miércoles, 20 de abril de 2011

Barbarie de mariners en Afganistán: historias de horror

Barbarie de mariners en Afganistán: historias de horror

por Adán Salgado Andrade

Hace unos días salieron a la luz pública las declaraciones de un ex militar retirado mexicano, el general Carlos Bibiano Villa Castillo, quien había fungido por un tiempo como jefe policiaco de Torreón, Coahuila, México, y causó estupor el casi nulo sentido del respeto a los derechos humanos de los supuestos delincuentes a los que atrapaba y que mataba sin miramientos de ninguna índole. En una parte de la entrevista que se le hizo declaró: "Si agarro un Zeta lo mato, ¿para qué interrogarlo?". A pesar de sus brutales tácticas para “combatir a la delincuencia”, recientemente se le nombró jefe policiaco de Quinta Roo, pues son muy “loados” sus esfuerzos en Torreón, gracias a los cuales, se afirma, “descendieron 50 por ciento los índices de criminalidad”. No es de sorprender que, como ex soldado que es Villa Castillo, su trabajo se inspire en tácticas militares con las que así se han entrenado durante años la mayoría de los ejércitos en el mundo, sobre todo el estadounidense, muy solícito, además, para invadir otras naciones y aplicar deleznables tácticas de guerra (en los años sesenta, por ejemplo, la llamada “Escuela de las Américas” entrenaba a militares, principalmente latinoamericanos, en tácticas contrainsurgentes para el combate a grupos “subversivos” y a guerrillas, enseñándoles, sobre todo, métodos de tortura y aniquilamiento). Ello ha provocado en los cuerpos militares el desarrollo de patologías sociópatas que llevan a muchos de ellos a convertirse simplemente en peligrosos criminales, como veremos.

Ya he hablado en otros trabajos (Ver en este blog mi artículo “Armas, egoísmo, corrupción y el big money”) de las atrocidades que ha cometido EU en Afganistán, al asesinar a gente pobre e inocente por “error” y que ello ha llevado a los habitantes de ese sufrido país a un abierto anti-norteamericanismo, que los lleva a clamar, exigir que EU salga de Afganistán. Eso es algo que dadas las presentes circunstancias, sobre todo, la importancia geoestratégica de Afganistán, no se puede permitir EU hacer (al salir de allí, Afganistán entraría en una acelerada descomposición que lo haría desaparecer como país y llevaría a toda la región a un grave proceso desestabilizador, sobre todo porque los países con que tiene fronteras Afganistán, detentarían parte del dividido territorio y eso daría lugar a nuevas y peores confrontaciones militares que EU menos podría detener).

Pero los informes que recientes investigaciones gubernamentales han hecho, revelan hechos que dejan muy claro que varios de los asesinatos de civiles inocentes han sido a propósito, debido, como señalo antes, a la sociopatía criminal desarrollada por una significativa porción de los soldados estadounidenses. Esto que voy a referir ocurrió hacia finales del 2009 y principios del 2010, pero nada se publicó en los medios en ese entonces. Ya después que las revelaciones de uno de los mismos soldados participantes en los crudos eventos se conocieron por algunas notas periodísticas, al Pentágono no le quedó otra alternativa, que investigar las atrocidades cometidas por un grupo de psicópatas militares, como veremos.

El grupo en cuestión era un batallón de infantería, el Bravo Company, acantonado en la provincia afgana de Kandahar. Algunos de sus miembros, aburridos de que, según declararon, los insurgentes afganos los estaban atacando y ellos no podían contrarrestar los ataques como se debía, se pusieron a analizar la manera en que pudieran matar a algunos de esos “salvajes”, como muchos militares estadounidenses se refieren a los empobrecidos afganos. Así, luego del año nuevo, 2010, ya con el crudo invierno posándose en esa montañosa área, el 15 de enero el tercer batallón de la compañía – que forma parte de la brigada Stryker, formada por vehículos blindados de ataque así llamados –, decidieron ir por “acción” y se dirigieron hacia La Mohammad Kalay, una aislada granja de chozas de adobe. Algunos campos cercanos estaban cubiertos de plantas recién sembradas de amapola, base de la cocaína, único cultivo que permite a los empobrecidos campesinos afganos obtener algún magro ingreso (irónicamente, al “cuidado” de la OTAN y EU, Afganistán ha cuadruplicado la siembra de amapola en relación a la época en que estaba al control de los talibanes, absurdo, ¿no? Y además se permite su “exportación”).

Allí, los “soldados” Jeremy Morlock, 21 años, y Andrew Holmes,19 años, buscaron si había señales de insurgentes, pero generalmente éstos no enfrentan directamente a los invasores, y lo hacen desde la distancia, empleando mecanismos tales como los llamados IED’s, (improvised explosive devices), que colocan en los caminos y vuelan a los vehículos militares invasores. Así que Morlock, quien ya sabía a lo que iba, eligió a un joven adolescente que se hallaba cuidando ovejas. Él y Holmes llevaron al chico hacia un muro de adobe cercano. Gul Mudin, que así se llamaba el joven afgano, no llevaba nada en absoluto que significara una amenaza para los soldados, al contrario, pareció confiar en ellos y se dejó llevar. Luego, el par de psicópatas, se escondieron tras del muro, arrojaron una granada y en cuanto estalló, dispararon contra Mudin indiscriminadamente con un rifle M4 y una metralleta. Ya cuando se escucharon sus disparos y el resto de los hombres del batallón se acercaron, Morlock preparó su historia, la cual era evidente que no concordaba con lo que los otros soldados estaban viendo, pues era increíble que el pobre chico asesinado, quien en nada se parecía a un guerrillero, hubiera sacado de repente una granada y la hubiera arrojado.

Aún así, el capitán del batallón, Patrick Mitchell, en lugar de indagar más sobre el sospechoso “atentado” y que se brindara ayuda al agonizante muchacho, simplemente ordenó a otro hombre que se asegurara de que estaba “bien muerto”. Éste disparó dos veces al afgano. Poco a poco los sorprendidos, consternados e indignados habitantes del lugar se acercaron, como el padre del chico, quien al ver de quién se trataba, se abalanzó sobre el cadáver, para abrazarlo, llorando de dolor. Por una desdichada ironía, los mariners habían hablado momentos antes con el devastado hombre, preguntándole sobre la presencia de insurgentes. Fríamente los estadounidenses contemplaron la escena, sin inmutarse, dando como única explicación que Mudin había atacado con granada a los soldados, sin mayor detalle. Apartaron al dolido padre y los prepotentes soldados, sin remordimiento alguno, simplemente siguieron los protocolos que se hacen cuando hay muertos, que son desnudarlos, para ver si tienen algún tatuaje o seña particular y tomar las huellas dactilares así como el iris con un escáner portátil. Y luego, Morlock y Holmes se tomaron deleznables fotos de ellos, muy risueños, alzando de los cabellos la cabeza del asesinado chico, y posando para la cámara, como si se tratara de un trofeo de cacería (las fotos de estas sociopatías pueden verse en la dirección: www.rollingstone.com/politics/photos/the-kill-team-photos). Y esas perversiones fotográficas se las fueron pasando a los celulares de todos los soldados del batallón, cual si fueran imágenes de felices vacaciones. No sólo eso, sino que otro sociópata, el sargento Calvin Gibbs, 26 años, inspirador de la atrocidad anterior (y de otras más que refiero adelante), se acercó al cuerpo y con unas tijeras quirúrgicas muy afiladas, cercenó el meñique derecho del chico. Luego, se lo ofreció a Holmes. “Tu premio, por haber matado a tu primer afgano”, le dijo, sonriente. Holmes lo tomó con mucho placer. Y según testimonios de sus compañeros, le dio por cargarlo en una bolsa plástica sellable, diciéndoles que pensaba conservarlo para siempre y que lo secaría (¿¡se pueden imaginar tan perversos alardes!?). Esa misma noche, Holmes Y Morlock presumieron su dedo a sus compañeros, cuando éstos y aquéllos estaban fumando hashish, muy común y tolerada práctica entre los militares estadounidenses (ha de considerar el Pentágono que dados sus asesinos esfuerzos tienen derecho a relajarse, ¿no? Aquí en México, se tolera que los soldados fumen marihuana, según me han referido ex soldados, para que se “den valor” en misiones de combate). Gibbs, que también inhalaba humo de su propio cigarro conteniendo esa especie de marihuana, pero más suave, se sumó a la celebración, resaltando el “valor” del par de sociópatas, así como él. Morlock tiene su propia historia, pues antes de la actual escasez de gente que se quiera enrolar en el ejército, cuando había muchos jóvenes que deseaban muy ansiosos hacer su carrera en “las armas”, lo hubieran rechazado. Nativo de Alaska, ya siendo adolescente, mostraba un comportamiento problemático: se emborrachaba, se peleaba constantemente, conducía sin licencia y una vez hasta huyó de un accidente automotriz en el cual él había tenido la culpa. Y cuando sin problemas fue admitido en el ejército, siguió con su conducta negativa. Su esposa lo demandó porque un día la quemó con un cigarro durante una discusión. Además, ya que llegó a Afganistán, se puso a probar cuanta droga le pusieron enfrente: opio, hashish, Ambien (un fuerte somnífero), amitriptilina, flexeril, fenergan, codeína, trazodina… así que, como puede verse, es una fichita el señor.

Esa deshumanizada, terrible conducta, supuestamente está prohibida por los estándares del ejército, y digo supuestamente porque las acciones de esos hombres del tercer batallón – y de muchos otros – eran conocidas incluso por mandos medios y altos, pero toleradas. Cuando salieron a la luz los asesinatos intencionados, el Pentágono trató infructuosamente de impedir que se difundieran las fotos o los videos que los mostraban, se prohibió a los incriminados dar entrevistas e incluso se visitaron sus hogares en EU, para revisar sus computadoras y confiscarles los discos duros, con tal de que no se hiciera más grande el escándalos, pero fue inútil, todas las fotos habían sido incluso subidas a populares sitios, como el Facebook. De todos modos, por ese primer asesinato, no hubo acusados, ni acciones correctivas por parte de los superiores del batallón, a pesar de las airadas protestas del padre de Gul Mudin y del resto de los habitantes de la empobrecida villa. Varios niños atestiguaron que habían visto a Morlock y a Holmes asesinar al chico. Uno de los coroneles de la compañía, David Abrahams, aparentemente inició investigaciones y entrevistó de nuevo a los implicados, pero concluyó que no había “inconsistencias” en sus testimonios y el caso se cerró. Incluso a otros mandos de dicho batallón, ya se les ascendió a categorías más altas y mejor pagadas. Esto, como dije, confirmaría mi tesis de que esa conducta sociopática es un estándar tolerado en el ejército, aunque los mandos superiores traten de negarlo. Por ejemplo, Gibbs tiene fama de rudo y desalmado. Muestra muy orgulloso en su espinilla izquierda un tatuaje compuesto por un par de rifles cruzados, al frente de los cuales hay dibujados seis cráneos, tres en rojo, los muertos que Gibbs dejó cuando trabajaba en Irak, y tres azules, los tres que hasta ese momento llevaba en Afganistán (en Irak, se dice que él y otros soldados mataron sin contemplaciones a una familia entera de civiles inocentes). Es, digamos, una “máquina de matar”. Sin embargo, contrario a la lógica, es considerado por sus compañeros y subalternos como un “gran soldado, muy positivo y un buen amigo”. Y también un muy buen elemento. Antes de que él se uniera a la Bravo Company, en noviembre del 2009, trabajaba con un coronel llamado Harry Tunnell, también muy dado a las bárbaras practicas de matar inocentes, quien tiene a Gibbs en alta estima por sus “grandes servicios prestados”. Por ese entonces, el Pentágono trató de aplicar la “sociología de la guerra”, en vista de que por los métodos convencionales, no se ve que EU vaya a ganar alguna vez en Afganistán – ni en Irak – su lucha contra los guerrilleros. Según esa táctica, se requiere de una especie de “científicos sociales” que logren acercarse a los habitantes de pueblos y villas de Afganistán para “socializar” con ellos e incluso hacerse sus amigos. También deseaban los funcionarios militares estadounidenses poner a prueba ese “nuevo enfoque” con tal de ahorrarse un poco los altísimos costos que invadir a un país significa. Se comenzaba a aplicar en Irak y se pensaba hacerlo también en Afganistán (Ver en este mismo blog mi trabajo: “La sociología de la guerra, nueva estrategia de dominación estadounidense en Irak”). Sobre esos intentos, Tunnell se puso a alardear de que eran puras tonterías. “Ser correctamente políticos significa que no podamos hablar abiertamente de nuestras represivas medidas, gracias a las cuales hemos tenido exitosas campañas contrainsurgentes” (Tunnell sería una especie de general Bibiano Villa estadounidense). Y también incitaba a sus hombres a perseguir y atacar inmisericordemente a todos “esos malditos guerrilleros asesinos”. Así que si eso dicen los mandos superiores, pues qué podemos imaginar de los soldados que están bajo sus órdenes, ¿no?

Hubo algún intento por parte de uno de los soldados del batallón de denunciar lo que habían hecho con Gul Mudin, el chico asesinado. Adam Winfield, 21 años (como puede verse, todos los involucrados son muy jóvenes), le mandó a su padre, residente de Cabo Cañaveral, Florida, un mensaje vía Facebook, diciéndole que Gibbs se había excedido con él por haber reprobado lo que habían hecho. “Papá, ellos lo montaron todo, de verdad, fue un asesinato, y ese chico era sólo un campesino, está muy mal lo que hicieron”. Chris Winfield, su padre, alarmado, acudió a la base Lewis-McChord a avisar lo que su hijo le había dicho, pero uno de los sargentos que estaba de guardia, simplemente le dijo “pues cosas como esas suceden siempre, no se pueden evitar, pero en cuanto su hijo regrese, veremos que hacer”. De todos modos, días más tarde, cuando Winfield fue admitido al “círculo de confianza” por Gibbs, le dijo a su papá que por favor no hablara más del asunto, pues no quería él causarse más problemas personales. O sea que Winfield, quien al principio mostró cierta ética, de todos modos, al final, fue contaminado por las sociopatías de sus compañeros. Incluso, participó en los siguientes montajes para matar a más hají, término peyorativo usado por las tropas estadounidenses acantonadas en Irak y Afganistán para referirse a los musulmanes. Y Chris Winfield le hizo caso y ya no se quejó más con los militares, temiendo por la integridad física de su hijo. Pero si esos militares hubieran atendido a la primera de sus quejas, probablemente el que se dio en llamar “escuadrón de la muerte”, comandado por Gibbs, se habría sometido y no habrían seguido matando más civiles inocentes con deleznables montajes.

Así pues, sin castigo ni protestas por parte de los altos mandos, esos sociópatas del tercer batallón siguieron asesinando civiles inocentes, mediante calculados montajes que Gibbs perpetraba. Además, no dejaba este psicópata de alentarlos a matar a quien se dejara con tal de tener acción, pues, como señalé arriba, todos estaban “muy aburridos”. Tanto que un día que un helicóptero logró matar a un insurgente mediante un misil, Gibbs y varios soldados se acercaron jubilosos. Uno de ellos incluso sacó un cuchillo y se puso a clavarlo con saña en los restos destrozados y semiachicharrados del cadáver, un par de piernas y parte de un brazo. Gibbs, sonriente, dijo “me pregunto si le podría cortar un dedo a este cabrón”. Además, les recordaba que uno de los líderes del escuadrón había muerto a causa de que la explosión de un IED le había volado las dos piernas. “¡Tenemos que vengarnos de esos salvajes, tenemos que irlos a buscar… la venganza es lo único que nos queda para desquitarnos, compañeros!”, declaran sus subalternos que siempre les estaba repitiendo. Y “matar salvajes” fue la única prioridad de Gibbs y sus “escuadrón de la muerte”.

En otra ocasión, él y otros soldados patrullaban por la noche un camino de terracería. La cámara térmica del Stryker captó a unos 300 metros la imagen de un hombre que estaba agazapado junto a un árbol. Pensando que se trataría de un guerrillero que acababa de colocar un IED en el camino, Gibbs le ordenó por el altavoz, en Pashto (una de las dos lenguas oficiales que se hablan en Afganistán), que levantara las manos y caminara hacia el frente. El hombre lo hizo, pero después se las llevó al pecho, como si tratara de cubrirse del frío. “El hombre actuaba extrañamente”, señaló uno de los soldados que participó en el evento. Como siguiera caminando hacia el vehículo, a pesar de las órdenes de detenerse y de levantar sus manos, Gibbs ordenó disparar a matar y una desmedida andanada de balazos siguió. Luego, cuando examinaron el cadáver, no hallaron arma alguna. De hecho, notaron que el hombre, al parecer, tenía rasgos de retardo mental y quizá de sordera y por eso había actuado “extrañamente”. Probablemente era un simple vagabundo que erraba en el tiempo y lugar equivocados. Al revisar el cadáver, uno de los hombres tomó un pedazo del desecho cráneo, que había sido destrozado por la lluvia de balas, como trofeo. Y como Gibbs sabía que no se podía disparar a hombres desarmados, de inmediato hizo gala de su talento para hacer montajes. Según los reportes, Gibbs siempre trataba de conseguir objetos del enemigo para su ruin causa. Eso lo hacía siendo amigable con los policías locales, a quien les intercambiaba, ¡háganme favor!, revistas pornográficas por diversos objetos (como se ve, la moral no existe para nada). Tenía una gran colección de objetos tales como pistolas, granadas rusas, restos de minas, mangos de rifles, cuchillos… incluso en esos días había logrado robarse de un cuartel un AK-47 que funcionaba. Gibbs entonces ordenó a uno de sus hombres que le plantara al cadáver un cargador de AK-47. Ya luego simularon que ese objeto había sido hallado, y aunque sólo era el cargador, fue suficiente para justificar que el asesinato había sido “legal”. Durante la investigación, un soldado que participó en el detestable hecho reconoció que “No, realmente el hombre no era peligroso, simplemente era un viejo sordo y retardado. En realidad, lo que hicimos fue ejecutarlo”.

Como tampoco recibieran castigo alguno, se atrevieron a realizar un tercer montaje para cobrar otra víctima. Fue un mes después, en un pueblo llamado Kari Kheyl. Allí, Gibbs se dirigió a la choza de Marach Aga, un hombre que se sospechaba cooperaba con los talibanes. Le ordenó en Pashto seguirlo. Llegaron hasta una pared a las afueras del pueblo. Allí, Gibbs puso el arma a los pies del asustado afgano. Luego, lanzó una granada rusa cerca de la pared, de las que conseguía o se robaba, y ya que estalló, sin miramientos, Gibbs le disparó al afgano. Acudieron al lugar Morlock y Winfield (al soldado que menciono antes, quien tuvo algunos iniciales escrúpulos), quienes estaban de acuerdo con el montaje y también le dispararon. Ya cuando se acercaron más soldados, Gibbs dijo que el asesinado afgano lo había querido atacar, pero que su arma se había atascado y fue cuando él le había disparado. Momentos después, cuando otro militar revisó el AK-47, vio que estaba en buenas condiciones, pero, otra vez, nadie dijo nada. Más tarde, Gibbs volvió a cercenar el meñique derecho del asesinado, además de que con unas pinzas le arrancó un diente y se lo ofreció a Winfield, como souvenir.

Y no sólo ese batallón cometió tales atrocidades, sino que se hallaron evidencias de que otros también lo hacen. Y ha sido por fotos o videos que, muy contentos, todos los soldados, enfermizamente, se pasan entre sí a sus celulares. Una foto muestra a un par de hombres muertos, amarrados de espaldas a un poste. Hay un letrero en un pedazo de cartón que tiene escritas las palabras: “El Talibán está muerto”. Sin embargo, un soldado confesó después que se trataba no de insurgentes, sino de un par de pobres granjeros que su compañía mató por gusto. En otra serie de fotos, se muestra a un par de hombres que circulaban en una moto y que fueron balaceados por mariners, pues al parecer no hicieron alto a su señal (lo que aquí en México ha sucedido con los retenes militares, que la gente por miedo no se para y son entonces acribillados). Los soldados aparecen tomándose fotos que hacen mofa de los cadáveres. Quizá uno de los testimonios más brutal, es un video que fue filmado con cámara térmica, y que muestra una secuencia en donde un par de hombres están escondidos tras de un arbusto. Un misil es lanzado contra ellos por un Stryker, haciéndolos pedazos. Se oyen las voces de soldados gustosos de lo que acaban de hacer. Y tuvieron el descaro de editarlo y hasta ponerle música del grupo Apocalyptica, banda de rock de cuerdas, muy ad hoc con las brutales escenas. Y ese videoclip y esas fotos circulan en los celulares de todos, junto con otras fotos, y extractos de la cinta Iron Man 2, como si fueran cosas muy chistosas.

Y Gibbs y su compañía no se quedaron con las ganas de seguir cometiendo asesinatos. Uno más fue cometido contra un viejo granjero, al que Gibbs, luego de acribillarlo, le plantó una granada rusa. No les importó que la familia del pobre hombre se acercara, sollozando y lamentando su muerte, pues sin remordimiento alguno, lo arrastraron hacia otro sitio, lo desnudaron y Gibbs también le cortó el meñique izquierdo, y además, con unas pinzas quirúrgicas, le extrajo un diente y se lo regaló a uno de los soldados que habían participado en la ejecución.

Aunque en algunos de sus montajes, era tan mala la puntería de los sociópatas del tercer batallón, sobre todo a lo lejos, que la gente a la que atacaban lograba escapar. Pero hubo uno que se arregló como si hubiera sido una emboscada contra un Stryker. Gibbs hizo estallar una granada y todos los soldados se pusieron a disparar hacia las chozas cercanas, como locos, para “defenderse”. El ejército hasta les dio ascensos por su “valerosa acción”, en donde no se sabía aún con precisión cuántos muertos hubo. Pero ya después, cuando se supo por las investigaciones que había sido falso el episodio, se les retiraron las medallas.

Irónicamente, los altos mandos militares, no se enteraron de las atrocidades cometidas por el “escuadrón de la muerte” porque éste hubiera cometido un error, sino porque en una ocasión que Morlock, Gibbs y otros fumaban hashish en la habitación de un tal Justin Stoner, éste se molestó porque frecuentemente lo hacían y se fue a quejar con uno de sus superiores. Sin embargo, Gibbs y Morlock se enteraron y le dieron una golpiza a Stoner, además de que lo amenazaron de matarlo “como perro” si se quejaba de que lo habían golpeado. Y ya fue que Stoner, muy asustado de que realmente lo fueran a matar, acudió a otro superior y le dijo lo que le habían hecho y para que quedara constancia de lo que peligrosos que eran Gibbs y los otros, se puso entonces a referirle lo de los montajes. Fue cuando los altos mandos se enteraron de esas atrocidades y se pusieron a investigar.

Hace unas semanas, Morlock fue sentenciado a 23 años de cárcel por su “reprobable conducta” y los civiles inocentes asesinados por sus sociopáticas prácticas. Sin embargo, no mostró ningún remordimiento durante los juicios que se le hicieron, ningún sentimiento de arrepentimiento. “La verdad es que a nadie en el batallón le importan una chingada esos cabrones… son una mierda. Tú recibes como recompensa una palmada en la espalda por parte de tu sargento, quien te dirá: Buen trabajo, chíngatelos”, se concretó a decir Morlock, sin emoción alguna.

Pues esas son las “valerosas”, encubiertas acciones de los mariners estadounidenses, quienes más parecen psicópatas asesinos que soldados.

Contacto: studillac@hotmail.com