en cuanto a las labores que estuvieron desempeñando, pues primero Marcos acarreaba piedras para los cimientos de las residencias de lujo que la empresa estaba construyendo en un desarrollo habitacional cerca del lugar. También ayudaba a hacer la mezcla de cemento y arena para colocarlas y la llevaba al lugar en donde se necesitara. Ya más tarde, el primo le enseñó a manejar los montacargas que se empleaban par levantar los materiales de construcción. “Sí, él me enseñó a manejarlos, el vodka y el forklift, que les dicen allá a esas máquinas”. O sea, el buen Marcos hacía de todo, como puede verse. “Como en un mes ya sabía yo manejar el vodka”. Las casas residenciales que se estaban construyendo se localizaban cerca del parque Yellowstone, como a una hora de Belgrade, en View sky. Una camioneta tipo van (de las del tipo que emplean las empresas de mensajería, cerradas) pasaba todos los días, de lunes a sábado, por ellos a las cinco de la mañana en punto. Entre sus primos, el tío, Marcos y otros mexicanos, eran ocho los trabajadores que aquélla recogía. Y allí había que estar, a pesar del intenso frío y otras inclemencias climáticas. Pero, como dice Marcos, con tal de demostrarle a OJ que eran buenos trabajadores y que no se “rajaban”, allí se presentaban, en el sitio acordado, siempre a la misma hora. “Sí, OJ estaba muy contento con nosotros... nos decía que éramos hard workers”, comenta Marcos, con cierto orgullo. Dice que la gran residencia que estaban haciendo en View sky pertenecía al magnate de la programación, el señor Bill Gates, y que “pus no se midió ese señor en lujos”, declara, suspirando, imaginando en que él nunca se hará de una “casotota “ como esa. “Allí cerca estaba la casa de Arnold Schwarzenegger (sí, el famoso gobernator) y de otras personas muy ricas... es que era un fraccionamiento de lujo”, agrega. Sí, será de lujo, considero, pero bien que se sirven tales magnates de la explotada, ilegal, humillada, aguantadora fuerza de trabajo mexicana. Dice Marcos que eran una especie de grandes cabañas, con esqueleto de madera, que ellos iban forrando de piedra, yeso, pasta... “Había pasteros, yeseros, pintores... de todo porque hay muchas casas que se estaban haciendo allí”, comenta el muchacho de triste mirar, un tanto nostálgico, quizá porque les estaba yendo bien, de alguna manera, laborando entre tantas casas de pudientes, influyentes estadounidenses. “Pus si no me hubieran agarrado, pus yo seguiría chambiando allí”.
La paga la recibían quincenalmente, en forma de cheques que “cashiaban” en el banco del pueblo. Una vez establecidos en el lugar, en donde permanecieron cinco meses, se desenvolvían con cierta naturalidad, pues es común que varias compañías contraten extranjeros, sobre todo latinos, muchos de los cuales cuentan con supuestos permisos que les tramitan los patrones, así que aparentemente los lugareños están acostumbrados a eso. Pero además porque sólo los latinos son quienes aceptan ese tipo de trabajos tan pesados, que muy pocos estadounidenses, blancos sobre todo, accederían realizar. Por eso, dice Marcos, se atrevían a ir al banco o a comprar a las tiendas o, incluso, a fiestas a las que luego eran invitados, una vez rebasados los iniciales temores, sobre todo porque estaban en un estado tan distante de la frontera con México, colindante con el canadiense estado de Alberta, por lo que el peligro de una redada por la “migra”, como se hace en California, por ejemplo, parecía tan distante. “No, pus éramos puros mexicanos los que le trabajábamos al OJ... casi no había gringos”, señala Marcos. “Yo hasta me hice de una amiguita, una gringuita como de 15 años”, señala, riendo de buena gana.
Como dije, cinco meses se estuvieron en Belgrade, cuando se concluyó la construcción de la mansión de Gates. Luego, a OJ le ofrecieron otra obra en la ciudad de Deer Lodge, como a unos 120 kilómetros de Belgrade, también de acabados de residencias. Y para allá se fue, con todo y sus fieles, eficientes trabajadores mexicanos. Por la lejanía, se consideró que era mejor quedarse allí, así que Marcos, su tío y sus primos buscaron un hotel regular y todo pareció ir bien, sin problemas, durante un mes... hasta el día en que OJ, por tanto trabajo que debía terminar, contrató a unos peruanos, quienes supuestamente, sí contaban con permisos para trabajar, emitidos por el gobierno estadounidense. Un día, refiere Marcos, uno de ellos, se metió a un bar local y se emborrachó tanto, que comenzó a hacer el típico escándalo de una persona tomada. Llegaron patrullas, lo arrestaron, le preguntaron en dónde vivía, qué hacía y, con tal de salir bien librado, les dijo que él tenía papeles legales para trabajar allí, pero que si lo perdonaban, les diría en dónde había trabajadores mexicanos ilegales... ¡y así fue como los denunció a todos! Rómulo interviene en la plática para comentar la versión que Salomé, el tío de Marcos, hermano de Rómulo, le contó, que también se especuló que el peruano, celoso de que él, por ser legal, ganaba menos dinero, 14 dólares por hora, que los mexicanos ilegales, los denunció directamente, sin mediar escándalo alguno. ¿Es cierto?, pregunto a Marcos. Éste se encoge de hombros, agregando “pus quién sabe... eso también nos dijeron, que aquél rajó”. ¿Pero si así fuera, por qué ganaba menos, siendo supuestamente legal?, insisto. Y ya dice Marcos que OJ les decía que porque ellos, los ilegales, por su condición de outlaw labors, o sea, de trabajadores fuera de la ley, se exponían a más peligros y que por eso él les pagaba más, para que la mayor paga resultara un efectivo atractivo, a pesar de tantos inconvenientes y peligros de ser atrapados en cualquier momento, como ellos. Sí, es de comprenderse la posición de OJ, pues ya que se va a pasar por tantos problemas, pues que valga a pena. Y si resulta la segunda versión la verdadera, considero, que el peruano simplemente los denunció por envidia, pues es un acto verdaderamente deleznable que indica hasta qué grado de deshumanización, egoísmo y bajeza el ser humano ha llegado, de incluso, hasta en las situaciones más comprometidas, delicadas y peligrosas, es capaz de mostrar su lado más perverso y ruin, como aquel peruano hizo. No me parece justificable su acción, pues no le estaban quitando su trabajo aquellos mexicanos, quienes ya estaban laborando antes que él con el contratista, sino que sólo por ganar menos actuó tan miserablemente. Pero Marcos, con todo, no le guarda rencor, dice, quizá porque aún no está lleno aún de la malicia que se va acumulando en la vida por tanta arbitrariedad e injusticia que pululan por este mundo. Al contrario, peca de una ingenua frescura, gracias a la cual prefiere no pensar en cuál fue la verdad de lo acontecido. “Pus allá él”, dice, sin dolo, ni resentimiento alguno. Luego supieron que el peruano los había denunciado por la noche, indicando, cuarto por cuarto del hotel en que se hallaban, en donde había indocumentados, así que los policías hasta se dieron el lujo de dejarlos una noche más, quizá esperando que todos estuvieran juntos, para allanar las habitaciones hasta la mañana siguiente, como sucedió. Dice Marcos que en el cuarto en donde estaba eran cuatro: él, su tío y dos primos, y que en otra habitación estaban otros cuatro.
De esa cárcel, los llevaron a Helena, distante un par de horas de Deer Lodge, en donde hay una estación de inmigración. Y fue en la cárcel en donde los “delincuentes” como Marcos y los otros, que están allí ilegalmente sólo por necesidad, comenzaron a recibir trato de peligrosos criminales. Por medio de un déspota intérprete, les preguntaron de todo: nombre, edad, procedencia, por dónde habían cruzado, quién los había ayudado, cuánto habían pagado, qué hacían allí, en donde trabajaron, con quién, cuánto ganaban, cuánto tiempo llevaban allí, si conocían a otras personas en su misma situación (en esto, por supuesto que nadie de ellos hubiera rajado, aclara Marcos)... les tomaron fotos de frente, de perfil, de tres cuartos... les tomaron las huellas digitales de los diez dedos... todo eso, narra Marcos, hecho de una manera bastante prepotente, gritándoles en todo momento, exigiendo rapidez en las respuestas, nada de titubeos, menospreciándolos, dando a entender que para ellos, los respetables, legales american citizens de Montana, tener que lidiar con molestos outlaw greasers como ellos, era disgusting, sí, patético, más en ese estado, tan lejano de la frontera mexicana, en donde seguramente es lo que menos pudieran esperar las autoridades locales de todos esos pueblos estadounidenses bicicleteros (me parece adecuada esta acepción, sobre todo porque se trata de pequeñas poblaciones en donde tampoco abundan las ocupaciones, la vida social es limitada y la principal diversión es tomarse unas cervezas en el bar local y watch TV allí) en donde el racismo sigue siendo cosa corriente.
Ya que hubieron averiguado hasta el número de calzoncillos que empleaban, nuevamente los trasladaron a otra cárcel en Three Forks, lugar distante unos 85 kilómetros de Helena, pero apenas a unos 30 kilómetros de Belgrade, en donde estuvo Marcos originalmente. De Three Forks son deportados propiamente los ilegales capturados en ese estado, así que, como puede verse, no estaban muy lejos Marcos y sus parientes y amigos de la cueva del lobo. El arresto fue hecho un lunes, cuenta Marcos, y ese mismo día, por la noche, estaban ya en aquel sitio. Al primo que ya tenía tiempo trabajando allá, el mismo que les prestó el dinero, a él, dos días más tarde, el miércoles, se lo llevaron, junto con otros indocumentados, en vans al estado de Yuta. Marcos y su tío permanecieron en Three Forks una semana entera, padeciendo los malos tratos que desde el principio les dieron, confinados en una pequeña, fría celda, dotada de incómodas literas y sanitario a la vista de todos, comiendo una clásica dieta fast food, sí, ham sandwich and coke, vestidos con el uniforme anaranjado que emplean la mayoría de las prisiones estadounidenses, obligados a bañarse todos los días... y sometidos al constante estrés de no saber qué iban a hacer con ellos y a dónde los iban a llevar después.
Ya al siguiente miércoles, sacaron a Marcos, a su tío y a los que quedaban de su grupo de arrestados, de esa cárcel y los condujeron en camionetas de la migra también hacia Yuta, a un sitio distante unas seis horas de Three Forks. Y allí, el trato que estaban recibiendo de peligrosos criminales se acentuó aún más, pues los encerraron ¡nada menos que en una cárcel de alta seguridad!, algo así como una Almoloya de dicho estado. “¡Nos pusieron con asesinos, con rateros, con narcos... sí, nos juntaron con puros delincuentes de allá, que ni pa’ mirarlos porque ya te la andaban haciendo cansada!”, declara Marcos, en excitado tono, quizá recordando las escenas de terror que un chico de su edad, no maleado, ingenuo aún, debió vivir y el temor de que alguno de esos criminales pudiera hacerles algo, agredirlos, quizá hasta asesinarlos. De nueva cuenta, los uniformaron con la ropa anaranjada reglamentaria, y los confinaron en celdas que compartían con los presos que purgaban allí condenas de varios años. Sí, de donde se concluye que, por un lado, en ese país, a pesar de que los ilegales son un supuesto “grave problema de seguridad nacional”, no se cuenta con instalaciones adecuadas para recluirlos cuando son capturados y puestos en los trámites de deportación. Tanto hombres, como mujeres (Sí, también hay mujeres, aunque las apartan, dice Marcos) ilegales son puestos en reclusión allí, sin importar su edad y condición. Por otro lado, es absolutamente reprobable que, a falta de esas instalaciones adecuadas, se les encierre a los ilegales en cárceles de máxima seguridad, en donde, además de convivir por el tiempo que sea con peligrosos criminales, muchos de ellos asesinos que los matarían sin contemplaciones, quizá sean mal influenciados por aquéllos y los obliguen, incluso, a ser involuntarios partícipes de los ilícitos que aún dentro de la cárcel, varios de tales criminales cometen. En el caso específico de Marcos, se trata de un menor de edad que recibió trato de criminal y de adulto, algo que va en contra de las normas mundiales del respeto a los derechos humanos más elementales de justicia internacional. Sí, comprendo, pues, la especie de excitación que Marcos manifiesta en su voz al recordar tan lamentables, deleznables hechos.
Y no termina allí esta narración que pareciera extraída de los anales de lo surrealista, de lo aunque usted no lo crea, de lo ¡increíble que haya sucedido!, pues Marcos, junto con un primo, debió pasarse ¡una semana más encerrado allí porque supuestamente no había llenado una solicitud de deportación, que los burocráticos trámites de la inmigración estadounidense requerían que hiciera! Su tío Salomé y otro de los primos, como ya habían llenado tal solicitud (algo que Marcos no recuerda que hayan hecho, diciendo que “pus a mí no me dieron nada”), fueron excarcelados al otro día, jueves, y puestos en un avión que los llevó desde Yuta hasta Laredo.
Y sigue contando Marcos cómo vivió una semana en esa cárcel de máxima seguridad: “Nos levantaban a las seis de la mañana para darnos el desayuno, que era comida fea... huevo de harina, que le dicen por allá (es una simulación de huevo estrellado que se hace con harina de trigo y pintura vegetal), y papa molida... y una tasa de agua como amarga, muy fea que sabía (es una especie de té que inhibe en algo las inclinaciones criminales de los presos)... y unos cachitos de pan tostado, pero duros y sin sabor, pero te lo tenías que comer, porque no había de otra. Luego, a las once, otra vez te daban el lonche, que le dicen, lo mismo, papa molida y huevo de harina... y a las cinco de la tarde te daban la última comida. Nos llevaban a unos comedores y nos sentábamos en mesas metálicas, frías, y tenías que ir por tus platos y hacer fila pa’ que te sirvieran eso... yo la verdad estaba muy desesperado, asustado, temeroso de lo que fuera a pasar... y rogándole a Dios que pronto nos sacaran de allí...”
¿Y alguien te hizo daño, te agredió?, pregunto. “Pus no... yo pus procuraba no meterme con nadie, me la pasaba callado o platicando con mi primo cuando nos veíamos... pero sí vi como varios de los presos se peleaban, por cualquier cosa, y nadie los separaba... ¡hasta les daba rete harto gusto que se pusieran a madrearse allí! Una vez un mexicano se madreó con un gringo y le ganó... le puso una madriza que hasta le sacó sangre de la boca al gringo”. Supongo que su corta edad, en su caso, fue la que le ayudó a Marcos, además de su aspecto, el cual conserva todavía cierta inocencia infantil, propia de un muchacho que apenas si va saliendo de la etapa adolescente.
Y si Marcos no estuvo más tiempo allí fue gracias a que declararon el día en que los capturaron, que pedían “repatriación voluntaria” y no “presentación ante el juez”, para que éste revisara su caso, pues el primo que les había prestado el dinero, habiendo él ya experimentado una captura previa dos años antes, les aconsejó que solicitaran eso, pues era menor el tiempo de encierro, ya que de lo contrario, pedir presentación ante el juez, habría requerido de más tiempo encerrados, a veces de hasta un mes tan sólo el de ser llevados a la corte, amén del resto de burocráticos trámites que precisan de muchos más meses encarcelados (puede alegar un ilegal, con justa razón, que sus derechos humanos fueron violados, además de los maltratos a que se le someten, lo cual abriría un caso de él o ella contra el estado, que involucraría un abogado, trámites legales, mucha burocracia... además, por supuesto de los gastos que tal acción implicaría, lo que requeriría dinero, con que el ilegal, en la mayoría de los casos, no cuenta). Por tal hecho, sólo se la pasó una semana en esa cárcel de máxima seguridad Marcos.
Por fin llegó el siguiente miércoles. “Nos despertaron en la noche, como a las doce, y nos sacaron de la celda en donde estábamos... y ya nos regresaron nuestra ropa pa’ que nos quitáramos los uniformes y nos la pusiéramos, y luego nos sacaron al patio en donde juegan básquetbol los presos y nos juntaron con los otros ilegales que también iban a deportar. Nos dieron una cobijita bien delgada y un colchoncito también bien delgado... ¡ni te quitan el frío! (era abril, a esas alturas, pero aún hacía bastante frío)... y así nos tuvimos que dormir, a la intemperie, porque al otro día, que era jueves, ya nos iban a llevar al aeropuerto, pus es el único día que hay vuelo pa’ llevarse a los ilegales pa’ la frontera. Y ya cuando amaneció, pus que nos encadenan a todos de la cintura, de las manos y de los pies, parejo, hombres, mujeres, chamacos... parejo te encadenan de la cintura y te hacen que vayas en fila... ¡yo hasta a un chamaquito vi que tenían encadenado, por Dios!”. Marcos se refiere a la infame costumbre que tienen los estadounidenses de colocar una larga cadena con eslabones que se cierran alrededor de la cintura de los reos, de las manos y de los pies, de tal forma que todas esas partes quedan interligadas y apenas si pueden caminar. Sí, muy excesivo el maltrato y el rigor con que tratan a los pobres indocumentados, como si a esas alturas de su confinamiento aún tuvieran ánimos para escapar. Por eso el título de la presente crónica, pues parecieran animales rabiosos, leones, panteras, los que se encadenan, en lugar de simples, asustados, humillados, cansados humanos...
Y así, encadenados “hasta los dientes”, rudamente, despóticamente tratados, aquellos peligrosísimos criminales son sacados de esa infame prisión y llevados a un autobús, sin mayor protocolo, sin el menor gesto de amabilidad, mostrándose sus fieros, estrictos, celosos de su deber guardianes, en todo momento inconmovibles, inmisericordes, cumpliendo la ejecutoria sentencia de deshacerse de esas humanas molestias que tantos problemas le ocasionan a su acariciado american dream de paz y prosperidad económica y de estricta “aplicación de la justicia”.
Así, encadenado, escoriándose sus tobillos y sus muñecas por el movimiento de las cadenas, viajó Marcos, junto con los otros, un par de horas en el autobús hasta el aeropuerto, en donde, a eso de las diez de la mañana llegó el avión que los repatriaría a la tierra llena de carencias y sufrimientos que los vio nacer. Al llegar la aeronave, continúa Marcos, la narración,
En Colorado les dieron de comer, unas bolsas de plástico conteniendo un sandwich y un tetrapack con agua, nada más, “pero el marshal que nos daba la comida, la iba botando, así, como si fuéramos perros, y si la agarraste, bien, y si no, pus también, y si se te cai, pus ya te fregabas porque no podías juntarla y ellos no eran para pasártela, y te quedabas sin comer”, dice Marcos. “Y nada de que le dijeras que se te había caído la comida, porque te iba peor”, agrega, con la misma excitada voz de hace rato.
Por fin llegaron a Laredo, Texas, y allí, con la misma rudeza, los hicieron descender los marshals. De allí, ya se encargaron agentes de migración estadounidenses de ellos, pero, cuenta Marcos, que fueron igualmente rudos y déspotas. “Y ya nos fueron quitando las esposas, pero a mi primo, como no podía subir bien el pie para que se las quitaran, uno de los agentes le dijo en inglés, medio le entendí, le dijo motherfucker... eres un pendejo, sube la pata, cabrón, o te dejo así... y pus que lo deja así, porque mi primo, por la cadena, pus no pudo subir su pie el pobre, porque ya le lastimaba”. Hasta pasado un rato fue que otro guardia pasó y le preguntó a su compañero que por qué no le habían quitado las esposas al primo de Marcos y aquél le “explicó” que porque el mexicano era un tonto que no había podido subir el pie y sólo hasta ese momento el otro guardia lo desesposó. Allí es donde, como último humillante trámite, pasan por la oficina de inmigración local, en donde un fiscal acusador fue el que les dijo: “¿Verdad que van a volver? Pues yo mejor les aconsejo que no lo hagan, porque entonces, sí, les va a ir pior”, con americanizado acento, refiere Marcos, y que todos ellos nada más agacharon sus cabezas. Ya luego les refirió los “graves crímenes” que habían cometido, principalmente haber entrado ilegalmente al país y haber trabajado ilegalmente, y que durante los siguientes cinco años no tendrían derecho a obtener un permiso de trabajo legal estadounidense.
Finalmente, las pocas pertenencias que tenían al momento de la captura, les fueron devueltas. Si tienen muy buena suerte, les regresan el dinero que les hubieran encontrado en ese instante, si no es mucho, claro. “Pus yo llevaba 250 dólares cuando me agarraron y sí me los devolvieron, pero a mi tío Salomé, a él le quitaron 800 dólares y a él no le devolvieron nada, ni un centavo”. Dice que les dan un cheque para “evitar”, les explican, hipócritamente, que les roben el efectivo, el cual, en muchos casos las mismas autoridades les roban, como los 800 dólares que no le devolvieron a Salomé. Y ya, completados todos los trámites de la deportación, son conducidos en grupos por los oficiales estadounidenses a través del puente internacional para depositarlos, felizmente, en territorio mexicano, en donde podríamos suponer que ya todo termina, pero no, aún les queda enfrentar la deleznable corrupción y bajeza de los policías de Ciudad Juárez, quienes sabedores de que muchos indocumentados cargan dinero, se les acercan, alegando mentirosas violaciones al “reglamento” policiaco y prácticamente los asaltan. “Pus como muchos fuimos al banco y cambiamos nuestros cheques, pus que se nos acercan unos policías y nos dijeron que eso no era legal y que teníamos que darles dinero y como uno ni sabe, pus te lo roban”... no basta, pues, para esos corruptos, inmorales “policías” tantas humillaciones, maltratos y vejaciones sufridas por sus compatriotas. No, esos asaltantes uniformados tienen que cobrar su propia cuota de miserable comportamiento hacia ellos, extorsionándolos y maltratándolos aún más.
Ya, luego de ese asalto policiaco, dice Marcos que tomaron un taxi a la terminal de autobuses para comprar los boletos y trasladarse a su pueblo, una vez que ese penoso vía crucis había concluido. Concluye que él, por su parte, ya no se arriesgaría nuevamente a ir allá. “No, al menos de ilegal, pus ya no me voy, en serio, te tratan muy mal cuando te agarran, sufres mucho cuando cruzas, los pies se te allagan, te salen ampollas, te sangran... no, mejor le busco aquí, sí, pus a’i, a ver qué sale”...
Sí, pienso, al menos tiene el consuelo de que algo saldrá aquí para trabajar... ¡pero si por eso se van allá, reflexiono, porque aquí no hay nada qué hacer!... muy mal comienzo de ese regreso sin gloria para Marcos.
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