jueves, 12 de enero de 2023

El duro trabajo en el campo, revisitado

 

El duro trabajo en el campo, revisitado

Por Adán Salgado Andrade

 

Nopala, Hidalgo. Encontramos a don Delfino y doña Guadalupe, junto con su hijo Cristian, cortando las mazorcas secas de sus tierras.

Vamos a visitarlos, como acostumbramos, para platicar y tomar algo del buen pulque que don Delfino hace. Diario “raspa” sus magueyes, y saca unos veinte litros de aguamiel, que mezcla con el pulque del día anterior, con lo que obtiene unos treinta litros de nuevo pulque, “tiernito”.

Ya, desde hace algunos años, suelo visitar al matrimonio. Se ven muy felices en su precaria cotidianeidad. Me he ido enterando en todo este tiempo de lo duro que es vivir y trabajar en el campo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/01/el-duro-trabajo-en-el-campo.html).

“Como no llovió mucho este año – el pasado 2022 –, no se dio el maíz. Es que no tuve tampoco agua del tubo. Y el jagüey – una especie de represa que se cava en el suelo, para almacenar agua –, pos nomás se me llenó a la mitad. Nomás pa’ los animales”, explica don Delfino, de ya casi ochenta años – que ni se le ven, como he estado comentando en trabajos anteriores.

Una de las consecuencias del calentamiento global, son las más largas y duraderas sequías, que atrasan las lluvias. Para las tierras de temporal, como las de don Delfino – unas tres hectáreas –, eso provoca que no crezcan o no lo hagan adecuadamente los cultivos, como cuando llueve normalmente. Sería distinto, si fueran de tierras de riego, que son muy pocas las que lo tienen, sobre todo, las de las empresas agroindustriales, muy favorecidas hasta en eso, tener riego en abundancia.

Por eso, la milpa de don Delfino, aunque creció, por la falta de agua, no dio los ansiados elotes, fundamentales para que se obtenga el maíz, vital elemento culinario en la cultura mexicana, desde ancestrales tiempos – México es la cuna del maíz.

Doña Guadalupe, su esposa, se acerca. Nos saludamos y abrazamos, deseándonos un, quizá, ya tardío “feliz año nuevo”.

De por sí, estas tierras, colindantes entre el estado de México e Hidalgo, son semiáridas y no muy nutritivas. Y si le sumamos la sequía, peor. “Pero, pos, bueno, no nos quejamos, aunque sea hay zacate pa’ los animales”, dice doña Guadalupe, sonriente. Me gusta su optimismo, de agradecer – a quien sea – y sonreír, a pesar de la adversidad. Eso, seguramente, haría más fácil la difícil vida que todas las personas enfrentamos, tarde o temprano.

“El año pasado – refiriéndose al 2021 –, llovió rebien… se nos dieron unas mazorcotas d’este tamaño – dice don Delfino, evocando, con sus manos, el volumen que alcanzaron mazorcas y elotes”. En efecto, fue el 2021, un año en que llovió bastante, tanto que poblados como Huichapan, a unos tres cuartos de hora de Nopala, se inundó en algunas partes, ¡algo excepcional, nunca antes visto! Así de extremos ya son los eventos climáticos, debidos al calentamiento global.

Dice que para sembrar, se debe de hacer en mayo, y que debe de llover “a juerzas”, en julio, si no, ya no se le dan las cosechas. En el 2022, no llovió a tiempo, y cuando llegaron las lluvias, fueron excesivas, “y de todos modos, la milpa, ya no aprovechó l’agua y no se dio como se debe”.

Dice que, entre los tres, tardarán una semana en cortar todas las secas mazorcas, que luego apilan, para tenerlas como zacate, para los animales.

“Sírveles pulque”, pide don Delfino a su esposa.

Caminamos a la especie de bodega, en donde almacenan frijol, maíz y el pulque, que guardan en un recipiente de plástico.

No pudo cosechar maíz, pero, sí, frijol, pues como lleva menos agua que aquél, se da. “Nos salieron como unos doscientos kilos”, dice doña Guadalupe. Cortan los tallos, los que tienen las vainas. Luego, los “varean”, para que el frijol se suelte. Siembran del negro y del llamado “flor de mayo”. El cuantioso maíz que obtuvieron en el 2021, unas dos toneladas y media – se desgrana el elote y el grano es lo que se vende –, lo vendieron casi todo, “porque, si uno se lo queda, le salen gorgojos”, dice doña Guadalupe. “Nos lo compraron a diez (pesos) el cuartillo”, dice la mujer de quemado rostro, de unos 45 años. “Es que no conviene que se lo quede. Se puede curar, con unas pastillas, que les decimos, pero pos yo creo que hacen daño,”, agrega. Sí, pues es una especie de insecticida que, seguramente, daña la salud.

Un cuartillo equivale a kilogramo y medio, aproximadamente. Muy barato, a menos de siete pesos el kilogramo. Véase cuánto sube el precio por el intermediarismo, que hace que el kilogramo de tortillas, esencial alimento del mexicano, suba a $22 pesos, casi tres veces lo que se le paga al campesino.

“No es negocio sembrar”, dice doña Guadalupe, con resignada sonrisa. “Y fue una prima de mi esposo, la que nos lo compró, porque tiene tortillería”, agrega. Quizá por ello, se lo haya pagado a un poco más.   

Igual sucede con el frijol, no lo pueden conservar, excepto un costal para su consumo y para sembrarlo, como hacen con el maíz. “Ese, lo damos a cincuenta el cuartillo”, dice la señora.

Y comenzamos a hablar de varios temas. Uno, el de los migrantes centroamericanos, que abundan ya por todo el país, como en esos poblados. “L’otro día que estaba vendiendo mis paletas, que se me acerca uno y que me dice que si no les daba… ¡eran como siete! Y que le digo que no podía, pos, fíjate – le dice a mi amigo, que es su sobrino –, a diez pesos, eran setenta pesos… pos pa’ comer nosotros un día”.

Sí, en efecto, con precarios ingresos, setenta pesos son bastantes, como para preparar, en efecto, la comida de un día.

Días antes de esto que escribo, frente a un conocido centro comercial de Huichapan, tres mujeres de Honduras, pedían dinero o cosas de comer a los que acudíamos a adquirir nuestras viandas. Yo, les compré un panqué y una garrafa de agua. Me decían que no habían podido pasar a Estados Unidos, por la “bebé enferma que llevaban”. No lo creí, por supuesto, pues Estados Unidos, no está permitiendo la entrada sin papeles, a menos que se incorporen a un “programa especial” en que alguien de allá, un familiar o amigo, los “patrocine” – un negocio, claro, pues eso implicará la recaudación de dinero, porque se proyecta recibir a unos treinta mil migrantes mensualmente. Sin embargo, les deseé suerte en su intento por alcanzar el ya inalcanzable American Dream.

Don Delfino, luego de unos minutos de plática, se despide, porque tiene que irse a vender sus paletas y helados – como ya he comentado en un artículo anterior. Nos despedimos de él, también dándonos un tardío abrazo de año nuevo.

Y sigue la plática, de cuanto tópico sale a relucir. Entre ellos, lo de la pandemia. Les comento que me enfermé en la escuela en donde doy clases. Una estudiante acudió muy enferma – a pesar de que se les pidió que no asistieran enfermos – a clases. Y con una continua tos de más de cinco minutos, fue suficiente para contagiarnos a varios del salón, quien esto escribe, incluido.

Pero hice énfasis en que gracias a mis dos vacunas que me apliqué, no la había pasado tan mal, a pesar de que sí fue dura la convalecencia. Lo supe, les dije, porque me hice la prueba, ya que no me parecía, luego de tres días de cuerpo cortado, falta de olfato, gusto, fiebre, dolor de huesos… que fuera una gripe normal. Me hice una prueba que me costó $332 pesos – y eso, en los laboratorios de Farmacias Similares, excesivo para quien perciba un salario mínimo, pues estaría gastando casi lo de dos días por hacerse esa cara prueba, convertida, finalmente, en buen negocio de las farmacéuticas y laboratorios.

“Yo sí me puse cuatro vacunas”, exclama doña Guadalupe. Mi amigo, más escéptico, no se ha vacunado.

Pues le digo que, cada quien, pero que yo, sí, agradecía el haberme vacunado, pues quizá habría muerto o me habría puesto muy mal, si no lo hubiera hecho.

De todos modos, le digo que como él no trabaja en sitios confinados, como en una escuela, con sus salones, es más difícil contagiarse.

Eso da pie a que nos platique doña Guadalupe que hace unos cuatro años, montaba un caballo que ya había “amansado”, éste, se tropezó, y cayó. “Yo, que me caigo pa’ delante. Y que se me tuerce la cintura”. Y así anduvo. La tuvieron que llevar con una persona que sobaba. “Pero no se me quitaba el dolor”. Fue providencial que, días más tarde, al resbalar, con tal de no golpear su cara contra una pared, “que m’aviento p’atrás y que oigo como que me tronaron los huesos de la cintura, y así me curé”, dice, lo que nos provoca una general risa.

Igual, mi amigo, hace años, fue golpeado en la nuca por una rama de árbol que le cayó. Lo dejó embotado. Y todos lo notaban. “Pero luego, fui a comprar unas cosas a una tlapalería, que tenía el mostrador con una saliente. Que se me cae la nota y al levantarme, que me di un fregadazo con la cosa esa, que hasta tronó. Y que me dicen que iban a llamar a la Cruz Roja, y que me toco, y no me vi sangre y que les digo que no, que no tenía nada, que ya me iba… ¡y así se me quitó lo embotado”, termina su narración, provocándonos de nuevo una risa de buena gana.

Le pregunto a doña Guadalupe si todavía ordeña vacas. Y nos explica que, como hace unos seis meses, la operaron de la matriz, “porque me molestaba mucho, tenía muchos quistes”, ya no quiso hacerlo, pues “me dijeron que no tenía qu’hacer trabajo duro. Mejor las vendí y compré un caballo, pa’ la yunta”.

Pues así sucede, cuando se van perdiendo las capacidades físicas. Nos va limitando el cuerpo al ir enfermando. Es una ley natural de la vida. No queda más que resignarse.

De allí, pasamos a temas religiosos, de sacerdotes “buenos” y “malos”.

Mi amigo platica de uno de Huichapan, que andaba con varias mujeres, pero que era “muy querido”. Y que, a pesar de eso, siguió muchos años oficiando misa. En cambio, otro que era activista, que luchaba en contra de la contaminación de una cementera cercana y que exigía que la administración local siguiera con el reciclaje de basura, “hasta el Vaticano, ordenó que lo quitaran, por revoltoso” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2015/04/corrupcion-y-contaminacion-industrial.html).

Salió el controvertido tema de la Virgen de Guadalupe, un resabio de la herencia colonial maldita, como yo la llamo. “Eso no existe, fue una invención”, dice mi amigo. Doña Guadalupe, a mi pregunta de si cree en esa creación española, dice que “no tanto” y que tampoco es muy religiosa, ni su esposo. “Mejor creo en Dios, nada más”, afirma, convencida.

Y luego, también hablamos sobre el controvertido tema de los sacerdotes pedófilos. Mi amigo me dice que cómo puede ser que, además de que sean “putos”, violen a niños. Muy mal, reflexiono, que personas de “Dios”, como se dicen, hagan eso. Si tanto saben y se “encomiendan”, deberían de controlar sus instintos sexuales, reprimidos por el obligado celibato a que los somete la iglesia, algo que no se da en otras religiones, que los pastores, pueden casarse. Eso basta para que su parte sexual esté satisfecha, podría pensarse.

Doña Guadalupe dice que en la “televisión salió que una lesbiana, tiene dos hijos… ¿¡cómo!?”, se pregunta. Y le digo que es normal, pues que sean lesbianas, no las hace perder el deseo, a algunas, de tener hijos – en mi opinión, algo contradictorio, pues si su deseo es ser distintas, contraculturales, digamos, parte de eso, sería que no tuvieran hijos, que sólo vienen a sufrir a este mundo cada vez más convulso. Ahora, la tendencia entre la gente más progresista, es no tener hijos, comer vegano, usar transporte público y no tener mascotas, muy contaminantes también.

Le aclaro a mi amigo que ya ahora, para no hablar de tantos géneros sexuales, las personas que pertenecen a alguno de ellos, con tal de no explicar qué son, simplemente se dicen no binarios.

Luego de esos controvertidos temas, doña Guadalupe nos habla de su hijo Esteban, el de su primer matrimonio, que acaba de terminar su carrera de psicología en una universidad pública de Actopan, Hidalgo. “Yo le decía que no iba a encontrar trabajo, pero, gracias a Dios, unos amigos le dijeron que en Monterrey solicitaban trabajo en el gobierno y que le digo, ‘pos vete, m’hijo’, y que se va, porque le dije qu’era una buena oportunidad”.

En efecto, tuvo surte, pues es difícil, no sólo para psicología, sino para todas las carreras, conseguir trabajo en esta época, pue cada vez hay menos, a pesar de que se esté bien preparado o se tenga una alta preparación, como maestría o doctorado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2016/05/conversando-con-un-empleado-de-atencion.html).

Dice que le envía su dinero cada mes, a pesar de que paga renta. “Luego, ya le va a decir que se va a casar”, bromea mi amigo. Es una posibilidad, pienso. Doña Guadalupe sólo sonríe. “Pero dice que no, novia, no quiere, hasta que termine de hacer lo que tiene que hacer”.

Qué bueno que piense así, reflexiono, sobre todo, porque su madre y su padrastro, se sobaron el lomo, realmente, para darle educación.

Pienso en varios de mis estudiantes, que no aprovechan la universidad, están allí, sólo por estar, porque sus sufridos padres los envían, para que “seas alguien, hijo, hija”. Pero varios, como dije, están allí por inercia, mostrando poco o nulo interés.

Seguramente todos los problemas actuales que padece la juventud contemporánea – guerras, desastres naturales, calentamiento global, hambruna, creciente violencia, egoísmo atroz, súper ricos, súper pobres, extinción masiva de especies animales y vegetales…–, la llevan a atajarse mediante una pertinaz indiferencia a todo…¡menos a la diversión extrema!

Y así, siguió la larga conversación, sobre familiares “ojetes” de mi amigo, otros, no tanto, muy pocos, buenos…

Y de los que han fallecido recientemente, “que en paz descansen”…

Finalmente, decidimos que era tiempo de retirarnos. No deseamos seguirle quitando a doña Guadalupe su tiempo, con tantas cosas que tiene que hacer.

Le digo que me venda frijol. Tiene negro y flor de mayo. Le pido de éste último, pues me han comentado que es el que “menos gases produce”.

Como dije, el cuartillo lo da a cincuenta pesos. Es kilo y medio. Comercialmente el paquete de 900 gramos, ni siquiera un kilogramo, está a 48 pesos. O sea, que lo que me vendió en cincuenta pesos, lo compraría yo, luego de intermediarios, a $104 pesos. Noten, pues, cómo el campesino, en esa cadena de logística, es el que menos gana.

Como siempre hago, le pago más dinero, tanto por el pulque, como por los frijoles, pues me parece justo mostrar el agradecimiento, por el tiempo que nos concedió durante la conversación, la buena bebida y esos frijoles “tiernitos”.

Nos despedimos amablemente, dándonos de nuevo un abrazo.

Y nos vamos.

Veo las secas tierras del matrimonio, coronadas con las secas mazorcas, que sólo servirán para zacate para el par de caballos que tienen.

No se espera que este sea un año lluvioso.

Así como van las cosas, el maíz de este año, si lo siembran, yo creo que ni siquiera germinará.

 

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