sábado, 7 de junio de 2025

Una niña y un niño palestinos vieron a su madre morir cuando buscaba comida

 

Una niña y un niño palestinos vieron a su madre morir cuando buscaba comida

Por Adán Salgado Andrade

 

El presente genocidio en Gaza está mostrando los más bajos niveles de sadismo, maldad, insensibilidad y crueldad… ¡en pleno siglo 21, cuando, supuestamente, el avance de la “civilización” habría dejado atrás esas masacres!

Ya están usando los genocidas judíos a la hambruna, como otra arma, impidiendo o limitando la entrada de ayuda humanitaria a la destruida región. Famélicos palestinos tienen que optimizar lo que les quede de comida al máximo, contando con algo de lentejas, harina o frijoles de soya. Madres y padres, tratando de comer menos para que sus hijos tengan más alimentos y oras penurias (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2025/05/la-hambruna-otra-arma-que-emplean-los.html).

Dicen los genocidas que es para evitar que Hamas se haga con la ayuda, pero no es así, sino que es un pretexto para seguirlos asesinando. Se han dado matanzas de palestinos famélicos, que sólo buscaban alimento. La más reciente dejó al menos 27 asesinados y 200 heridos (ver: https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/06/04/mundo/matan-tropas-israelies-a-otros-27-palestinos-hambrientos).

Quedan esas cifras, como simples números, pero conociendo de cerca cada caso, vemos lo dramático y doloroso que es para los que sobreviven a los caídos, como evidencia el artículo de The Guardian, titulado “’Estas son trampas para la gente’: la historia de una madre que fue asesinada, cuando buscaba alimentos en Gaza”, firmado por las reporteras Malak A Tantesh y Emma Graham-Harrison, quienes agregan como subtítulo que “una familia está devastada por el asesinato de una mujer que caminó durante horas a un centro de distribución de alimentos, respaldado por Israel, con su hija e hijo” (ver: https://www.theguardian.com/news/ng-interactive/2025/jun/07/story-of-a-mother-shot-dead-searching-for-food-in-gaza).

La mujer se llamaba Reem Zeidan, y ya varias veces había tratado de ir a los pocos puntos en donde se distribuyen alimentos. Iba acompañada de su hija Mirvat, de 20 años, y de su hijo Ahmad, de 12. Su esposo, Mohammad, con quien llevaba 28 años de casada, le había dicho, junto con sus hijos, que no se arriesgara a ir, a caminar tanto, pues luego ya ni comida hay.

Y Reem había aceptado, pero cuando su hija menor, de cinco años, Razan, le dijo que tenía hambre, que no se podía llenar con agua a la que agregaban unas pocas lentejas, Reem no pudo estar inmóvil y decidió salir con Mirvat y Ahmad.

Hicieron la larga caminata y casi al llegar, fueron repentinamente atacados, sin razón, por genocidas judíos.

Reem recibió un balazo en la cabeza y murió instantáneamente, ante la brutal sorpresa de Mirvat y Ahmad, quienes la vieron fallecer.

Un video de Ahmad, lo muestra llorando, desesperado, mostrando una mochila, diciendo que “¡Qué les íbamos a hacer!...¡Esta mochila era para los alimentos, no tiene armas ni nada!”, exclama, abriéndola y mostrando unas bolsas de plástico que tenía adentro. Rompe el corazón verlo quejarse, llorar de rabia y dolor por el asesinato de su madre.

El testimonio de Mohammad, el ahora viudo, es terrible: “Estos no son centros de ayuda. Estas son trampas para la gente. Cuando los tiroteos comienzan, usted se agacha. Pero alguien junto a usted, puede ser herido o asesinado y usted nunca puede voltear a mirarlos o a ayudarlos. Y cuando los soldados dejan de divertirse, abren las puertas a las seis de la mañana y comienza el caos. Esos soldados filman a la gente que se pelea por la ayuda y ya que se acaba, los dispersan con gas lacrimógeno. He visto a gente desplazada, que no pudieron conseguir alimentos, recogiendo pasta de la arena”.

Claro, debe de ser todo un magnífico espectáculo para los genocidas uniformados verlos pelear, morir, arrastrarse por unos cuantos mendrugos de comida. Vean el sadismo con que actúan, como alguna vez hacían los nazis, cuando en los campos de concentración, condenaban a morir de hambre a muchos prisioneros.

La misma Reem, había identificado un año antes, el cadáver de su hijo Nabil, el mayor, también asesinado por los genocidas. No pensaron sus restantes hijos, ni su esposo, que un año después, la estarían velando.  

Los Zeidans, como se apellidan los restantes miembros de la familia de Mohammad (antes, eran 10 miembros), aunque eran pobres antes del genocidio, “pero se tenían los unos a los otros. Nabil trabajaba para una empresa de limpieza, ganando 50 shekels ($283 pesos) a la semana, junto con Reem por muchos años. Mohammed trabajaba como empleado por día, cuando podía conseguir trabajo”.

Sí, eran como cualquier familia normal, digamos, con problemas económicos y otros, pero se mantenían unidos.

“Mi madre era amable y simpática. Siempre con una sonrisa en la boca. A todos sus hijos nos trataba bien, con respeto y nos mantenía ordenados gracias a su amor, no por miedo”, dice Mirvat, recordándola, llorosa y triste.

Mirvat cursaba el último año de la preparatoria, cuando comenzó el genocidio. “Ahora, sus sueños de asistir a la universidad, han quedado de lado, sustituidos por la esperanza básica de que el resto de su familia sobreviva al genocidio. ‘Yo ahora tendré que tomar las responsabilidades que mi madre tenía. Mi futuro es claro. Mis hermanos, dependen de mí, así que aunque se reinicien las escuelas, no podré ir. No puedo imaginarme sentada en la mesa y ver el lugar en donde mi madre se sentaba, vacío, sabiendo que ella murió por tratar de traernos alimentos’, dice, resignada”, señalan las reporteras.

Y toda la vida, además, llevará el trauma de haber visto morir, asesinada, a su pobre madre.

Y será sólo su tragedia, pues para el mundo, los muertos y los heridos son simples cifras.

Para los genocidas y pasa los países “amigos” (Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia…) que les surten las armas (jugoso negocio) con las que han asesinado a miles de gazatíes, sólo serán daños colaterales.

 

Contacto: studillac@hotmail.com